* 41 *
Me levanto el sábado casi cerca del mediodía, Santi me prepara algo de comer y me pide que vaya a casa porque mamá está preocupada. Quedamos en vernos en la tarde para conversar sobre lo de anoche. No tengo idea qué es lo de anoche, pero asiento.
El día pasa tranquilo, mamá me pregunta si es que sucedió algo con Santiago y si me he cuidado, le digo que deje de preocuparse, que solo dormimos. Ella no dice nada más. Subo a mi habitación y me doy otro baño, aún sigo medio dormida y un poco ida.
Pongo el celular a cargar y recibo muchos mensajes, fotos de anoche que envía Martina al grupo de las chicas, un mensaje de Lila diciéndome que cuando regrese tenemos que hablar. ¿Por qué todos quieren hablar conmigo? Siento como si hubiera hecho algo malo.
No le respondo a nadie, apago el celular y me pongo a dormir. Me siento agotada y me duele el cuerpo. Cuando la alarma suena, me levanto. Me visto y me preparo un café antes de ir a lo de Santi, hemos quedado en conversar.
Cuando llego, él está sentado viendo algún programa en la tele, pero apaga el aparato y me invita a sentarme.
—Iri, estoy un poco preocupado por ti —dice y yo no entiendo nada—. Has estado cambiando en estos días —añade y luego hace silencio.
—¿El cambio no es bueno acaso? Pensé que estabas de acuerdo con eso —digo interrumpiendo su silencio y poniéndome a la defensiva.
—No digo que sea malo, solo... no estoy seguro de que... No lo sé, Irina, no quiero sonar como si quisiera imponerte reglas, no quiero parecer un novio celoso o posesivo y por nada del mundo deseo que me compares con tu padre. Quiero ser paciente, sé que estás viviendo una nueva etapa que jamás has experimentado y que eso te tiene emocionada y alerta, pero temo por ti. Anoche tomaste mucho, te dije que te haría daño y solo me ignoraste. Haces todo lo que te dicen esas chicas, es como si por agradarles o ser parte de su grupo, fueras capaz de despersonalizarte, de dejar de ser tu... y eso, eso no está bien...
—No es así —me defiendo—. Me divierto con ellas, ¿qué hay de malo? ¡No son malas!
—No dije que lo sean, escucha... No quiero pelear, solo quiero conversar, contarte como me siento y que hablemos un poco... —Lo dice de una manera tan dulce que decido escucharlo, yo tampoco quiero pelear—. Solo estoy preocupado, Lila también lo está. Yo estoy dispuesto a estar a tu lado y a acompañarte en esta etapa que estás descubriendo, pero me gustaría que me tomaras en cuenta cuando te doy una sugerencia, pero no de la forma en la que sueles hacerlo.
—¿A qué te refieres? —pregunto algo confundida.
—Estar en una relación con alguien no significa que todo esté siempre bien, Irina. Hay cosas que me van a molestar y habrá cosas que te molestarán a ti, nos estamos conociendo y encontraremos que no todo será perfecto. Pero que me moleste algo, no significa que estoy enfadado contigo, ¿lo entiendes? Cada vez que sientes que algo no me agrada, tú me preguntas si estoy enfadado, pero veo temor en tus ojos, es como si tú pensaras que por enfadarme te haré daño, y no, no lo haré. Puedo enfadarme contigo por algo y eso no significará que te ame menos o que haré algún daño. Yo jamás lo haría, nunca —promete—, pero necesito poder decirte cuando las cosas no me gustan, cuando pienso que algo no está funcionando. Eso es para ambos, tú también debes decirme si hay algo que no te agrade o te enfada. ¿Me explico? —pregunta y yo asiento.
—Lo entiendo...
—Quiero que confíes en mí, no te haré daño —repite y yo asiento—, pero necesito que sepas que estoy preocupado por la manera en que estás actuando, tengo miedo a perderte, pero sobre todo, tengo miedo a que te pierdas de ti misma.
Hago silencio, miro mis manos y las muevo con nervios, él se acerca y me acaricia.
—Me agrada sentirme parte de un grupo de chicas normales, nunca he sido parte de eso, nunca...
—Lo sé, pero eso no te hace anormal. Cuando te conocí pensé que eras demasiado rara, lo admito, incluso le cuestioné a Lila la amistad que tenían, pero ella te defendió, ella veía en ti todo eso que ahora yo también puedo ver. Todos somos raros, Iri, todos nos sentimos distintos en algún momento, puedo asegurarte que incluso esas chicas alguna vez no encajaron. Pero ¿sabes cuándo eso cambia? —pregunta y yo niego—. No cuando haces lo que sea para encajar con los demás, no cuando dejas de ser tú misma para agradar a otros, empiezas a dejar de sentirte distinto cuando te aceptas como eres y descubres que eres un ser mágico justo porque eres como eres. Cuando encajas contigo mismo es cuando dejas de sentirte distinto, o mejor dicho, cuando entiendes que todos lo somos y que eso es justo lo mejor que tenemos.
—Bueno... yo...
—No te preocupes, entiendo que necesitas vivir muchas cosas, y no lo niego, me da miedo. Pero aquí estaré, Iri, solo quería que lo supieras —dice y yo asiento.
Se acerca más y me abraza, me besa en la frente, luego en la nariz y luego en los labios. Lo envuelvo con mis brazos y me derrito en sus brazos.
