* 8 *

No puedo dormir por un buen rato, Irina dice que ve fantasmas y yo todavía no sé cómo sentirme al respecto. No es que no la crea, bueno, de hecho me cuesta mucho hacerlo. Pero en realidad lo que sucede es que me preocupa mi amiga. No quiero pensar mal ni nada parecido, en verdad me gustaría creerle, pero es una historia demasiado... ¿increíble? Me pongo a pensar en las posibilidades.

Podría ser que Irina viera fantasmas en realidad, podría ser que estos espíritus estuvieran enfadados porque ella se toma sus cosas y vinieran a buscarla para que se los devolviera, o... no sé para qué. Podría ser porque mi tía abuela, Miru, decía que los espíritus a veces no logran pasar al otro lado y se quedan en este mundo aferrados a su vida, que incluso algunos ni siquiera saben que estaban muertos. Ella solía decirnos eso a Santiago y a mí cuando éramos chicos, por eso —y aunque yo no termine de creer en estas cosas— siempre me da un poco de recelo cuando Iri toma las cosas del cementerio. Si este fuera el caso, ¿qué es lo que quieren estos espíritus de mi amiga?

Por otro lado, Irina es una persona que se involucra mucho con sus pensamientos, lo que quiero decir es que, a veces, cuando imagina historias, se mete tanto en ellas que creo que de verdad piensa que son reales. No es que piense que está mintiendo o exagerando adrede, tampoco sé por qué haría algo así, pero puede ser que solo sea su imaginación, ¿no? Quizá por involucrarse tanto con algunos de los muertos, como es el caso de Alan.

No sé cuál será el caso, lo cierto es que no puedo evitar sentirme extraña. Siento como si el ambiente alrededor nuestro hubiera cambiado, como si acabara de ver una película de terror. Estoy alerta y cada sonido hace que se me crispen los nervios. Además, Irina se ha acercado mucho para dormir, y puedo percibir que también está asustada y que tampoco puede conciliar el sueño, quizá todo eso hace que me sienta más nerviosa. Si a eso le sumamos que cuando toqué el papel, sentí como si mi mente me dictara un nombre: Judith, todo se pone aún más extraño. No tiene ningún sentido, quizá fue solo un pensamiento aleatorio y sin sentido, pero por más que busco en mi memoria no recuerdo a ninguna persona con ese nombre. Tanto pensar me agota, necesito dormir.

Por la mañana del sábado despierto temprano, me doy un baño y preparo el desayuno. Santiago duerme en el sofá, no sé a qué hora habrá llegado anoche, pero es obvio que tuvo que haber sido tarde porque yo no lo escuché y tardé mucho en dormirme. Un rato después, Irina se sienta a la mesa del comedor. La miro sin decirle nada más, sé que está algo incómoda por la conversación de anoche, seguro piensa que no le creo o que puedo juzgarla. No lo haré, y aunque no esté aún del todo segura, haré como si le creyera todo.

—¿Vamos a ir al cementerio? —pregunto y ella asiente. Le sirvo el café y nos quedamos en silencio, por un lado porque sé que ambas estamos pensando en la conversación de anoche, por otro lado porque Santiago duerme y no queremos despertarlo. Ninguna de las dos desea que hoy se una a nuestra aventura.

Nos preparamos y salimos de la casa, dejo una nota antes para avisarle a Santi que regresaremos al mediodía. Cuando llegamos al cementerio no vemos ningún servicio, ingresamos por la entrada central en busca de algún movimiento que nos indique que hay algún entierro. Sé que este no es el único cementerio de la ciudad, pero el otro queda demasiado lejos, así que todavía no pierdo las esperanzas de ver a Eduardo por aquí.

Caminamos un poco más y lo vemos, detengo a Irina y le hago señas para que nos escondamos. No quiero que él nos vea. Nos quedamos tras un árbol y vemos que acaba de arrojar un puñado de arena sobre el cajón que ya ha sido enterrado. Dos hombres —trabajadores del cementerio— toman sus palas y comienzan a cubrir el cajón. No podemos ver el rostro de Eduardo, pero por su postura corporal y sus hombros caídos deduzco que está triste. Solo hay dos personas más a su lado, un muchacho pelirrojo que tiene colocada la mano derecha sobre el hombro de Eduardo y una chica que no tendría más de quince años.

Cuando los dos acompañantes se alejan un poco, Irina y yo entendemos que él se quedará un rato más. Lo vemos arrodillarse y dejar algo sobre la corona de flores que han colocado sobre la tierra. En ese instante quiero salir corriendo, no me gustaría que Eduardo me viera aquí, sería por demás extraño. Estiro a Irina tomándola de la mano y camino hacia la salida. Ella se rehúsa y me mira confundida.

—Vamos —le susurro.

—¿Por? —pregunta ella y yo miro hacia donde Eduardo ya está levantándose.

—No quiero que me vea, eso sería extraño —digo y ella asiente.

—Podemos fingir que vinimos a visitar a alguien —dice tomando una rosa fresca de una de las coronas que están sobre una de las tumbas cercanas, entonces me estira de la mano y me lleva hacia la derecha.

De reojo veo que Eduardo comienza a dar unos pasos para alejarse, espero que camine hacia el otro lado, pero por un momento lo pierdo de vista. Irina nos lleva hasta la tumba de Alan, donde coloca la rosa.

—Irina... ¿Qué haces? —pregunto y ella hace silencio sin dejar de mirar fijo hacia el frente—. ¿Está aquí? —inquiero al recordar que ella puede ver al espíritu del policía, o eso dice.

