Ceniza XI. Encuentro
Arquio había decidido rechazar la oferta de Kórea de quedarse a dormir un par de noches. Prefería dedicarse de lleno a la misión que le había otorgado Shirfain. No había tiempo que perder.
Según le había dicho la viuda de Kalam, Claythos había partido hacía ya dos años.
«Lo sabía. Lo he matado», se lamentó el cazador.
No muy lejos de la antigua aldea de su amigo se estaban realizando los preparativos para la Ceremonia de la Esperanza que se celebraría al día siguiente. Desgraciadamente, el joven se la iba a perder.
Por un momento su inquieta mente evocó las palabras que le había dicho Claythos cuando acababan de conocerse: «Algún día tú y yo bailaremos la jakta en la fiesta».
—¡Qué ocurrencias tenías, niño de Shirfain!
Arquio no pudo evitar dejar escapar una carcajada. Tardaría un tiempo en llegar al bosque.
En el camino miles de pensamientos acecharon su cabeza. Pero intentó vaciar su memoria en lo que quedaba de trayecto. Entonces, apareció en sus recuerdos el extraño cochero que lo había conducido hasta la casa de la madre del guardián. Él había conocido a Claythos.
«Un caballero bastante peculiar, la verdad. Se notaba que aprecia a su hija», se dijo Arquio.
Divisó los altos árboles en la distancia. Su destino se encontraba cada vez más cerca.
Una vez llegó al bosque al que tanto había deseado llegar en aquellas dos eternas semanas comenzó a caminar. Se adentró entre la maleza. Si quería cazar una gran cantidad de seres del Mal debía ir a su guarida. Al corazón.
Arquio se mantuvo alerta. Cualquier criatura podría acechar entre los arbustos y atacarle cuando menos lo esperara. Cada vez se alejaba más del pueblo y se hallaba más perdido en el interior de aquel bosque tan frondoso.
Por suerte, él no era un simple cazador de brujas. Si estaba allí en ese momento era para graduarse. Él era uno de los mejores cazadores. Y, probablemente, pronto sería el mejor.
Conocía perfectamente qué debía hacer, antes de nada. Buscar el río. Bingo.
Lo que vio allí lo dejó paralizado. Había una joven llenando un cántaro de agua. No había que ser muy listo para adivinar qué clase de criatura era. Una mujer en medio del bosque. Su cabello de un rojo claro, aunque casi castaño, recogido en una sencilla coleta.
«Una bruja».
El cazador se acercó sigilosamente. Su mano estaba preparada para desenvainar la espada de hierro. Solo un paso más.
La muchacha se dio la vuelta. Arquio se quedó paralizado.
—Lo siento. ¿Tú también vienes a recoger agua? —preguntó la joven haciendo ademán de sonrisa.
—Yo...
Arquio se sentía avergonzado. ¿Por qué? Tenía a la bruja a su alcance.
«Si tan solo fuese capaz de tomar mi arma...».
—Me llamo Nilo. Encantada.
Al decir esto, la bruja inclinó la cabeza y le entregó su mano al cazador.
«Qué ser más confiado. ¿Acaso no sabe que puedo acabar con su vida con un rápido movimiento?».
—Mi nombre es Arquio. El placer es mío —contestó él.
«¿Cómo que el placer es mío?»
El cazador no tuvo mucho tiempo de arrepentirse por haberle revelado su nombre. Ambos fueron interrumpidos por una voz.
—¡Aléjate de ella!
Arquio apenas consiguió ver lo que descendía de lo alto de un árbol. Lo único que llegó a distinguir fue una silueta. Cuando tocó el suelo pudo contemplar a la criatura que tenía delante. Parecía un hombre. Su cabello era blanco. Pero lo que de verdad llamó la atención del cazador fueron sus ojos. Rojos como la sangre.
«Un Degemonio», sentenció Arquio.
—Drec, ¡no te metas!¡Puedo valerme por mí misma! Además, ¿no ves que es uno de los nuestros? —Al decir esto, la muchacha pelirroja señaló al cabello del joven cazador.
El demonio se acercó a la bruja y la tomó de la mano.
—¡Iba a matarte, Nilo! Y te recuerdo que me han dejado a cargo de ti hasta que...ellos vuelvan.
Arquio todavía no se llegaba a creer la suerte que tenía. «Una bruja y un Degemonio. Shirfain estará orgulloso».
—¡Eso no es verdad! ¿A qué no, Arquio? —La muchacha clavó sus ojos amarillos en los del cazador, expectante.
—Ella tiene razón. No pensaba hacerle daño —mintió.
—Drec, por favor, vete. Estaré bien —afirmó la que se hacía llamar Nilo.
La criatura se lo pensó durante un instante. Al final, soltó la mano de la bruja.
—De acuerdo, Nilo. Estaré por aquí cerca por si necesitas algo. —Dirigió una mirada amenazante a Arquio—. En cuanto a ti, te estaré vigilando.
Un escalofrío provocó que el cuerpo del cazador se estremeciera. El Degemonio se ocultó entre los árboles.
La muchacha dio unos pasos hacia el joven pelirrojo.
—No le hagas ni caso. Es solo que se preocupa mucho por mí. Debes de estar agotado. ¿Quieres un poco de agua?
«No aceptes nada de lo que te ofrezca un ser del Mal. No dudarán ni un maldito segundo en arrancarte el corazón del pecho».
—Solo un poquito.
«¿Qué te crees que estás haciendo, insensato?».
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