Capítulo 12: Un nuevo brazalete.

Capítulo 12: Un nuevo brazalete.

Al final del día...

—Nos vemos mañana —se despide Ágata de mí cuando me deja frente a la entrada del servicio.

—Adiós —digo, sacudiendo la mano y entrando por el enrejado cuando los guardias me abren el paso. No veo a nadie más aparte de guardias y un par de jardineros que no se molestan en saludarme en el camino. Cuando me dirijo hacia las escaleras para dirigirme a mi dormitorio, me encuentro con Sandra saliendo de un pasillo.

Me inunda la alegría al verla y corro hacia ella con los brazos abiertos.

—¡Sandra! —exclamo con felicidad, estrechándola en un fuerte abrazo—. ¡Aún sigues aquí!

—Ela —la voz de ella tambien se escucha feliz, pero no demasiado. Puedo notar que sus músculos están algo tensos y al separarme de ella para examinarla mejor, noto que luce preocupada.

—¿Sucede algo malo? —pregunto arrugando el ceño—. ¿Te han despedido?

—No, no, la señora Diamantina ha sido clemente y ha dejado que conserve mi empleo, dijo... dijo que no fue mi culpa, que... tú... —Su voz va disminuyendo de tono hasta que finalmente se queda en silencio. Ella baja la vista.

—¿Yo qué? —inquiero, ansiando respuestas, pero Sandra solo sacude la cabeza y me señala el pasillo del que provino.

—Mi señora Diamantina quiere hablar contigo, en el salón dónde te recibió la primera vez.

Miro hacia el pasillo, dirigiéndome hacia él con confianza para resolver mis dudas.

—Elara. —La voz de Diamantina suena con fuerza a pesar que no ha alzado la voz. Ella está en la entrada del salón donde me recibió la primera vez—. Que bueno que llegaste al fin. Ven conmigo.

Ella me sonríe, pero su sonrisa anuncia malas intenciones.

Sigo a Diamantina al interior del salón rosa. Sus dos hijas están sentadas en el sofá, mirándome con una mezcla de odio y triunfo. ¿Qué está sucediendo aquí?

—Siéntate —me ordena Diamantina, manteniéndose de pie. Me siento al borde de un sofá, mirando desde abajo a la imponente señora Ratliff. Me pregunto por qué no habrá cambiado su apellido de soltera cuando se divorció del señor Raltliff. Ella carraspea y entiendo que no es buen momento para cavilar en los misterios de esta familia—. Tengo una queja que te atañe, querida Elara.

Sus palabras suenan a veneno.

—¿Cuál queja, señora Ratliff? —pregunto, intentando mantener la diplomacia para averiguar qué ocurre aquí.

—Mi querido y servicial Russell me ha dicho que te ha encontrado explorando en áreas prohibidas de esta mansión. Y que no ha sido la primera vez que te encuentra allí. —Alza una fina y delineada ceja—. ¿Es eso cierto?

—No, señora —digo, conservando la calma—. Yo tengo prohibido vagar libremente por la mansión, y jamás me atrevería a romper tal regla.

Diamantina me mira con frialdad.

—Así es. Te hemos prohibido vagar libremente por la mansión como si fuese tu hogar, porque no es tu hogar.

Y gracias a las hadas que no es así.

—Lo sé, y he acatado sus normas.

Es cuando Diamantina sonríe con malevolencia, al igual que sus hijas.

—No, me parece que no. —Diamantina hace una pausa, haciéndome saber que ella sabe perfectamente que la he desobedecido—. Russell es muy fiel a mí, jamás me mentiría.

—No...

—Y tú me has desobedecido —finaliza Diamantina sin dejarme hablar.

—Puedo...

—Y te has atrevido a romper las reglas más de una vez —dice fríamente—. Y la segunda vez has osado a involucrar al inocente Oliver Morris en tus fechorías.

—Eso no es...

—Y usaste tu vil malicia para engañar a mi dulce criada Sandra para poder huir, ¿qué pretendías hacer al ir a esa zona de la mansión? —Alza una ceja—. ¿Buscabas algo? ¿Joyas? ¿Dinero?

—No, yo no...

—Y por si fuera poco, tu descaro es tan grande que pretendes robarle el novio a mi hija.

