* 53 *
Aquella noche, al volver a casa, Santi me dijo que se sentía muy sorprendido por el don que tenía de poder comunicarme con los muertos, la verdad es que yo ya no lo quiero. Ya no quiero poder ver fantasmas, no quiero tener que vivir pendiente de mi mamá como si yo fuera la adulta, no quiero tener que solucionar problemas que no sé cómo solucionar. Me siento cansada, mi vida ha dado otro giro en menos de un año y ni siquiera me estaba acostumbrando aún a los cambios que se dieron antes.
El trabajo sigue igual que siempre, Martina me ha invitado a salir hoy, sábado, pero yo no quiero ir. Me siento a gusto con ellas, pero tengo la sensación de que ni a Santi ni a Lila les gusta que yo salga con ellas y, no quiero más problemas. Además, Santi me invitó a cenar y dijo que tenía algo importante qué decirme.
Espero que me venga a buscar, no quiero dejar a mamá, Lucas no está y sería la primera vez que ella se queda sola. Me dice que no me preocupe, que apenas acabe con los quehaceres se acostará a dormir. Se supone que debían habernos conseguido un lugar más seguro, pero hay mucha burocracia y estamos aguardando la firma de no sé quién. Sin embargo, contamos con una patrulla que ronda la casa todas las noches. Así que trato de pensar que no sucederá nada y enfocarme en lo que Santi me quiere decir.
Por un momento pienso que quizá quiere terminar, nuestra relación no es lo que se espera de una relación normal, estoy llena de problemas y seguro eso lo tiene cansado. Sin embargo se sigue mostrando cariñoso y comprensivo, así que no sé si será eso. Le pregunté a Lila si sabía algo, pero me dijo que no tenía idea, que hacía días no lo veía. Así que eso solo me dejó más preocupada.
Cuando llega por mí, me dice que iremos a un restaurante de comida italiana y me pregunta si estoy de acuerdo. Le digo que sí, la verdad me da igual a dónde vayamos, lo que quiero es develar el misterio.
Nos sentamos y conversamos sobre cualquier cosa, lo mismo de siempre, hasta que yo le pido que me diga aquello que tenía que decirme, porque me siento ansiosa.
—Bueno, sé que quizá debí decírtelo antes, pero en realidad no pensé que fuera a suceder... —dice y no me gusta cómo suena aquello—. Cuando recién llegué aquí, postulé para una beca. Cuando eso tú no estabas en mi vida, no de la manera en la que estás ahora, Iri, y yo quería... necesitaba buscar un rumbo, empezar de nuevo...
—Ajá... —digo con un poco de recelo, creo que ya sé para donde va esto.
—Hace unos días me avisaron que me dieron la beca, yo incluso ya lo había olvidado...
—Eso es bueno, ¿no? —inquiero con temor.
—Sí... solo que es en otro país...
—¿Dónde? —pregunto sintiendo que mi corazón se acelera.
—España...
Siento como si un balde de agua helada se me cayera encima.
—Eso es... muy lejos —digo y él asiente—. ¿Ya lo has decidido?
—Me parece que es una oportunidad única, Iri. Pero no quiero que lo nuestro acabe, podríamos ver la manera de...
—No creo en el amor a larga distancia —zanjo interrumpiéndolo.
—Pero podríamos ser la excepción, ¿no? O quizá... podrías irte conmigo.
Aquello me parecía una broma. ¿En serio me estaba diciendo que me fuera con él? ¿Acaso no sabía que no podía dejar sola a mi madre ahora?
—Creo que eso no tiene sentido, Santi. Sabes que no puedo dejar a mamá ahora, no así... —digo intentando no perder la calma.
—Lo sé... pero quizá más adelante...
—Mira, entiendo que quieras irte y estoy feliz de que hayas ganado esa beca, aunque me hubiera gustado que me lo dijeras antes, al menos para estar preparada. También entiendo que desees que lo nuestro acabe, lo comprendo, no soy la novia ideal y no puedo ofrecerte más que problemas, así que creo que es lo mejor, que tú sigas tu camino y yo seguiré el mío.
