Introducción.

INTRODUCCIÓN.

El atardecer empieza a teñir el cielo de Molaff de variados tonos naranjas y rosados, colores hermosos dignos de fotografía, pero son atardeceres que no puedo ver con mis propios ojos.

Miro por la ventana del edificio del Consejo de Magia, mirando los cristales que conforman nuestro cielo artificial que imitan los colores del cielo real. Por muy hermosos que sean nuestros cristales, nunca serán iguales a los verdaderos y eso es lo que siempre me duele saber. Nosotros, los hechiceros elementales, estamos condenados a vivir una vida oculta dentro de cuevas escondidas de los humanos por medio de un velo mágico, escondidos como ratas en la oscuridad, espantados de los gatos —los clanes— que intentan cazarnos por ser diferentes, por tener magia en nuestras venas.

¿Habrá algún día donde podamos vivir en paz, sin ocultarnos?

Todas estas cosas siempre rondan mi mente cuando llega el atardecer y los veo en los cristales, que poco a poco empiezan a llenarse de estrellas falsas mientras los cristales se oscurecen lo suficiente para indicarnos que es de noche, pero no tanto para dejarnos a oscuras.

—Elara —reconozco la voz de Proteo llamándome a mis espaldas, y me giro, dejando mis ensoñaciones—, ¿ya terminaste tus deberes?

—Hace más de una hora que despaché a mi último grupo de niños —le confirmo. En el Glaciar trabajo educando a los niños más jóvenes en el misterioso arte de la magia elemental, de nuestra magia: el poder de controlar el hielo—. Estaba mirando el atardecer antes de ir a la reunión con el Consejo.

—Tenemos muchos asuntos qué tratar —dice él. Su rostro refleja compasión, contrastando con su apariencia ruda habitual. Trago saliva imperceptiblemente, intentando mantener mi fría máscara de serenidad, pero las palabras de Proteo me hieren como dagas. Sé qué asuntos tenemos que tratar y son asuntos muy espinosos.

Los clanes aliados, la traición de nuestra antigua líder, June... y la traición de Rigel Dilthey.

—No me mires de esa manera, Proteo Bull —le digo con dureza—. No me mires como si me fuera a romper en pedazos, porque no es así. No soy una muñeca de cristal, puedo afrontar los últimos acontecimientos con paso firme.

Proteo inhala profundamente, mirándome con los ojos entrecerrados y alisando su nuevo uniforme de líder del Consejo: el fajín azul oscuro y su ropaje de tonos más claros, a diferencia de mi túnica azul claro y mi fajín color celeste, señal de que soy solo una consejera.

—Yo no he dicho que pensara que fueras débil.

<<No lo dijiste —digo mentalmente—, pero sé que eso es lo que estás pensando. Sé que todo el mundo piensa eso>>.

—Se está haciendo tarde —digo entre dientes—. Tenemos que irnos.

No espero a que él me responda, simplemente empiezo a caminar a toda velocidad por los pasillos de cristal y mármol hasta el salón del Consejo. Franqueo la puerta tallada con una corona y me apresuro a tomar asiento en la larga mesa de siete sillas: tres a cada lado y una más alta al final de la mesa, la silla del líder.

Miro a mi alrededor y observo a los otros consejeros que ya han llegado.

Zabrina, una hábil Ilusionista, me mira cuando me siento a su lado. Sus grandes ojos me miran con fijeza, pero no dice nada. Aprieto la mandíbula mientras Proteo toma su lugar en la cabeza de la mesa y finalmente llega Kiernan Winter, nuestra teletransportista, acompañando a nuestros dos nuevos miembros del Consejo: Ginovia Vonnie junto a otro hombre de edad mayor, de mirada dura y mueca de desagrado: Evener Veniro, un hechicero muy hábil pero también un eterno cascarrabias.

