Capítulo 2
II
¿Qué demonios se supone que debo hacer?
Si en esta multitud solo estás tú.
Iba a salir, pero ahora debo quedarme.
Has tomado mi aliento.
Uh...
¿Aún está el mundo dando vueltas?
Aún recostado en la fresca oscuridad, con el vacío que la ausencia de los ronquidos y risas estridentes de Baekhyun dejaban, pensé en la experiencia recién vivida. Pensé en él, el loco Jongin; en su cuerpo dorado, en su rostro divino. Y por algunos instantes dudé sobre la veracidad de mis memorias. Aunque no estaba ebrio para sufrir resaca al día siguiente, ciertamente poseía suspiros de alcohol en mi sistema. ¿No sería nuestro encuentro tan solo el sueño predilecto de algún pervertido en potencia? Suspiré, envolviéndome como larva en el edredón.
Los retazos desperdigados inculpaban allí. Eran mudos (mas no ciegos) testigos de que yo no estaba loco, que las alas del ángel que acababa de ver eran auténticas. Ahí el dedo acusatorio; ahí la verdad. Sobre la silla, yacía el uniforme escolar fabricado para que una señorita digna lo portara... No un adolescente marica que solo sabía filosofar idioteces.
Las medias rotas tiradas sobre el mosaico. Una escena interesante por donde se mirase.
Entonces, de la manera más cínica, me permití sonreír. Ese tipo de anécdotas eran las que nunca contaría a mis padres, pero sí a mis sobrinos para que no repitieran los errores que yo cometí. ¡Al carajo con todo! Dando otra vuelta, olí las yemas de mis dedos. Ahí, muy lejanamente, percibí un hilillo de su aroma. Inmundo, agobiante... angelical.
Jongin.
❀
Al siguiente día, fue un poco decepcionante notar que aún con los cambios que la noche tejió, la rutina seguía siendo la misma. La pared continuaba amarilla, indolente, con una mancha de grasa sobre el póster de Madonna. De alguna manera esperaba hallar la cama en el techo, o algo por el estilo, yo qué sé... pero no. Las cosas no eran, ni serían así jamás.
Mi compañero de cuarto llegó muy avergonzado, con la cabeza baja, arrastrando los pies. Le dije:
—¿Qué? ¿Ya eres uno de los míos o no?
Sus mejillas teñidas de arrebol confirmaron mis sospechas. Estaba liado con Chanyeol, pero nadie además de mí en la secta de los artistas frustrados podía saberlo. Los problemas de parias se guardaban y resolvían entre parias, aquella era la regla universal. A mí me desesperaba lo rectos que llegaban a ser los ángulos de esas pobres almas, ¿no podían simplemente abrirse y hacerse curvos y adorables como yo? ¿No? ¿Nadie? Bah.
En el aula, melodías. En el parque, aves. Incluso no me llegaron tantos mensajes al móvil, solo uno de Yifan donde me mostraba la cicatriz que había dejado en su nariz.
¡Lo siento, amigo, no es mi culpa que tu cara chocara accidentalmente contra mi puño!
Al atardecer, mis dedos deslizándose por las teclas. Sin embargo, entre notas, me resultaba imposible concentrarme. No solo porque las tonadas de despecho y confusión que Baekhyun escuchaba a todo volumen con sus audífonos puestos se colaban como intrusas en mis oídos; sino que a cada momento me mantenía atento a mi teléfono, por si de pura casualidad, algún mensaje o llamada de cierta persona llegaba y...
Sonó.
¡Sonó! Y no solo eso, ¡también vibró!
Con los ojos bien abiertos y las manos temblorosas, tomé al aparato entre mis manos, confirmando que se trataba de un número desconocido. Nervioso, aprovechando que mi amigo estaba muy ocupado frustrándose con esos programas de edición que a veces no funcionaban como él deseaba, atendí la llamada.
—Diga.
Apenas terminé de pronunciar aquella palabra, una voz masculina un poco despistada, un poco juguetona, se apresuró a inquirir:
—¿Quién eres?
¿Quién eres? Me ha preguntado quién soy... ¿quién soy? ¿¡Quién soy!?
—K-Kyungsoo... —repliqué dudoso, incluso balbuceante. ¿Qué clase de respuesta era esa?
—¿Me acosté contigo anoche?
