Capítulo 6

           

VI

Hablando en sueños por la noche, volviéndome loco,

perdiendo la cabeza, lo escribí y leí en alto,

esperando que me salvase demasiadas veces:

Mi amor, él me hace sentir como ningún otro.

Pero mi amor, él no me ama, así que me digo a mí mismo.

Me digo a mí mismo...


—Entonces, ¿te gusta comparar a tus amantes con frutas?

La pregunta traviesa voló como una bolsa de plástico entre las hojas otoñales. Ambos continuábamos perdidos bajo las hebras de la húmeda noche aterciopelada. Pequeñas y amables gotas besaban nuestra piel al contacto; ante nosotros solo se extendían barrios tranquilos, donde acaso el único testigo nos observaba desde los tejados llevando a cabo la meticulosa labor de lavar su pata negra, con suma concentración. 

—Yup —asintió con una sonrisa traviesa—. A veces son grandes y jugosos, como las sandías. A esos debes beberlos en época de calor, en verano, pues saben refrescar tu existencia —afirmó casi con diplomacia—. Otros son dulces y simpáticos como las fresas.... aunque en algún momento pueden llegar a hostigarte. Normalmente se trata de púberes que se enamoran de ti; tú eres su primer amor y debes cargar con la responsabilidad. Luego, la mayoría son sucios y escurridizos... como el mango; podrías confundirlos con los limones, agrios y horrendos.

En algún momento, su humor guarro comenzó a parecerme normal y hasta reía de manera sincera. Es decir, muchas de nuestras conversaciones giraban en torno a hombres y sexo, y aquello no me molestaba en absoluto. Al contrario, saberme poseedor de tan íntimas ocurrencias me convertía en el tesorero oficial de Jongin.

—Y si hay algo que amo a la hora de tener sexo... —continuaba, alzando el dedo índice en señal de pronunciar un decreto serio e importante— es que me miren. —Y esa sonrisa provocativa, almibaradamente perversa, volvía a convertirle en un dulcísimo príncipe tirano de pies a cabeza.

—Me imagino.

—Amo cuando no me quitan la vista de encima en ningún momento. ¿Sabes? Tan solo con observarme y darme pequeñas caricias tengo suficiente, es seguro que me corro.

Ante aquellas declaraciones no pude (ni quise) responder nada. Simplemente esbocé una tímida sonrisa y, tal vez, sin percatarme, alcé las cejas. Aquella manía exhibicionista ya no resultaba novedad. Mi musa desplegaba sus alas de forma muy consciente entre las luces del Edén urbano, y hacerle carecer de aquella cualidad hubiera desarmado a la personalidad entera. No obstante, escuchar la afirmación tan clara y concisa no dejaba de resultar siniestro.

—¿Y eso por qué? —Me animé a inquirir sin darle mucha importancia.

—No lo sé —dijo estirándose—. Creo que me he enamorado de mi reflejo o algo así, debo estar loco... Porque disfruto mucho cuando otros me admiran y permanecen embelesados, cuando me escudriñan y se nota en sus labios fruncidos o rubores que mi imagen les ha revuelto las entrañas... incluso aunque no haya ni una pincelada sexual de por medio. —Tras esto, con los ojos cerrados y exhalando la noche perfumada, se atrevió a decir—. Así que no me quites nunca la vista de encima, Kyungsoo, que lo disfruto mucho.

Oh, Dios.

Celebré su comentario como si de una broma se tratara y asentí gustoso a su petición. Sin embargo, las latentes intenciones subcutáneas de mi amigo fueron perceptibles para ambos. Otro muro dulzón de ridícula timidez se alzó entre nuestras manos, que de vez en cuando se buscaban sin encontrarse. Era tan extraña, tan extraña la ensoñación de su amor a medias; de las insinuaciones tintadas de carmín. Y por cada segundo a su lado solo lo deseaba más.

En aquella ocasión pretendí cantar, o quizá solo silbar para despertarnos de la somnolencia pasionalmente reprimida en la que flotábamos. Pero, por algún motivo, la melodía parecía atorarse entre mis labios. Busqué en el cielo las palabras extraviadas, o acaso en el asfalto. Al final, sus comentarios guarros de colibríes enloquecidos revoloteando por aquí y por allá vencieron a mis intenciones serenas de apaciguar a la marea creciente con arrullos y miel. Que si nueve hombres diferentes lo follaban cada semana, que si aquello era grotesco al tiempo que placentero, en fin... la madrugada parecía prolongarse más y más...

