Ceniza XX. Retorno
Claythos había decidido no pensar en lo que estaba a punto de hacer. Entrar en el cuartel como un traidor, tanto de la Esperanza como de los seres mágicos, engañar a su anteriormente tan respetado jefe y liberar a su mejor amigo a quien se le había considerado uno de los mejores cazadores.
Por otro lado, no quería escuchar las quejas y jactancias de Flopek. Como cualquier Simemonio hacía honor a su fama. Tener la lengua muy larga.
—Ya veréis, en cuanto lleguemos allí les daré a probar un poco de mis puños —decía mientras lanzaba puñetazos al aire.
—Calma, enano. ¡Tú céntrate en hacer lo que te digamos y ya! —espetó Drec.
—El bosque está repleto de debiluchos como vosotros. Todo el día actuando según las órdenes dictadas. ¡Libertad! Como decía mi abuelo, el mundo es de aquellos que toman la iniciativa, aunque luego deban lamentarse por ello.
—Ya lo hemos entendido, Flopek. Tu abuelo era un hombre muy sabio —soltó Claythos con cierto aire sarcástico.
—Pero, ¿cómo pretendes hacerles daño con esas manos minúsculas? —inquirió el Degemonio.
—¿Has oído hablar del daño psicológico? Les contaré una vieja historia que solía contarme mi abuelo antes de ir a dormir, humanoide.
—Hablando de humanoides. ¿Piensas adoptar alguna forma concreta, Drec? —interrumpió el guardián.
El demonio de pelo blanco se detuvo en seco. Entonces, habló.
—¿Te acuerdas de nuestro primer encuentro, lancitas? —Claythos asintió, aunque con una mueca de enfado pues no soportaba el apodo que le había puesto la criatura— Como bien sabes, solamente puedo tomar la imagen de aquel humano al que he visto previamente. Por descarte, solo queda uno al que asemejarme, Kalam. Y hoy ha llegado la fatídica ocasión en la que romperé mi juramento de no adoptar su forma.
«Los seres del Mal nunca olvidan».
—¿Qué tenéis entre manos, rufianes? —quiso saber el Simemonio.
—Escúchame bien, lancitas. Has conseguido que la Bruja Nigromántica reviva a tu padre y has decidido regresar a tu puesto. Yo entretendré a Shirfain compartiendo sus anécdotas. En ese momento, tú te escabullirás. Irás a los calabozos, donde te esperará el enano con la llave y liberaréis al humano con complejo de cabello. ¿Entendido?
—¿Podemos dejar que Flopek se ocupe del vigía? —El guardián no se sentía del todo seguro.
—No subestimes las historias de mi abuelo, humano. Hacen estallar la mente de cualquier ser, sea o no humano —afirmó el Simemonio.
—Bueno, hemos llegado a las afueras del bosque. ¿Y ahora qué hacemos? —preguntó Drec.
—Eso dejádmelo a mí. —El humano introdujo dos dedos entre sus labios, los cuales emitieron un silbido.
Un carro conducido por caballos se posicionó justo delante de ellos. Claythos advirtió la conocida voz del cochero.
—¿Ya de vuelta, noble joven? ¿Cómo ha ido la expedición?
—Bastante bien, mi buen señor. ¿Cómo se encuentra su hija?
Los tres individuos entraron en el vehículo, a pesar de la desconfianza en un primer momento por parte de los demonios.
—He de admitir que estaba completamente equivocado con respecto a las brujas, don Ciel. Y para enmendar mi error preciso de su ayuda —confesó Claythos.
—Escucho, valeroso guardián.
—Quizá sea algo arriesgado y lo entenderé si se niega a tomar partido en nuestro problema. A todo esto, necesito que lleguemos lo antes posible. Cada minuto cuenta. Bien, ahora —continuó—, le contaré qué está pasando y qué es lo que tiene que hacer.
Así, el hombre que había comenzado su aventura como guardián en busca de una horripilante bruja, terminaba la misma en el mismo carruaje, mas con bastantes respuestas que gritaban en su mente que protegiera lo que era valioso para él. A Sena. A Nilo. A Arquio. A las criaturas del bosque. A su madre. A la memoria de su difunto padre.
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