1.
No era la primera vez que los ruidos en el piso de abajo me despertaban durante la noche. Sucedía casi sin falta cada que se acercaba la luna llena desde que nos dimos cuenta de que tener a la pobre niña arriba ya no era era suficiente y tuvimos que enviarla dormir al comedor en esas ocasiones, donde las puertas eran más gruesas y era mucho más fácil instalar protecciones de todo tipo.
Me moví debajo de las sábanas para quedar boca arriba mientras las planchas de acero que cubrían las ventanas golpean repetidamente contra sus marcos en el primer piso. La vela sobre el tocador seguía encendida, por lo que debía ser temprano. Sin darme cuenta me puse a buscar figuras entre las sombras y las marcas en la madera del techo.
Abajo, ella todavía tenía mucha energía.
En momentos como ésos intentaba recordar cómo eran las cosas antes de que Padre muriera, pero nunca pude. Parecía demasiado lejano. Y supongo que lo era. Cuatro años son una eternidad para alguien que acababa de cumplir los doce.
Todo se había vuelto demasiado complicado. Los azotes de las puertas, los gritos, el llanto, la tensión permanente en la casa... Mi hermana apenas lo soportaba. Más de una vez me habían despertado los sollozos ahogados en la cama de al lado, y la silueta en posición fetal que se escondía bajo las cobijas me rogaba que no me moviera ni hiciera ningún ruido. Yo solía hacerle caso durante un rato, pero si los sollozos continuaban por mucho tiempo terminaba abrazándola hasta que se quedaba dormida.
Volteé hacia la derecha para verla, al otro lado de la habitación, pero encontré su cama vacía. Me apoyé sobre los codos y miré alrededor.
Sus sábanas estaban hechas un ovillo en el suelo.
La puerta del baño estaba abierta, así que no estaba ahí. ¿El armario? No, lo detestaba. Entonces...
Me levanté de un salto y salí corriendo de la habitación sin detenerme a ponerme los zapatos o la bata.
Niña tonta.
Bajé las escaleras sobre las puntas de los pies, pero me detuve abruptamente al llegar al vestíbulo. La casa llevaba en silencio un rato, ahora que ponía atención.
El ruido de las llaves al caer al suelo hicieron eco en toda la casa.
Corrí hacia el pasillo a mi izquierda, ya sin preocuparme por el ruido que pudieran hacer mis pisadas, y en la cocina me encontré con la cabellera castaña de mi hermana.
Me acerqué a ella hecha una furia.
—¿Qué estás haciendo? —le pregunté en voz baja, y le arrebaté las llaves en cuanto quedaron a mi alcance.
—¡Me dio sed! —respondió en un susurro—. Y bajé por agua, pero la escuché llorar y pensé que...
—¿Qué podías ayudarla? No puedes, entiéndelo. Lo único que vas a conseguir es que te mate.
—Pero...
—Igual que al gato, ¿recuerdas?
Su boca se curvó hacia abajo, como siempre que se acordaba del animal.
—Pero estaba llorando... —balbuceó.
Apreté la mandíbula para evitar que mi expresión se suavizara y le tendí una mano.
—Vámonos —dije haciendo un gesto con la cabeza hacia el pasillo.
Sin embargo, cuando regresamos al vestíbulo escuchamos cómo rascaban la puerta del comedor con insistencia, como un perro pidiendo entrar.
Mi hermana me miró con ojos suplicantes. Negué con los ojos bien abiertos y alcancé a sujetarla del brazo con fuerza cuando intentó soltarse para regresar al pasillo. Gritó por la sorpresa y de inmediato se quedó congelada en su lugar. Me miró asustada.
—Perdón —dijo.
El comedor quedó en silencio.
—Vámonos —dije.
—Perdón —repitió con los ojos empañados.
—Sí, sí, pero...
—¿Qué está pasando aquí?
Las dos nos volvimos como resortes hacia la escaleras, desde donde Madre nos veía con los labios fruncidos y la bata colocada a toda prisa.
Di un paso al frente sin soltar el brazo de mi hermana.
—Me dio sed —expliqué—, pero ella se despertó y vino a buscarme.
No necesité de la mirada severa que me dirigía para saber que no me creyó. Yo tampoco me hubiera creído. Pero no me dijo nada al respecto y sólo volteó hacia la puerta abierta del pasillo. Como no escuchó nada nos hizo un gesto para que subiéramos y nos apresuramos a obedecerla.
—Conocen las reglas, niñas.
—Sí, Madre —dije cuando pasamos junto a ella.
—Lo siento, Madre.
Arrastré de puntillas a mi hermana mientras subíamos, y al doblar la esquina para llegar al segundo piso vi a Madre ponerle llave a la puerta de pasillo.
Cuando mi hermana y yo finalmente volvimos a encerrarnos en nuestra habitación, ambas escuchamos que las puertas del comedor daban un par de bandazos contra su marco.
Después un aullido.
• • •
Padre murió cuando yo tenía ocho años durante una epidemia que atacó sus pulmones, y desgraciadamente una viuda sin trabajo a cargo de dos niñas pequeñas nunca tiene muchas opciones.
Justo en el momento indicado, Madre conoció al padre de una niña un poco menor que yo, viudo por la misma enfermedad que se había llevado al mío. No era rico, pero sí bien acomodado y nunca nos faltó nada.
La niña nueva era divertida; nos gustaba mucho jugar con ella. Él era cariñoso y de verdad se preocupaba por Madre. Las cosas funcionaron por un tiempo.
Luego hizo esa excursión al bosque con su hija para acampar.
Esa maldita excursión.
Algo los atacó estando allá durante la noche y los hirió a ambos lo suficiente como para que todavía pudieran pedir ayuda para volver a casa. El hombre murió unos días después, pero la niña sobrevivió.
Entonces comenzaron a suceder cosas extrañas en la casa.
Primero fueron cosas pequeñas, como los chillidos nocturnos de los ratones que aparecían muertos por las mañanas o las manchas de lodo en la escaleras. Luego siguieron la ventana rota, los vestidos rasgados, el pelo en las sábanas, los zarpazos en los árboles del patio y la profunda cicatriz de una sola garra que me dejó en las costillas.
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