—Oye, ¿y nunca te has acostado con alguna mujer? —En algún momento, la conversación tomó aquel rumbo.

—No... y es frustrante —admitió—. No es que no se me haya presentado la oportunidad antes, es que a veces soy muy marica. Cuando me apetece, no encuentro; cuando ando en modo perra suprema, se me resbalan las proposiciones femeninas. ¡Qué problema! ¿Verdad?

—Sí, súper complicado. —Mis comentarios sarcásticos le divertían.

—¿Y tú?

—¿Yo qué?

—¿Te has follado a una muchacha? —En sus ojos brillaba una curiosidad por poco infantil.

—No, no —confesé en una voz casi inaudible.

—Oh... ¿y a un muchacho? Yo siempre hablo y hablo y tú no me cuentas nada. Venga, que has de tener tus aventuras por ahí, pero no me quieres contar. —Entre golpecitos amistosos y una sonrisa bobalicona, Jongin me abría las puertas de su morboso corazón.

—No. Tampoco. —Muerto de vergüenza, tuve que admitir.

—¿Eh? Se me hace que no me tienes confianza. ¡En vano tantas noches juntos!

—No, estoy siendo sincero. Tú sabes que no me gusta mentir.

Kai me miró con los ojos entrecerrados, sospechando, desconfiando como buen felino taciturno. Luego, un poco aturdido (tal vez asustado), replicó:

—No me jodas, Kyungsoo... ¿es en serio?

—En serio. ¿Por qué no me crees...? —Pronto me vi interrumpido.

—¿Nada de nada?

—No, no más allá de fajes.

—Por todos los cielos, eso significa que... —llevándose una mano a la boca y abriendo bien los ojos, exclamó—. ¡Eres virgen! ¡No puede ser!

Otra persona además de nosotros transitaba por la acera. Hice todo lo posible por cubrirme el rostro, porque el escándalo de Jongin, al tratarse de burlas ajenas, resultaba divertidísimo... pero siendo yo la víctima, lo consideraba verdaderamente inapropiado y hasta me arrepentía por haberme reído antes de esos pobres tipos.

—¿Y qué? ¿Eso es malo? —repliqué intentando defender mi dignidad.

—No, no, para nada —dijo conteniendo la risa—. En realidad, todavía puedes hacer de esa experiencia algo maravilloso. No andas tropezando por la vida, como yo. —Se encogió de hombros—. Qué afortunado el que te obtenga.

Esto último, pronunciado por lo bajo y con una mirada provocativa, junto con unos arrumacos empalagosos propios de colegialas enamoradas fueron la máxima expresión de nuestra embriaguez. Pronto comenzamos a juguetear y correr y bailar en medio de la calle. En una de las vueltas, Jongin se detuvo en un poste. Yo, a tropezones, lo acompañé.

—Kyungsoo —dijo apoyando su mejilla derecha en la superficie helada, con un puchero—. Aquí, justo en este poste inútil, mugroso y feo, quiero que me hagas una promesa —estiró su mano para tomar la mía. Ambas, heladas, se entrelazaron trémulamente.

—¿Y cuál es? —Con aquella expresión en su rostro divino, podía esperarlo todo. Desde un pacto de sangre hasta una mala broma.

—Que tú no me vas a dejar. —Los labios carnosos hablaron—. Que vamos a permanecer juntos a pesar de las adversidades, porque así lo quiso el hilo rojo del destino al reunirnos en el baño de aquel bar. ¿Puedes prometérmelo aquí y ahora?

Jongin, en ese instante, me pareció que exigía demasiado; pensé en que él ya lo poseía todo de mí, y aun así reclamaba las pocas migajas que guardaba, receloso, para mi persona. Yo nunca fui un hombre de promesas, porque no solía confiar ni siquiera en mis ideales. Las circunstancias un día son favorables, y al siguiente se han volcado de cabeza. Sus palabras resonaron fuertes en mi alma, y mientras más las reflexionaba, más caótico y profundo era el escalofrío que recorría mi espalda. Aquello, por donde lo viera, se trataba de una especie de compromiso. Y, aunque en algún momento vacilé debido a la inconsistencia de mi inmaduro espíritu, pensé que quizás debía comenzar a sentar cabeza y tomarme las relaciones en serio. ¿Por qué no arriesgarme por él? Mientras mi cabeza amenazaba con explotar, y los labios se fruncían dubitativos, la dulce musa me miraba temerosa, aguardando cada segundo como mil años en silencio. Vi su boquita temblorosa, sus ojos anhelantes, y tuve que doblar las manos como lo había hecho y lo haría cientos de veces más...