Ginovia ocupará el lugar de Proteo ahora que él debe asumir su deber como líder, y mientras tanto, Evener está reemplazando el antiguo lugar de Rigel Dilthey.

Aparto la mirada, prefiriendo ver a Proteo sentado en la cabecera. Parece cómodo y confiado, justo lo que necesitamos en un momento como ese.

—Puedo ver en sus rostros que no es un día feliz para ninguno, así que me ahorraré decir <<buenas tardes>> —dice Proteo con su habitual seriedad—. Me temo que esta reunión es importante, tenemos que tratar asuntos muy delicados para todos.

—Empezando por June y sus agallas para traicionar a toda su gente —dice Evener con su voz rasposa—. Esa vieja estaba pirada, ¿cómo pudo hacer algo así?

Zabrina se muerde el labio y Ginovia se remueve incómoda, pero yo sonrío. Por más que me desagrade Evener, no puedo hacer menos que darle la razón.

June Wheeler fue nuestra líder por más de cuarenta años. Sirvió fielmente a nuestra causa, nos cuidó y gobernó con dulzura y habilidad, logró darnos un hogar en el qué sentirnos cómodos y seguros de los clanes... ¿y para qué? Ella al final, con su poder de ver el futuro y borrar mentes, estaba trabajando en secreto con los Clanes de Hielo y Fuego para doblegar a los humanos y a los hechiceros. Oh, pobre June, que aún con su talento de vidente, no pudo prever que sería asesinada por una adolescente asustada que la empujó por un risco.

Esa adolescente, Snow White, nos salvó a todos.

Si June siguiera viva, es probable que el Glaciar no existiera. June le reveló a Snow su loco plan malvado: borrar la mente de hechiceros poderosos para rehacer sus creencias y hacerles creer que el enemigo —los clanes, quienes originalmente querían cazarnos en lugar de reclutarnos— eran los buenos y que deberían usar su poder para doblegar a los humanos a su voluntad. June intentó convertir a Snow en una de los suyos, pero Snow la mató antes. Eso nos dio tiempo, un muy valioso tiempo para decidir qué hacer a continuación.

—El Glaciar está a salvo de los clanes por el momento —asegura Ava—. Aunque June les haya revelado nuestro escondite, no lo encontrarán. Zabrina ha puesto un hechizo ilusorio sobre la entrada. Estamos a salvo.

—Sí, pero Rigel también es un traidor, y él era también miembro del Consejo, ¿qué nos asegura que no hay otros traidores entre nosotros? —cuestiona Evener, mirándonos con desconfianza... especialmente a mí—. Y, no es por nada, pero recordemos que cierta hechicera aquí presente era novia de Rigel. Ella tal vez sea una clannis también.

La acusación causa que me tense y debo apretar los puños para no convertir a Evener en un cubo de hielo. Toda la simpatía que pude sentir por él se ha borrado.

Zabrina jadea y me mira, preocupada. Sí. Ese es el tema que todo el mundo ha pensado, pero no ha dicho. No, no sobre que sea una traidora, sino sobre que Rigel es un miembro del clan y yo nunca lo supe. Hasta que fue demasiado tarde, hasta que se marchó sin decir nada.

—Él no era mi novio —digo entre dientes, clavándome las uñas en mis palmas. No. Rigel y yo no éramos novios cuando se marchó, pero tuvimos nuestra historia antes de eso. Y a pesar de que habíamos roto, seguía confiando en él y seguía siendo mi amigo. Y sí, en el fondo aún le tenía más cariño del necesario y saber que él todo ese tiempo era un traidor, que estaba del lado de los malos, que me llenaba de mentiras y engaños... Fue demasiado. En cuanto lo supe, solo empecé a llorar y a gritar, y a negarlo.

