Capítulo 22

Raúl era del tipo de persona que no expresaba lo que sentía con palabras bonitas ni nada por el estilo, siempre fue su mirada la que hablaba por él, sus besos y sus manos las que me hacían sentir todo lo que llevaba dentro. Hasta cierto punto eso era bueno, sin embargo, a veces necesitamos oír lo que las personas sienten por nosotros; así como también es necesario expresarlo. Todo no puede basarse en gestos, las palabras son y serán siempre necesarias.

Por esta vez le permití transmitir su anhelo por mi mediante su mirada, sabía que para él estaba siendo difícil también. No soy una egoísta de mierda que no comprende la gravedad de la situación, soy una víctima y creo que Raúl también, en cierta medida. La situación era esa y cómo la afrontaríamos era nuestro principal problema, todos éramos adultos y lo suficientemente maduros como para entender que había que esforzarse por mantener esto o directamente mandarlo todo a la mierda.

-También te extrañé. –Mi voz fue un susurro, no quería romper este momento de tregua entre ambos. Hacía varios días que ni siquiera lo había visto y me dolía tanto eso que me permití dejarlo entrar al menos por un momento.

Sus ojos llenos de lágrimas me desarmaron y también sentí cómo los míos se humedecían pero la impotencia de saber que esto lo había elegido él y que solo él podía solucionarlo, hizo que reaccionara y volviera a desplegar toda mi coraza dejando atrás ese momento de flaqueza. 

Me levanté del sofá y pasé mis manos bruscamente por mis ojos para evitar que las lágrimas salieran a traición, no quería llorar y menos delante de él.

-¿Qué pasa? –Mi gesto lo descolocó. Me miró fijamente y su rostro era de desolación, jamás lo había visto así de desorientado y perdido. Mi corazón se rompió otro poco, si es que eso era posible.

-Nada, solo que me cansa jugar a esto. A que hagas las cosas mal, me culpes, me alejes. –Hice una pausa para tragar el nudo que se empezó a formar en mi garganta. –Me dejes sola para que la tristeza me consuma, luego vengas me pidas perdón, a tu manera claro, y ya, pretendes que todo se va a solucionar así. Si eso es lo que piensas, estás equivocadísimo.

Su rostro se fue endureciendo poco a poco, si pretendía que iba a volver a la misma situación de antes pues lo lleva claro. No quiero que juegue conmigo como le venga en gana a él. Yo jugaba cuando yo quería y no cuando él lo pedía. 

-Eres difícil a morir. No eres capaz de flaquear ni un momento. –De la tristeza y la desesperación pasó al enfado y la impotencia, lo conocía demasiado y sabía dónde y cómo tocar sus puntos débiles.

-Soy igual que tú, pero en versión mujer. Y esa es una de las cosas que más te atrae de mí, o al menos eso me has dicho tú. Además, no puedes pretender obtener resultados diferentes, si sigues teniendo las mismas acciones. –Era momento de ponerse serios.

-Eso es lo que más me jode. Que seas igual a mí. A veces se me hacía tan jodidamente tentador que pensaras y actuaras como yo, pensaba que era una puta ventaja que tuviésemos lo mismos intereses, incluso que fuésemos tan iguales a la hora de follar, sin tapujos ni límites y que ambos fuésemos de opiniones fuertes. Eres la persona más interesante y jodidamente tentadora que he conocido en toda mi vida. Y a pesar de ser tan iguales siento que me falta un mundo por conocer de ti y eso hace que me vuelva loco, porque no tengo la remota idea de lo que esté pasando por tu cabecita.

Raúl se había levantado y a cada palabra se fue acercando a mí, de manera lenta y su mirada clavada en mis ojos, estaba siendo totalmente sincero y si le costaba trabajo hablar de lo que sentía, pues una vez que lo hacía, tenía la capacidad de enmudecer a quien lo escuchase. Justo como ahora. Él tenía toda la razón. Éramos demasiado iguales, y si bien en su momento fue una ventaja, ahora mismo nos jugaba en contra. Ninguno de los dos iba a dar su brazo a torcer, así que esta situación se podía volver insostenible para ambos. No hablé a lo que él continuó.

-No eres nada fácil y me cuesta lograr adentrarme en tu mundo. Además de que esta actitud tuya, tan a la defensiva, me jode muchísimo. Pero te entiendo y es que joder, también yo actuaría igual, yo también me encerraría en mi mundo para evitar que me lastimen y no sabes lo mucho que me duele ser yo el culpable de todo ese sufrimiento. Por eso no puedo juzgarte, porque tú y yo somos tan iguales que parece que salimos de la mismísima puta mala idea.

Joder, joder, joder. Hizo que las lágrimas se acumularan en mis ojos, la mirada se me empañó ante sus fuertes palabras. Jamás me había hablado así, tan desinhibido y directo.

Estaba demasiado cerca y sus palabras me atravesaban el cuerpo y el alma. Es que era él, nadie más podía reemplazarlo, era único y yo lo quería para mí. Y él no entendía que eso significaba que yo también sería completamente suya.