—No sé qué he hecho para merecer tu amor —murmuro.
—Ser tú misma, Iri, ser tú misma —añade.
Lo que queda de la noche la pasamos juntos, acurrucados en el sofá dándonos besos y caricias, mientras hablamos sobre todo y sobre nada. Me lleva a casa no muy tarde, porque no quiere caerle mal a mamá y considera que ya la noche anterior nos excedimos, y luego me voy a dormir.
El domingo duermo hasta tarde y luego le ayudo a mamá en la cocina. Ella me hace más preguntas sobre Santi y yo intento cubrir sus dudas. Cerca de las cuatro de la tarde, suena el timbre y voy a abrir. Es Anna, y no tengo idea de cómo consiguió mi dirección.
—Necesito acelerar el tema —dice—. Mi padre ha enfermado y yo debo ir a cuidarlo, no tenemos a nadie más.
—Bueno... tenemos que hablar con Lila —digo y ella asiente. Su madre está a su lado y puedo verla bastante nerviosa.
—¿Crees que podemos ir ahora? —inquiere y yo levanto las cejas sorprendida, cuando dijo que quería acelerar no creí que se refería a tan rápido.
—No sé si está en su casa... iba a salir con Edu. —Veo que su mamá me hace un gesto, creo que me está diciendo que ya están de regreso.
—Por favor... —dice Anna con voz de súplica.
Asiento y le pido que me espere un rato, iré a cambiarme.
Subo a mi cuarto y tomo la piedra en mis manos, Paola me ha seguido.
—Eduardo y Lila ya han llegado, por favor ayuda a Anna —me dice—. Lila tiene en su poder una carta que Eduardo debe leer, se la escribí a su padre hace años, pero él no quiso abrirla... se la dio a su mejor amigo antes de morir para que cuando ya no estuviera se la diera a Eduardo. Sé que no la abrió por miedo a lo que decía —comenta—, se lo dijo a su amigo.
—No entiendo...
—Cuando decidí quedarme con Anna y mi marido, le mandé una carta en donde le explicaba todo, le pedía perdón por no volver a buscarlo, le conté de mi miedo a interrumpir en su vida luego de tantos años, le dije que era una cobarde, pero que tenía mucho miedo a su rechazo y al de Eduardo. Le dije también que tenía una hija y le conté la historia. Lo hice porque necesitaba que él supiera que no lo abandoné, que no había dejado de amarlo. Pero él no la quiso leer, le dijo a su amigo que nunca la abrió porque tenía miedo de que su corazón ya roto se rompiera aún más luego de leerla, pero le pidió que se la diera a Edu cuando falleciera, le dijo algo así como que él no podía privar a nuestro hijo de la explicación de su madre.
—¿Y cómo él tiene esa carta? —pregunto.
—Porque fueron con Lila a ver a ese hombre que era un amigo en común de ambos. Pero la tiró, Lila la recogió y la ha guardado, dile que haga lo que sea para que la lea, por favor —suplica.
—Veremos qué podemos hacer —añado—, iré con Anna a buscar a Lila —comento y salgo de nuevo guardando la piedra en mi bolsillo.
Cuando llego a casa de Lila, ella se sorprende al verme con Anna.
—¿Qué hacen acá? —inquiere alterada—. Edu está conmigo —explica.
—Tenemos que hablar, Anna debe irse de nuevo a su ciudad, tenemos que acelerar el tema —digo y ella niega.
Mira hacia adentro de su casa y sale empujándonos un poco para ir hacia el patio, entiendo que quiere alejarnos de Eduardo para que no escuche.
—Yo no puedo hacerlo —dice—. Lo siento.
—¿Cómo que no puedes? —pregunta Anna con indignación—. ¡No puedes hacerme esto ahora!
—Escuchen —insiste Lila—, lo siento... en serio, pero no quiero perderlo. Lo amo y no puedo arriesgarme a que las cosas se destruyan así.
—¡Lila! ¡No puedes hacer esto ahora! —exclamo, no puedo creer que mi amiga esté actuando así.
—Lo siento, es una decisión tomada —dice Lila y me siento indignada. ¿Por qué nos está haciendo esto?
—¿Cómo? —inquiere Anna.
—Lila, ¿no entiendes? —pregunto algo alterada—. ¡Si no lo haces tú será más difícil! Yo casi no hablo con Edu, él es tu novio, pero no tengo mucho contacto ni confianza con él. Con todo lo que ha vivido no va a creer que el fantasma de su madre lo sigue a todas partes y que su media hermana lo está buscando. ¡Creerá que estoy loca! No hay ninguna posibilidad —exclamo con una mezcla de indignación y desespero.
—No me corresponde a mí contarle a Eduardo sobre la verdad de su madre, lo siento. —Lila se mantiene firme.
—¿Y te parece mejor que entre y le diga que soy su hermana y que lo estoy buscando para hablarle de nuestra madre? Porque si eso es lo que crees, entro ahora mismo —añade Anna completamente enfadada—, igual se enterará que sabías todo y que no le dijiste nada.
—¿Qué es lo que me has ocultado, Lila? ¿De qué fantasma hablan? ¿De qué hermana? —Eduardo sale con el rostro rojo de la rabia y nos mira a las tres.
Ups
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