* 6 *
Me levanté de la mesa y dejé solo a Santiago luego de que Irina se marchara, pensé en seguirla y pedirle disculpas por la actitud tan desagradable de mi hermano, pero la verdad es que lo sucedido me ha desconcertado un poco y no sé para qué lado estirar. Me siento en el medio de los dos y eso es horrible, en los pocos días desde que llegó Santiago, el orden en el que solía vivir dio vueltas y me siento desorientada.
Camino hasta mi casa, pero antes de entrar cambio de opinión. No deseo quedarme allí, así que voy a dar un paseo por la ciudad a ver si logro calmarme un poco. Mis pensamientos recorren todos los acontecimientos del día fijándose en pequeños detalles y repitiendo los diálogos que he mantenido con las personas. Quizá de tanto leer me esté volviendo loca, como si fuera el narrador omnisciente de mi día a día. En ocasiones me pregunto si la mente de las demás personas funcionará de la misma manera, soy muy detallista y doy vueltas y vueltas a las cosas. A veces eso es bueno, porque me ayuda a ver las cosas de distintas perspectivas, pero en otras situaciones creo que no es tan positivo, suelo exagerar los hechos o fijarme en pequeños gestos tratando de buscarle significados que al final no sé si solo están en mi interpretación o si fueron así en realidad. Irina dice que me paso películas.
Me siento un poco frustrada, sé que no puedo obligar a dos personas a llevarse bien, pero tampoco puedo elegir entre uno y otro, no cuando se trata de las dos personas más importantes de mi vida además de Benja. Es entonces cuando caigo en cuenta de lo reducido que es mi grupo de seres queridos: mis padres —a quienes casi no veo porque viven en otra ciudad—, mi hermano —al que acabo de reencontrar luego de mucho tiempo sin verlo—, mi mejor amiga y mi hijo. No puedo contar con Marcos, porque a él no me une nada más que un recuerdo bonito y Benja, pero ni siquiera hemos quedado como amigos, solo cruzamos palabras por el niño. Pensar así me hace sentir mal, ¿por qué no hay más gente en mi vida? ¿Será mi culpa? No lo sé, el caso es que me siento sola.
De pronto la melancolía invade mi alma como si una lluvia fina cayera sobre todo mi cuerpo, siento frío y angustia. Esa es una palabra a la que yo puedo darle un significado que va por encima del que encontramos en el diccionario. Siento la angustia desde muy pequeña, la siento como un apretón en el pecho, como si de pronto algo gomoso envolviera mi corazón, lo oprimiera y no me dejara respirar. Cuando experimento esa sensación, es como si me fuera a morir, pero no físicamente, sino como si algo dentro mío experimentara una desesperación tan intensa, que me siento incapaz de reaccionar a ella. La primera vez que sentí eso fue cuando vi a mi madre irse, cuando la vi caminar hasta su vehículo sin siquiera voltear a mirarme a sabiendas de que yo estaba llorando, arrojada en el suelo como si fuera una bolsa de basura, suplicándole que no me abandonara.
Apenas lo pienso y vuelvo a experimentar ese dolor, esa angustia. Aquella sensación se quedó en mi pecho por mucho tiempo, revivía cada vez que despertaba y observaba por la ventana con la esperanza de verla regresar, pero no, nunca volvió. Mis tíos se convirtieron en mis padres y mi primito en mi hermano, y los amo, ellos me han sacado a flote, han hecho de mí lo que soy hoy, pero el vacío que ha dejado la ausencia de mi madre nunca ha sido llenado por nada ni por nadie.