Instintivamente, volteé a mirar a Baekkie. Siendo él quien me sacaba de esos aprietos, en ese momento se hallaba insultando a su computador y era mejor no interrumpir. Pensamiento al estilo Baek activado, pensamiento al estilo Baek activado... ¿Qué diría ante una situación así? O una mejor pregunta: ¿Qué respuesta daría yo? A esas alturas, estaba seguro de que al otro lado de la línea se hallaba Jongin.
—No —hice una breve pausa, esculpiendo las palabras con cuidado—. Creo saber quién eres. Te llevé a tu departamento, te ayudé a caminar... eso fue todo.
—¡Ah, ya sé! Estabas en el club, ¿verdad? —A lo lejos, hallé un toque de entusiasmo en su expresión. Me senté más relajado, a admirar la voz de aquel ángel borracho.
—Sí, nos topamos en el baño.
—Hmmm... ¿eres el rubio bronceado?
¿Qué?
—N-no, en absoluto. —Mi mirada rodó por el techo, tratando de asimilar las extrañas emociones que me hallaba experimentando.
—Entonces, el de los tatuajes.
—No, no. De hecho, no creo que me rec...
—¡Ya sé! —El gritillo emocionado turbó mis nervios, acelerándome el pulso. Por poco solté mi teléfono. ¿Acaso me había equivocado y se trataba de una sirena chillona en vez del ángel etílico? —. A lo lejos te recuerdo, eres el chico de la falda. El que estaba vestido de colegiala.
—Sí —asentí con el flujo sanguíneo acumulándose en mi rostro.
—Tú me trajiste al departamento entonces —escuché un soplido que me hizo pensar en él esbozando una gatuna sonrisa—. Solo llamaba para agradecértelo, ¡váyase a saber en qué lecho mugroso hubiera amanecido de no ser por ti! Gracias por todo, Kyungsoo.
—N-no es nada. —Tras pronunciar aquello, aguardé algunos segundos que parecieron años.
—Oye, por cierto... dejaste tu número. Es obvio, ¿no? Estoy hablando contigo. Qué tonto soy —rio de forma adorable, con esa aura rosa que desprendía su voz. Yo me revolví en la cama, trémulo, ridículamente seducido ante su torpeza—. Pero... lo que quiero decir es que... estabas esperando mi llamada, ¿verdad? Tengo la noche libre, podemos salir. Claro, solo si quieres y puedes.
Entonces permanecí callado, porque lo que deseaba estaba allí, ante mí. ¿Desde cuándo la fortuna me guiñaba el ojo tan coquetamente? ¿Es que se había aburrido ya de hacerme sufrir tanto? ¿O era una cruel emboscada con apariencia de dulce fresa? Acostumbrado a que los sucesos transcurrieran siempre en contra de mis planes y anhelos, al observar un panorama tan brillante no supe cómo reaccionar.
¡He conseguido lo que quería! ... ¿Y ahora qué? ¿Cómo se procede?
—No lo sé —hablé con exceso de sinceridad.
—Anda, será divertido —insistió con matiz infantil—. Te debo un par de tragos, por ser tan amable conmigo. ¿Qué tal suena, eh?
—Hmm... Vale, está bien —asentí, enderezándome. Pues sí, sería inseguro, mas no idiota—. ¿En dónde y a qué hora nos vemos?
—¡Así me gusta! ¿Qué te parece si en el Hypnosis, otra vez?
—¿En dónde?
—En el mismo local que ayer. ¿No lo recuerdas?
—S-sí, claro, lo acuerdo muy bien. —Honestamente, ni siquiera el nombre sabía.
—Ya está. ¿A las once? ¿O a las doce...?
Yo estaba pensando a las nueve.
—A las once está bien.
—Nos vemos entonces. Hoy te quiero bien vestido. Bye!
Permanecí algunos segundos escuchando el pitido de la llamada terminada, con mirada perdida. Los gritos desesperados de Baek fueron los que me sacaron de aquel estupor. Era normal verlo haciendo rabietas, pero de igual forma no terminaba de acostumbrarme. Sobando mi resentido corazón, volví a tumbarme en la cama. Los pensamientos inmediatos fueron: ¡Qué vergüenza que me haya solicitado acudir «bien vestido»! ¡Hoy no podré ni verlo a la cara! Estará en sus cinco sentidos, y me juzgará... Aunque, ahora que lo pienso, él también usará una indumentaria diferente. ¿Quién se cree para criticarme? Me molestaría, de no ser porque en verdad anhelo explorarlo.
