Ceniza XXVIII. Rabia

Era la primera vez que Nilo veía a alguien morir. Aunque ya había visto sangre anteriormente. En el hacha de Kalam. Aquella tarde en la que descubrió que su héroe había aniquilado a su mejor amiga Maya y que se había excusado diciendo que se lo había ordenado Shirfain.

La bruja comenzó a marearse. Recordar aquello le provocaba náuseas. ¿Por qué debía guardar aquel secreto?

«Kalam, ¿por qué? Necesito librarme de él».

Pero el padre de Claythos no podía ser el malo, ¿o sí? No tendría que estar pensando en ello, sino hacer lo que hacían todas las criaturas mágicas. Culpar a Shirfain. Sí, todo era su culpa. Maya seguiría viva de no ser por él. Igual que Volga y su hijo.

Estaba algo asustada. Observó como Claythos se arrodillaba ante el cadáver del guardián y empezó a sacudirlo.

—¡Segte, despierta! Venga, siempre te quedas dormido en los momentos más inoportunos. ¡Segte!¡Levántate! Debes ir a ver a tu hermana, holgazán.

Su voz se cortaba por momentos. Entonces, Arquio se acercó al cuerpo.

—¿Qué has hecho, Caeran?

—Lo que debí haber hecho hace ya mucho tiempo. —Alzó la espada— Señor, espero que esto le sirva para demostrar mi lealtad.

Nilo no entendía nada. Ya le resultaba complicado comprender de qué les servía a los humanos acabar con los seres del bosque, pero ahora se le imponía un rompecabezas. ¿Por qué matarías a uno de los tuyos?

—Caeran, has obrado por tu propia voluntad sin que yo te hubiese ordenado nada. El libre albedrío es algo que no puedo tolerar. —Dirigió una mirada al hijo de Kalam— Dame eso.

Claythos, haciendo caso omiso a las palabras del guardián jefe, abrió el cuaderno. Antes de que Shirfain le reprochase su conducta se puso a leer.

Volga, todavía conservo un mechón de tu hermoso cabello en el cofre de madera. Sé que mis acciones me conducirán a un fatídico final. Aguardo ese momento para reencontrarme contigo en la Caja de los Dones.

Creo que me está empezando a gustar la falsa imagen que tienen de mí las demás personas. Seguiré con este espectáculo.

Nuestro hijo es cada vez más fuerte. Yo, por otro lado, continúo con la alquimia. Cada día intento perfeccionar el brebaje que convierte a los seres mágicos en humanos.

Te prometo que lo conseguiré. Por nosotros.

Cuando el guardián terminó de leer, Nilo vio las miradas consternadas de los allí presentes.

¿Por qué era aquello tan complicado? Se suponía que Shirfain era el malo, ¿no? ¿El hijo de Volga seguía vivo? Eran demasiadas preguntas.

—Genial, has echado todo a perder —se limitó a decir el jefe de los guardianes.

—¿Qué significa esto? —inquirió Claythos.

—Significa que yo debo ser el malo. Por ese motivo me he esforzado todos estos años. Por ser peor que el guerrero del lobo, lo cual es imposible cuando él ha matado a setenta y dos brujas y yo solamente a veintitrés. Cuando yo he amado a una bruja y él ha engañado a dos.

—¡¿Qué?! —Las palabras de Nilo abandonaron sus labios alarmadas, tras haber estado buscando una salida durante todo aquel tiempo.

Sena le hizo una seña para que se callase y dio un paso adelante.

—Eso es mentira, Shirfain —exclamó—. Kalam nunca haría daño a nadie.

Sin saber el motivo exacto, la bruja de cabellos castaños se echó a llorar. El peso de aquel recuerdo. Se vio a sí misma buscando a Maya para jugar. Ante sus ojos se erguía la figura de Kalam. Entonces, vio el hacha. Y acto seguido, la sangre.

No quería volver a aquel momento. Deseaba que todo aquello no fuera más que otra pesadilla. La voz de Kalam atravesó sus oídos una vez más.

«Será nuestro secreto, Nilo. ¿Me prometes que no se lo dirás a nadie?».

Ella había asentido. Recordó cómo había temblado aquella vez. Cómo al regresar a la cueva corriendo se detuvo para vomitar en un arbusto.

Es cierto, aquella noche había caído enferma. No fue capaz de comer en una semana y se sentía mal por haber preocupado a su hermana.

—Sal de mi cabeza— musitó.

A pesar de lo bajo que habían sonado sus palabras, Sena logró percibirlas. Maldijo el oído de su hermana.

—¿Qué ocurre, Nilo?

Era incapaz de confesar. Lo había prometido. Las brujas nunca olvidaban. Si incumplía su promesa enfermaría de nuevo. Y Kalam se enfadaría. Quizás su hacha también.

—Maya —susurró.

