Ceniza VIII. Culpa
Habían transcurrido dos eternos años desde que Claythos se había ido y solo Arquio parecía notar su ausencia. Le quedaba muy poco para acabar su formación de cazador y Shirfain estaba siendo cada vez más severo con él.
Era la hora de la comida. Aquel día tocaba sopa. La tomaba a los pocos, sorbiendo la cuchara con cierta desgana.
Los demás cazadores charlaban entre ellos mientras el muchacho de pelo rojo se acababa su tazón.
—¿A qué viene esa cara tan larga, brujo? —Caeran se sentó a su lado.
—¿Caeran? ¿Qué estás haciendo aquí?
—Tendré que conocer la zona de los cazadores, digo yo. Si no, nunca me acostumbraré a ella.
—Ah, es cierto. Se me olvidaba que te habías graduado. Enhorabuena —le felicitó el pelirrojo.
—Ya ves. ¡El mejor guardián en las patrullas nocturnas!
Hubo un breve silencio que interrumpió el guardián.
—Oye, Arquio, sé que sin Claythos todo esto es más aburrido. A mí se me hizo completamente tedioso hacer las guardias. Y Segte también lo está llevando bastante mal, sobre todo ahora que yo me uniré al equipo de los cazadores.
—¿Crees que, en estos dos años, Claythos hubiese conseguido llevar el uniforme de cazador? —preguntó Arquio, clavando su mirada en la mesa.
—Creo que hubiera sido más probable ver a Shirfain bailando la jakta con gallinas.
Los dos hombres rieron al unísono.
En cierto modo, Arquio ya había aprendido a vivir sin su amigo. A fin de cuentas, solo se conocían de poco más de un mes. Había estado toda su infancia solo, aprendiendo del jefe de los guardianes las artes de los cazadores. Entonces, ¿por qué le dolía tanto su ausencia?
—¡Qué casualidad! ¡Mira quién viene a vernos! —exclamó el guardián.
Shirfain se hizo paso entre la multitud. Iba directo hacia Arquio. Se detuvo justo delante de ellos.
—Es preciso que vengas a mi departamento, Arquio. Tenemos que hablar.
—¡Voy, señor! —dijo él mientras se levantaba.
Siguió al guardián jefe por los pasillos. Al llegar al despacho, entró primero el anciano, a continuación, entró el muchacho. Shirfain se sentó. Arquio hizo lo mismo.
—¿Para qué me necesita, señor?
—Pronto serás galardonado como uno de los mejores cazadores de brujas del cuartel, lo cual me llena de orgullo como tu mentor —sentenció el jefe.
—Y nunca podré agradecerle lo suficiente, señor.
—Como bien sabes, debes cumplir con una arriesgada tarea para conseguir tal objetivo, Arquio. Y, como soy consciente de lo bien que te he enseñado, te desvelaré tu cometido —confesó él.
—¿Por adelantado, señor?
—En efecto, tendrás algo de ventaja sobre el resto de tus compañeros, por lo menos en cuanto al conocimiento de la tarea. El encargo consiste en pasar una semana en las profundidades del bosque. Debéis demostrar que tenéis las agallas suficientes para sobrevivir en un lugar aislado y que sois capaces de hacer frente y acabar con el mayor número posible de seres del Mal.
El cazador de brujas se quedó atónito. No sabía cómo reaccionar ante la nueva. Shirfain pretendía abandonar a todos los cazadores en el bosque profundo. En el hogar del peligro. Donde acechaba todo mal.
—Señor, ¿en serio confía tanto en mí como para sobrevivir a tal misión?
—Por supuesto que sí, Arquio. Llevas grabado mi nombre en tu desarrollo como cazador. Te has convertido en uno de los mejores servidores de la Esperanza. No existe nadie mejor que tú para cumplir con tal encomienda.
—En ese caso, no le fallaré, señor. Volveré con un carro lleno de cadáveres de demonios... y de brujas, claro —aseguró el pelirrojo muchacho.
—Así me gusta, Arquio. Además, este no es el único motivo por el que te lo he revelado con antelación. El bosque está cerca de la aldea de Claythos. Sé bien que era tu mejor amigo. Quizás puedas hacerle una visita.
El joven ya había adivinado que el nombre del guardián novato estaba detrás de todo. Aun así, Arquio sabía cuáles eran las intenciones de su amigo. Y también sabía que lo más seguro era que se hubiese convertido en comida para los demonios hacía ya mucho tiempo.
Cuando salió del despacho volvió a su entrenamiento. Shirfain le había permitido saltarse el ejercicio de aquel día, a raíz del trayecto que debía recorrer al día siguiente, pero Arquio prefería aprovechar sus prácticas para estar lo más listo y capacitado en aquella misión casi suicida.
Al caer la noche, se dirigió lo más temprano posible a su catre. Debía estar bien descansado y con las fuerzas necesarias. Ese día soñó con Claythos. Le culpaba de su muerte.
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