* 4 *
Cuando recibo su mensaje estoy acostada y metida bajo mis mantas rumiando lo que ha sucedido. Me siento enfadada y frustrada, pero no soy de decir las cosas que me molestan, no me gusta pelear y prefiero evitar cualquier clase de conflicto. Cuando algo me molesta intento dejarlo pasar, apartarme un rato hasta que me baje el nivel de enfado y luego fingir que todo sigue como siempre. Lila y yo no peleamos casi nunca, alguna que otra discusión sin importancia hemos tenido a lo largo de nuestra amistad, pero nunca por cosas significativas. Sin embargo esta vez me siento muy molesta.
La presencia de Santiago de por sí significa una ruptura con aquello a lo que estoy acostumbrada, y a mí los cambios no se me dan tan bien. Cierto que eso es algo que yo debo solucionar por mi cuenta, que no es problema de Lila, sin embargo pienso que no tenía el derecho a hablar de mis cosas de la forma en que lo hizo. De cierta manera me sentí humillada.
Me pregunto si es buena idea responderle o no, si no lo hago ella insistirá o probablemente se enfadará, Lila es un poco paranoica con ciertas cosas. Decido que no le diré nada, no quiero arruinarle su momento con su hermano y seguro esto se me pasará mañana.
«Lo siento, no me sentía demasiado cómoda... Ya sabes cómo soy». Trato de ser sincera y de decirle la verdad, aunque no sea la verdad completa.
«Si algo te molestó, lo siento mucho... No fue mi intención, ya lo sabes».
Lila es intuitiva y quizá se dio cuenta de que se le había pasado la mano.
«Tranquila, está todo bien. ¿Podemos hablar mañana? Me siento cansada, tengo sueño».
«Claro, descansa... Te quiero».
Me despido con un te quiero y un corazón y apago el celular. La verdad es que no tengo sueño ni estoy cansada, pero en estos momentos aún me siento molesta por lo que prefiero que lo dejemos pasar. Tomo uno de mis libros de la mesa de noche para darle una ojeada y en algún punto me quedo dormida.
Los gritos de siempre me despiertan. La claridad entra por la ventana lo que significa que ya es de día. Me cubro el rostro con la almohada e intento silenciar todos los ruidos, quizá si no los escucho no existan. Aun así puedo oír un mueble cayéndose y después el choque metálico de algunas cacerolas o cubiertos. Entonces, escucho aquel agudo y seco sonido tan característico de la palma de mi padre por la piel de mi madre.
Las lágrimas comienzan a brotar, me siento impotente, no hay nada que pueda hacer para cambiar eso. He intentado hacer entrar en razón a mamá diciéndole que los golpes no son sinónimo de amor, que debe abandonar a este hombre, pero ella se mantiene en la idea de que merece los golpes, de que mi padre la ama y que si la golpea es solo porque ella se ha equivocado en algo, como ponerle demasiada sal a la cocina o no lavar su camisa favorita, o lo que yo más odio: argumenta que está segura que él pronto cambiará.
Hay días en los que me siento con mucha valentía y voy a enfrentar a mi padre, esos días siempre termino con algún golpe, rasguño, o alguna herida menor —salvo por la vez que me empujó tan fuerte, que golpeé de espaldas contra la mesa y me salieron unos moretones enormes—. Pero hay otros que solo espero que acabe, que él se canse y salga dando portazos para poder correr junto a mamá mientras mantengo los dedos cruzados esperando encontrarla con vida. Debo admitir que no hay sonido más bello en el mundo que el motor del auto de papá arrancando cuando se marcha, la casa vuelve a la normalidad y todos tenemos algo de paz. Lucas también suele enfrentar a papá, pero termina igual o peor que yo, así que a veces también solo elige que no sucede nada.