—¿Por qué estás diciendo eso, Irina? Yo en ningún momento dije que quería que lo nuestro acabara, de hecho, lo único que me preocupa es eso. A mí nada me ata a este lugar, hace tiempo que decidí que quería ser libre y empezar de nuevo, pero luego te conocí y comenzamos a salir, y lo único que deseo es...
—Si nada te ata, qué más da, ¿no? Yo tampoco quiero atarte —respondo con enfado.
—Ni siquiera me dejas hablar, Irina. Yo no quiero romper contigo, tú eres lo único que quiero conservar, podríamos empezar de nuevo, tú y yo... un nuevo comienzo, nuevas aventuras...
—No, Santi, ese es tú sueño, no el mío —digo y me levanto. Él intenta seguirme, pero yo no quiero que lo haga y le digo que me deje sola.
Me siento mal, me siento muy mal. Pienso que nada tiene sentido y que mi vida es un verdadero caos, ni siquiera sé si vale la pena vivirla. En este momento me siento sola, le escribo a Lila, pero no responde. Es tarde y es probable que esté dormida. No quiero regresar a casa, pero no tengo a donde ir.
Deambulo por las calles con lágrimas en los ojos, me siento extraña, como si fuera un extraterrestre en este mundo del cual no me siento parte. Un mensaje llama mi atención, pienso que es de Lila, pero no, es de Martina. Me envía la ubicación de la fiesta donde están, por si cambio de idea.
No es lejos y ella manda una foto. Decido que voy a ir, ¿qué más puedo perder? Ya lo he perdido todo, por lo menos me divertiré un rato. Ella se pone muy contenta cuando me ve llegar, está con unos amigos y me los presenta, enseguida me dan varios tragos de distintos colores, algunos saben muy amargos y otros un poco más dulces. Los problemas se van diluyendo en el alcohol, la música y las luces. De pronto, ya no recuerdo nada, nada me duele ni me hiere, ellos me tratan como si fuera una más, durante tanto tiempo he querido ser solo eso, una más, no Irina la extraña, Irina la problemática, no Irina la rara.
Esta noche soy solo una chica divirtiéndose, estamos algo borrachas y los chicos se están aprovechando de eso, no me importa, ojalá Santi estuviera aquí para verme en este momento. Me dejo ir, bailamos, seguimos tomando, me ofrecen algo que no sé qué es exactamente, pero lo pruebo. Me prometen que me hará volar, y es cierto. Estoy eufórica y me encanta sentirme así. Un chico me besa, no es Santi, pero besa bien. Sabe a alcohol, pero yo también. Me invita a ir a un lugar más privado y me niego. No voy a llegar tan lejos, incluso aunque apenas pueda mantenerme en pie.
Mi celular vibra, alguien llama. Es Santiago, no pienso atenderle.
Vuelve a sonar, una y otra vez. Santiago y Lila están llamando con desespero, pero me encanta no atenderles, que sepan que no necesito de ellos, que sepan que estoy enfadada, que sepan que puedo ser una chica normal sin necesidad de implorarles cariño. Que sepan que puedo ser feliz sin ellos.
—Iri, creo que es hora de irnos —dice Martina y yo niego, no quiero, pero ella insiste. Dice que ha sucedido algo y que debemos irnos. Me promete pasar por un café y darme algo para que me sienta mejor.
Yo no me siento mal, no quiero irme, pero ella me estira, me empuja. El chico que me besó se queja, pero Martina lo ignora, ella y una amiga más que no recuerdo su nombre, me sacan casi en andas. Estoy enfadada, ¿quiénes se creen para mandar sobre mi vida?
Me meten a un auto, Martina arranca y aunque quiero gritarle lo enfadad que estoy por haberme sacado así de la fiesta, no puedo hacerlo, me quedo dormida muy pronto. Cuando despierto, por las náuseas, me doy cuenta de que estamos en alguna estación de servicio, su amiga me observa y me hace gestos para que abra la puerta. Vomito en la vereda. Martina llega con un café, algo de comer y una pastilla que tomo sin quejarme. Su amiga me mira con tristeza.
—¿Te sientes mejor? —pregunta y yo asiento—. Bien, porque tengo que llevarte a casa —dice y se sienta en el lugar del conductor—. Algo ha sucedido, Irina, necesitamos que llegues a casa.
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