Durante muchas noches me pregunté qué había hecho de malo para que ella decidiera irse, ¿será por el vaso que rompí dos días antes intentando ayudarla a lavar los cubiertos? ¿Sería porque solía quejarme para despertarme temprano? ¿Quizá no le gustaba el color de mi cabello? ¿Acaso le parecía mucho a mi padre y eso hizo que ella me odiara tanto como lo odiaba a él? Recuerdo que la profesora de Psicología del bachillerato dijo una vez que los niños siempre se sentían culpables de las cosas que salían mal en la casa, que si los padres se divorciaban los niños creían que era por culpa de ellos, por eso era importante un acompañamiento en esas circunstancias. Las culpas que yo cargué desde niña por no haber sido suficiente para que mi madre se quedara conmigo me marcaron, y quizá hoy pueda entender que ella no lo hizo por mí, que ella tuvo otras motivaciones para salir huyendo de su propia vida, pero eso lo comprendo —o más bien lo acepto— a nivel racional. Mi corazón roto nunca lo podrá entender del todo. Lo cierto es que esas preguntas fueron convirtiéndose en miedos, inseguridades que me persiguieron durante toda mi vida. Tenía miedo de equivocarme y hacer algo que molestara a mis tíos y ellos también me dejaran, y aunque nunca lo hicieron, la sensación siempre fue más fuerte que yo.
Los gurús del éxito de los videos que veo dicen que siempre atraemos lo que pensamos, incluso cuando lo que pensamos es negativo. Ellos dicen que si tenemos miedo a enfermarnos y pensamos todo el tiempo en eso, terminaremos por enfermarnos, ya que el cerebro no discrimina el lado positivo o negativo del comentario, nuestra mente es tan poderosa que atrae eso que pensamos, pensamos en enfermedad, obtenemos enfermedad. Eso me llevó a plantearme si acaso es por eso que la gente siempre sale de mi vida, tengo miedo a perder a quienes amo y al final, haga lo que haga, los termino perdiendo.
Así fue con todos los que fueron importantes para mí, iniciando con mi madre, pasando por un par de chicos de los cuales estuve enamorada. Anita, mi mejor amiga de la primaria y Majo, mi mejor amiga de la secundaria. Y por supuesto, Marcos... Cuando lo conocí pensé que él sí podría entenderme, él también tenía una historia de vida complicada y creí que ambos podríamos sostenernos el uno al otro, pero no. Él también huyó de mí.
Sé que es un poco patético pensar de esta manera y lo cierto es que odio ponerme en este plan, por eso trato de estar siempre sonriendo, de ser yo la que alienta a todos, la que trata de sacar lo mejor de las personas y darle ánimos para seguir, a veces creo que dando fuerzas puedo infundírmelas a mí misma..
La sensación de estar en medio de Santiago e Irina me lleva a la angustia, el pecho me aprieta y siento que me cuesta respirar. No puedo elegir entre uno y el otro, y no creo poder hacer que se lleven bien por más que lo intente. Santiago es irónico y directo, tiene un extraño sentido del humor —por llamarlo de alguna manera— y no busca caerle bien a nadie, él solo es y quienes lo conocen y lo quieren así, se van acostumbrando. Yo soy una de esas personas, y lo admiro, lo admiro porque no vive pendiente de agradar ni de ganarse la aceptación de las personas, ojalá yo pudiera ser un poco más como él, pero esa personalidad no es compatible con la de Irina. Ella es cerrada, tiene miedo a sentirse juzgada o a no encajar, por eso prefiere estar sola a rodearse de personas, y no es de reaccionar, sin embargo hoy lo hizo. Y eso solo quiere decir una cosa: su paciencia se está llenando y en algún momento estallará.
No hay manera de que le pueda explicar a Santiago que necesito que sea un poco más sutil, porque sé que no lo hará, de hecho es probable que por eso mismo, se vuelva más molesto. Y tampoco hay forma de que pueda forzar a Irina a ser de una manera que no es, solo lograré hacerla sentir incómoda y eso hará que se retraiga. Y lo cierto es que me ha costado mucho llegar a ella como para retroceder en eso ahora.
Me siento en un banco en una plaza del centro de la ciudad, contemplo los árboles y respiro. Me siento sola, siento que no puedo hablar de esto con nadie porque las únicas personas con las que podría hablarlas, están implicadas en el asunto.
El sonido de algo metálico cayendo al suelo llama mi atención, un muchacho acaba de pasar frente a mí y se le ha caído un pequeño collar de plata. Me levanto y lo tomo, lo sigo para devolvérselo.
—¡Ey! —llamo y él se voltea, trae los ojos llorosos y unas ojeras tremendas—. Se le cayó esto —digo y él asiente. Me acerco los pasos que nos separan y se lo paso—. ¿Estás bien? —pregunto y él asiente.
