* 50 *

Edu y yo estamos en la carretera de camino a la ciudad donde nos encontraremos con Anna. Él maneja y hemos estado conversando de todo un poco a lo largo del trayecto de casi seis horas. A pesar de que estamos bien juntos y de que todo parece haber tomado un rumbo, desde la vez que peleamos, no hemos vuelto como pareja, es decir, es extraño, porque nos hablamos como siempre, pero no ha habido señales de cariño, besos ni romántico.

—Y mi mamá me dijo que idealizo la amistad... —digo terminando mi relato sobre la conversación con mi madre sobre lo de Irina.

—¿Y no crees que puede tener algo de razón? —pregunta Eduardo y me encojo de hombros.

—Quizá... ¿entonces eso quiere decir de que todo lo que vivimos en estos años de amistad no fue real? ¿O que no significó para ella lo mismo que para mí? —inquiero un poco melancólica ante la idea de que todos piensen eso.

—Eso no te lo puedo decir, Lila. No sé qué es lo que ella piensa, pero estoy seguro de que le importas mucho y de que también te quiere. Sin embargo, quizá la amistad no sea como tú anhelas o como necesitas que sea... Cada quién tiene su manera de querer y también sus etapas de vidas. Concuerdo con tu mamá en que la gente entra y sale de nuestras vidas, quizá cuando alguien llega es porque tiene una misión, y cuando la acaba solo tiene que irse... —dice con algo de tristeza en la voz.

—¿Una misión? —pregunto y él asiente.

Nos quedamos en silencio y por un rato me pierdo en el paisaje de los alrededores y pienso. Quizá todos tienen razón y yo estoy exagerando...

—Mira, no quiero que te sientas mal. Estoy seguro de que ella está pasando por cosas similares, las relaciones se van puliendo por el camino, eso ayuda a que las personas se conozcan realmente. Si ambos logran superar los obstáculos, la amistad saldrá a flote y crecerá, pero muchas veces no sucede y naufragan... Piensa en positivo, tú eres la parte positiva siempre, ¿no? Quizás esto solo las haga más fuertes —dice y me toma de la mano. Sé que intenta animarme.

Cambiamos de tema y hablamos de sus amigos, de las personas que dejaron huellas en su vida, su mejor amigo de la primaria, su prima, un amigo de la secundaria y otro amigo en la universidad. Me cuenta cómo a medida fueron cambiando los intereses, las relaciones se fueron enfriando, con algunos acabó bien, solo como un proceso más de la vida, y otras veces no sucedió así. Los malos entendidos y chismes hicieron lo suyo y las cosas acabaron mal. Sin embargo, me dice que de todos aprendió algo y que a todos sus amigos importantes los recuerda con cariño.

—Yo no tuve nunca demasiado amigos cercanos —digo sintiéndome culpable por eso—. Quizá soy muy cerrada o... quizá hay algo malo en mí.

—¿Qué podría haber de malo en ti? Eres dulce, servicial y amable —añade con ternura y yo me encojo de hombros—. Quizá solo te falta confiar un poco más...

—Ella ahora tiene sus nuevas amigas... sé que es infantil, pero...

—Nada es infantil si lo estás sintiendo —dice con cariño—. Las cosas se van a solucionar, ella se dará cuenta de que tú estás y estuviste siempre. Déjala experimentar, después de todo, todos lo hemos hecho, ¿no crees?

—Sí... lo entiendo, y de verdad lo hago. Solo... quería ser parte de sus cambios y de su nueva vida también —susurro—. Sé que sueno mal... egoísta o carente...

—No etiquetes tus sentimientos, solo déjalos fluir, te sentirás mejor después de hacerlo —sonríe—. No creo que seas egoísta, creo que es normal que sentirnos desplazados nos duela, a todos nos pasa. Lo importante es que sepas que vales más que eso, que si alguien te desplaza, sea Irina o sea cualquiera, no es tu culpa...

—¿Es la culpa del otro? Eso tampoco me parece...

—No me refiero a eso. Me refiero a que la gente es libre de irse o quedarse en tu vida, pero si se van, es decisión de cada uno, así como si se quedan. En realidad creemos que nosotros somos los que hacemos que alguien se quede o se vaya, y no es así. Es el otro quien toma la decisión de irse o quedarse... ¿Lo comprendes? Si ella decide rendirse en la amistad de ustedes, ni es tu culpa ni la suya, simplemente es una decisión que ella toma en un momento. Tampoco es ni buena ni mala, quizá en un futuro se arrepienta, quizá no.

—Lo entiendo, pero no lo entiendo —digo con vergüenza.

—Solo no debes dejar que el hecho de que alguien se vaya de tu vida, afecte tu autoestima. ¿Me explico? Sé que no es fácil de entender, porque cuando nos duele perder a alguien, casi siempre nos culpamos a nosotros mismos o pensamos qué pudimos hacer para que las cosas sean distintas. A veces, no puedes hacer nada y ya. Lo importante es que no debes permitir que la tristeza porque alguien se aleje de ti, aunque sea una persona muy importante y a quien quieras mucho, te haga ir al subsuelo de tu amor propio.

No digo nada, me volteo a mirarlo y lo tomo de la mano. Me siento enamorada, acompañada, comprendida, me gusta no sentirme juzgada y poder hablar con él de todo sin tener miedo a que se asuste o se burle de mí.

—¿Qué me ves? —pregunta con una sonrisa.

—¿Te dije que eres guapo? —inquiero sonrojada.

