Capítulo 13: Aislada.
Capítulo 13: Aislada.
Subo a mi dormitorio un largo rato después. Busco mi mochila por todos lados, recordando que la dejé junto a mi mientras hablaba con Diamantina y sus hijas, pero ya no logro localizarla.
Escucho un suave toc, toc en la puerta.
—¿Quién es? —digo.
—Soy Sandra —responde su vocecita tímida.
—Adelante.
Ella entra, alzando sus manos y mostrándome que tiene mi mochila.
—Tengo tu mochila escolar.
—¿Por qué?
—Órdenes de mi señora —dice con tono de disculpa. Arqueo una ceja, sentándome en el borde de la cama.
—¿Acaso Diamantina quería saber si me he robado sus joyas?
Sandra sonríe un poco.
—Más bien quiso decomisarte tu teléfono.
Se me borra la sonrisa.
—¿Que ella quiso hacer qué? —Abro los ojos con desconcierto.
Sandra toma aire con profundidad.
—La señora Diamantina ha ordenado que se te vete de usar teléfono, computadora y cualquier otro medio de comunicación —me informa Sandra—. Y también ha prohibido que comas con nosotros. De ahora en adelante, debes comer en su habitación.
Gruño con frustración, no pudiendo creer lo ilimitada que puede llegar a ser la maldad de Diamantina.
—¿Algo más?
—La señora Diamantina ordenó que no puedes acercarte más a Oliver Morris y... y ha pedido que un guardia vigile tu puerta, para asegurarse que no escapes. Además, me ha destituido como tu criada. Ya no puedo visitarte, ni ayudarte en tus quehaceres. Mi único deber contigo será traerte la comida y retirar los platos al cabo de una hora.
—Claro, Diamantina quiere asegurarse que no vuelvas a dejarme salir de mi dormitorio. —O <<cárcel>>, mejor dicho.
—Así es.
—¿Es todo? —Alzo una ceja.
—Sí, es todo.
Asiento, guardando silencio por un momento para digerir toda la nueva información que me ha suministrado Sandra.
Al parecer, Diamantina ha optado por castigarme a mí y librar de toda culpa a Sandra. ¿Por qué será que no me sorprende tal cosa proviniendo de la principal partidaria del odio hacia los de mi especie?
—Disculpa que pregunte esto... —musita Sandra con timidez—, pero, ¿a qué se refería mi señora cuando me dijo que Oliver Morris no podía verte más por tu comportamiento inadecuado?
Suelto un bufido.
—Al parecer Poppie cree que intento robarle su novio.
—¿Por qué cree eso? —El ceño de Sandra se arruga con duda—. ¿Acaso ha ocurrido algo entre el señor Morris y tú?
Sacudo la cabeza cuando en ese instante varias imágenes acuden a mi mente, imágenes de Oliver a centímetros de mí, tan cerca que pude ver los diversos tonos verde lima de sus ojos, tan hipnotizantes como un mago de circo; tan cerca que pude detallar sus lunares oscuros salpicados por su rostro y cuello; tan cerca que pude apreciar el rosado de sus labios con su típica sonrisa...
—No ocurrió nada y nada ocurrirá —sentencio con firmeza, apartando la mirada al sentirme sonrojar por recordar ese instante en que Oliver invadió mi espacio personal y me invitó a ir a un partido de fútbol americano.
—Tus mejillas sonrojadas indican lo contrario —canturrea Sandra, acercándose a mí con saltitos como una niña pequeña, abandonando toda su timidez habitual—. Quiero saberlo todo, soy muy fan de las historias de romance.
Niego con la cabeza y me pongo de pie.
—No ha pasado nada, Sandra.
—¿Y por qué te sonrojas si no es así? —insiste.
Me dirijo hacia el tocador y me observo en el espejo, odiando mi sonrojo delator. Luego veo a Sandra y deduzco por su mirada pícara que no piensa olvidar el asunto. Suspiro al verme en un callejón sin salida y decido relatarle lo sucedido esta mañana en el colegio McIntyre.
