Ceniza XIX. Odio
Sena se sentó frente a su hermana. Todavía le picaba la curiosidad por conocer la relación que había mantenido con aquel desconocido en su ausencia.
Por alguna razón, tenía miedo de preguntar. Nilo parecía extremadamente nerviosa.
—¿Y bien? ¿Quién es ese tal Arquio?
—Verás, es un viejo amigo de Claythos...—La joven bruja lanzó una tímida mirada a su hermana antes de continuar—. Tranquila, es uno de los nuestros. Tiene el pelo rojo. Aunque ha pasado la mayor parte de su vida en la ciudadela. Quizás te enfades al oír esto, pero... la verdad es que cuando estoy cerca de él siento...cosas —confesó.
—¿Cosas? ¿Qué clase de cosas? —inquirió la Bruja Nigromántica.
—Ya sabes. Las mismas que sientes tú cuando estás con Claythos.
Sena clavó su mirada en los amarillos ojos de su hermana. Esta hizo un gesto con las manos, implorando perdón.
—Es decir, que te has enamorado de un hombre al que acabas de conocer —resumió.
—Entonces, ¿reconoces que lo tuyo con...es amor? Vale, vale, ya paro. Algo así, no es del todo cierto. Confío en que es muy buena persona y que se preocupa por las criaturas mágicas.
—Se ¿«preocupa»? ¿De qué forma? —La mujer todavía no llegaba a creer que un viejo amigo de un antiguo guardián fuese de fiar. Mucho menos después de haber descubierto sus pasadas amistades en el cuartel.
—¿No me crees, hermana? ¿Acaso he de jurarlo por Yaldeabab? En ese caso, lo juro por la Diosa Ancestral.
Nilo raramente pronunciaba el nombre de la divinidad de las brujas, la cual no era más que un sacrilegio para los fieles a la Esperanza. Mucho menos hacía un juramento en su honor. La pelirroja hermana mayor suspiró.
—Supongo que he de creer en tu palabra. No hacerlo sería una ofensa a Yaldeabab.
El rostro de la pequeña bruja se iluminó.
—¡Gracias, Sena! ¡Te quiero, hermana!
Ambas se abrazaron cálidamente. Entonces, Nilo se apartó de los brazos de la Bruja Nigromántica.
—¿Por qué te has quedado? —preguntó— ¿No tienes ganas de hacer arder a Shirfain?
Sena se quedó estupefacta ante la inquietud de la joven.
—¡Por la Primerísima Diosa! Esa suerte de pensamientos no es propia de ti, hermanita.
—Puede que yo no sea una pesadilla, pero ese maldito asesino sí lo es.
Nilo apretó los puños.
—Debo quedarme contigo, pequeña. Sabes que he de protegerte —aclaró la mujer pelirroja.
—¡Pues cuando te fuiste de aventuras con el hijo de tu héroe me las apañé bastante bien, Sena!
—¡Nilo! —la reprendió.
—Lo siento. Lo dije sin querer. Pero es que aquel día... lo tenía al alcance de mis garras.
—¿Sigues pensando en lo que te dijo Kalam? —La Bruja Nigromántica dejó escapar una media sonrisa de comprensión.
—«El odio entre especies conduce a ninguna parte. ¿Es allí a dónde quieres ir?». Me da rabia, Sena. Me sigue dando mucha rabia. Yo no quiero odiar, solo quiero...
—Venganza —le cortó.
—No, justicia. Ese hombre que nos ha dado la vida se la arrebata a cientos de los nuestros. Y ahora se ha llevado a Arquio. Y tengo miedo, Sena. Yo no quiero ir a «ninguna parte». Claythos era guardián y ahora es nuestro amigo. Pero Drec desconfía de la espada de Arquio. No quiero odiar, hermana. Quiero llegar a alguna parte. ¡Quiero ser solamente Nilo!
La bruja de cabellos castaños resplandecientes comenzó a llorar, desconsolada. La hermana mayor no sabía qué debía hacer. Simplemente, permaneció quieta, callada. Inerte.
Una vez la muchacha se limpió las lágrimas con su antebrazo, Sena decidió romper su silencio. Le aterraba lo que estaba a punto de prometer, pero no quedaba alternativa.
—¿Quieres que vaya al cuartel? —Nilo asintió— Bien, iré. Mas, ten cuidado, hermanita. Pronto va a llover fuego.
La Bruja Nigromántica contempló la sonrisa de oreja a oreja de su hermana pequeña. Entonces, tomó la espada que habían encontrado no mucho tiempo atrás.
Se puso a andar hacia su nuevo destino. La muerte de su creador. La libertad de las criaturas mágicas.
—¡Espera! —exclamó a sus espaldas la voz de Nilo— Yo llevo la sombrilla.
Sena no le impidió que acudiese con ella. Su hermana se había hecho mayor y debía reconocerlo de una vez por todas. Nilo no era para nada tan ingenua como había llegado a pensar. Además, Yaldeabab era infinitamente más poderosa que la Esperanza.
«¿No es así, Kalam?».
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