* 46 *
Me siento por inercia en el lugar que dejó Irina, Edu está cabizbajo y su mirada está perdida. No digo nada, solo espero, a que se reponga de lo que fuera que le dijo mi amiga, a que hable y me dé una señal de lo que pasó o de lo que piensa, de lo que está sucediendo en su cabeza. En mi mente se arremolinan miles de ideas, pero todas inconexas, no logro esbozar una simple idea, así que lo único que hago es tomarlo de la mano.
Él no me rechaza, de hecho aprieta mis dedos con los suyos en gesto de cariño y al fin levanta la vista. Sus ojos están llenos de dolor.
—Esto parece una locura —dice—, pero necesito saber qué es lo que tú sabes.
Asiento y respiro, lo que sé es bastante y a la vez es nada, pero debo organizar las ideas para poder decírselo de a poco.
—Antes de que creas que Iri y yo estamos locas, necesito que sepas cómo comenzó todo —digo y él asiente. Le comento sobre la antigua costumbre de mi amiga de visitar el cementerio y juntar cosas de los difuntos, sobre la piedra y los fantasmas que comenzaron a acecharla, sobre la vez que él y yo nos conocimos, justo allí, en el cementerio, luego del entierro de su padre y cómo mi amiga encontró la otra mitad del dije que él había dejado sobre la tumba de su padre y que luego había buscado. Él solo asiente, como si cada recuerdo le diera una pequeña respuesta.
—¿Cuándo comenzó a ver a mi madre?
—La vio cerca de ti, desde casi el inicio, pero no sabíamos quién era o qué quería, ya que tú habías mencionado que quién había fallecido era tu padre. Cuando Paola se percató de que Irina podía verla, buscó la manera de comunicarse. Ella solo te seguía, Edu, todo el tiempo, y según Iri te toca, te besa, te abraza y te acaricia como si fueras un niño pequeño...
Las lágrimas caen de sus ojos y yo vuelvo a tomarlo de la mano. Le comento cómo fue la primera vez que hablamos con ella y las cosas que nos contó, también le hablo de Anna y de que Paola esperara que ella volviese a buscarlo, ese había sido su último deseo, que ella le contara la verdad.
—No sé qué decir —dice cuando hago silencio—. No sé qué decir...
—No digas nada, es mucha información para un solo día, es mucha información para toda una vida creyendo algo distinto... Solo quiero que sepas algo, Edu...
—Dime...
—Mi madre también me abandonó. Así como tú la vi partir, la vi irse sin mirar atrás. Pero a diferencia de la tuya, la mía sabía bien que no volvería, por eso me dejó con mis tíos. Tu madre iba a buscar un empleo, tu madre fue engañada, privada de su libertad y de todo lo que amaba en la vida. Vivió una pesadilla de la que no pudo escapar, murió con el dolor de haber fallado a quienes más amaba...
—Eso no le resta dolor a cada instante de mi vida.
—Sé que no, Edu, créeme que lo sé. Pero al menos ahora sabes que ella no te abandonó, que ella no se fue sabiendo que no te volvería a ver nunca más, que ella fue en busca de algo mejor para ti y para su familia y que tuvo mala suerte o... no lo sé, no sé cómo llamarle a lo que vivió, solo sé que no pasó un segundo de su vida en la que no haya pensado en ti, en cómo estarías creciendo, en qué estarías haciendo, en si la odiarías o no.
—¿Por qué no regresó cuando estuvo en libertad? —inquiere él con el dolor partiéndole la voz.
—Solo sé que quiso hacerlo, pero estaba su nuevo esposo, el que la había salvado... y estaba Anna. Ella estaba dividida, amaba a tu padre, pero se sentía en deuda con el hombre que le había devuelto la libertad. Es injusto, lo sé, lo es para ti y tu padre, pero si hubiera regresado quizás ustedes no la hubiesen perdonado, y si lo hacían, lo mismo sería injusto para el otro hombre y para Anna, ¿no crees? Al final la única que tuvo una vida injusta fue ella, Paola, tu madre... y no fue su culpa... nunca fue su culpa. ¿Lo entiendes?
Eduardo asiente, pero no dice nada más.
—Sé que es mucha información para digerir, pero sé dónde encontrar a Anna y tengo cosas que pueden ayudarte a comprender mejor... Solo debes querer dar el paso, avanzar y enterarte, afrontar el dolor para luego sentir la calma. Tienes que preguntarte si estás dispuesto.
—¿Me ayudarás? —pregunta mirándome al fin. Sus ojos parecen suplicarme que me quede a su lado, yo sonrío, ¿en qué mundo piensa que lo dejaré solo?
—Claro que sí, lo sabes —digo y él sonríe.
—¿Me perdonas? He sido un imbécil. Tú no te merecías...
—No hay nada que perdonar, Edu —digo interrumpiendo—. Debí decirte todo desde el inicio, y créeme que deseaba hacerlo, pero todo es tan extraño y tú estabas tan cerrado... No sabía cómo hacerlo...
