* 9 *

A cada momento que pasa me siento más extraña, hay instantes en los que creo que me estoy volviendo loca. No puedo andar por la vida con una horda de fantasmas siguiéndome, ¿o sí? Me molesta que estén allí, no sé cuándo van a aparecer o cuando se van a marchar, es como si esperaran algo de mí, pero yo no sé qué es. Hoy he intentado hacer que Alan se diera cuenta de que está muerto, pensé que quizás es que no lo entienden o no lo saben, una vez escuché que cuando alguien moría de una manera muy abrupta —como fue el caso de Alan—, el espíritu de esa persona se queda confundido y no quiere o no entiende que debe ir al otro lado, aunque tampoco sé si exista otro lado.

El caso es que hoy tuve como una especie de lapsus en el cementerio e intenté que se marchara. Fracasé. Y no solo eso, apareció un nuevo fantasma, una mujer que seguía al tal Eduardo, pero que al darse cuenta que yo podía verle, decidió aparecerse esta tarde.

Así que estoy aquí, lavando los cubiertos mientras Lila se baña y Santiago salió a quién sabe dónde, y siendo observada por Alan, el hombre de la foto y la mujer que sigue a Eduardo. Suspiro y los ignoro, quizá si finjo que no están, terminen por cansarse y dejarme en paz.

Cuando acabo con la tarea, me seco las manos y voy hasta la sala. Enciendo la televisión para poder ver algún programa y distraerme mientras Lila regresa. Santiago nos ha invitado al cine y aunque no quería ir terminé por aceptar. Hoy está bastante civilizado y creo que el cine es un buen lugar para no ver fantasmas —salvo que estos salgan en la pantalla—, la oscuridad me permitirá olvidarme de mi indeseada compañía por lo menos por el tiempo que dure la película, y Santiago tampoco molestará demasiado, así que el cine es buena opción.

Cuando Lila regresa de su habitación, trae cara de haber visto un fantasma —y por un momento pienso que eso sería muy bueno, así no los vería yo sola—, se sienta a mi lado y no necesito que diga nada, sé qué está atravesando su cabeza en este momento, conozco esa mirada, tiene alguna extraña idea y está pensando cómo decírmela.

—Debemos investigar quien es Judith —dice con convicción, yo frunzo el ceño—. Estoy segura de que es alguien importante y no puedo sacarme ese nombre de la cabeza, Iri. No sé cómo explicártelo, pero se siente como si alguien me lo susurrara al oído —añade.

—No tengo idea de cómo podemos averiguar quién es —respondo—. ¿Cuántas personas con ese nombre habrá? Además, ¿qué estamos buscando? —inquiero y un sonido nos hace sobresaltar a ambas.

Nos miramos con susto, el sonido viene de la habitación de Lila y es como si algo metálico golpeara contra la pared o el suelo.

—Vamos —digo y me levanto, ella me sigue un paso atrás. Al entrar vemos mi caja en el suelo, todo el contenido se ha caído y Lila abre la boca con asombro.

—Juro que eso estaba bien cerrado allá —dice señalando la mesa al lado de la cama—. Yo misma lo coloqué allí antes de entrar a bañarme —añade—. Y no he dejado la ventana abierta.

—Todo se está poniendo demasiado raro —digo y camino hasta la caja. En ese momento oímos a Santiago que nos llama desde la sala. Ninguna de las dos quiere que llegue hasta aquí, así que dejamos todo como está y salimos lo más rápido que podemos.

—Chicas, ¿vamos? Ya conseguí entradas —dice mostrando los tickets. Nosotras nos miramos de reojo y asentimos. Minutos después, estamos de camino al cine.

Vamos inusualmente callados durante el recorrido, bueno, en verdad es Lila la que va en silencio, y Santiago no tiene con quien hablar si ella no habla. Yo, solo estoy igual que siempre, pero se siente el ambiente tenso. Ingresamos al cine, compramos palomitas y tomamos asiento. Intento concentrarme en la película, que por suerte no es de terror sino una comedia. La hora pasa muy rápido y pronto estamos de regreso en la casa.

Santiago es ahora quien dice que se tomará un baño, así que ambas esperamos en la sala —ya que el único baño de la casa está en la habitación de Lila—. Siento a Lila algo nerviosa, o ansiosa, no sé bien, pero su estado de ánimo solo logra alterarme. Miro mi celular, quizás es momento de ir a casa, en un rato Marcos traerá a Benja y seguro Lila intentará hacerlo dormir. A veces, suelo quedarme a ver televisión mientras tanto, pero no tengo ganas de compartir más tiempo con Santiago, que aunque hoy no está tan molesto, sigue sin ser mi compañía favorita.

—Creo que ya me iré —digo y me levanto. Lila frunce el labio, pero no dice nada—. ¿Estás bien? —inquiero y ella asiente.

—¿Quieres que le diga a Santi que te acompañe, Iri? Digo... por lo de... —dice señalando alrededor, sé que se refiere a los fantasmas—. Yo no puedo porque Marcos está por llegar.