—Lo prometo, Jongin, voy a permanecer a tu lado el tiempo que sea necesario.

Satisfecho, mi amor se lanzó a mis brazos.




Entonces una segunda espiral, más profunda, más carnívora y celestial, amenazó con tragarme (¿tragarnos?) durante las primeras semanas de noviembre. En medio de vaho, estornudos, sonrisas y humo de cigarro, nos internamos en una rutina más decadente y codependiente. Era como si aquella promesa que recordábamos en un febril sueño de borracho hubiera deshecho nuestra unión de metal para convertirla en un lazo intravenoso. Doloroso, enfermizo, adictivo para ambos.

Y es que, tan solo con mirar de reojo a la silueta de dorado llamativo, me bastaba para deducir cómo sería nuestro encuentro. El bolso de hebilla plateada, con los ojos delineados y brillo ciruela en los labios anunciaban un trago amargo; la musa yacía de buen humor, por lo que terminaría sudorosa, riendo de forma escandalosa mientras un desconocido le comía el cuello. El bolso de piel de cocodrilo, el torso cubierto solo por negra red y la boca mojada naturalmente predicaban el empoderamiento absoluto, un dios tan hermoso como colérico, que acudía a los antros en busca de venganza; yo me divertía burlándome de las víctimas drogadas por el anillo ponzoñoso de Jongin, mientras les pisoteábamos en la oscuridad, a veces de forma figurada, otras... literal. No obstante, la carencia de bolso y una indumentaria sencilla y masculina, tal como unos ojos tristes tras la capucha, susurraban a mi oído la dulce perdición de su melancolía. Vagábamos por horas, tomados de la mano, conversando o tan solo sumidos en un íntimo silencio. 

Analizándome a retrospectiva, yo debí ser el amigo (torpe enamorado) incondicional que cualquier persona romántica desea toparse en la vida. Kai me manipulaba de forma muy amable. De pronto, al niño se le ocurría que quería un helado de coco a las dos de la mañana, por lo que Kyungsoo lo buscaba con desesperación hasta debajo de las piedras, para conceder el deseo de su amado.  En medio de sus borracheras, quien le sostenía y sobaba era yo, a pesar de que también debía lidiar con mis propios efectos. En algún momento llevé a cabo actos de dudosa legalidad a petición suya. En fin, que si se sentía vampiro, yo le ofrecía mi cuello; y si ante sus lindos orbes de infante tardío anhelaba presenciar mi descenso desde un precipicio, yo inquiría con suave resignación en qué monte precisamente deseaba llevarlo a cabo...

Pronto me vi convertido en una marioneta que había entregado sus hilos a un titiritero irresponsable e inocentemente cruel.

Comencé a divisar aquella característica de maldad intrínseca cuando, perdidos en la pista de baile, Kai colocaba sus brazos sobre mis hombros y acercaba su boca peligrosamente a la mía. Suspiraba en ella, consciente del efecto que causaba en mi débil corazón. Exhalaba su aliento cálido, húmedo, de estrellas y licor de melón. Y cuando el príncipe malvado notaba mis ojos ya cerrados, se deslizaba entre las sombras para lamer con devoción una lengua ajena. Me dejaba, pues, no solo en vergüenza, sino eufórico, sediento, quebrado y solitario con toda intención.

Yo me empeñaba en justificarlo a mis adentros, argumentando que el muchacho carecía de educación o que esa mirada perversa era muy natural suya, como un arma de seducción inherente que enmascaraba a un verdadero yo frágil y solitario. Para llegar a aquella conclusión me valía de sus momentos de debilidad, como cuando lloraba los mares berreando:

—Es que, Kyungsoo, yo lo amo, yo lo respiro, él es mi todo... pero él no me quiere. ¡Sehun no me corresponde!