<<¡NO! ¡No es cierto, no es verdad, Rigel no, no, no, no!>>. Los ecos de mis gritos de aquel día resuenan en mis oídos. Proteo tuvo que retenerme de salir corriendo a pedirle explicaciones a Rigel, pero era tarde. Rigel no se despidió en persona. Solo dejó una carta para el Consejo en la mesa, haciéndonos saber su verdadera identidad...

—Elara no es una traidora —asegura Proteo, retomando el control—. Hemos revisado a toda la comunidad, nadie tiene la marca del clan.

—¿Y qué? Podrían ser traidores sin tener el tatuaje de los clanes —rebate Evener.

—Nadie aquí es un traidor —dice Kiernan, ofendida.

—¿No? Solo en las últimas semanas hemos descubierto tres traidores, ¡tres! Y dos de ellos eran Consejeros, ¡eran líderes! —exclama Evener, rojo de furia.

—Eso no convierte a todo el Glaciar en sospechosos —debate Zabrina.

<<Evener no culpa a todo el Glaciar —pienso, notando la mirada acusatoria que el anciano cascarrabias me lanza—, me culpa a mí>>.

—¡No soy como ellos, yo sí tengo la mente clara y sé cuales son mis prioridades! —A pesar de ser inmune al frío, puedo sentir que la temperatura de la habitación desciende rápidamente. Incluso puedo escuchar cómo mi magia se expande por el suelo, cubriendo la alfombra con hielo.

Evener alza una canosa ceja, mirándome con desconfianza.

—Discúlpame si no creo en la palabra de la amante de un traidor.

Los hechiceros de hielo que conformamos el Consejo somos especiales, diferentes: nuestro poder es más alto y las hadas nos bendicen con poderes nuevos. Pero para tener poderes nuevos debemos alcanzar un nivel alto de control y mucho poder.

En este momento, al escuchar esa frase en boca de Evener —<<amante de un traidor>>—, pierdo todo el control de mi alto poder. Abro los puños y rujo de enojo, liberando una ráfaga de vientos tormentosos que destrozan la mesa, Zabrina alza justo a tiempo una barrera que protege a cada miembro del Consejo, pero el resto del salón queda cubierto de estacas de hielo, destrozando los tapices y clavándose en el mármol. Cuando el huracanado viento se calma, todo queda cubierto por una pesada capa de nieve.

Ginovia permanece sentada con su habitual rostro sereno, Evener me mira con furia, Proteo parece listo para saltar en caso de que surja una pelea, Zabrina me mira boquiabierta y Kiernan parece preocupada. En ese momento, la alta puerta del salón se abre, interrumpiendo el silencio frío que se había asentado tras mi arrebato de furia. Veo por le rabillo del ojo entrar a Aslon, el miembro faltante del Consejo. Sus ojos grises se abren de sorpresa al ver el desastre de hielo que se ha desatado, con los escudos de hielo cubriendo a los otros Consejeros.

—¿Pero qué ha pasado aquí? —pregunta, atónito.

—La am...

—Elara tuvo un pequeño accidente de magia —interrumpe Proteo a Evener, poniéndose de pie y saliendo de la seguridad de su escudo—. Gracias por llegar, Aslon, aunque no pudimos esperarte más y empezamos la reunión sin ti.

Aslon traga saliva y golpea con la punta del dedo la estaca de hielo más cercana.

—Nunca me había sentido más feliz de haber llegado tarde a una reunión.

—Zabrina —Proteo se vuelve hacia la pelirroja—, por favor, saca a Elara de aquí y dale su noticia. Es claro que Elara necesita un momento para despejarse.

Noto cómo Evener me mira con petulancia y me rechinan los dientes. ¡Viejo cascarrabias, cómo desearía poder golpearlo para borrarle esa sonrisa de triunfo! ¿Realmente logré estar de acuerdo con él por un instante? No puedo creerlo.

Zabrina me pone una mano sobre el brazo, tirando de mí para obligarme a ponerme de pie. Dejo que ella me guíe fuera del salón del Consejo, cerrando la puerta tallada de copos de nieves y una corona. Una vez a solas, lanzo otro grito de furia y golpeo con un puño cerrado la pared, intentando liberar toda la ira que aún retengo dentro de mí.