Los sonidos se van haciendo más suaves hasta que escucho la puerta del frente cerrarse con fuerza, entonces unos minutos después oigo el rugir del vehículo de mi padre y luego de nuevo el silencio, pero uno que sabe a paz y no a miedo. Bajo las escaleras sintiéndome ansiosa por ayudar a mamá y con el temor de llegar demasiado tarde.
—¿Estás bien? —inquiero. Mamá está en el suelo y llora.
—Sí, es que me tropecé. —Odio verla de esta manera, además odio que mienta para defender al imbécil de mi padre. Nos trata como si fuéramos tontos y no nos diéramos cuenta lo que pasa bajo nuestro techo, en nuestras narices. No digo nada, no tiene caso. La ayudo a levantarse y le curo las horribles heridas que aún derraman sangre en el labio y cerca del ojo.
—A ver qué mentira le inventas a Sor Estela mañana cuando vayas a tu curso de Biblia y te pregunten qué te sucedió, creo que ya has probado con lo de la puerta, la mesa, la silla y todo lo demás —añado irritada. Espero que se dé cuenta que a mí no me engaña. Mamá va a la iglesia casi todos los días, piensa que sus ruegos serán suficientes para que papá cambie, pero yo no creo eso, ni siquiera creo en un Dios que es capaz de permitir que estas cosas sucedan a gente buena como mi madre.
—Hija... —Levanta la vista para mirarme y yo solo quiero vomitar. No puedo creer en lo que se ha convertido la mujer que he admirado desde pequeña, no puedo entender que ella no sea capaz de darse cuenta de que ya solo quedan retazos de la persona que una vez fue.
—No, mamá. Estoy cansada de esto, te daré un par de meses para que soluciones, pidas ayuda en tu iglesia o denuncies a papá, si no lo haces tú, lo haré yo. No voy a permitir que te mate en mis propias narices —añado sintiéndome hastiada, asqueada y molesta.
—Él es un hombre bueno, a ustedes nunca les ha faltado nada —dice mamá y yo giro los ojos, sin darme cuenta hago presión sobre su herida y ella gime de dolor.
—Un hombre bueno no hace eso, mamá. Nos ha faltado él y nos has faltado tú porque él te ha convertido en un tapete que cualquiera puede pisar —agrego con énfasis, sé que la lastimo, pero es la única forma que me queda para ver si reacciona.
—Ya verás que un día las cosas mejorarán, hija. El amor todo lo puede, ya lo verás —dice casi sin aliento. La miro y siento lástima por ella, parece un espectro y aun así sigue aferrándose a la idea de que por arte de magia mi padre se convertirá en un príncipe de algún cuento.
—Si hubiera una pizca de amor en él, no te golpearía, mamá. Si hubiera una pizca de amor en ti, te respetarías a ti misma. El amor no existe, es una ilusión —digo frustrada y hago silencio, no tiene caso. Seco sus lágrimas y la ayudo a recoger todo antes de que baje Lucas, es seguro que ya esté despierto y solo finja que el mundo es un lugar mejor para vivir, pero a mamá le gusta creer que no nos damos cuenta.
Decido salir de casa cuando ya no soporto más, tomo una manzana, mi mochila con mi agenda de apuntes y mi cementerio de historias. Voy a ver si hay algún entierro hoy o al menos me tiraré en un sitio tranquilo para escribir. Por eso me gusta ir al cementerio, allí nadie molesta, no hay sitio más pacífico que ese y fue justamente por eso que llegué allí.
La primera vez que papá golpeó a mamá yo solo tenía doce años, me asusté tanto que lo único que alcancé a hacer fue salir corriendo en busca de ayuda. Fui a la casa de una tía que vivía cerca y ella llamó a la policía. Esa vez, Javier fue detenido, pero no pudieron hacer nada porque mamá no declaró en su contra y terminaron por liberarlo en solo unas horas. Yo me enteré de eso y decidí huir por miedo a que papá se las agarrara conmigo. Cuando pasaba frente al cementerio, una carroza bajaba un féretro, entonces no supe qué hacer y me metí en la caravana pretendiendo esconderme con la esperanza de que mi padre no me hallara y que si lo hacía, no se animara a profanar con sus gritos y golpes un lugar santo.