—Hoy no... —susurra él.

Muero por decirle que lo amo y que necesito de sus besos, sus abrazos y sus caricias, pero no quiero apresurar nada, así que mejor espero. En unos minutos más pasará algo demasiado importante en su vida y eso es lo que debe vivir ahora.

El GPS marca que hemos llegado a destino, Eduardo está nervioso y yo lo tranquilizo con un beso en la mejilla.

—Es una chica genial, te encantará —digo y él asiente.

Anna nos espera en la puerta de su casa, su sonrisa es tímida y nerviosa. Me acerco a ella y la saludo, Edu camina detrás de mí.

—Hola... —dice él.

—Hola —responde ella. Y de pronto, lo abraza con ímpetu—. Le debo este abrazo a mi madre —susurra, pero puedo oírla—. He escuchado muchas veces lo mucho que lo ha anhelado —añade y yo miro a Eduardo, tengo miedo que la separe de golpe, pero está como rendido—. No sabes cuánto habría querido abrazarte de nuevo antes de morir —añade—. Creo que hubiera preferido dejar de respirar antes con tal de conseguir darte un beso o un abrazo...

Dejamos que las emociones nos invadan mientras se separan lentamente, Eduardo le regala una sonrisa tímida.

—Gusto en conocerte —dice y ella asiente.

Pasamos a su casa, es un lugar cálido y ameno con muchas fotos de ella con su madre. Eduardo se pasea viéndolas con calma, no puedo deducir el sentimiento en su mirada, nostalgia, ternura, melancolía... Anna nos invita a sentarnos y nos cuenta la historia una vez más. Ambos lloran y casi al final del relato, ella me pide que le entregue a Edu la caja con las cosas que me había dejado. Cuando hablamos por teléfono me pidió que las trajera en la mochila.

Eduardo observa cada pequeño tesoro. Las lágrimas bañan su bello rostro. Lo observo y le acaricio la espalda, como si quisiera gritarle que no está solo, que su tristeza también es la mía. Anna le explica que su mamá no se fue tranquila porque él no la había perdonado. Eduardo llora como un niño y me da ganas de abrazarlo y contenerlo, lo hago como puedo. Ellos hablan, él pregunta, ella responde, ella pregunta, él responde.

Al final de la tarde, se siente paz en el ambiente, la tensión del inicio ha desaparecido y ellos parecen querer forjar un vínculo, intercambian números y se prometen visitas. Imagino a Paola feliz y eso me hace sonreír.

Salimos de allí en silencio. Quedan muchas horas de viaje de regreso y él se nota cansado, así que seguiremos el plan inicial. Buscar un lugar donde pasar la noche y salir al amanecer.

Buscamos un sitio decente, él pide una habitación y ambos ingresamos. Me doy un baño y me lío con una bata que nos han dado allí mientras esperamos que lleguen las hamburguesas que hemos ordenado para cenar, luego él hace lo mismo. Comemos recordando las partes más importantes de la conversación.

—Por momentos, ver esas fotos... dolió —dice—. Pensar que ella tuvo todo eso que yo tanto extrañé —añade—, no quiero sonar egoísta o mezquino, pero no podía evitar sentir.

—Hoy me dijiste que dejara fluir lo que siento. Todos a veces nos sentimos así, egoístas, y creo que en cierta forma no está mal, es una manera de preservarnos a nosotros mismos. Es normal que sientas eso, no lo reprimas.

—Me agradó ella, me agrada la idea de tener una hermana, ¿sabes? Es algo ilógico quizá, pero desde que papá murió el mundo se quedó muy solitario... Era como si todo lo que era parte de mí ya no estuviera... Y saber que ella está allí, que es parte de mi madre como lo soy yo... que nos une algo. Se siente bien...

—Seguro que sí —sonrío—. Y ahora tendrán todo el tiempo del mundo para conocerse, Edu.

—Así es... —dice y acabamos de comer.

Nos acostamos con las batas, los dos en la misma cama matrimonial. Lo abrazo, él recuesta su cabeza en mi pecho y solloza.

—Amaba mucho a mi madre —dice de pronto—, era mi mundo, Lila, pensé que no podría seguir sin ella —añade—. Ahora me siento culpable, no puedo dimensionar todo lo que sufrió.

—No te sientas culpable, no fue culpa de nadie, Edu... Ella solo quiere que la perdones. Sé que te cuesta entender que no se ha ido, sé que es difícil de creer lo que Irina ve, que parece una locura, pero somos más que esto, que un cuerpo tangible. Y ella está esperándote para poder irse en paz...

—Quisiera poder verla, de verdad quisiera... Necesito su abrazo como si fuera un niño, necesito llorar en su regazo —dice y yo asiento.

—Te juro que lo entiendo —respondo y él hace silencio. Lo beso en la frente y seco sus lágrimas, él se deja acariciar hasta quedarse dormido.

Sigo observándolo por largo rato más. Lo amo, no hay duda de eso, y me alegra compartir con él este momento. Sé que está sanando, sé que estará bien, sé que después de todo esto será mucho más feliz y se sentirá mucho más pleno. Soltar el pasado y perdonar, revivirá sus esperanzas y encenderá su corazón.

Es un hombre fantástico y estoy orgullosa de él. Quisiera decirle todo lo que siento a su lado.

—Te amo —murmuro porque sé que ya está dormido—. No sabes cuánto... Gracias por dejarme entrar a tu mundo.

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