Capítulo 14: Familia.
Capítulo 14: Familia.
Familia.
Es un concepto que todo el mundo conoce. El diccionario lo define así: Conjunto de ascendientes, descendientes y demás personas relacionadas entre sí por parentesco de sangre o legal.
El resto de las personas, lo definen como un lazo inquebrantable entre personas que amas. Normalmente hay una madre, un padre, quizá hermanos. Abuelos, tíos, primos... Incluso los amigos cercanos pueden volverse familia.
Todos tienen una familia.
Algunos no los aprecian mientras que los afortunados los tienen y los aman.
Y luego está el otro grupo de personas como yo: sabemos que tenemos una familia en algún lugar, pero no sabemos quienes son.
Así es. La razón por la que siempre evito hablar sobre mi familia es porque no sé quién es mi familia. No, no porque en mi niñez haya sido dada en adopción y no conozca a mi familia real, sino porque los he olvidado.
De hecho, todo lo relacionado con mi vida antes de ser Hechicera Avanzada y obtener mi don de Inmortalidad está borrado de mi mente. Ninguna de las personas que conozco saben de dónde provengo y por qué he olvidado todo. June Wheeler, la anterior líder el Consejo, tenía la teoría de que alguien había borrado mis recuerdos y solo un hechicero con el don de recuperar memorias perdidas podría recuperar la mía.
Pasé años deseando encontrar uno, hasta que al fin lo conocí.
A él, a mi mayor ilusión y mi mayor pesadilla. Rigel Dilthey.
Lo conocí desde que era un niñito y no dejaba de jugar con su mejor amiga Snow. Sabía quién era, especialmente porque no se trataba de un niño común. Rigel tenía mucho, mucho poder en sus pequeñas manos. A temprana edad ya sabía manejar su magia como un adulto, y esto le valió ganarse un don de las hadas tan joven y ser el miembro de menor edad en entrar al Consejo.
Con el pasar del tiempo nos hicimos amigos, y él conoció mi historia. Supo que mi mente estaba bloqueada por un velo que no me dejaba conocer mi pasado, ni saber de dónde provenía. El don de Rigel era borrar y recuperar memorias perdidas, así que se ofreció ayudarme a revelar el misterio tras mi pérdida de memoria.
Sin embargo, él nunca pudo acceder a esa parte de mis recuerdos.
Me dijo que evidentemente alguien me había bloqueado los recuerdos de mi juventud, pero que la magia usada no era la de un hechicero normal. Incluso podría tratarse de una especie totalmente diferente.
Esto me intrigó por años, y siempre quise entender de dónde salió mi brazalete de topacios con el dije de dragón de hierro, así como el mini tatuaje del carnero.
Familia.
Cada vez que pienso en estas dos cosas, pienso en la palabra familia.
En algún lugar de mi ser, sé que mi brazalete y el tatuaje están relacionados con mi familia perdida. Pero nunca supe cómo conectar los puntos entre estos dos misterios...
Hasta ahora.
Lo último que recuerdo fue aferrarme al enrejado de la mansión Ratliff para no caerme, fallando en el intento y desmayándome.
Al abrir los ojos, me encuentro en un sitio totalmente desconocido y a la vez... familiar. Estoy acostada en un diván en lo que parece ser una cabaña de madera. Todo lo que me rodea es antiguo, desde las alfombras hasta los cuadros de paisajes desconocidos. No hay fotografías ni nada moderno. Me levanto, mirando con detalle la cabaña iluminada con la brillante luz del sol. Me asomo por la ventana, viendo un gran jardín rodeado por un bosque. Alrededor de la cabaña hay varios senderos y me da curiosidad saber a dónde se dirigen.
—Tú sabes a dónde conducen.
Me sobresalto, girándome para encontrarme con una mujer de mediana edad con una canasta en sus manos. Tiene el cabello rubio platino y viste con una capa roja y muchos anillos y pulseras en las manos.
—¿Por qué me miras de esa manera tan rara, Elara? —pregunta la mujer con una sonrisa extrañada. Deja la canasta sobre la mesa más cercana, donde hay más canastas, todas llenas de cosas diferentes: frutas, flores, piedras...
—¿Leíste mi mente? —es lo único que se me ocurre decir. La mujer se ríe y se desabrocha la capa.
—No seas tonta, Elara, las brujas no leemos la mente.
