Ceniza IX. Baile
Sena estaba rellenando un cántaro de agua del río. Hacía dos años que aquel humano había osado entrar en su cueva. La verdad era que había hecho bien en no matarlo. Era un buen siervo, dócil y obediente.
Las aguas del río eran claras, transparentes. Le recordaban a Nilo, siempre tan confiada. A veces, solo a veces, deseaba ser tan ingenua como ella.
Lo bueno de las profundidades del bosque era que no importaba el día, ya que apenas asomaba la luz del sol. Siempre y cuando se cubriese la cabeza, no habría peligro.
En aquel tiempo Sena había aprendido a convivir con Claythos. No parecía una mala persona, si bien era algo cansino a ratos.
Siempre que se enfadaba con él, Nilo intercedía y a ella no le quedaba más opción que ceder a la voluntad de su hermana. Kalam era distinto. Él era bondadoso con todo tipo de seres.
—Todavía estáis buscando el artefacto, ¿verdad?
Sena se giró rápidamente. Miró hacia arriba. Drec estaba subido a la rama de un árbol.
—¡Drec! ¿Ya estás otra vez haciendo acrobacias? — La bruja sonrió.
—Es raro que tú bajes la guardia, Sena. Sí que estás cambiando —comentó el demonio mientras descendía por el tronco.
—¿Cambiando? ¿Yo? No estoy para bromas en este instante.
—Da igual. ¿Qué te estaba diciendo? Ah, sí. ¿Aún no disteis con el artilugio? —retomó Drec.
—Lo cierto es que no, pero estamos haciendo todo lo posible por hallarlo.
—¿Todo lo posible? ¿Estás segura de que no estás tratando de alargar tu tiempo con el humano?
—¿Qué insinúas, que me interesan los humanos? —Sena levantó las dos cejas.
—No es ninguna novedad. Has de reconocer que el guardián no es el primero. Tú también admirabas a Kalam. Era tu héroe.
—Tampoco vengas a hablarme de mi gusto por los humanos cuando tú mismo adoptas su forma.
—O sea que no lo niegas.
El Degemonio acercó su mano al pómulo de la bruja. Esta apartó su brazo antes de que sus dedos rozaran su mejilla.
—No juegues conmigo, demonio. O atente a las consecuencias.
Drec mostró una sonrisa de oreja a oreja antes de correr entre la maleza.
La Bruja Nigromántica tomó el cántaro y se dirigió a su gruta. En la entrada se encontraban Nilo y Claythos, tomados de ambas manos y moviéndose en círculos.
—¿Se puede saber qué estáis haciendo?
Ambos se soltaron. Su hermana se defendió.
—Me estaba enseñando a bailar. Cada año los humanos celebran una fiesta en la que hay música y bailes. ¿Podemos ir, hermana?
—Nilo, definitivamente no estás en tus cabales. ¿Cómo se te pasa por la cabeza querer ir a un lugar repleto de humanos?
—Pero, Sena, bailar es maravilloso. Mira, te lo demostraré.
La joven bruja se puso a danzar con sus torpes pasos. Su claro pelo rojo se movía al son de la música que parecía sonar dentro de su mente.
Sin esperarlo, Sena sintió las manos de su hermana tomar las suyas y llevarla al ritmo de su compás.
Un paso adelante. Otro paso hacia atrás. Vuelta. A un lado y al otro.
«¿Qué clase de magia es esta?», se preguntó la Bruja Nigromántica.
Entonces, se detuvieron.
—¿Te ha gustado? Ese era un baile de parejas. Claythos también me ha enseñado uno individual, la... ¿jeska?
—La jakta —corrigió el muchacho.
—¡Eso, la jakta! ¿Quieres que te la enseñe, hermana?
Sin darle tiempo a responder, Nilo inició otra danza.
—Es muy sencillo. Atenta. Manos en la cintura. Salto adelante. Salto atrás. Extiendes el brazo a un lado y luego el otro al lado contrario. Y repites —finalizó la bruja.
—Pues sí que es simple —concluyó Sena.
—¡Inténtalo! —la animó su hermana.
—No sé yo...
—Nilo, ¿quieres que hagamos un instrumento? —le preguntó el guardián.
—¡Sí! —exclamó la joven.
—Bien, vayamos en busca de cañas.
El hombre y la muchacha se alejaron bosque abajo. Sena permaneció quieta en el mismo sitio. Suspiró.
«Salvada».
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