Ceniza III. Sempiterno

—¿Te lo ha contado Segte? —inquirió el nuevo.

—Primero, no respondas con otra pregunta. Segundo, no me lo ha contado Segte, sino Shirfain. Y tercero, ¿se lo has contado a otra persona antes que a mí?

—Pues claro que me voy. Seguro que Shirfain ya te ha contado el motivo. —Arquio asintió— Se lo confesé a Segte en un momento de desesperación.

—Comprendo que tengas que apoyar a tu madre en su dolor, pero no tienes por qué sentirte así, Claythos.

—¡¿Cómo que no?! ¡Mi padre ya no está, Arquio!

—Escucha, Claythos. Esto es un secreto. Prométeme que quedará entre tú y yo.

El guardián no entendía nada, por lo que se limitó a asentir, confuso. El cazador prosiguió.

—Conozco una forma de hacer que tu padre reviva, pero no será fácil.

—Hasta aquí hemos llegado. ¡Fuera de mi habitación! ¿Has perdido la cordura?

—Por favor, Claythos, necesito que me creas. Existe una bruja a la que todo cazador está ansioso por dar caza. Ella es sigilosa como la noche misma, desconfiada y muy habilidosa y, además, es la única que conoce el hechizo capaz de activar una reliquia que devuelve la vida a los muertos. Debes tener cuidado porque es tan poderosa que es una de las brujas más peligrosas que hayan existido. Se la conoce como la Bruja Nigromántica —informó Arquio.

—¿Estás diciendo la verdad? No desconfío de ti y lo sabes, pero no puedo creer una historia tan inverosímil.

—¿Acaso te he mentido yo alguna vez? Es tan real como mi cabello rojizo. Mañana visitarás a tu madre y permanecerás con ella los días que hagan falta, mas debes partir en busca de esa bruja. Solo te pido un favor. Cuando cumpla tu deseo, si logras convencerla, y tu padre reviva, tráemela y deja que sea yo el cazador de brujas que se lleve el premio. ¿De acuerdo? —Arquio le entregó su mano.

—Trato hecho —afirmó Claythos, dándole la suya a modo de pacto.

Aquella noche, el guardián fue incapaz de dormir. No paraba de pensar en su padre y en lo mal que se encontraría su madre.

A la mañana siguiente se reunió con los compañeros por quienes más aprecio sentía.

—¿Te vas, novato? —Caeran todavía estaba incrédulo, no había digerido la nueva del fallecimiento del hombre que salvó la vida del jefe de los guardianes.

—He de hacerlo. No os preocupéis, regresaré en poco tiempo.

—No es eso. ¿A quién voy a incordiar yo en tu ausencia?

—Siempre te quedará Segte —rio Claythos.

—Eh, ¿por qué yo? ¿Qué hay de Arquio? —protestó un indignado Segte.

—A los superiores no se les molesta, guardianes —añadió Arquio antes de soltar una carcajada.

Claythos solo podía esperar que nadie se metiera con su amigo mientras no estaba. Sabía que comería solo, que nadie le haría preguntas sobre seres del Mal y, sobre todo, que volverían los comentarios sobre su cabello.

—Os echaré de menos, chicos. —Dio media vuelta. Shirfain estaba frente a él.— Muchísimas gracias por todo, señor. Ha sido como un segundo padre para mí.

El guardián jefe lo abrazó.

—Y tú has sido el hijo que nunca tuve. Ve en paz y vuelve cuando la lluvia haya amainado.

Claythos subió al carro. Con la orden del cochero, los caballos comenzaron su rítmico trote. No había vuelta atrás. En su destino lo esperaban una madre totalmente rota, un hogar sin vida y una posibilidad de cambiar el fatídico sino, la Bruja Nigromántica.

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