Ceniza XVI. Sueño

Había transcurrido una semana. Arquio se levantó del catre intentando no molestar a Nilo.

Se sentía fatal.

«¿Cómo diablos lo has hecho con una bruja, idiota?».

—Y tú, no deberías fiarte de alguien como yo —le susurró, tapándola con la manta de algodón.

Arquio se puso su uniforme. No se había cambiado de ropa en toda su estadía. Y eso le hacía sentir miserable. Cuando estaba cerca de ella, ansiaba hacer trizas sus prendas del cuartel.

—¿Y qué si quiero hacerlo? —dijo una voz a sus espaldas.

El cazador se dio la vuelta. Nilo estaba detrás de él, cubriendo su cuerpo desnudo con la manta. Cuando estuvo a la altura de Arquio, le acarició el pelo. Parecía ser la única a la que no le importaba el color.

—Espera un momento, ¿cuántos años se supone que tienes?

—Pues en edad humana.... Digamos que fui concebida hace dieciocho años.

El muchacho suspiró, alentado. A partir de los quince no se consideraba negativo hacer ese tipo de cosas. Pero recordó algo que había olvidado, su voto de castidad.

—¡Maldición! —exclamó.

—¿Qué ocurre?

Se insultó para sus adentros por haber asustado a Nilo.

—Acabo de romper el celibato. ¡Y encima con una bruja!

—Ah, por esa parte no te preocupes. Yo no soy una bruja, soy Nilo.

—¿Cómo que no? Tus cabellos son rojos, eres capaz de de transformarte en un animal, vives en el bosque y eres amiga de los seres del Mal. ¿Qué otra cosa eres si no?

—Las brujas son producto de las pesadillas. Yo soy hija de un sueño.

—¿Un sueño? ¿De quién? —Arquio no acababa de creer en las palabras de la joven.

—Del mismo que quiere exterminarnos a mi hermana, a mí y a todos mis seres queridos. Del demonio de Shirfain —Nilo torció su gesto en una mueca de ira.

—¿Cómo osas llamar al jefe demonio? —Arquio no podía tolerar tal blasfemia.

—¿No son los demonios asesinos para los humanos? Pues ese hombre lo es para las criaturas mágicas. ¿Acaso no es malo aquel al que le divierte matar? ¿No es malo aquel que enamora a una bruja para luego matarla a ella y a su hijo?

Nilo rompió a llorar. Por un lado, confiaba en ella. Por otro, prefería pensar que era todo mentira.

—¡Te equivocas! ¡Shirfain jamás haría eso!

Arquio abandonó la cueva, iracundo. Se odiaba a sí mismo por haber traicionado a su orden, pero el sentimiento crecía por el hecho de haber sido el responsable del llanto de su compañera. No comprendía qué era aquel sentimiento de impotencia que ardía en sus venas.

—Vaya, mira quién se ha perdido.

El cazador volteó, sobresaltado. A sus espaldas se encontraba Caeran.

—¿Cómo tú por aquí? —preguntó Arquio.

—Shirfain me ha dado permiso para participar en la misión de los cazadores. ¿Te lo puedes creer? —comentó el guardián.

—¡Qué gran noticia! Eso significa que pronto llegaremos victoriosos al cuartel.

—¿Has atrapado muchos engendros? —quiso saber Caeran.

—Docenas —mintió.

—En ese caso, ¡brindemos por tu graduación, zanahorio! —exclamó, sacando del cinturón una cantimplora.

Arquio tomó el agua que le ofrecía su antiguo compañero. Sonrió.

—Está fresquita. Gracias, Caeran.

—No hay de qué, brujo.

El cazador de brujas empezó a sentirse mareado. Le pesaban los párpados. Intentó mantener el equilibrio para no caer, en vano. De pronto, todo era oscuridad.

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