SIN SALIDA (4/4)
Ver a Valeria en esa habitación y no poder abrazarla me partía el corazón, lo único que quería en ese momento era que mi padre me abrazara y llorar, pero sabía que con eso no arreglaría nada, el código Morse es una de las cosas más útiles que había aprendido en mi vida y me alegraba saber que Valeria también lo conocía. Tenía que recuperar ese pendrive, podía haberlo hecho mi padre, pero tendría que pedir permiso y rellenar papeleo, de esa manera si había policías corruptos enseguida llegaría a oídos del dueño de la farmacéutica y perderíamos nuestra ventaja.
La ropa la tenían en un laboratorio, todavía no la habían analizado, según parecía después de analizarla tenían que incinerarla para no correr riesgos. Me fijé que los expertos que entraban en ese laboratorio tenían tarjetas con distintos colores, verde, amarilla y roja. Espere un rato para comprobar cuál de ellas me proporcionaba mayor acceso, era la roja como intuía. Robé una bata, me puse unos lentes de pasta que solía utilizar en el pasado y me hice una cola de caballo. Pase al lado de un hombre que no me quitaba el ojo de encima, eso era bueno. De esa manera no pondría atención a nada más, conseguí robarle la tarjeta sin que se enterara.
Para entrar a esa sala todos tenían que ponerse un traje que tenía un tubo por el que les proporcionaban el oxígeno, tomé uno y usando la tarjeta entré. Esperé a que los demás salieran para poder hacer mi trabajo. Fue un momento muy tenso, pero por suerte las únicas dos personas que quedaban salieron. Me alegré de que ese traje me proporcionaba un anonimato total, con ellos puestos todos éramos iguales, pues no se distinguían los rostros. Sabía que no tenía mucho tiempo así que fui directamente al bolsillo oculto del que Valeria me había mencionado.
El pendrive estaba allí, pero estaría contaminado, si salía con él, las alarmas saltarían y todo habría acabado. Me fijé que, para salir de aquel laboratorio, teníamos que pasar por una pequeña sala donde rociaban una especie de niebla para descontaminar los trajes. Mi única salida era que aquella niebla descontaminara el pendrive sin destruirlo, no las tenía todas conmigo, pero ¿qué podía hacer?, me metí en aquella habitación, la niebla empezó a entrar por el techo, espere hasta que las luces pasaron de rojo a verde y salí, ninguna de las alarmas sonó, ahora esperaba que el pendrive funcionará correctamente. Volví con mi padre que no tenía muy buena cara, pero sabía perfectamente que, si queríamos salvar la vida de mi amor, las cosas se tenían que hacer a mi manera.
<Jamás entenderé como esta gente es capaz de dormir por las noches, cuando su riqueza se sustenta en el sufrimiento humano>. Mi padre consiguió convencer a sus superiores, por suerte estos también andaban detrás de esa farmacéutica, pero jamás habían podido demostrar nada. Me dijeron que, si esto era un truco y se la jugaba, me meterían en la celda más cochambrosa que encontraran, tirando la llave. Después me dijeron que no hacía falta que hackeara nada, que ellos cortarían la señal hasta que yo les diera la señal, para volver a encenderla.
Me estuve preparando durante algunos días, tendría que arrastrarme por unos conductos muy estrechos, me preocupaba que en un mal movimiento pudiera quedarme atascada. No sé cómo mi padre y sus superiores lo hicieron, pero me consiguieron un plano exacto de todos los conductos que llegaban hasta la caja fuerte. Y Llegó el día, tendría que escalar el edificio por el único punto ciego que me permitían las cámaras, una pared vertical con unos apoyos mínimos, solo podría apoyarme en las puntas de mis pies de gato y con las puntas de mis dedos.
Llegué a la farmacéutica, no tenía vigilancia humana, todo estaba automatizado. Que dependieran tanto de la tecnología era una ventaja para mí, <toda tecnología tiene puntos ciegos> solo había que estudiarlos y aprovecharte de ellos. Las cámaras tenían una secuencia de movimiento, además todo el alrededor de la farmacéutica era césped y arbustos con formas de animales. Simplemente, tendría que seguir la secuencia, aprovechando el momento que no apuntará para el sitio donde estaba para ir de arbusto en arbusto.
Suena fácil, pero los arbustos estaban lejos los unos de los otros, teniendo pocos segundos para llegar. Físicamente, estaba en mi mejor forma, pero me preocupaba llegar agotada a la pared, la ascensión de los diez pisos que tenía el edificio sería extenuante, prácticamente no tendría muchos puntos donde pararme a descansar. Poco a poco y con mucha paciencia fui llegando a la pared, en los últimos dos arbustos estuve a punto de ser captada por las cámaras.
— Pero mira a quién tenemos aquí— dijo el dueño de la farmacéutica.
No contesté, la verdad sea dicha que estaba bastante asustada, todos iban armados.
—Vienes a buscar esto, ¿verdad? — enseñándome una de las vacunas.
— Y qué si es así, es para salvar una vida.
— No creo que al juez le importe, que estás aquí para salvarle la vida a tu novia, eres una convicta reincidente, te vas a pasar los siguientes veinticinco años lamentándote de no haber podido salvar su vida— dijo mientras reía.
— Yo creo que me vas a dejar salir con vida de aquí— dije.
— ¿Y por qué no?, es la palabra de un empresario honrado contra la de una ladrona.
— ¿Honrado? Mejor vamos a dejarlo así.
— ¡Bueno! Me descubriste, sé que sabes lo que es esa bacteria y para qué quiero esta vacuna, las epidemias generan mucho dinero y será todo mío.
— ¿No te importan las familias que van a morir para hacerte más rico?