Esa última frase me deja sin palabras por un momento. Miro a Poppie, quien luce bastante enfadada y ya no luce esa sonrisa triunfante.

—Yo no quiero...

—Los vi en el pasillo —escupe con frialdad.

—No es...

—Eres una vergüenza. —Diamantina arruga su nariz operada con asco—. Te echaría ahora mismo de mi casa si no fuera por el acuerdo que ya firmé. Y yo siempre cumplo mi palabra. —Diamantina entrecierra los ojos—. Ya te di la oportunidad de vivir una vida tranquila bajo mi techo, pero si eso no es suficiente para ti y osas a desafiarme, te verás obligada a vivir las consecuencias.

—¿Consecuencias? —digo, aliviada de que al fin me deje hablar—. Yo solo quería respuestas, ¿qué tiene eso de malo?

—¿Querías respuestas? —Diamantina se ríe—. Claro que sí, querías las respuestas de cómo robarme mis joyas y cómo robarle el novio a mi hija. He sido demasiado indulgente contigo, pero hasta aquí llega mi paciencia.

—Solamente llevo aquí pocos días, no es como si hubieras tenido que soportarme demasiado —digo secamente. ¿Y qué es eso de querer robar sus joyas? ¿Y robarle el novio a Poppie? ¡Esta mujer está loca! Tanto botox no la deja pensar con claridad.

Diamantina entrecierra los ojos y mira a Grace.

—Dame el cofre —ordena. Grace le tiende un cofre de hierro pequeño y con un escorpión dibujado en la tapa pintado de rojo. Diamantina lo abre y saca el objeto en su interior. Es un brazalete de bronce entrelazado, que me resulta espeluznantemente familiar. Antes de que yo reaccione, Diamantina me agarra bruscamente del brazo y me lo pone en la muñeca donde no tengo la pulsera de topacios. Al instante, el brazalete se adhiere a mi piel y se ajusta a mi muñeca, apretando dolorosamente.

—¿Qué es...?

—Un brazalete antimagia —dice Poppie recuperando su sonrisa llena de malicia.

—No —digo bajo mi aliento, tomando el brazalete e intentando quitármelo—. ¡No! —El brazalete no se mueve ni un centímetro, y se aferra con más fuerza, haciéndome jadear de dolor—. ¿De dónde sacaste esto? —le grito a Diamantina. Los brazaletes antimagia son bastante inusuales y cuando un Consejo encuentra uno, nos aseguramos de mantenerlos bien ocultos bajo llave. Solo he tenido ocasión de ver alguno una única vez. Los brazaletes son peligrosos, pueden causar estragos en la magia si se usan demasiado tiempo.

Y eso no es todo.

Los Consejos nos aseguramos de mantener estos brazaletes ocultos y protegidos a toda costa debido a su mineral, uno llamado caspitina, que proviene del mismísimo mundo de las hadas. Este mineral es el único que puede bloquear nuestra magia y es muy buscado por los Clanes antimagia. Ellos crean esposas con este mineral, recubriéndolos de plástico para hacerlos lucir inofensivos, pero son un arma contra nosotros. Nos hacen débiles.

Nos hacen vulnerables.

Diamantina me sonríe con malevolencia.

—Tengo mis contactos —dice sencillamente—. Y si quieres recuperar tu magia, más te vale comportarte y seguir nuestras reglas. Es sencillo: el buen comportamiento es premiado y el mal comportamiento es castigado.

—¿Tienes contacto con los clanes? —me atrevo a preguntar, no sabiendo si sentirme aterrorizada o insultada. ¿Cómo es posible que haya acabado en la cueva del enemigo? Esto está mal, muy mal. Yo soy una Consejera y una Hechicera Avanzada. Soy un pez gordo en la caza de hechiceros.

—Solo yo tengo la llave para liberarte —dice Diamantina con insensibilidad, ignorando mi pregunta—. Y también tengo la llave para destruirte.

Diamantina se dirige hacia la puerta, seguida de sus dos hijas.

—Más te vale no desafiarme de nuevo, Elara Winford —escupe mi apellido como si le diera asco.

Ella cierra la puerta a sus espaldas y me quedo sola en esta enorme habitación. No me había dado cuenta del frío que hace aquí, pero ya no soy inmune al frío. Me abrazo a mí misma, sintiéndome más sola y vulnerable que nunca.

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