Los siguientes minutos fueron en extremo tortuosos. Mi mente no paraba de generar mierda especulativa. Incluso, para mi desgracia, ilusa. ¡Pero es que desde hacía mucho tiempo no experimentaba una atracción tan fuerte por alguien! Me gustaría decir que «me permití» dejar fluir aquel sentimiento febril y adolescente de la expectación horas antes de acudir un encuentro romántico/erótico planeado; pero lo cierto es que simplemente se impuso sin que pudiera evitarlo. Surgió como destello en forma de tímida sonrisa, por lo que a las nueve ya me hallaba buscando entre las prendas colgadas en la percha, qué demonios ponerme. Separar la ropa de Baek de la mía fue un problema; a veces usábamos chaquetas tan parecidas que no me sorprendería haberlas confundido en alguna ocasión, considerando la delgadez y similitud de nuestras siluetas.
Tomé un par de atuendos y me los probé. Terminé portando algo que mucha gente me había visto ya, respaldándome en su comodidad y que... bueno, Jongin no estaba entre esas personas que bromeaban diciendo que parecía un retrato.
Después de peinarme, noté que el reloj apenas marcaba las diez. Decidí hacer tiempo trasladándome a pie. Continuar encerrado solo me volvería loco, así que tomé las llaves, mi cartera y me eché un último vistazo al espejo. Solo antes de salir, mi distraído compañero se percató de mis intenciones. Con el ceño fruncido y los audífonos colgando del cuello, reclamó:
—Oye, oye, oye... ¿a dónde vas?
Solo porque a él le tenía suficiente confianza como para portarme travieso, repliqué lo siguiente:
—Me voy de cita con un moreno muy guapo.
—¡¿Que qué?!
Ni un segundo transcurrió cuando el muchacho de ojos bien abiertos y piel lechosa casi se teletransportó desde su cama a escasos centímetros de mi rostro. Me tomó de los hombros, y comenzó a agitarme con euforia.
—¿De dónde lo sacaste? ¿Quién es? ¿Por qué no me contaste antes?
Sonreí de lado.
—No te lo conté porque esta mañana hablar sobre las largas y peludas piernas de Chanyeol era más importante. ¡Deséame suerte! Llegando te lo narro con detalle.
Baekhyun me soltó, tornándose color tomate. Él normalmente era una persona desinhibida, pero cuando se trataba de su más reciente romance, parecía actuar como niño.
—V-vale... que te vaya bien. ¡No mueras virgen!
❀
Puedo decir que, incluso, el camino resultó refrescante. La humedad del asfalto y la atmósfera en general, siempre me impregnaron de una melancolía amable, que acariciaba mis cabellos en forma de rocío.
Anduve por calles que pocas veces había transitado. Muy vagamente recordaba el camino a dicho local, por lo que terminé mandándole un mensaje a Jongdae. Tras darle una explicación falsa e innecesaria sobre el motivo por el cual requería dicha dirección, accedió bonachón y hasta cinco referencias me proporcionó. Imposible extraviarse con tanta información. De hecho, hice un tiempo casi perfecto, llegando solo cinco minutos antes de lo acordado.
Y si es que en algún vago momento llegué a andar con seguridad, en cuanto me topé con cierta silueta, todos mis ánimos cayeron como edificio demolido.
Recargado contra la corroída pared de ladrillos, en una posición estratégicamente cercana a la entrada al lugar, yacía un despreocupado Jongin, quien se suponía sería mi cita aquella noche. Para hacerme entender, debo aclarar que ciertamente había salido antes con muchachos guapos, pero nunca con esculturas griegas. Cualquier ser vivo que pasaba a su lado volteaba a mirarlo, y yo no creí ser capaz de abordar a alguien así. Tan imponente.
Me aproximé a paso lento, contemplando cada detalle de su presencia.
El pie apoyado en la pared, un cigarrillo apresado entre sus carnosos labios, la cabellera alborotada. Portaba una camisa (si es que puede llamársele así) de malla negra, encima una llamativa chamarra de cuero y pantalones extremadamente ajustados. Las muñecas adornadas con pulseras plateadas, y un fino reloj. Anillos, dos cadenas de oro.
Entonces sí tiene ropa que ponerse.
Me acerqué a él, con el corazón latiendo presuroso. Su mirada se enfocaba hacia la izquierda, por lo que no me vio cuando me coloqué justo en frente suyo. En un acto que requirió toda la valentía que mi debilucho cuerpo pudo almacenar durante años, pronuncié:
—Hola.