— Por qué debería de importarme, los fuertes pisan a los débiles— riéndose más todavía.
— Tú plan tiene lagunas, de momento la única con vida que se ha contagiado ha sido Valeria y está en un hospital.
—Qué poca imaginación tienes querida, existe gente necesitada en el mundo, capaces de hacer cualquier cosa por solucionar los problemas de su familia.
— ¡Explícate!
— Como no tienes, ni tendrás pruebas de esto, te explicaré, he infectado a algunas personas y estas están viajando a distintas partes del mundo, pronto la bacteria se extenderá y esos países necesitarán la vacuna.
¡Bingo! La confesión estaba siendo grabada, mi padre ya habría visto lo que habíamos hablado y estaría en camino para rescatarme, eso quería creer, si no estaría muy jodida. De repente se empezó a escuchar a gente que se acercaba corriendo a dónde estábamos, reconocí enseguida la voz de mi padre, esté apunto al dueño de la farmacéutica con su arma, ordenando que bajaran las armas. El dueño sabiéndose a salvo ordenó a sus hombres que hicieran lo que les habían pedido.
— Agentes no tienen una orden para entrar en mi empresa, tendré que llamar a mis abogados, algunos en unas horas estarán en la cola del paro.
— No hemos venido por usted, sino por una ladrona que ha entrado en su caja fuerte para robarle.
Me subí el pantalón, el dueño de la farmacéutica pudo ver la tobillera, mirando a mi padre sin entender nada.
— Como en este lugar se ha intentado perpetrar un robo, todo lo que se encuentre en él, pasa a ser una prueba— dijo mi padre con orgullo.
Fue mi padre quién me esposó otra vez, me sacaron de la farmacéutica y me metieron en el coche patrulla, sabía que un añito de cárcel no me lo quitaba nadie, pero era un precio pequeño por salvarle la vida a Valeria. Lo único que lamentaba era que no podría estar allí para cuando ella despertara, pero estábamos sin salida tenía que actuar, toda acción tiene su reacción y a mí me tocaba pagar las consecuencias, mire a mi padre y le dije.
— Asegúrate de que a Valeria le coloquen la vacuna— dije envuelta en seriedad.
— Tranquila, mis superiores se encargarán personalmente como pago por el sacrificio que has hecho.
— No, no te confundas, esto no es un sacrificio cuando lo haces por alguien a quién amas.
Antes de que la patrulla arrancara para llevarme a la estación de policía, pude ver la cara del dueño de la farmacéutica, dicen que la codicia rompe el saco, que se lo pregunten a él, era inmensamente rico y por querer más lo había perdido todo, cuando se supiera la verdad le caería una buena condena, porque me imagino que todos los países que él había elegido para crear la pandemia lo querrían juzgar.
FIN DEL RELATO.
Nota de autor: No suelo hacer epílogo en mis relatos eróticos, pero creo que la historia de Gabriela y Valeria lo merecían, así que aquí les dejo el cierre. Espero que les guste. 😉
EPILOGO
Han pasado un año y cuatros meses de condena que me impusieron por haber entrado en aquella caja fuerte, el haber colaborado con la policía fue una atenuante, pero igual me tuve que comer mi condenada. Hoy salgo por fin y voy a poder abrazar a Valeria, sé que la vacuna funcionó muy bien, se recuperó totalmente, según los médicos no le quedarían secuelas. Cuando le dieron el alta y se recuperó totalmente vino a verme junto a mi padre, estaba preciosa, más bella que de costumbre.
Nunca pedí un vis a vis, Valeria se merecía mucho más que un cuarto pequeño y sucio, tenía unas ganas locas de agarrarla a solas, íbamos a provocar terremotos. Por fin se abrió la última puerta, afuera me esperaban mi padre y Valeria. No pude contener las lágrimas al verla y poder abrazarla, Valeria también lloraba dándome las gracias, mi padre tuvo que separarnos para poder salir de allí, aquella noche fue muy especial para las dos, llevábamos más de un año de sequía y había que recuperar el tiempo perdido.
Esta vez mi estancia en la cárcel fue muy diferente, las presas se enteraron la razón por la que estaba allí, fue suficiente para que todas sin excepción me respetaran, aproveche ese año para estudiar las nuevas tecnologías que habían salido en mi campo, una vez fuera recupere mi trabajo. El hombre que me sustituyó era muy bueno, pero iba demasiado a la suya y terminaba haciendo las cosas como a él le daba la gana, cosa que a mi jefe le sacaba de quicio, no lo despidieron, trabaja conmigo y nos llevamos muy bien.
Cada vez que el jefe baja al taller para algo y le ve, le sale una úlcera, yo me parto de risa. La verdad que durante el año que estuve en la cárcel aparte de Valeria y mi padre, extrañé mucho el taller del museo, Valeria termino trabajando para el hospital donde la trataron, se encargaba de investigar las enfermedades exóticas. Lo único que lamentaba era que sus padres no estaban allí para trabajar a su lado, los extrañaba mucho.
En cuanto al dueño de la farmacéutica, todo se destapó, los periodistas se hicieron eco de eso. Sería juzgado en cada uno de los países donde envío a personas infectadas, no me gustaría estar en su pellejo cuando entrare en la cárcel, pues todos los presos sabrían que había intentado matar gente para hacerse más rico, además también tendría que pagar por las muertes de los padres de Valeria, por suerte a las personas que habían infectado se pusieron bien, después de inyectarse la vacuna.
Ahora me encuentro de rodillas en el mismo restaurante al que fuimos en su cumpleaños, con una Valeria dando saltos de alegría después de que le pidiera matrimonio, ninguna de las dos hemos tenido años fáciles, pero creo que hemos dado con la tecla correcta para ser las mujeres más felices del mundo.
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