Me pareció muy triste la manera en que aquellas personas despedían al fallecido, me vi a mí misma deseando la muerte de mi padre e imaginando que si eso sucedía nadie lloraría por él, salvo mi madre, claro. Estaba entre enfadada y triste, decepcionada y molesta. No entendía qué había pasado con el hombre —que aunque distante y frío—, nunca había sido mala persona. Me quedé observando aquello mientras intentaba distraerme, entonces todos se fueron, y en el silencio y la calma de aquel sitio, encontré la paz que necesitaba. Saqué mi libreta con dibujos de Hello Kitty y recogí una rosa de una de las coronas, la metí entre las páginas y la aplasté. Ese día comencé a escribir una historia, una sencilla con palabras de niña inexperta, en la cual un hombre abusivo tenía un triste accidente en el cual perdía a todos sus seres queridos, y entonces aprendía de su error y pedía perdón a sus muertos mientras lloraba desconsolado sobre sus tumbas. Fue entonces cuando encontré que la escritura podía ser un buen sitio donde resguardarme del mundo, allí la gente actuaba como yo quería.
Desde ese día, y cada vez más a menudo, mi padre perdió los estribos. Desde ese día y cada vez más a menudo, yo me escondí en el campo santo para inventar historias cuyos personajes llevaban los nombres que hallaba en las lápidas de los muertos de los entierros que solía asistir. Poco a poco mi mundo se fue cerrando, dejé de creer en las personas, me alejé de mis amigos por vergüenza a que se dieran cuenta lo que sucedía en mi casa, y decidí no creer en el amor, porque no entendía que mi hogar se hubiera roto y que mi madre pensara que el maltrato de mi padre era amor.
Hoy no fue distinto, todas las emociones y los miedos que se arremolinan en mi interior cada vez que suceden escenas como esa en casa, están aquí siempre presentes. Voy de camino al cementerio con el objetivo de sentirme a salvo en el silencio, pero entonces siento como si alguien me estuviera siguiendo. Volteo varias veces pero no hay nadie. En la esquina de la casa de Lila —que en este momento debe estar trabajando—, me encuentro con Santiago que me hace un movimiento de cabeza a modo de saludo, respondo con cortesía mas no sonrío. Por el contrario, acelero el paso, no sea que se le ocurra venir a platicar.
Llego al cementerio y busco un sitio bajo el árbol, saco al cuaderno donde anoto mis historias, que ya no es el de Hello Kitty sino uno de tapa lila —el color favorito de mi mejor amiga—, y me dispongo a continuar con la historia que había comenzado a escribir. Se trata de un policía que fallece trágicamente y su novia —embarazada—, se entera tarde no pudiendo despedirse de él.
De pronto levanto la vista y diviso a lo lejos la tumba de Alan, un oficial está sentado de espaldas y acaricia las flores que se están marchitando. Imagino a mi personaje con la contextura física de aquel oficial que estaba de visita ante su camarada, y recuerdo de nuevo la nota guardada en mi caja. La saco y la leo de nuevo: «Prefiero ser feliz porque te amo, a estar triste porque tú no me amas». ¿Qué significará esto? Suena a algo romántico, pero a su vez es contradictorio y un poco triste. Dejo de pensar en aquello e intento concentrarme para seguir escribiendo. Hoy me siento inspirada y me gusta trabajar cuando estoy así, aprovecho mejor el tiempo además de sentirme muy útil y capaz. No sé cuánto tiempo me quedo allí pasmada, pensativa, pero cuando levanto de nuevo la vista vuelvo a sentirme observada, sin embargo no hay nadie allí.
