Capítulo 11: Es malo enamorarse.

Capítulo 11: Es malo enamorarse.

Martes, 8 de septiembre.

Me despierto temprano en la mañana, sintiéndome cansada después de una ardua noche sin apenas poder dormir. Sandra no volvió a mi dormitorio para informarme de lo sucedido. Para el momento en que estoy lista y vestida para ir a desayunar, ella tampoco ha aparecido aún. ¿En dónde estará? Me recorre un temblor al pensar en que Diamantina la ha echado a la calle.

En el comedor del servicio se respira cierta tensión ante la ausencia de Sandra, y ella no es la única faltando: tampoco está Essie, ni la doncella de Grace, Lizzie. Tampoco se ha notado la presencia de Celia Robertson, la asistente personal de Diamantina ni del mayordomo Russell. ¿En dónde estarán todos ellos?

Nadie habla durante el desayuno, y Agust —el tímido hijo del chef— se ve más nervioso de lo usual.

Glen carraspea y es el primero en retirarse de la mesa. Lo sigue Edward y finalmente me levanto yo, dirigiéndome hacia el jardín para aguardar la llegada de Ágata.

En cuanto veo el Toyota verde acercarse por el camino, me dirijo a su encuentro. Una vez dentro de la camioneta, procedo a contarle lo sucedido la noche anterior y le expreso mis temores de lo que podría haberle sucedido a Sandra en su reunión con Diamantina. Ágata sonríe e intenta infundirme ánimos, pero no puedo parar de sentirme culpable por quizá haber ocasionado el despido de Sandra Burn.

Mi segundo día en el colegio McIntyre no mejora nada en comparación con el primero.

Al llegar, todo el mundo me señala sin ninguna discreción y hablan de mí como si no pudiera escuchar. Dicen cosas horribles, relatando supuestas historias de mi pasado que nunca ocurrieron: alimentando los falsos rumores que las gemelas han esparcido sobre mí. Todos me evitan y se apartan de mí como si fuera un virus mortal, la única persona que no se aleja es Ágata... y Oliver.

—Buenos días, chica del dragón de hierro —saluda alegremente, señalando mi brazalete de topacios con el dije de dragón. Le sonrío, metiendo la mano en mi casillero y sacando una prenda.

—Aquí tienes tu camisa, Oliver —le digo—. Gracias, hiciste un gesto muy dulce al prestármela.

Oliver sonríe de costado, tomando la camisa recién lavada y planchada.

—Te dije que no hacía falta que me la devolvieras.

—No necesito una camiseta del equipo de fútbol americano en mi armario —le hago saber, cerrando el casillero.

—Podrías necesitarla para animar al equipo durante los partidos —sugiere él, apoyando el hombro sobre los casilleros junto al mío. Me río.

—¿Animarlos con una camiseta con tu apellido y número?

Levanta un hombro.

—Podrías animarme solo a mí —sugiere con voz baja y profunda que me hace sentir un extraño cosquilleo, pero opto por reírme para que él no lo note.

—No, gracias. —Arrugo la nariz y busco a Ágata con la mirada, ella aguarda observándonos del uno al otro con interés—. No me gusta el fútbol.

Me giro, dándole la espalda para dirigirme a Ágata, pero antes de poder hablar con ella escucho a Oliver hablarme.

—Dame una oportunidad de demostrarte que el fútbol americano es un gran deporte.

Su voz suena cerca, demasiado cerca. Me giro bruscamente, encontrando su cara a pocos centímetros de la mía. Su repentina cercanía me pone de los nervios, aunque no sé si son nervios buenos o malos. Alzo una ceja, incapaz de decir una palabra. Oliver sonríe. Sus dientes son brillantes, blanquísimos como perlas.

—Ven a un juego. Solo uno.

Ladeo la cabeza.

—¿Y qué gano yo con eso?

La sonrisa de Oliver se amplía y siento su aliento mentolado contra mi rostro cuando responde suavemente:

—Lo que tú quieras.

Mis cejas se alzan y antes de que pueda responder, Ágata nos interrumpe, tirándome del brazo.

—Se nos está haciendo tarde, Elara —dice con repentina dureza en su voz, algo inusual en ella.

Trago saliva y mi corazón se desacelera un poco cuando pongo distancia entre Oliver y yo. Ágata no me da tiempo de despedirme, tira de mí hasta que llegamos al aula, aún vacía.

—¿Qué rayos fue todo eso? —me cuestiona Ágata cuando al fin nos encontramos solas. Tomo aire profundamente y me siento sobre una mesa.

—¿Qué fue qué?

Ella me mira con seriedad.

—No finjas que no lo sabes —me reprocha—. ¡Estabas coqueteando con Oliver! ¡Y estaban tan cerca que parecía que iban a besarse en cualquier momento!

—Eso no iba a suceder —replico, pero sin demasiada fuerza.

—¿Y si sucedía? ¿Lo habrías detenido?

Abro la boca, pero no respondo. ¿Qué habría hecho si Oliver me besaba en el pasillo? A mi lado racional le gusta pensar que lo habría detenido, pero... no estoy tan segura de ello. Mi acelerado corazón, mis temblorosas manos, el cosquilleo de mi piel al sentirlo cerca indican lo contrario.

—¡Elara! —Ágata me mira escandalizada—. No me digas que te gusta el novio de tu hermanastra.

Me llevo las manos al rostro y sacudo la cabeza, confundida.

—No lo sé.

La campana escolar suena y al poco rato empiezan a llegar los demás estudiantes al aula de química. Ágata me hace señas para que nos sentemos juntas en nuestros respectivos asientos, en medio del aula.

Al instante en que estoy sacando mis libros, veo entrar a las gemelas con sus soberbias sonrisas y las barbillas alzadas, con aires de superioridad y poder. Tras ellas van sus fieles amigas Aggie, Romy, Sissie y Sienna, junto a otros dos chicos con uniformes del equipo de fútbol americano. De la mano de Poppie está Oliver, quien me lanza una mirada y una sonrisa dulce que me hace sentir un cosquilleo. Aparto la vista y la centro en mi libro.

—Creo que es más que evidente que le gustas también a Oliver —susurra Ágata a mi lado.

—No —digo con firmeza, mirándola con seriedad—. No me gusta Oliver, no puede gustarme un... un humano.

—Pero hace un momento dijiste...

—Dije que no lo sabía —interrumpo—. Pero ahora lo sé.

—¿En menos de cinco minutos pusiste en orden tus ideas? —Ágata alza una ceja con escepticismo. Frunzo los labios y miro de reojo a Oliver y asiento, decidida.

—No pienso enamorarme de un humano.

Aunque lo que en realidad quiero decir es <<No pienso enamorarme otra vez>>.

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