Entonces yo desatendía mis heridas para lamer las suyas, tragándome los dolores del amor no correspondido. Aquello resultaba tan irónico. A veces me consumía gritando en silencio: ¡Oh, Jongin, si tan solo tus ojos se posaran en mí! Yo soy quien te cura, quien te mima y adora, ¿no puedes percatarte? ¿Es tan espesa la venda que aquel hombre te ha colocado? Pero, más allá de eso, no podía hacer nada. Solo me dejaba devorar por la envidia y los celos. Abrazaba a Kai esperando algún día ser el último amante en su vida, porque ya no importaba con cuántas personas se hubiera relacionado antes... en mi ingenuo corazón se albergó la esperanza de ser el indicado, el de por vida, la cereza negra que él buscaba.

Empeñado en aquel anhelo abrasante, brindando mi todo al ángel dorado, llegó, por supuesto, el día en que mi profesor de piano me mandó a traer. Mis ojeras y errático pulso volvían evidente la resaca fiera, más emocional que física. Sin querer, observé mi reflejo en el cristal de la puerta, y sentí vergüenza por mi aspecto demacrado. Aquel hombre sentado frente a mí, con sus palabras, fue como si me tomara de las manos y me hiciera entender lo siguiente: No sé qué te ocurra, pero tú, un alumno verdaderamente talentoso, estás marchitándote... y eso me preocupa.

Por supuesto que a mí también me angustiaba. Pero solo entonces, cuando las teclas me parecieron un espacio difícil de acceder; cuando noté a mi piano resentido, triste y abandonado, fue que la apabullante realidad comenzó a presentarse a mi alrededor. Pronto, la ensoñación de las luces neón me pareció incorrecta, por más que la adorara. Y la sonrisa de Kai, más lacerante que nunca, apretujaba mis entrañas hasta hacerme sangrar.

Y es que, aunque intentara engañarme a mí mismo, nuestra relación solo podía calificarse como tormentosa o enfermiza. De vez en cuando, mis madrugadas culminaban en llanto, con la frustración y represión de mis deseos pasionales como erinias flotantes en el techo. Cuando decidí enfrentarlas, recordé a un viejo profesor que en alguna ocasión nos dijo: «Todo en este mundo tiene un precio, incluyendo el amor». Me pregunté, entonces, si aquella aseveración era cierta entre Jongin y yo.

El pago de mi amor resultaba vergonzosamente simple: Yo, lo único que deseaba, era yacer a su lado. Sin importar las circunstancias, me alegraba con caminar en las noches estrelladas escuchando todas esas ideas caóticas que volaban por su mente como avispas erráticas. El pago era su sonrisa, sus dedos de seda acariciando las luces artificiales. Sin embargo, mientras yo me conformaba con las migajas venenosas que a Kai se le antojaba brindarme, él sí que tenía para mí ciertas exigencias. Mandaba, con su porte de príncipe mimado, puntualidad al encuentro, atenciones como a una dama, mencionar lo hermoso que lucía aquella noche, que pagara las copas, fidelidad, mimos incondicionales, que yo fuera quien se ensuciara las manos a la hora de llevar a cabo sus planes más malvados.

Una de las tantas noches en que llegaba hecho pedazos, le conté a Baekhyun todo esto. Y él, limándome las uñas, acomodando los cabellos de mi frente, y depositando besitos en mis pestañas, dijo: «Bebé, ese hombre no te ama y es poco probable que algún día lo haga, solo te está utilizando. Es un bastardo, no puedo creer que sigas a su lado a pesar de todas las groserías que te hace; es egoísta, manipulador y cruel. Es probable que piense en ti como un sirviente. Solo te mantiene consigo porque se siente solo, porque es miserable y no ha hallado a otro imbécil que lo tolere tanto como tú. Mi niño, Kyungsoo, escucha bien, él solo te está dañando y todos a tu alrededor nos percatamos. Se burla de ti, no le importan tus emociones. Venga, que se nota a kilómetros de distancia que babeas por él, y eso lo ayuda a realzar su ego magullado. Yo, como tu amigo y responsable indirecto de este desastre, te aconsejo que lo dejes... lo juzgamos mal».