—Sí... y quiero que aquí se quede —añade. Luego se acerca un par de pasos y encara a lo que sea que está viendo—. Escucha, este es el cementerio y tú estás muerto. Aquí has sido enterrado hace unos días y deberías hacer lo que hacen los espíritus cuando se mueren —añade.

—¿Qué hacen? —pregunto yo, y ella se encoge de hombros.

—¿Cómo voy a saberlo? —responde—. Mira, Alan, si ves una luz o algo, síguela —añade y hace un gesto con la mano.

—¿Lila? —La voz que menciona mi nombre hace que me ponga firme, Irina se voltea a mirar y yo... yo quisiera que en este momento me tragara la tierra. Y eso que estoy en un cementerio y eso no es demasiado alentador.

—Hola... —saludo volteándome con lentitud—. ¿Eduardo? —pregunto con inseguridad fingida.

—El mismo... ¿Qué haces aquí? —inquiere.

—Vinimos a visitar al primo de mi amiga —digo y señalo la tumba de Alan, Irina me mira con reproche en la mirada.

—Oh... lo siento —dice él y mira a Irina—. Soy Eduardo —se presenta. Irina solo asiente y baja la mirada.

—Ella es Irina —digo y él le pasa la mano, mi amiga se la toma con educación, pero se aparta lo más rápido que puede.

—Bien... yo... ya me estaba yendo —añade Eduardo con un gesto de su cabeza—. Acabo de... enterrar a mi padre —murmura.

—Lo siento mucho —digo y él solo asiente—. ¿Estás bien? —inquiero y él no responde, solo se encoge de hombros.

—Triste, supongo... —murmura.

—Lo siento —repito y no sé qué más decir, odio cuando te quieren consolar diciendo que seguro tu ser querido está en un lugar mejor o que pronto pasará el dolor. Siempre he creído que es mejor callar que intentar consolar a alguien que ha perdido a un familiar cercano con esas palabras.

—Gracias. Las dejo... —dice y se aparta caminando unos pasos de espalda, yo levanto mi mano a modo de saludo, pero Irina no hace nada. Eduardo da media vuelta y se aleja, e Irina sigue mirando hacia donde se ha ido.

—¿Qué sucede? —inquiero, pero Iri solo niega con la cabeza y camina hacia la tumba del papá de Eduardo. Allí se arrodilla y busca lo que sea que él dejó entre las flores y enseguida me doy cuenta de que se trata del medio corazón de plata—. Iri, no lleves eso —pido, pero ella ya se lo ha guardado en el bolsillo.

—¿Estás segura que el que ha muerto ha sido el padre? —inquiere y yo asiento.

—Tú lo has oído, eso ha dicho —respondo—. ¿Por qué?

—Porque tiene a una señora siguiéndolo —dice mi amiga y yo la miro sin entender a qué se está refiriendo.

—¿Qué? —pregunto mientras sigo a Irina hacia la salida del cementerio—. No entiendo.

—Tiene a un espíritu de una mujer caminando a su lado y viéndolo todo el tiempo —dice mi amiga y yo me detengo de golpe, la miro y ella se encoge de hombros.

—¿Estás segura? —pregunto y asiente.

—Primero pensé que era una persona real... es decir, cuando veo a estos... fantasmas, no distinto que no son personas. ¿Me explico?

—¿No son transparentes o algo así? —pregunto y ella niega.

—No... se ven reales —añade—. Y cuando él se acercó había una mujer con él. Pero por la conversación me di cuenta de que nadie se percataba de su presencia —agrega.

—Dios... Irina... Juro que me estás asustando, mejor vayámonos de aquí —digo apresurando el paso.

—Crees que estoy loca, ¿verdad? —inquiere mi amiga.

—No... —respondo pero mi voz no suena convincente—. No lo sé... solo... mejor vayamos a casa —agrego y ella asiente.

Cuando llegamos a casa, Santiago ha preparado comida y nos espera con una sonrisa y unas ojeras que delatan que ha dormido poco.

—No voy a preguntar de dónde vienen porque ya me lo imagino —musita.

—¿Dónde fuiste anoche? —pregunto y él se encoge de hombros.

—Me he encontrado con un viejo amigo y fuimos por allí a dar una vuelta —responde y yo asiento—. ¿Te vas a quedar a comer? —pregunta entonces a Irina y ella no responde enseguida, creo que no sabe si en realidad quiere hacerlo.

—¿Qué cocinaste? —inquiero.

—Tallarines... ¿Te quedas? Juro que no le puse nada malo —dice llevándose la mano al pecho como si lo dijera de corazón.

—Quédate... —pido a mi amiga y ella asiente.

—Está bien —murmura y Santiago sonríe—. Vengan, déjenme mostrarles que soy muy buen cocinero y así me perdonan por el mal rato de ayer.

Irina y yo lo seguimos y luego de lavarnos las manos nos sentamos para comer. Durante el almuerzo no hablamos de nada en especial, comentamos alguna que otra tontería y Santiago insiste en invitarnos al cine a ambas por la tarde. Entonces, después de mucho tratar de convencer a Iri, lo logramos. Y sonrío, porque al parecer, las cosas no van a salir del todo mal entre ellos. Mi amiga se ofrece a lavar los cubiertos y yo decido ir a tomar un baño para prepararme para la salida, pero al ingresar al cuarto y ver la caja de Irina sobre la cama, vuelvo a recordar ese nombre: Judith, y eso hace que sienta que me estoy volviendo loca. Sacudo la cabeza para intentar sacar ese pensamiento de mi mente, y trato de concentrarme en lo que tenía planeado hacer. 

Volví... ¿cómo están?


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