* 40 *
Ayer pasamos un día genial, llegamos a la cabaña y fuimos a recorrer la zona. Por la tarde fuimos al pueblo cercano a visitar al amigo del padre de Edu y todos nos trataron muy bien, quedamos en volver esta tarde y quedarnos a cenar.
Estar con Edu es genial, podemos hablar de cualquier cosa y siento que nunca he conectado tanto con alguien. Marcos me ha mantenido informada sobre todo lo que Benja ha estado haciendo, y se lo agradezco de verdad porque me da mucha tranquilidad.
Hoy nos hemos levantado temprano y hemos desayunado al aire libre. Luego hemos ido a visitar un parque cercano y ahora estamos recostados en la cama, luego de despertar de una siesta. Estoy en los brazos de Edu y él acaricia con ternura mi espalda.
Justo en ese momento, suena mi celular y atiendo la llamada. Es Santi.
—Hola, Lila, ¿cómo estás? —pregunta, su voz suena apagada.
—Bien, ¿tú? —inquiero mientras Edu enreda sus dedos en mis cabellos.
—Un poco confundido —susurra—. Siento molestarte en tu viaje, mejor hablamos después...
—No, Santi, dime... ¿qué sucede?
—Nada... disculpa, de verdad.
—¿Irina está bien? —pregunto y él hace silencio, sabía que tenía que ver con ella.
—Sí... está bien, pero yo no sé si estoy bien con eso —murmura—. Es decir, entiendo que esté viviendo y experimentando una vida que no conoce, y yo no soy quién para impedírselo, pero no me agrada.
—Lo sé, Santi, me pasa lo mismo, pero ¿qué podemos hacer?
—No lo sé, quedamos en vernos para hablar en un rato, pretendo decirle lo que pienso y siento, aunque a veces me da miedo que lo mal interprete, que crea que yo solo quiero... manipularla o maltratarla.
—Dile lo que sientes y piensas, yo estoy segura que ella sabrá entenderte y encontrarán un punto medio —digo sin estar muy segura, últimamente no se puede hablar mucho con ella.
—Disculpa por molestarte, en serio, solo estoy un poco nervioso. No quiero pelear con ella, no quiero ser intolerante tampoco... o impaciente, no lo sé.
—No lo eres, Santi, pero debes decirle lo que sientes —digo y miro a Edu, él me sonríe—. Las relaciones se deben basar en la sinceridad —añado.
Cortamos luego de un rato y Edu me pregunta qué ha sucedido, le cuento sobre Irina y sus cambios, sus amistades y sus salidas.
—Es normal, Lila, por lo que entiendo ella no ha vivido nada, es lógico que quiera experimentar todo de golpe, creo que debes ser paciente —me dice.
—Y lo soy, pero no puedo evitar sentirme desplazada... Y a la vez me siento culpable por sentirme así —murmuro.
—Te entiendo, de verdad, pero tú ya has vivido más, así que creo que podrás entenderla y tenerle paciencia. Seguro recapacitará.
Siento que Edu no entiende mucho lo que estoy sintiendo, pero no lo culpo, la amistad tiene tantos matices distintos que no siempre hablamos el mismo idioma cuando intentamos explicar a alguien un problema o situación. Aun así él vuelve a abrazarme y me besa en la frente.
—Estoy muy enamorado de ti, ¿sabes? —inquiere y yo sonrío.
—Y yo... —respondo, nos besamos por mucho tiempo y luego vuelvo a recostarme en su pecho.
—Siento como si fuéramos dos piezas de un rompecabezas y que al fin nos hemos encontrado. Quizás estoy exagerando, pero así lo siento ahora mismo. Tú entiendes mi historia, conoces mis miedos, mis secretos, cosas que no le he dicho a nadie antes —susurra.
Por un momento tengo ganas de contarle toda mi vida, de hablarle del abandono que viví, de cómo fue, incluyendo los tontos detalles que recuerdo. Es como si una voz dentro de mí me dijera que es el momento de abrirme, pero otra me indicara que es mejor esperar más, que quizás aún no estoy lista para sacar todo esto de mi interior.
Suspiro.
—Hay muchas cosas que me gustaría decirte, Edu, quisiera poder contarte todo lo que guardo aquí —digo y señalo mi corazón—, quisiera que fueras parte de todo lo oscuro y lo colorido que traigo dentro, pero he estado tanto tiempo callada... que tengo miedo. No es que no confíe en ti, es solo que...
—Yo quiero ser parte de tu mundo, Lila, de tu mundo interno y externo. Puedes contarme lo que desees y confiar en que cuidaré tus secretos como el más grande de mis tesoros, pero también sé esperar. Sé que cada uno procesa lo que vive de distintas maneras y que cada quién tiene sus tiempos, yo aquí estoy, no me voy a ningún lado —me dice y yo sonrío acurrucándome entre sus brazos.
—Gracias por tanto...
—No me agradezcas nada, yo solo te amo de la mejor manera que puedo.
Volvemos a besarnos y nos dejamos llevar mucho más lejos, por un buen rato las preocupaciones se borran de mi mente y todo es besos, caricias y amor. Estoy en una burbuja, una de la que no quiero salir, una que no quiero que explote nunca.
Pero la vida me ha explotado la burbuja miles de veces antes y no veo por qué no lo haría también ahora. Nos relajamos en brazos del otro y él se queda dormido, mientras yo solo puedo pensar, analizar la situación, recordar sus palabras, intentar atajar al miedo que crece en mi interior casi tan grande como el amor. No quiero perderlo.