Sandra escucha cada una de mis palabras con suma atención, como si se tratase del la mejor historia que ha escuchado.
—¡Que maravilloso! —exclama ella con un suspiro soñador—. Y ayer ambos exploraron la mansión... solos. —Alza las cejas en busca de una explicación. Pongo los ojos en blanco.
—No pasó nada —digo con firmeza y lentitud, para que cada palabra le quede bien claro—. Solo hablamos, aunque... —Recuerdo ese instante en que Oliver me ofreció la mano como todo un caballero para guiarme por el camino correcto hacia la entrada del pasadizo; aún recuerdo el cálido tacto de su palma contra la mía, y la forma en que dijo que tenía las manos frías—. Me tomó la mano para guiarme por la mansión.
Sadra da un gritito entusiasta.
—¡Es como mis libros de romance! ¡La chica y el chico que se conocen y se enamoran a primera vista!
—No me he enamorado de Oliver —replico al instante, volteándome para mirarla de cara—. Y esto no es ninguna historia de amor. Oliver tiene novia, y su novia es mi hermanastra, la cual me odia. Y su madre, mi madrastra, me trata como si fuese una presa en su mansión. —Llevo mi mano a la muñeca izquierda, donde el brazalete de bronce y caspitina me muerde la piel, bloqueándome mi magia; bloqueándome quién soy—. Oliver ama a Poppie, y yo nunca podría amar a alguien que está a favor de tales monstruos.
Mi respuesta llena de rencor deja sorprendida a Sandra.
—Pero ellas son tu familia —dice en voz baja, estupefacta.
—Que sean mi familia no significa que deban caerme bien.
***
Al día siguiente, el miércoles...
Al despertar siento como si fuese corrido toda una maratón alrededor del mundo. Me siento terriblemente agotada y la quemazón en mi muñeca me hace saber que mi estado decaído es por culpa de los agentes antimagia de la caspitina sobre mí.
Me levanto a duras penas y me cuesta mucho reunir energías suficientes para ducharme.
Sandra me trae mi desayuno temprano, lo deja sobre la mesa y se sienta a mi lado para hacerme compañía y charlar sobre un nuevo libro que está leyendo. Yo sé que en realidad quiere retomar el asunto de Oliver y yo, pero no me siento con ánimos de tocar ese tema de nuevo; arriesgándose incluso a romper las ordenes de Diamantina que le prohíben hablar conmigo.
Luego de diez minutos de hablar sin recibir respuestas de mi parte, Sandra se preocupa.
—¿Te sientes bien, Ela? —pregunta—. Luces algo... rara.
Esbozo una mínima sonrisa.
—Debe ser una simple gripe —digo, intentando disminuir sus preocupaciones, pero Sandra no se contenta con mi escueta respuesta. Ella se pone de pie y se acerca a mí como una madre preocupada, poniendo el dorso de su mano sobre mi frente.
—No pareces tener fiebre —anuncia, aliviada—, pero no creo que sea recomendable que vayas hoy al colegio.
Sacudo la cabeza.
—Debo ir —digo—. Apenas es el tercer día, ¿qué imagen daré si empiezo a faltar? —O mejor dicho: ¿cómo encontraré al novicio perdido si empiezo a faltar debido a mi ausencia de magia?
—No pasa nada si faltas un día —me anima ella—. Tu amiga Ágata no debe tardar en llegar, le haré saber que no podrás ir hoy al colegio.
—¿Hay alguna manera en que pueda hablar con ella? —pregunto. Ahora que no tengo teléfono, no tengo un modo de comunicarme con mi Consejo ni informarle mis avances.
—Ella no puede entrar en la mansión. —Ágata menea la cabeza de forma negativa.
—Entonces iré yo a verla —decido, poniéndome de pie con lentitud—. Serán unos minutos, hablaré con ella desde el enrejado. Luego volveré a mi dormitorio a descansar.
Ágata me mira dudosa.
—De acuerdo, puedes ir, si me dejas acompañarte.