Los ojos amarillos de Nilo quisieron contemplar a Arquio. Ansiaban buscar un refugio en su mirada. Pero este no la miró.

—Caeran, ¡suelta el arma! —mandó el guardián jefe.

La bruja vio cómo el guardián la agarraba con más fuerza.

—Caeran, ¡obedece! —ordenó más alto.

—No.

—¿Cómo has dicho?

—¡He dicho que no!

Caeran se aproximó a Drec, que se apoyaba en el brazo de Arquio.

—¡Caeran, aléjate de él!

—Eres un jefe de pacotilla. ¿Me has oído? Te enamoras de una bruja y dejas con vida al bastardo. Aquí, en el cuartel de los servidores de la Esperanza, hay varios seres del Mal y tú estás tardando en ordenar que los matemos. No quiero servir a alguien como tú. —Apuntó con la espada al Degemonio— Aparta, zanahorio. Todavía te guardo estima por haber sido uno de los mejores cazadores de brujas. Únete a mí.

El joven pelirrojo dejó al demonio en el suelo y le propinó un puñetazo en el semblante al guardián.

—Eres basura.

Caeran intentó recuperar el equilibrio. Entonces, sonrió.

—¿Sabes? Me compadezco de tu novia.

—¿Por qué?

—Por esto.

En un rápido movimiento que duró menos que un parpadeo de Nilo, el guardián clavó su espada en el vientre de Arquio.

La bruja gritó y corrió hacia su amado.

—Nilo —La sangre salía de su boca como agua de un río—. No te acerques.

La muchacha tomó el cuerpo todavía con vida de Arquio en brazos.

—Sena, ¡haz algo! Por favor, sálvale.

Nilo escuchó unos pasos detrás de ella. Eran los de Shirfain.

—No debiste haberlo hecho, Caeran.

—¡¿Es que nadie va a hacer nada?! Arquio está herido. ¡Claythos!¡Drec! —La desgarradora voz de Nilo se transformaba en lágrimas que corrían por sus mejillas.

—No te preocupes.... Estoy bien, de verdad.

—¡No lo estás!¡Me vas a dejar sola! Arquio, te estás muriendo.

Los ojos del joven de pelo rojo se iban cerrando como el telón al acabar una función. Hasta que, finalmente, se acabó cerrando por completo.

Nadie hizo ni dijo nada. Solo los llantos de la bruja inundaban aquel silencio. En ese momento se giró hacia Caeran, y perdiendo por completo el control de sí misma se convirtió en loba.

Gruñía. Sus ojos amarillos reflejaban el más profundo odio. No se había sentido así desde lo de Maya. Pero esa vez fue diferente. No había necesidad de callarlo. De guardar el secreto con llave en lo más profundo de su corazón. No tenía por qué fingir como si nada.

Shirfain no era el culpable de aquello. Y por primera vez en su vida, Nilo sintió la venganza correr por sus venas, salir por cada poro de su piel, resoplar. Para luego volver a lo más insondable de su ser y estallar.

Se abalanzó sobre aquel que había sesgado dos vidas en menos de media hora.

La pelea fue casi tan feroz como ella misma. Se dio cuenta de que nadie tomaba partido. Los seguidores de Shirfain estaban alerta, pero quietos. Sus amigos un tanto de lo mismo.

Ya no era una batalla entre la Esperanza y Yaldeabab. Allí solo estaban Caeran y Nilo. La bruja vertió todo lo que había estado ocultando, todos sus secretos en sus colmillos que mordían al guardián.

Él también atacaba, la diferencia era la rabia. Cada célula de Nilo contenía una parte de esa rabia. Hirió con sus garras el ojo derecho de Caeran que se apartó con un jadeo y soltó el arma.

En ese momento, la bruja se sintió pequeña. En alguna parte de su corazoncito de bruja nacida de un sueño se escuchaban chillidos. Aullidos que señalaban que eso no estaba bien. Siempre había culpado a Shirfain, incluso de la muerte de Maya. Más tarde, tejió una red de protección hacia Kalam. Por último, Caeran se le antojaba la víctima, la diana perfecta para su odio.

Oh, no. Acababa de elegir el camino del odio. Ya no había marcha atrás. Ninguna parte le esperaba.

Aquella situación era ridícula, absurda. No había nada peor que el ser humano. Ahora lo entendía. Sin embargo, Arquio...

¿Por qué o por quién estaba luchando? ¿Por qué Shirfain no daba la orden de matarlos a todos?

Aterrizó en el suelo, cojeando. Tenía una pata herida. La lamió.

Observó como Caeran tomaba la espada. Aquella espada que había arrebatado tantos hálitos de vida. La levantó por encima de la cintura. Deslizó el arma en el aire, dando una vuelta. Y con ayuda de su filo cortó el cuello del jefe de los guardianes.

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