Ceniza XXX. Rota

Había llegado la noche y con ella su regreso al bosque. El cuartel sería solo un recuerdo más. Los alumnos de Shirfain habían decidido hacer las maletas y volver a sus casas.

Nilo se había molestado en cargar con el cadáver de Arquio, entretanto Claythos sostenía el del otro guardián. Habían decidido darles sepultura en el bosque.

A la bruja, en un primer momento, le había parecido una muy buena idea que Arquio se convirtiese en un secreto del bosque, pero su mente guardaba unas voces que no quería dejar salir. Si lo hacía echaría todo el veneno que llevaba dentro sobre su hermana.

No había hecho nada. Absolutamente nada. El odio le corroía el corazón.

Habían apoyado los cuerpos en la fresca hierba, con esmerada delicadeza, como si se fueran a romper de un momento a otro.

—¿Qué hacemos con el diario? —inquirió Claythos.

—No creo que tenga mucho sentido leerlo ahora —argumentó Sena.

—Ya, para ti nada tiene sentido últimamente —se le escapó sin querer.

—Oye, Nilo. No te pases —dijo Drec.

—Te odio. Te odio, te odio, te odio. ¡Te odio! Te quedaste pasmada cuando más te necesitaba, hermana. Siempre dices que me estás protegiendo, pero no has podido siquiera valorar una vida humana. Y, aun así, estás pensando en devolverle la vida al hombre que mató a Maya.

Se le había escapado. Y nada pudo hacer para rescatar aquellas palabras salvo cubrir su boca, horrorizada. ¿En qué clase de monstruo se estaba convirtiendo?

«Perdón», pensó, pero no lo dijo en voz alta.

Y en ese mismo instante, le comenzó a doler la cabeza.

—Creo que lo mejor será que enterremos el cuaderno —añadió Drec, como si pretendiera dejar pasar lo que acababa de declarar la bruja.

Pero Sena no pasó por alto aquellas palabras.

—Hermanita, ¿qué te has estado guardando?

Su voz, aunque dulce y calmada, provocó una explosión en el pequeño corazón de Nilo. Confesó todo de lo que había sido testigo. Lo que había vivido con Arquio en la cueva, el secreto de la muerte de Maya, incluso les contó aquella vez en la que Kalam le había dado una bofetada por admitir que le tenía miedo. Eso había ocurrido en sus últimas visitas, cuando el padre de Claythos le pidió un mechón de su cabello que esta se había negado a darle.

Abrir aquel candado en parte la había liberado y en parte le había hecho sentirse miserable. Ya que, a fin de cuentas, era igual que su hermana. Se acobardaba en los momentos en los que hay que reunir más valor.

—Mi abuelo solía decir que enterrar los recuerdos en lo más profundo de ti solo hace que cargues con un gran peso de tierra encima —comentó Flopek.

La expresión de Claythos había cambiado. Miró a Sena. Su mirada era tan transparente como las aguas del río. Y a Nilo le hubiera gustado haber sido tan transparente como aquella mirada, y tan ingenua como la juguetona corriente.

—Sena —Nilo no ignoró el hecho de que hubiese dejado de llamar a su hermana «señora»—. Creo que no es buena idea resucitar a mi padre.

—No hemos llegado hasta este punto para nada, lancitas —soltó el demonio de ojos rojos.

—Me da igual. No quiero que vuelva. Sena, perdóname, pero aquí se separan nuestros caminos.

—No puedes irte, Claythos —tampoco lo llamó «siervo» o algo por el estilo—. Teníamos un trato. Conozco el conjuro de memoria, solo debo ponerlo en práctica.

—¿Y si hacemos que vuelva la naranja repulsiva? —opinó Drec— Supongo que a Nilo le hará más falta.

Hubo un breve silencio que semejó una eternidad.

—Solo si Nilo me lo pide —sentenció la Bruja Nigromántica.

La muchacha tragó saliva. Cierto, iba a necesitar a Arquio más que nunca. Lo sentía dentro. Muy dentro. Ella no era la única que lloraba su muerte.

—Pero incumplirías la promesa, hermana.

Seguía sin atreverse a mirarla a los ojos. Sena levantó el mentón de la joven.

—No te preocupes por eso. Serán unos pocos vahídos. Se me pasarán pronto.

—Claythos, ¿de verdad piensas renunciar a tu padre? —quiso saber la muchacha de cabellos castaños.

—Ese joven que yace en el suelo ha sido mi único amigo. Alguien a quien conocía realmente. Y alguien a quien tú has amado.

De los ojos de Nilo brotaban lágrimas como flores en una primavera en el bosque. Se limitó a asentir con la cabeza.

—Bien, pongámonos en marcha. Claythos, Drec, encargaos del diario y de Segte. Yo estaré en el claro para obtener los ingredientes precisos. ¡No tardaré!

Nilo contempló la sombra de su hermana desaparecer tras la maleza, acompañada de la espada refulgente.

Sonrió.

Se arrodilló sobre el cadáver del muchacho pelirrojo y acarició su mejilla. Estaba helada.

—Pronto estarás de vuelta. Con nosotros.

Recogió con cuidado el cuerpo de su amado en brazos. Se sintió rodeada en un cálido abrazo.

Notó algo dentro de ella misma que también sonreía.

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