—Lo entiendo, de verdad...
Nos quedamos en silencio un rato, hasta que él se levanta y me pasa una mano para que yo también lo haga. Entonces me abraza, yo me dejo ir por unos instantes en su cálida contención. Es uno de esos abrazos que en silencio dicen mucho, hablan de todo. Nos quedamos así un buen rato, hasta que Santi llega con Benja en brazos, está inquieto y lloriquea y mi hermano me pide perdón por molestar.
Sonrío y me separo de Edu para cargar a mi bebé, que apenas me siente se relaja y recuesta su cabeza en mi pecho.
—Solo quiere dormir —digo y él asiente para volver a dejarnos solos.
—¿Quieres salir a caminar? Quizá eso lo haga dormir —ofrece Edu y yo asiento.
—No me gusta mucho traerlo al hospital, pero necesitaba ver a Irina.
—Te entiendo. Yo me enteré por el diario y me preocupé mucho...
Solo asiento, caminamos hasta la sala de esperas mientras él me cuenta sobre un amigo cuya familia tenía el mismo problema de Irina, me dice lo mal que la pasó su amigo y que cuando vio la noticia decidió venir por si Iri necesitara algo. Siento tibieza en mi corazón, me agrada saber que mi mejor amiga es importante para mi novio, aunque bueno, no sé si seguimos siendo novios en este punto.
Irina me ve y me regala una sonrisa, se acerca a nosotros y nos comenta que el médico dijo que su madre ha mejorado mucho y que es muy probable que al día siguiente la pasen a una sala común. Abrazo a medias a mi amiga y le digo que estoy muy contenta por ella y que sé que todo saldrá bien. Santi me dice que se quedará con ella y que regrese a casa para que Benja duerma tranquilo, Irina asiente, dice que no me preocupe y que vaya a descansar con mi bebé.
Edu les dice que me acompañará y todos nos despedimos.
Caminamos en silencio, las calles están desiertas, pero no tengo miedo. De pronto parece que las piezas están volviendo a colocarse en su sitio y eso me hace sentir bien, segura, cómoda, poderosa, como si nada pudiera salir mal en este momento.
—¿Crees que Anna quiera verme? —pregunta Edu sacándome de mis pensamientos.
—Estoy segura que estará feliz de verte —respondo con certeza—. Ella tenía mucha ilusión...
—¿Podemos ir a buscarla? —inquiere—, digo... cuando lo de Irina se solucione y pase el cumple de Benja...
Sonrío solo porque lo ha recordado.
—Creo que pasaré el cumpleaños para la semana que viene, las cosas no están para fiestas ahora —murmuro—, pero quizá podamos ir en el feriado a ver a Anna, no es lejos y mi madre vendrá a quedarse unos días, así que estará contenta de quedarse con Benja —explico.
—Voy a conocer a tu madre —dice y yo asiento.
—Estoy ansiosa porque lo hagas —respondo encogiéndome de hombros—. Ella es la mujer más buena del planeta —añado—, estoy segura que la adorarás —prometo. Edu me toma de la mano.
—Estoy seguro que sí, después de todo por algo tú eres tan fantástica —responde y yo me encojo de hombros.
—Ojalá ella hubiera sido mi madre real —suspiro, no sé de dónde salió eso, pero quizás es un pensamiento que llevo dentro desde siempre y que nunca me animé a decirlo en voz alta.
—Lo es, una madre o un padre es quién ha estado allí cada vez que necesitaste, quien no durmió por cuidarte cuando estabas enferma, quien te protegió cuando tuviste miedo o quien te dio una mano cuando te sentías perdida, Lila... y creo que ella ha sido eso para ti, ¿no es así?
Asiento, sé que tiene razón y no es que nunca lo haya pensado, solo que necesitaba que alguien más me lo dijera.
—Me alegro de estar contigo aquí y ahora —digo y él sonríe. Cruza su brazo sobre mi hombro y besa mi frente. Siento que el alma me regresa al cuerpo, estoy enamorada y no hay nada que pueda ni quiera hacer para evitarlo.
—Todo saldrá bien, ¿verdad? —inquiere como si necesitara que yo le dijera que sí de la misma manera que hace un rato yo necesitaba que él me confirmara mis pensamientos.
—De alguna manera todo saldrá bien —prometo.
Cuando llegamos a casa, acuesto a Benja en la cama y luego voy con Edu a la sala, él dice que irá a su casa porque necesita descansar y pensar y porque yo necesito dormir. Asiento, pero antes le doy la caja que Anna me entregó.
—Quizá allí encuentres más respuestas —digo y él no responde. Se acerca, me abraza y vuelve a besar mi frente con ternura antes de marcharse. Entonces, voy y me recuesto sobre mi cama, abrazo a mi bebé y agradezco a Dios por el día de hoy, por la esperanza, por el amor y por el perdón.
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