Epílogo

Las mudanzas siempre implican cambios y nuevos comienzos. Edu y yo estamos muy entusiasmados con la nueva casa en la que viviremos, es amplia y tiene un bonito patio para que Sueli y Benja puedan jugar. Han pasado casi seis años desde que estamos juntos y la vida ha ido avanzando, ha seguido su curso, mientras nuestro amor sigue intacto.

Las mudanzas siempre simbolizan cambios, hay cosas que quieres llevar y otras que quieres dejar. Me gusta hacer un paralelismo con la vida, todo el tiempo estamos mudando, constantemente estamos en cambio, decidiendo qué nos sirve para seguir y que no. Abro un viejo baúl en el que sé que guardo cosas importantes del pasado y lo primero que logro ver es la caja de Irina, su Cementerio de Historias. Recuerdo que me lo dejó antes de partir.

Mucha nostalgia invade mi corazón y me siento sobre la cama para observarlo con detenimiento. Lo abro y encuentro sus pequeños tesoros, aquellos fragmentos de vida que fue arrebatándole a la muerte, aquellos recuerdos de otros de los que ella se asió con fuerza cuando no encontraba otra razón para vivir.

La extraño, pero no como al principio. Todavía recuerdo lo mucho que lloré al volver del aeropuerto aquel día que ella partió. La idea de que todo había cambiado me dolía, por más que sabía que era la única salida. El tener certeza de ciertas cosas no hace que deje de doler, solo te ayuda a tomar conciencia y enfrentar mejor ese dolor. Por varios días me sentí muy vacía, la vida que yo conocía, el mundo en el que vivía ya no parecía el mismo si no lo podía compartir con ella y eso se sentía solitario. Pero entonces, un día me di cuenta que no lloraba por ella, sino por mí, no la extrañaba a ella, sino a mí; porque tanto tiempo había invertido en otros, que me había perdido de mí misma y, era por eso, que me sentía tan sola.

Y no dejamos de hablar, lo seguimos haciendo, pero intentamos aferrarnos a lo que teníamos hasta que nos dimos cuenta de que ya no existía tal como lo habíamos conocido, que se había transformado, y que buscar vivir en el pasado solo resultaba doloroso y nos alejaba más. Y así como la mariposa cuando deja de ser oruga no puede seguir arrastrándose por el suelo, así ninguna de nosotras era ya la misma y necesitábamos volar, esta vez por separado. Nos dejamos ir de a poco, nos fuimos soltando con la distancia y el tiempo. Ella ya no era la primera persona a la que yo le contaba lo que me sucedía, ni yo era la única en la que ella se refugiaba. Mi mundo se fue abriendo a la par que el de ella y cada una tuvo que encarar sus propios problemas en soledad. Tuvimos que enfrentarnos a los fantasmas por cuenta propia, y no me refiero a los fantasmas que habíamos ayudado a cruzar, sino a aquellos que habitaban en nuestro interior.

Tuve mucho tiempo para mirar dentro de mí, para buscar el inicio de mis vacíos y llenarlos conmigo misma. Hoy soy una persona fuerte, mucho más feliz que antes, llena de esperanzas y con ganas de vivir, de encarar sin miedo lo que sea que la vida me ponga enfrente. Amo a Eduardo y a mis hijos, amo a mi mamá, a mi papá y a Santi, amo también a Irina y a todos los nuevos amigos que de a poco he permitido que ingresaran a mi vida, pero sobre todo, he aprendido a amarme a mí misma y a encontrar en mí la fuerza necesaria, a ser yo quien me abrazo y me escucho primero, quien me conforto y me digo «tú puedes». Y cuando encuentras al fin esa fuerza en ti misma, ya no necesitas que nadie más te lo recuerde.

Irina ha seguido su vida, ha estudiado y ha iniciado la búsqueda de su propio ser una y otra vez. Con el tiempo he entendido que yo también me ataba si seguía en un intento de ayudarla de la manera en que lo hacía, que sobreprotegerla era solo una manera de sobreprotegerme a mí también, y de esa manera, no podía ver mi propio camino ni contar con mis propias fuerzas. Santiago y ella tuvieron en sus inicios una relación tempestuosa, una de idas y venidas, algo que suele suceder cuando encuentras al otro antes que a ti mismo. Sin embargo, han podido sortear cada uno de los obstáculos y, a pesar del tiempo que estuvieron separados, han encontrado la manera de reencontrarse y seguir juntos y, creo que se hacen bien.

Ella y yo casi ya no hablamos, nos saludamos en fechas importantes y nos ponemos al día en algunas ocasiones. Cada vez que lo hacemos, el mundo se detiene por un instante y nada más que nosotras existe en ese momento. Yo le cuento todo lo que puedo de mí y ella hace lo mismo. De esa manera, a pesar de la distancia y de la vida, de vez en cuando, nuestras almas se abrazan, aún unidas por ese cálido cariño que parece más un suspiro de añoranza de lo que alguna vez fuimos. Ya no nos necesitamos para seguir, pero nos seguimos eligiendo de vez en cuando.

En unos meses la voy a ver. Ella y Santi han decidido casarse en España y todos iremos para compartir con ellos este gran paso de sus vidas. Me ilusiona la idea de volverla a abrazar, de mirar a los ojos de la mujer en la que se convirtió y regalarle una sonrisa de esas que dicen muchas cosas como: «lo hemos logrado», «seguimos aquí».

Vuelvo la vista al cementerio de historias y lo cierro. Salgo al patio trasero y busco la pala en el jardín, comienzo a cavar un hoyo y no dejo de sonreír.

—¿Qué haces, mami? —pregunta Benja que corre hacia mí—. ¿Estás buscando un tesoro? ¿Puedo ayudarte?