Golpeo, golpeo, golpeo y luego... empiezo a sollozar, perdiendo la fuerza para dejar de lanzar golpes que solo lastiman mis manos y rompo en lágrimas. Zabrina me rodea con sus suaves brazos. Apoyo mi frente en su hombro, dejando salir todo lo que me agobia, todo lo que llevo conteniendo desde que Rigel se marchó.

—No soy una traidora —sollozo con voz entrecortada. Zabrina me acaricia la espalda con gesto maternal y dulce.

—Lo sé, Ela. Todos lo sabemos.

—Siempre he velado por el bien de mi pueblo, de mi gente —digo, limpiándome las lágrimas y zafándome del abrazo de ella—. Sé que mucha gente me mira con desconfianza, creen que yo sabía la verdad sobre Rigel y que nunca dije nada, pero si yo fuera sabido... Si fuera sospechado... Yo lo habría delatado. Yo habría elegido proteger al Glaciar.

—Lo sé, y Kiernan, Proteo y Ginovia también lo saben. Incluso Aslon. —Zabrina me mira con la confianza brillando en sus ojos turquesa—. No le hagas caso a Evener, ni a los otros. Tú confiabas en Rigel como nadie más y sabemos que su traición repentina te dolió, te enfureció. Pero también sabemos que no eres como él, ni como June. Tú eres leal, eres una excelente Consejera de los Hechiceros de Molaff. Además, eres el miembro que lleva más tiempo aquí, aparte de June, claro.

Logro esbozar una sonrisa.

—Gracias por llamarme vieja.

—Ambas sabemos que lo eres. —Me guiña un ojo y me río.

Así es, a pesar de tener la apariencia de una adolescente, realmente no lo soy. Cuando tenía veintiséis años, mi poder era extraordinario y me enfrenté a las pruebas de las hadas para que me concedieran un don, y el don elegido para mí fue la Inmortalidad. El término "inmortal" en mi caso significa que puedo autocurarme de cualquier enfermedad, heridas y de la vejez, lo que me concede una apariencia joven y sana. Incluso me veo mucho más joven que cuando me bendijeron con mi don. La autosanación me hizo lucir como si tuviera menos de veinte años, lo que hace creer a todos que soy una adolescente cuando en realidad tengo ciento catorce años. Sí, una verdadera anciana. Y llevo al servicio del Consejo treinta años.

—Y es esa confianza en ti la que nos ha hecho tomar una decisión. —El rostro de Zabrina se ensombrece. Me tenso. Oh, no. ¿Qué ocurre?

—¿Cuál decisión?

—Han pasado unos sucesos muy extraños en Falom, el país de los hechiceros de tierra.

—¿Y qué con eso? El Consejo de Falom se encarga de sus hechiceros, nosotros de los nuestros.

Zabrina sacude la cabeza.

—Esto es diferente. Se ha reportado magia de hielo.

Abro la boca con sorpresa, comenzando a entender.

—¿Hay un hechicero de hielo en Falom?

—Peor: hay un hechicero de hielo novicio en Falom, lo que representa problemas para nosotros. Este hechicero no sabe usar su magia y eso podría ponernos en riesgo.

Me recorre un escalofrío de solo pensar en que el secreto de la magia sea revelado al mundo entero.

No creo que los humanos normales estén listos para saber la verdad.

—¿Y qué haremos al respecto?

—Proteo ha dado una orden —dice Zabrina, luciendo repentinamente nerviosa y preocupada—. Y creo que no va a gustarte mucho.

—¿Qué?

—Proteo ha ordenado que un Consejero vaya a investigar la situación, consiga el hechicero y lo traiga a salvo con nosotros. Y ese Consejero... vas a ser tú.

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