Tristemente, Jongin pareció no escucharme. Mi voz sonó débil y tímida, por lo que, avergonzado, busqué rescatar mi dignidad repitiendo aquella palabra, seguida de un roce en su hombro. Sin embargo, mi mano se detuvo a medio camino, pues él volteó y me miró a los ojos. El humo retenido brotó, lamiendo parsimonioso mi rostro. En otras circunstancias hubiese muerto por un ataque de tos, pero, por el contrario, un aroma dulzón parecido al caramelo inundó mis pulmones con dulce violencia.
—Uh, hola. Lo siento. —El muchacho habló desubicado—. ¿Tú eres Kyungsoo?
—Sí, soy yo, mucho gusto —hice una breve venía y le extendí mi mano.
Jongin la miró con una expresión examinante, por poco despectiva. Me mantuvo expectante varios segundos en los que supliqué una muerte rápida y poco dolorosa. Al final accedió a tomar por pura cortesía mi pálida y húmeda diestra. Era evidente que yo no le agradaba. Bajé la vista.
Por supuesto.
Enderezándose, dejó caer la colilla de cigarro en un gesto que podría calificarse como glamoroso. Al mismo tiempo, inquirió:
—¿Cuántos años se supone que tienes?
—Diecinueve —respondí angustiado. ¿Por qué de pronto me preocupaban tanto esos detalles?
—¡Ah! Me temía que quince —susurró más para sí que para mí, pisando la colilla... o quizás eso aplastándose en el suelo era mi autoestima—. Como sea, mi nombre es Jongin, pero puedes llamarme Kai. No recuerdo si anoche me presenté, por eso lo hago en este momento. Discúlpame, deberás borrar las memorias de nuestro primer encuentro. Perturbadoras, ¿verdad? No sé si hice algo, pero en caso de haberlo hecho...
—No te preocupes. Está bien. —Me limité a replicar.
—Entonces vamos —tomándome de la mano, el moreno me arrastró al interior del local.
Mientras nos registraban tuvimos una breve charla acerca de lo que fumaba. Le pregunté si se trataba de una marca especial, o algún sabor exótico; pues el fantasma de aquel aroma dulcísimo aún rondaba por mis entrañas. Él admitió que sabían a maple, y prometió invitarme uno de regreso a casa.
Ya dentro, mis oídos volvieron a amenazar con hacer explosión en cualquier momento. Él adelante, abría paso entre la gente, sin soltar el nudo que nuestros dedos formaban. Observé las luces brillantes, aspiré el hedor concentrado, palpé telas, pieles y cabellos por los estrechos caminos en los que Kai andaba. Busqué temeroso algún rostro conocido, pero afortunadamente no hallé ninguno.
—¡¿Te gusta bailar?! —De pronto, me pareció distinguir aquella pregunta, al tiempo que mi acompañante volteaba a mirarme.
Sin embargo, no estaba seguro de que él hubiese hablado. Andar en sitios como ese me aturdía al grado de idiotizarme. Se llamaba Hypnosis, ¿verdad?
—¡Kyungsoo! —Insistió.
—¡M-mande!
—¡¿Te gusta bailar o no?! —dijo apretando mis dedos. Dolieron.
—¡No lo sé! —A decir verdad, no me gustaba. Hablar con sinceridad me fue imposible, pero también soltar alguna mentira.
—¡A mí me encanta! —logré distinguir una amplia sonrisa en sus labios.
Para mi desgracia, nos detuvimos en la misma mesa donde había estado con mis amigos una noche antes. Jongin se apoyó sobre ésta, acercándose peligrosamente a mí. Observé los ojos penetrantes, y la boquita de algodón.
—¿Quieres un trago? —Aunque no logré escucharlo, leí sus labios.
Asentí con la cabeza, y al instante salió corriendo hacia la barra, como si hubiera estado ansiando ese momento. Intentando tranquilizarme, me senté. Aproveché entonces para echarle otro vistazo. La figura era hermosa, podía distinguirla entre todas las demás. Y es que no solo se trataba de las proporciones correctas (lo había comprobado ya) ... era la manera de andar, de moverse. En contra de mi voluntad, comenzaba a idealizarlo, aunque la situación no fuera ni ligeramente cómoda o siquiera estimulante.