Sonrío y me seco el sudor de la frente. Creo que el pozo ha quedado bastante bien.

—No, cariño. Estoy enterrando uno.

—¡Wow! ¡Eso es increíble! —dice y mira la caja con admiración—. ¿Qué hay dentro? ¿Dinero? ¿Monedas de oro?

—No, Benja. Dentro hay historias, recuerdos, momentos buenos y algunos no tan buenos, hay palabras dichas y silencios, hay preguntas sin respuestas y miedos, pero sobre todo mucho amor. Mucho, mucho amor.

—¿Cómo cabe todo eso en esa pequeña caja? —pregunta mi niño y yo sonrío.

—Porque el amor y los recuerdos bellos no ocupan espacio, Benja, se guardan en el corazón.

Él no me responde, se queda pensativo y observa lo que hago. Yo deposito la caja en el centro del hoyo y sonrío. Los recuerdos bellos y el amor no ocupan espacio, son los malos recuerdos, el rencor, el dolor, el egoísmo, el odio y los sentimientos malos los que ocupan espacio en nuestras vidas, son los que nos dejan sin aliento ni ganas de seguir. Los recuerdos buenos y el amor solo se archivan en nuestra esencia y nos ayudan a brillar aún más.

—¿Por qué lo entierras? —pregunta entonces mi hijo cuando yo ya comienzo a arrojar de nuevo la arena sobre la caja.

—Porque hay ciertas cosas que necesitamos enterrar para poder seguir, Benja, para poder crecer.

—¿Cómo las semillas? —me pregunta y yo le miro.

—Así mismo, como las semillas. Si no las enterramos no puede crecer la planta. Así mismo, hijo.

—Nosotros plantamos semillas en el jardín de la escuela y pronto serán flores de distintos colores. ¿Esto también se convertirá en una flor? —pregunta.

—No, no de la manera en que las semillas del colegio —le digo con cariño—. Pero en cierta manera también se convertirá en una flor, en una que crece constantemente en mi corazón y en el de la tía Irina —respondo y él sonríe.

—No sabía que en el corazón podían crecer flores —dice. Entonces me siento en el césped y lo hago sentar en mi regazo.

—Cada vez que amas a alguien, plantas una semilla en tu corazón. Esa semilla florece con el amor que tú le riegas a diario, entonces, cuanto más ames, más flores de distintos colores tendrás en tu corazón, más bello será tu jardín. Estas flores regarán su perfume en toda tu alma y tú serás una persona feliz, muy feliz.

—¿Y qué pasa si te peleas con alguien a quien quieres, mami? ¿Qué pasa con esa flor? —pregunta—. Yo a veces me enojo mucho con Suelí cuando ella rompe mis juguetes. —Yo sonrío.

—Cuando te peleas o te enfadas con alguien, Benja, a la flor no le pasa nada si tú la proteges de esos malos sentimientos. Enojarse con alguien es normal, lo malo es que permitas que eso te aparte de las personas que amas.

—No entiendo —dice y yo sonrío.

—No importa, ya lo irás entendiendo con el tiempo. Mientras tanto, no tengas miedo de plantar nuevas semillas de amor en tu corazón —digo y él asiente.

—¿Puedo ir a jugar? —pregunta y yo sonrío.

—Claro, ve tranquilo.

Él corre hacia donde tiene guardada la bicicleta y se monta en ella. Yo sonrío al verlo feliz, sano, libre y disfrutando de su infancia. Siento que estoy haciendo un buen trabajo, no siempre soy la mejor madre y no siempre es fácil, pero estoy plantando buenas semillas en sus corazones y espero un día puedan florecer, y sobre todo espero darle las herramientas para que tanto él como Suelí, sepan hacerlas crecer y limpiarlas de las malas hierbas.

Observo el sitio en el que he enterrado el cementerio de historias y sonrío. Nos iremos pronto de esta casa, y esto se queda aquí. Esa también es una manera de fluir, de seguir, de abrir nuevas puertas.

Con una sonrisa en el rostro y mucha paz en el corazón, camino de nuevo al cuarto y reviso de nuevo el baúl. Un papel rosa llama mi atención, lo recuerdo perfectamente, lo encontré en mi bolsillo luego de aquel día del aeropuerto, Irina lo había metido allí sin que yo me diera cuenta y yo lo guardé aquí unos días después.

Lo desdoblo y lo leo:

«Aunque me sientas ausente, nunca me voy, ni te vas nunca de mí. Te tengo siempre presente en mi corazón».

Cierro los ojos, Irina me escribió eso antes de marcharse y no lo encontré hasta que puse la ropa a lavar y antes revisé los bolsillos. Fue una grata sorpresa, pero dolorosa. En aquel entonces, eran palabras que dolían, sabían a despedida y distancia, sabían a consuelo y ausencia. Sin embargo, hoy me agradan. Me saben a esperanza y amor, a flores en el corazón que no se marchitan a pesar del frío del invierno ni de la lluvia de las lágrimas, que florecen y crecen a pesar de los vientos y las dificultades.

Me siento plena, contenta y feliz. Siento que mejor que enterrar las historias en un cementerio, es convertirlas en semillas que las podemos plantar en el corazón, en vez de algo que se estanca y se olvida, es mejor regarlas para que crezcan y florezcan, para que llenen nuestros días de colores y aromas distintos, para que nuestro jardín se llene de amor.

Decido que este papel se va conmigo a la nueva casa, lo pondré en un lugar donde lo pueda ver. No para que me recuerde el pasado o lo difícil que fue, sino para nunca olvidarme de que soy capaz de amar, de soñar, de sentir y de vivir.

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