Un buen rato después, camino de regreso a casa, quiero quedarme con Lila ya que por la hora deduzco que debe haber regresado del trabajo. Pero aún me siento molesta y la presencia de Santiago me intimida, así que no sé si sea buena idea. La veo en la vereda paseando a Benjamín y me pregunto si ha estado esperando a que volviera del cementerio para interceptarme, sabe que intentaré escapar por la presencia de Santiago, y es probable que no esté de casualidad allí, ya que no es la hora en que suele pasear a Benja.
—¡Te estaba esperando! —grita apenas me ve acercarme. No me queda de otra que saludarla, no puedo fingir que no la vi o salir corriendo. Me encojo de hombros y busco con la vista a su hermano, por suerte no está por ningún lado. Decido quedarme un rato con Lila, sobre todo porque la sensación de ser observada y de que alguien me está siguiendo no me ha abandonado y comienza a inquietarme.
—Hola... ¿Qué tal el trabajo? —pregunto y Lila sonríe.
—Bien, nada nuevo, ya sabes. ¿Tú? ¿Cómo te ha ido? ¿Algún entierro?
—No, pero he visto a un oficial visitar a Alan desde lejos y a los nietos del anciano de la semana pasada traer flores a la tumba —añado—. Además de eso nada...
—¿Quieres café y pan? Podemos ver una película si gustas —dice ella y yo bajo la vista algo tensa.
—Bien... ¿Santiago?
—No está, tranquila... ha salido a una entrevista de trabajo —explica Lila—. Pero deja de temerle, es un buen chico.
—Seguro piensa que estoy loca —añado incómoda, me siento avergonzada.
—Y si lo estás, ¿qué tiene de malo? Yo también lo estoy y él, ¡ni qué se diga! —exclama Lila con tono bromista y una enorme sonrisa. Me siento más tranquila y ella me da un abrazo. No soy muy fan de los abrazos, pero los de Lila a veces pueden ser reconfortantes.
—Te siento algo tensa, todo estará bien, loprometo —añade Lila y entonces decido contarle.
—No es eso, es que... hoy todo el día me he sentido perseguida...
—¿Perseguida? —inquiere Lila con sorpresa.
—Bueno, no es esa la palabra... lo que quiero decir es que... he sentidocomo si alguien me estuviera siguiendo de cerca, pero cuando me volteaba nohabía nadie —explico como si alguien pudiera oírme. Lila me lleva a la cocina ycoloca las tazas en la mesa mientras calienta el agua para preparar el café.
—¿No serán los muertos que andan buscando sus cosas? —pregunta condiversión, pero a mí no me causa gracia.
—¡Es en serio! —me quejo, pero termino riendo también—. Bueno, creo queSantiago tiene razón al pensar que estoy loca, si no lo estaba antes, creo queahora sí —añado encogiéndome de hombros, una de las cosas que me gusta de estarcon ella es que a su lado me siento menos tensa.
—Tranquila, no pasa nada, quizá fue el viento o alguien que pasó rápidoy no lo notaste. —No respondo a eso, podría ser que ella tuviera razón, pero elcementerio es demasiado calmado como para confundir el viento con estar siendoobservada, además, ha sido algo de todo el día.
Mi amiga sirve el café como nos gusta a cada uno, amí un poco más fuerte y el de ella más suave y dulce. Saca el pan de la bolsa yme pasa uno. Luego prepara una mamadera con leche y se la da a Benja que estájugando en una alfombra con sus juguetes y después se sienta a mi lado.Suspiro, no hay nada como el olor del café y la calma que consigo en casa deLila. Vengo aquí todas las tardes para charlar un rato, dormir o ver latelevisión. No i mporta si hablamos o no, esto es cómodo, es el mejor sitio del mundo para mí, inclusoaunque Benja a veces se largue a llorar sin ningún motivo. La compañía de Lilame hace sentir a gusto, comprendida y menos sola. Y cualquier cosa es mejor queestar en casa.
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