—No te preocupes, Lila, no es lejos y ahora no están aquí —añado. No miento, no los he visto desde que entramos al cine y eso me pone de mejor humor. Ella asiente y me acerco para despedirme.

Camino de regreso a casa esperando no ver a nadie, pero cuando llego, las cosas con los vivos están peor que con los muertos. Mamá está llorando y trae la muñeca derecha envuelta en una gasa.

—¿Qué sucede? —pregunto y ella niega.

—Nada, hija, me caí cuando me estaba bañando. Ya ves, se ha derramado la crema de enjuagues y no me di cuenta que el piso estaba tan resbaloso —dice entre hipidos.

—Me impresionas, mamá —añado con ironía en la voz—. Cada vez te pones más creativa —agrego—. Juro que hasta es creíble tu excusa de esta vuelta —admito y ella solo baja la cabeza—. ¿Dónde está? —inquiero, pero ella niega.

—Salió con sus amigos, dijo que vendría tarde.

—Cobarde... como siempre, huye —añado y ella niega.

—Trabaja mucho, debe descansar y recrearse, está bien que salga con sus amigos. —La miro y niego con asombro. Me siento culpable por desear darle una cachetada a mi propia madre. Cierro los ojos al darme cuenta lo fácil que puedo convertirme en mi padre. Suspiro.

—No lo justifiques, por favor deja de justificarlo y excusarlo por todo, mamá. Solo haces las cosas más difíciles —añado intentando controlar la furia que corre por mis venas. Mamá asiente y la miro con pena.

La abrazo. No recuerdo cuando fue la última vez que alguien que no fuera Lila me dio un abrazo, no soy asidua a ellos, de hecho me molestan, sin embargo en este momento siento que mi madre lo necesita. Es un abrazo de compasión, de lástima, un abrazo que duele porque ella se pone a llorar como una niña chiquita. Por un momento me siento la adulta de esta familia, siento que cargo con todo el peso y la responsabilidad que nadie de mi edad debería tener. Sé que esto es solo una sensación, en realidad mi padre nos mantiene a todos y yo ni siquiera hago nada de provecho en la vida —como él suele recriminarme siempre—, sin embargo, emocionalmente hablando, siento que la carga es pesada.

Mi padre es un desconocido al que aborrezco, los pocos buenos recuerdos que tengo de él durante mi infancia, han sido borrados con cada golpe, con cada empujón que le ha dado a mi madre, a mi hermano o a mí. Mi madre es una sombra, una mujer que ha sido desprovista de toda luz, de toda chispa de vida, quizá cada golpe fue matando algo en ella, su alegría, su sonrisa, sus esperanzas, sus ganas de vivir, su fe, su amor propio. Siento tanta vergüenza, que eso mismo me ha llevado a apartarme de todos, siento vergüenza de ella y luego me siento culpable por sentirme así. La odio por haberse matado a sí misma y habernos matado a nosotros en el camino, pero después la compadezco y la amo porque trato de entender que a pesar de todo ella solo quiere que estemos juntos. En medio del abrazo y sus sollozos, me siento vulnerable y un nudo de lágrimas se aglutina en mi garganta. Odio llorar, odio que la gente me vea llorar, odio sentirme vulnerable y emocional, así que me aparto lentamente.

—Estoy cansada, mamá, voy a dormir —digo. Es temprano y lo que menos tengo es sueño, pero no puedo seguir quedándome aquí, no puedo seguir contemplando sus ruinas. Veo la decepción en su rostro y me siento egoísta, sé que se siente sola y me necesita, pero yo siento que me hundo con ella cada vez que me quedo a su lado y no puedo, no quiero.

No se trata de ella solamente, no es la única que está acabada, todos en esta familia lo estamos. Mi padre está acabado por el odio y la rabia, mi madre por sus maltratos y los golpes que fueron matando lo más importante que tenía, su amor propio. Y nosotros, Lucas y yo, también estamos acabados, no creemos en nada ni en nadie, no confiamos en las personas ni en el amor, nuestro autoestima ha sido diezmado hasta convertirse en una sombra de lo que quizá pudimos haber sido. Vivimos porque respiramos, pero nada más.

Llego a mi habitación y me siento en la cama, me percato que he dejado mi cementerio de historias en lo de Lila, espero que Santiago no lo haya visto o que mi amiga haya tenido el tino de guardarlo a tiempo. La verdad es que en este momento no me importa nada, miro a mi alrededor por si aparecen los fantasmas, pero ni ellos están conmigo ahora. De pronto me siento uno de ellos, atrapada en una realidad que no elegí, sin poder hablar, sin poder sentir, sin poder vivir, haciendo lo mismo cada día, sintiéndome sola a cada rato, tan lejana de los de mi edad, tan apartada de la realidad y por un instante comprendo a Santiago, él tiene razón: soy un bicho raro. Mi vida no tiene un propósito ni un fin, ni una motivación. ¿Qué diferencia hay entre yo y Alan? ¿Qué me hace creer que estoy más viva que él?

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