Llegó siguiendo el ritmo de la música con sus caderas, y me ofreció una incitante bebida azul. Él tomó la suya de un trago; se sentó con una pierna de fuera, como listo para levantarse en cualquier momento. Esperó a que yo bebiera la mía imitándolo, pero lo cierto es que no solía tomar con prisa el alcohol... era fácil que me embriagara, por lo que estaba acostumbrado a hacerlo en sorbitos. Aguardó paciente. Platicamos banalidades con dificultad, debido al estruendo. Cuando acabé, Kai se puso de pie y me tendió la mano.
—¿Bailamos?
En menos de un segundo, todos los problemas e inseguridades que podía experimentar recorrieron mi mente: No me agradaba el lugar, no sentía confianza al situarme en la pista, no sabía bailar, ¡ni siquiera era tan guapo como para que mi torpeza se viera compensada! No le agradaba a Jongin, y hacer el ridículo ante su persona resultaría la peor calamidad que me hubiera ocurrido en mucho tiempo. Al final, pues, negué con la cabeza. Y la tragedia ocurrió de igual forma, sin siquiera arriesgarme.
Él me miró molesto, quizás decepcionado. Su irónica sonrisa de lado terminó por atravesarme. Tomó aire, se peinó los cabellos, y anduvo solo hasta la pista de baile.
Sobé mis sienes, nunca había sido tan idiota en la vida. ¿Cómo le narraría semejante estupidez a Baekhyun sin que éste me estrangulara en medio de un ataque de pena ajena? ¿Qué se suponía que debía hacer? ¿Irme y abandonar con la poca dignidad que me quedaba o... permanecer un rato admirando el panorama? Agradecí que el lugar estuviera oscuro; de lo contrario mucha gente habría presenciado al que en mucho tiempo fue el rostro más infeliz del planeta.
Sin embargo, por instantes dejé de lamentarme y me fijé en Kai. No le aparté la vista de encima. Le observé mezclándose entre las demás siluetas, con movimientos lentos, pero profundamente sensuales. A veces era azul; otras, morado o rojo, dependiendo de la luz. Luego desaparecía entre las sombras, para segundos más tarde revelarse en una nueva y fascinante posición. Los brazos alzados, como anhelando emprender un vuelo cósmico; acariciándose las hebras castañas, deslizaba sus dedos por el cuello ya perlado con gotitas de sudor. Los ojos cerrados, aquellos suaves labios entreabiertos. ¡¿Cómo podía resistirme ante semejante belleza?!
Y por si no fuera ya suficientemente torturado debido a mi propia estupidez, ocurrió... aquello.
Un hombre comenzó a bailar con él. Se miraron, fuego contra hielo. Sonrieron. Las manos ajenas le mimaron; aquel roce ardió en mi piel. El moreno apoyó ambos brazos sobre los hombros de su acompañante, y volvió a dedicarle una sonrisa de príncipe. Susurró algo en su oído. Recibió una caricia en el abdomen como respuesta.
Yo desvié la mirada, ¿qué demonios me hallaba haciendo? ¿Por qué mirarle de esa forma se sentía como todo un descubrimiento? Algo palpitaba en mi vientre, era... doloroso y placentero a la vez. ¿Acaso había despertado una naturaleza voyeur que hasta entonces desconocía? ¿O era simplemente que Kai me atraía mucho? Suspiré. Y cuando volví a echar un vistazo, mi ángel ya estaba danzando con una pareja distinta.
Esta persona se movía muy cerca, y en algún momento descubrí a Jongin refregándose de manera provocativa contra su pelvis. El sujeto poseía pleno acceso a los labios rojos; noté cómo los saboreaba aún sin probarlos. Y yo... ¿yo? Me sentía como una roca aplastada en alguna recóndita esquina. Supongo que la mismísima Envidia, aquella que devora su corazón y posee serpientes en la cabeza, escupió su ponzoña por primera vez en mí aquella noche. Y lo más gracioso de todo, es que no era el único. Vi cómo hombres y mujeres le admiraban; parecían tan cautivados como yo, drogados bajo el influjo de sus genuinos encantos.
De hecho, analizando con detenimiento la escena, en ese instante los primeros destellos de aquella manía tan suya, amada y destructiva, brillaron ante mí. Era evidente... le gustaba llamar la atención, que la gente volteara a mirarlo. ¿Qué tan profunda sería esa afición de modo que, ebrio, cuando el subconsciente le dominaba, desnudaba su cuerpo ante ojos extraños? Permanecí acariciando la orilla de mi copa, pensando en tonterías como esa.