—Sí... Gracias —responde y toma la cadena con el dije, lo observa entre su mano—. Gracias —repite de nuevo.
Bajo la vista hasta el dije y se trata de un corazón partido por la mitad, imagino que la otra mitad la tiene su novia o su esposa, así que supongo que habrá sido un alivio que lo encontrara y se lo devolviera.
—¿Crees en las almas gemelas? —me pregunta y yo me sorprendo, la verdad es que no tengo idea de si creo en eso o no, y sobretodo es una pregunta extraña para hacerle a alguien que te acabas de encontrar por la calle..
—Bueno... me gustaría creer que existe alguien para cada uno... — respondo porque tampoco tengo idea de qué espera que diga, se ve algo consternado o confundido.
—Yo no creo eso —dice y cierra el puño apretando el dije entre sus dedos, supongo entonces que acaba de terminar con la novia o quien sea que le dio esa joya, porque de pronto se ve enfadado—. Creo que es una vieja leyenda que cobra mucha fuerza por la necesidad de las personas de buscar compañía o sentirse menos solos.
—Puede ser —respondo con algo de temor, no sé qué más decir—. Pero sí creo que hay almas que hablan el mismo idioma, como si estuvieran en la misma sintonía o frecuencia, no lo sé, pero por eso pueden entenderse mejor y eso hace que se sientan cerca...
—¿Y luego de un día para el otro se salen de esa sintonía y se distancian para siempre? —inquiere con dolor en la mirada, yo bajo la vista y me encojo de hombros, no puedo evitar pensar en Marcos.
—Supongo... —respondo y él asiente.
—Me llamo Eduardo, perdón por esto... —dice encogiéndose de hombros y pasándome la mano—. Solo... mi padre acaba de fallecer y yo... estoy un poco sensible.
—Oh... Lo siento mucho, Eduardo. Mis pésame —respondo algo incómoda—. Mi nombre es Lila, un gusto...
—Gracias... Debo ir a ver todos los papeles para el funeral y demás... ha sido un... Lo siento si te he incomodado —añade y yo niego.
—No es nada, entiendo que es un momento difícil, además no me has incomodado —sonrío para infundirle algo de ánimos—. Si hay algo más en lo que pueda ayudarte...
—No, nada más, Lila. Gracias —dice y da media vuelta para marcharse.
Eso ha sido algo extraño, pero al menos ha logrado sacarme de los pensamientos sombríos que estaban por llevarme a la melancolía. Mi celular suena y es un mensaje de Irina, lo reviso de inmediato:
«Voy para ver la peli. ¿Crees que pueda quedarme a dormir en tu casa?».
Su pregunta se me hace extraña, ella no suele quedarse a dormir y menos en estas circunstancias. El sofá está ocupado, sin embargo la camita de Benja que está pegada a la mía está libre.
«Puedes quedarte en la camita de Benja, solo que no es tan cómoda. ¿Estás bien?».
«Sí, solo... no quiero estar en casa».
Sé que Irina tiene problemas en su casa, pero no sé cuáles son. Nunca habla de eso, solo sé que no quiere estar en su hogar, que jamás habla de su padre y que si por casualidad lo menciona lo llama Javier. Que su relación con su madre no es tan buena, y que aunque quiere mucho a su hermano, casi no conviven ni comparten nada.
«Iré en un rato, gracias».
Yo le respondo con un corazón y me regreso a la casa. Espero llegar antes que ella y conversar con Santiago, él dijo que saldría, pero aun así le pediré que si se cruza con ella antes de irse o mañana en la mañana intente mantener la paz. También hablaré con Irina en la noche, y le pediré que tenga un poco de paciencia.
La sensación de impotencia e incomodidad vuelve a apoderarse de mí. De pronto y por algún motivo siento que todo lo que era seguro está sobre arena movediza, nuestras rutinas han cambiado y por momento las cosas se sienten tensas. Tengo miedo, no quiero perder nada de lo que tanto me ha costado construir y no soy buena para enfrentarme a los cambios, porque nunca sé si estos serán mejores o peores.
¿Cómo vamos? ¿Les va gustando la historia?
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