Siendo aquella su segunda llamada de atención y notando mi propia miserable situación, comencé a hartarme verdaderamente de ello. Me cansé de tragarme mi dignidad, soñar con un futuro en pareja impalpable, y soportar todas las mierdas de Jongin solo por aquella pasión desgarradora que solo lograba consumirme. Resultaba indigno, denigrante, desesperante; por lo que, como el toxicómano que en arranque de desesperación destroza su amada droga, decidí con torpeza terminar a Jongin de forma radical; de un día para otro, sin explicación precisa, porque Kyungsoo nunca fue una persona prudente ni inteligente a la hora de mantener relaciones interpersonales... ¿verdad?

Durante la tercera semana de noviembre, salimos el viernes, como de costumbre. Aquel día Kai lucía radiante; su desempeño en la pista fue tan provocativo, que un cliente adinerado decidió llevárselo. Salimos del local y respiramos el perfume nocturno. Yo, sobrio, solo miraba mis zapatos mientras escuchaba sus pésimas bromas de putita alcohólica, que enmarañaban con dulzura a cualquier hombre sensible a las ninfas. Escuché sus tacones vacilantes, le miré con los celos lacrimosos agolpándose en mis ojos y, antes de dejarlo partir, lo encaré. Me hubiera gustado hacerlo a solas, con argumentos y sensibilidad de por medio; incluso, tal vez, llegar a un consenso... pero fue tanta mi furia al ver el lujoso auto que abordaría, que simplemente no pude contenerme.

—Jongin —dije de forma clara y concisa.

—Eh —portando una sonrisa bobalicona en el rostro, me miró.

—Mañana no podré acompañarte. —Cada palabra mencionada hacía a mi corazón latir con la fuerza abrasadora propia del mismo fuego. Me hallaba demasiado nervioso.

—¿Ah, no? Entonces supongo que nos veremos pasado mañana... ¡espera, espera! —decía riéndose con el tipo que acariciaba su nuca y le provocaba cosquillas. Eso solo me hacía más iracundo.

—Tampoco podré pasado mañana.

—Bueno, entonces te hablo. ¿Cuál es el problema? —Ansioso, con las ganas en el vientre, deseaba despedirse ya.

—No, no me hables —mencioné ponzoñoso—. He decidido que ya no estaré más disponible para ti. Adiós, Kai.

—¿Que qué? —De un momento a otro, la sonrisa ebria se esfumó de su rostro. Dejó de retorcerse en brazos ajenos también y pretendió dirigirse hacia mí—. Es una broma de pésimo gusto, ¿verdad? Me estás engañando.

—No, lo siento. Hablo bien en serio. Reflexiónalo un poco. —Y, sin más, me di la vuelta.

—¡Do Kyungsoo! —Por primera vez exclamó mi nombre con ímpetu—. ¡Me lo prometiste! ¡Prometiste que no me dejarías como los demás!

Yo, haciendo oídos sordos, derramando lágrimas como lluvia otoñal, ignoré sus llamados desesperados. Estaba tan mareado, tan aturdido por mi impulsiva decisión, que como asesino arrepentido tan solo caminé por senderos que parecían irreales. A mi alrededor no había nada, la herida era tan profunda, mis palabras tan punzocortantes, que solo cuidaba no desangrarme, mientras las voces se repetían en mi mente como ecos. Ni siquiera logré percibir de forma adecuada lo que me gritaba; mencionó el poste, su espera, algo... pero ya no importaba. El hombre debió jalarle o algo, porque al final Jongin ya no vino tras de mí.

A duras penas conseguí llegar a casa. En cuanto cerré la puerta, dejé fluir mi llanto más libre que nunca. Baekhyun encendió la luz, fue por té y me estuvo mimando, mientras yo repetía mil y un galimatías ante las que él solo asentía y susurraba: «Todo va a estar bien, todo va a estar bien...»

Al final, avergonzado, me dormí hecho un ovillo. Qué mierda. Me atormentaba pensando en lo obvio que resultaba el motivo de nuestra ruptura. Por supuesto, Jongin se percataría de mis torpes sentimientos, de mi incompetencia para soportar todo aquello que implicaba yacer a su lado. En fin, ni siquiera podría recordarme como alguien confiable o sincero. El acto tan violento, cobarde, tan digno de pesadilla me tuvo temblando la noche entera.

No obstante, a la mañana siguiente, con la realidad asentándose con el sol, me dije a mí mismo: Resiste y no pienses... o lo echarás a perder.

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