—¿Brujas? —Me siento terriblemente confundida. Antes de que la mujer me pueda seguir mirando como si fuese perdido la cabeza, veo entrar a otra persona en la cabaña. Esta vez es un muchacho más joven, del mismo cabello platino que la mujer. También tiene una capa roja, pero no lleva nada en sus manos. Luce contrariado y alza las manos al cielo cuando exclama:
—¡Las escorpianas son peor peste en este mundo!
La mujer se ríe y yo frunzo el ceño.
—Vas a terminar casado con Eda, Eitelú —se burla ella, dirigiéndose hacia un florero para sacar las flores y reemplazarla por las nuevas.
—¡Que no te oigan las diosas! —se estremece el tal Eitelú—. Eda es una persona horrorosa, no te imaginas las blasfemias que ha dicho sobre mi hermana.
La mujer de nombre aun desconocido sacude la cabeza.
—Eda es igual a su madre Yelena. Ambas son escorpiones que les gusta presumir su veneno pero nunca pican. Ignóralas.
—¿A quién debemos ignorar? —Otro hombre aparece en escena, pero esta vez sale de una puerta cercana. Él es quizá de la misma edad que la mujer, y su cabello es de un rubio más dorado—. Telma, no me digas que estás hablando de las escorpianas.
—Eitelú empezó. —Se encoge de hombros Telma—. ¿Vas a algún lugar, Arttur? —le pregunta cuando él toma una capa igualmente roja y se la coloca.
—Voy a buscar a Elara a casa de Agnes. Ya sabes como es, se entretiene leyendo todo el día y se olvida de venir a casa con su familia.
—¿Pero de qué estás hablando, Arttur? —Telma arruga la frente—. Elara ya está aquí. —Me señala con un dedo, haciendo tintinear las pulseras cuando alza la mano. Arttur parpadea varias veces, mirándome con cierta confusión.
—¿Llegaste temprano?
—¿Llegar de dónde? —pregunto, confundida. Los tres pares de ojos me observan. Eitelú se acerca a mí, frunciendo más el ceño a medida que se acerca.
—Luces algo... distinta —comenta, más para sí que para mí—. ¿De dónde sacaste esa ropa, hermana?
—¿Hermana? —repito, retrocediendo un paso—. No soy tu hermana.
Mi reacción alarma a Telma, la cual da un paso hacia mí.
—Arttur ve con Agnes —le dice en voz baja al hombre, el cual parece entender de inmediato qué está pasando y sale corriendo de aquí—. ¿Quién eres tú, si no eres mi hija?
—¿Tu hija? —repito como un robot, sintiendo mi corazón acelerarse a toda prisa—. Yo... yo no sé... —Miro a todos lados, sintiéndome mareada. ¿Hija? ¿Hermana? ¿Quiénes son estas personas y por qué dicen que soy su familia?
—Madre, ella tiene el brazalete —murmura Eitelú, señalando mi mano derecha, donde aún tengo el brazalete de topacios.
—Y no es el único brazalete que porta —comenta la mujer, mirando la pulsera de caspitina. Sus ojos se abren—. Eres la verdadera Elara.
—Soy Elara —confirmo, necesitando sentarme y sin entender nada—. Pero... yo no sé quiénes son... ni sé dónde estoy... —digo, mirando la cabaña antigua.
—Madre. —Eitelú mira alarmado a Telma—. ¿Qué le han hecho?
—Han borrado su memoria. —Ella habla con calma, alzando una mano hacia mi con calma—. Elara, ¿qué es lo que recuerdas? ¿Sabes quién te hizo esto? ¿Fueron las escorpianas?
Sacudo la cabeza, intentando poner en orden mis ideas, pero siento un revoltijo de pensamientos inconexos. Sufro un fuerte mareo y debo apoyarme a la ventana para no caerme. Al mirar al exterior, veo un montón de niños jugando junto a mujeres —¿niñeras?— de capas rojas que los cuidan. Todos tienen un símbolo de carnero en sus capas y camisas.
¿Qué está pasando aquí?
—Elara, ¿qué le pasa a tu cabello? —Me giro hacia el muchacho desconocido que dice ser mi hermano. Eitelú, preocupado, extiende una mano para tomarme un mechón de mi pelo. El corazón se me desboca al ver en su muñeca el mismo tatuaje del carnero que tengo en mi hombro.
—¡Eitelú, no la toques! —grita Telma, corriendo para detenerlo, pero es tarde: Eitelú me toma el cabello y en ese momento todo se inunda en un gran resplandor que me hace despertar sobresaltada en un sitio totalmente diferente.
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