Asiento.
—Muy bien.
Ambas nos dirigimos hacia la puerta, al abrirla nos topamos con un guardia de seguridad de dos metros que me mira con desconfianza.
—No puedes salir de tu habitación —dice con voz gruesa, amenazante.
—Voy a clases —replico, sujetando mi mochila en alto. Agradezco haber pensado en tomarla justo antes de abrir la puerta. El hombretón sigue mirándome desconfiado.
—Quiero ver tu horario.
Lo miro con estupefacción unos instantes antes de buscar en mi mochila el horario de clases que Ágata y yo retiramos el lunes. El guardia toma el papel con brusquedad y lo lee, examinándolo durante un rato y pasando los dedos sobre el sello del colegio, quizá cerciorándose de que sea real y no una mera falsificación.
Una vez satisfecho, el hombretón me regresa mi horario y me permite salir, seguida de Sandra.
El camino hasta el enrejado trasero de la casa me agota mucho más de lo esperado, para el momento en que llego, estoy sudando frío y Sandra no para de preguntarme si no quiero volver a mi dormitorio, pero yo insisto en ir a ver a Ágata.
Por suerte, Ágata ya está esperándome en el enrejado. Al verme me sonríe, pero al notar me decaído estado, se aferra a las rejas como si quisiera traspasarlas para ir a mi encuentro, pero los guardias no la van a dejar pasar, no ahora que Diamantina quiere verme sola y desprotegida.
—¿Elara, qué tienes? —pregunta cuando al fin alcanzo las rejas. Apoyo la frente sobre las rejas frías y alzo mi muñeca, mostrándole mi brazalete de bronce y caspitina. Ella jadea con horror y lleva sus manos a su boca, reconociendo lo que llevo en mi muñeca—. ¿Por qué tienes una pulsera...? —Pero se calla al ver a Sandra a mis espaldas. No podemos hablar de magia frente a otros humanos.
—Sandra —me giro hacia ella—, quiero hablar a solas con Ágata —le pido. Ella luce dudosa.
—¿Estás segura?
—Solo unos momentos —insisto. Sandra retrocede, luciendo indecisa aún. Ella aguarda bajo la sombra de un árbol del jardín, a pocos metros de distancia. Una vez estoy segura de que nadie nos oirá, proceso a relatarle brevemente a Ágata lo sucedido con Diamantina.
—Esto no pinta bien —dice Ágata alarmada—. Tengo que informar al Consejo cuanto antes, a ambos Consejos.
—Tengo miedo, Ágata —admito, sintiendo un escalofrío en la espina dorsal—. Tengo miedo de que Diamantina descubra donde viven los hechiceros y los entregue a los clanes.
—Las Colonias están aseguradas con hechizos, los humanos no pueden encontrarlas —me recuerda Ágata.
—Y los humanos tampoco tienen brazaletes antimagia hechos puramente de caspitina —argumento—. Los clanes tienen sus propias esposas antimagia, pero estos brazaletes son muy poco comunes. Solo he visto un par de estos en mi vida. —Me estremezco.
—¿Pero por qué luces tan... enferma? —pregunta Ágata, confundida—. El brazalete solo bloquea tu magia principal...
—No —niego—. Las esposas de los clanes bloquean la magia superficial, estos son distintos. Los brazaletes de caspitina bloquean toda la magia vital.
—¿Hablas de que te ha bloqueado tu inmortalidad? —Sus ojos se abren con alarma.
—Me temo que sí. —Hago una mueca—. Mi poder me permitía mantenerme sana y joven, sin ella... voy a enfermar y a recuperar el aspecto real que tendría si nunca hubiese tenido magia.
—Pero... —Ágata palidece—. Tienes más de cien años. Podrías morir.
Trago saliva, sintiéndome terriblemente débil. Me aferro a las rejas y en ese momento todo se nubla.
Escucho que gritan mi nombre y apenas soy consciente cuando mis manos sueltan el enrejado y caigo al suelo, perdiendo el conocimiento.
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top