Me acerqué a él aún más, estábamos a pocos centímetros el uno del otro y mis ojos buscaron los suyos, como pidiendo permiso para acercarme, así como él estaba haciendo lo mismo. No queríamos espantar al otro o más bien ninguno se atrevía a dar ese paso definitivo.

-Me vuelves loca, no me dejas descansar de tantas emociones seguidas. Eres un puto caos que me revuelve todo y deja mi vida y mis sentimientos patas arribas. Cuando creo que todo está controlado, vienes tú con tus ojos color avellana y tu lunarcito sexy, a desbaratar  cualquier estrategia trazada por mí, para mantenerme fría y distante.

Le acaricié su cabello desordenado y luego coloqué mi mano en su barba, que estaba más pronunciada que de costumbre. Cerró sus ojos por un instante, como si mi caricia fuese lo único existente para él. Habló de nuevo.

-Ese es tu gran problema, Lorena. Quieres tener todo controlado y la vida muchas veces se trata de dejarse llevar.

Colocó su mano encima de la mía, que aun descansaba en su rostro y la llevó a su boca, besando mis nudillos uno a uno. Permitiéndome sentir la humedad y la delicadeza de sus labios, los deseaba, justo ahora deseaba besarlo.

-Es que no me puedo dejar arrastrar por ti. Porque pierdo la cabeza y el sentido, solo me centro en ti y no es lo mejor. No puedo dejar que me controles de esa forma. –Dije, tratando de ocultar mis deseos y desviar su atención. Fracasé estrepitosamente, él solo sonrió.

-Me gusta causar ese efecto en ti, porque sé que nadie más tiene esa capacidad de controlarte, solo yo. –A medida que hablaba, iba acariciando mi rostro, mi cabello, mis labios y yo cerré los ojos para poder sentir a plenitud. Éramos solo él y yo en este momento, nada más me importaba.

Estábamos tan cerca y tan vulnerables que nos miramos fijamente y sabíamos lo que necesitábamos hacer, ya sobraban las palabras y faltaba más contacto físico. Su mano derecha envolvió mi rostro y luego la llevó a mi nuca, levantando mi mirada para quedar más a su altura. Con la otra mano me tomó de la cintura y eliminó la distancia que nos separaba, haciéndome sentir todo es calor que emanaba de él e impregnándome con su exquisito olor. Y así, como si de una cámara lenta se tratara, poco a poco sus labios hicieron contacto con los míos.

Nos besamos de una forma tan delicada y suave, que sentía cómo cada una de mis terminaciones nerviosas se sacudía. Su lengua se hizo paso en mi boca con un poco de miedo al principio, pero luego fue explorando mi boca como si nunca antes nos hubiésemos besado. Sus labios suaves y deliciosos acompañaban a los míos en un perfecto compás, nadie me había besado así antes. Ni él mismo había logrado que sintiera tanto con un beso así.

Amaba a este hombre por sobre todas las cosas, la amaba tanto como me amaba a mí misma y eso para una persona tan independiente y orgullosa como yo, era muchísimo.

Este era el momento de decirlo, de lograr sincerarme de una vez por todas con él. Necesitaba responderle lo que me dijo hace un tiempo en aquel bar donde me dejó toda excitada sin siquiera tocarme y luego me dijo que me amaba. Nos separamos un momento y sonreí.

-¿Por qué sonríes? –Aún seguía abrazándome. También se contagió con mi sonrisa.

-Nada, me acordé de algunas cositas que nos han ido pasando en el camino hasta aquí. –Dije con una sonricita tonta.

-Miedo me das cuando sonríes de esa forma.

-De qué forma. –Lo miré con lujuria.

-Así, como me estás mirando ahora mismo. –Pasó su lengua por su labio inferior mientras me miraba con deseo.

-Tú tampoco te quedas atrás.

-No puedes ser el centro del mundo. –Usó un tono burlón.

-Habló el egocéntrico. –Respondí con el mismo tono que el usó.

Reímos juntos y por primera vez en mucho tiempo, nos sentimos relajados y cómodos. Nos sentamos en el sofá y quedamos en silencio, un silencio que no era incómodo, solo compartiendo un espacio y un momento juntos, mientras su cabeza descansaba en mi regazo con los ojos cerrados y le acariciaba el cabello. Estuvimos así un rato hasta que me decidí a hablar.

-Necesito decirte algo.

-Dime. –Permaneció con los ojos cerrados.

-Aquella noche en el bar, lo que dijiste, ¿era real? –No sabía cómo empezar, así que eso fue lo primero que se me ocurrió.

-De eso te reías. Pensé que nunca me dirías nada. –Abrió los ojos para mirarme fijamente desde abajo, tuve que bajar un poco la mirada para poder encontrar la suya, sin dejar de acariciarlo.

-Solo responde y ya. –Odiaba que me hiciera hablar demás, sabiendo que soy tan mala como él con las palabras.

-Sí, es verdad. Estoy enamorado de ti. –Esta vez me lo dijo relajado y muy seguro. Me sonrojé al instante.

-No pensé que lo dirías de esa forma pero me alegra que no salieras corriendo esta vez. –Se levantó de golpe y quedó frente a mi.

-¿Ya me vas decir o voy a tener que seguir sacándote las palabras? –Su rostro se tornó serio.

-Yo también te amo. –Solté sin más.

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