El silencio comenzó a extenderse, al igual que las pequeñas gotas comenzaron a mojar sus ropas, el aroma del petricor llegó a sus fosas nasales o era la geosmina lo que le llamó la atención. No lo sabía, el tiempo había pasado tan lento en aquel instante. Fue el trueno o la voz quebrada de Marinette quien le hizo volver a la realidad.

-Tu silencio me es abrumador, pero lo entiendo- Marinette, con el corazón en la mano, con todos sus sentimientos expuestos, se arrepintió. Se dio la vuelta para marchar a su hogar.

Fue aquel trueno que iluminó su mente, aquel que le hizo ver la verdad dentro de la ironía. Era ella, estaba seguro. Nunca le entregaría su corazón acelerado a una chica que no fuera la especial. Ladybug era fantástica, pero Marinette era única y ambas juntas era todo lo que necesitaba.

-Detente por favor- le tomó la mano, antes de verla partir, antes de que rompiera su corazón por completo.

-¿Qué sucede Adrien?- sus ojos denotaba la tristeza que abarcaba su corazón.

-¿Sabías que nueve de cada diez gatos eligen a Ladybug? Pues yo soy ese uno que prefiere a la chica detrás de esa máscara My Lady-.

Marinette abrió sus ojos sorprendida. Era él, el chico que un día lo conoció realmente bajo la lluvia lo vuelve a conocer en la misma situación. Se rió del mal chiste, típicos de él, típicos dentro su mundo especial de héroes, típico tan sólo entre ella y él, entre Ladybug y Chat Noir. Extendió su mano para acariciar las suaves hebras doradas.

-¿Sabías que uno de cada diez gatos hace los peores chistes de todo París, Chat Noir?-

-Pero son todos para ti, Marinette- Adrien se acercó a ella para acariciar su mejilla.

-Lo sé, y me encanta- susurró mientras cerraba sus ojos por el inexplicable placer que le causaba la calidez de Adrien.

Tan sólo necesitaban la magia de Cenicienta para estar juntos, como siempre debió ser.