Pero desperté. De hecho, estaba a punto de irme, agotado y vencido ante las circunstancias, cuando le vi en un tercer par de brazos con la mirada clavada en mí. Así es. De la manera más vil y perversa, presumía sus obscenos placeres como diciéndome: «¡Mira de lo que te has perdido!»
No pude soportarlo más, era una situación demasiado mierda como para prolongarla. Me puse de pie, devolví en la barra el par de copas que podían quebrarse en cualquier momento, y me dispuse a salir. Fue en ese instante que Kai se aproximó a mí, acompañado de un rubio artificial, y sentenció:
—Nos vamos.
Hubiera deseado replicarle: «Por supuesto que me largo, con o sin ti, cretino asqueroso», pero solo alcancé a decir alguna estupidez sumisa debido a mi muy inoportuno corazón traicionero que se alegró por tenerle cerca otra vez.
—¿Él viene con nosotros?
—No, tú vienes con nosotros.
Efectivamente, en cuanto estuvimos afuera, en el callejón, el extraño comenzó a llenar los labios y el cuello de Jongin con besos pegajosos. Escuchaba las risas del moreno, suplicando que soportara un momento más. Me di la vuelta, por supuesto no iba a hacer un mal tercio allí. Sin embargo, escuché aquel grito...
—¡Oye, Kyungsoo, piensa rápido!
No terminé de volverme, cuando una cajetilla de cigarros voladora impactó contra mi hombro, rebotó y terminó por caer abierta al suelo. Miré molesto al tipo que la había lanzado. Estaba allí, siendo devorado. Vertiginoso, agregó:
—¡Te dije que te invitaría uno, pero puedes llevártelos! ¡Hasta luego!
La sonrisa cínica me lastimó, negarlo sería ridículo. Esa sucia escena en general me llenó de bilis, ¿es que ni siquiera sobrio tenía pudor? Cualquiera además de mí podía ver cómo el chico comenzaba a inclinarse ante la bragueta del otro sujeto. Decidí desenfocar cosa tan horrible, y en cambio ver la cajetilla color rosa, fina, tendida en un charco de agua. Sabor maple, logré distinguir.
Curioso, tragándome el orgullo como un perro que recoge las sobras, tomé el objeto entre mis dedos. Quizás fuera posible rescatar algún cigarro, dejar que se maltrataran en su totalidad sería un crimen.
Emprendí entonces la vuelta a mi habitación con Baekhyun. Caminaba cabizbajo, sin pensar demasiado, porque en cuanto lo hiciera explotaría. Pero las imágenes amontonándose en mi cabeza me traicionaron.
—¡Maldita sea! —Ridículo, iracundo, aventé con todas mis fuerzas la pobre cajetilla contra un basurero.
No contento, pateé los cubos y di un puñetazo contra la pared.
Un gato asustado salió corriendo. Mi mano dolió.
Pues, claro... ¿qué esperabas? ¿Cuáles eran tus expectativas? ¿Deseabas algo de él? ¿Qué, exactamente? ¿Un beso? ¿Una mamada? ¡No me hagas reír! Eres un estúpido, Kyungsoo, ridículo, imbécil aniñado. Madura de una puta vez.
De camino procuré no pensar, no pensar, no pensar. Me distraje viendo la luna reflejada en los charcos, exhalando vaho, tarareando alguna canción. Después miré arriba, al cielo, donde los problemas humanos no existen. Y solo cuando me adentré a la habitación al tiempo que Baekhyun encendía la luz, me permití sollozar por tres míseros segundos.
—¡Bienvenido, Ky...! —El pícaro gesto pronto se transformó en uno angustiado—. ¿Qué te pasó?
Las blanquecinas manos de mi amigo me tomaron, y se dedicó a lamer mis pequeños raspones mientras yo le narraba todo lo ocurrido las últimas 24 horas. Nos enredamos en un capullo de sábanas lo suficientemente cálido para refugiarnos de la descendente temperatura que se colaba aun por la ventana cerrada.
—Es la una de la mañana y la fiesta terminó temprano para mí. Seguro él ahora se encuentra en pleno clímax —susurré quejumbroso en la oscuridad.
—Ya no pienses. Mañana te ayudaré. —Mi amigo, adormilado, le restó importancia mientras acariciaba mi bruna maraña que a veces era cabellera.
—Dame un beso de buenas noches.
—Eres un manipulador, ¿lo sabías?
—¡Anda!
Con los labios de Baek presionando castamente sobre los míos, me quedé dormido.
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