La idea de decirle lo de su madre me atormenta, sé que para él es un tema cerrado. Su padre es quién lo ha criado y pretende que su madre nunca existió, dice que es mejor así, dice que es más fácil. Ya le he hablado sobre perdonarla, le dije que si soltaba ese dolor podría ser más feliz, pero se aferra a ese rencor que lleva arraigado en su corazón tras aquella herida que lo marcó para siempre y yo no sé cómo luchar con eso.
Las horas se me pasan y tomo una decisión, Irina tendrá que entender que en esta oportunidad no podré ayudarla, sé que la madre de Eduardo ha sufrido mucho, yo misma me pongo en su lugar y no puedo ni magnificar lo horrible que habrá sido su vida, pero está muerta y ella también debería avanzar. Su hermana tendrá que buscar sus propios medios para comunicarse con él, yo no puedo perderlo, no puedo. Me siento egoísta y sé que en cierta forma no está bien lo que estoy haciendo, pero estoy cansada. Estoy cansada de ser siempre la que ayuda, la que deja todo por los demás, la que cede, la que se arriesga a perder aquello que más ama. Esta vez no podrá ser. He tomado la decisión y se lo diré a Irina apenas la vea.
Eduardo despierta con el sonido de la alarma y nos decidimos a alistarnos para ir a la cena, ninguno de los dos quiere salir de este espacio que es solo nuestro y que es tan mágico, pero la vida real y sus obligaciones nos llaman. Nos prometemos regresar lo antes posible y seguir amándonos en el silencio de la noche, mañana regresaremos a la ciudad, así que debemos aprovechar al máximo.
La noche pasa tranquila, el hombre al que visitamos le dice a Eduardo que pronto espera encontrarse con su padre al otro lado, le cuenta historias de su juventud y de aquella amistad. Le habla de cuando conocieron a su madre y Eduardo se muestra un poco incómodo cuando la nombra. La hija del señor nos pide disculpas y le dice a Edu que su padre ya no recuerda muy bien las cosas y que parece haber olvidado algunas partes importantes de la vida.
—Sé cómo es esa enfermedad, no te preocupes, no me afecta —añade.
Pero sé que no es verdad, el señor cuenta como su padre estaba enamorado de Paola y cómo desde que empezó con ella nada más existió, hasta que nació Edu.
—Ella era una mujer fantástica, los amaba mucho a ambos. Recuerdo que hacíamos fiestas en su casa, porque era la única de las chicas a las que no le molestaba que viéramos los partidos y llenáramos la casa de cervezas —dice entre risas. Eduardo frunce el puño de manera inconsciente y yo lo tomo de la mano para intentar calmarlo.
—Papá, creo que ya es tarde, quizá debes descansar —dice la muchacha casi de nuestra edad y que se ha criado como prima de Eduardo, ella sabe lo que ha sucedido en realidad.
El señor asiente y nos despedimos de él y de ella. Antes de irnos, el señor pone en manos de Eduardo un sobre viejo.
—Te llamamos para darte esto —dice Mónica, la hija del señor—. Papá lo encontró en estos días y dijo que era urgente que se lo diéramos a tu padre, le recordé que él estaba fallecido, pero le dije que podíamos dártelo a ti.
—Tu padre no lo quiso, pero yo lo guardé por años, por si un día cambiaba de idea —dice el señor como si por un momento recobrara algo de su memoria.
—¿Qué es? —preguntó Edu.
—Debes verlo por ti mismo —dice Mónica—, yo no sabía de esto, Edu, si no te lo hubiera dado antes —añade.
Edu guarda el sobre en su bolsillo, pero tiene una expresión extraña en el rostro. Nos despedimos de ambos y salimos, entonces él deja caer el sobre en el suelo y sigue para el auto sin mirar atrás. Yo recojo el papel lo más rápido que puedo y lo guardo en el bolsillo trasero de mi jean, algo me dice que necesitaré esta carta en algún punto.
Nos subimos al auto y viajamos en silencio, yo le tomo de la mano con un gesto de cariño, como para recordarle que estoy aquí, que no está solo.
Llegamos a la cabaña y él solo me besa, me abraza y yo lo dejo, pero de pronto comienza a llorar como un niño y se deja caer en un sofá. Lo abrazo sin decirle nada y le seco las lágrimas con cariño.
—Era una carta de mamá —dice él—. Era su letra, la identifico porque leí el diario que dejó antes de irse. Mi padre lo había guardado. No había indicios de nada allí...
—¿Por qué la tiraste? —pregunto y él se encoje de hombros.
—No quiero saber qué dice allí, no quiero leer sus excusas. Después de todo ¿qué excusa podría explicar tal abandono?
Me gustaría decirle lo que sé, pero no es el momento. Solo lo abrazo con cariño.
—Estoy aquí, no estás solo, Edu. Estamos juntos, quizá rotos, pero juntos...
—Te amo —dice.
—Te amo —respondo y los besos vuelven a aparecer como bálsamo que calma el dolor y que nos llena de una esperanza que ambos deseamos mantener lo más que se pueda y que ambos tememos perder así como todo lo que hemos perdido en la vida.
—Tú no me dejes —me pide en un tono lastimero.
—No lo haría jamás —murmuro. Sé lo que siente porque siento lo mismo—. Tampoco me dejes tú, por favor —pido.
—No lo haría jamás —promete.
Sé que estas promesas solo son palabras de un momento en el que dos almas intentan retenerse al máximo para curar sus propias heridas, lo sé porque lo he vivido antes, lo sé porque a la hora de la verdad, estas palabras, como muchas otras, desaparecen en el tiempo y quedan solo como un recuerdo. Pero me aferro a este momento, a la idea de que esta vez podría ser eterno, de que esta vez podría funcionar. Después de todo, ¿qué sería la vida si no guardamos aunque fuera una pizca de ilusión y de esperanza?
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top