* 39 *
Estoy entusiasmada porque vamos a salir en grupo, y sobre todo, porque Santi aceptó acompañarnos. Vamos Martina, Zoe, Julia y yo, cada una con su pareja. Al principio, Santiago se rehusó un poco a la idea, pero tras la insistencia de todos los demás, no le quedó otra que aceptar.
Me preparo mientras mamá está sentada en mi cama observándome. Sonríe y me da su opinión sobre las prendas que le muestro, no tengo idea de qué ponerme, pero quiero verme bien, y sobre todo, quisiera vestirme como cualquiera de ellas. Saco un vestido color púrpura, nunca uso vestidos, por lo que al probarme, me siento muy extraña, pero mamá dice que me veo muy bien y se ofrece a plancharme el cabello.
Me siento y ella procede, sonríe, hace mucho no la veo sonreír así, tan real, no con una mueca extraña, sino con el alma, como si sus ojitos también estuvieran felices. Se nota que papá no está, la casa está calmada y nadie tiene miedo. Hasta Lucas se ha animado a sonreír y a poner música un poco más fuerte de lo normal.
—Cuéntame de ese chico con el que sales —dice y yo me muerdo el labio, no sabía que ella sabía.
—Ehmmm... yo...
—No necesitas ocultarme nada —añade—. Me alegra que estés con alguien, sobre todo si es una buena persona. ¿Es una buena persona? —pregunta y yo asiento.
—Es dulce y cariñoso, me tiene mucha paciencia y me trata bien, mamá. Me trata muy bien...
—Eso es... eso es bueno... —murmura, su sonrisa se ha borrado.
—¿Papá te trató bien alguna vez? —inquiero y ella deja de plancharme el pelo un rato. Su mirada se vuelve turbia y me arrepiento de habérselo preguntado—. Deja... no respondas...
—Sí... solía ser distinto... —añade—. O quizás es que yo no quería ver la realidad.
Nos quedamos en silencio por un rato mientras ella continua con mi cabello.
—Se llama Santiago —digo—, en realidad me gustaría que lo conocieras. Es el hermano de Lila —explico.
—¿Es mayor que tú? —inquiere.
—Unos años, no muchos —respondo.
—Cuídate, ¿sí? No apresures nada y ve con calma. Asegúrate de qué clase de chico es antes de...
—No te preocupes, mamá. Estaré bien.
—Lo sé...
—Durante mucho tiempo tuve miedo a enamorarme, ¿sabes? No quería... yo no quería vivir lo mismo que tú...
—Lo siento, Irina —dice ella con cariño—. Lo siento mucho. Enamorarse es bonito y es una etapa linda de la vida, siento que tú y tu hermano tengan que vivir estas cosas. He estado pensándolo y quizá sí tengas razón, quizás aún podamos salir adelante. Pero tengo mucho miedo, no sé si me animaré a dejarlo... No me gustaría que él les hiciera daño...
—Ya nos ha hecho todo el daño que podía, mamá. ¿Qué más puede hacernos?
Mi mamá no responde, pero su mirada me dice que ella cree que todavía puede hacernos mucho más daño.
No hablamos más, termina de peinarme y quiere maquillarme un poco. Nunca lo he hecho, pero mamá entusiasmada me presta sus maquillajes, esos que utiliza para esconder los moretones. Me da algo de repulsión recordar para qué los usaba y decido no maquillarme, apenas me pongo un poco de lápiz labial. No le digo el porqué, solo que no me veo así y que no me sentiría yo misma, que ya suficiente tengo con el vestido.
Santiago llega a buscarme a pesar de que no está seguro de hacerlo, pero le digo que llegue con tranquilidad, que papá no está. Mamá lo recibe en la puerta y él la saluda con gentileza.
—Cuídala mucho —dice mi mamá y él le responde que no se preocupe, que con él estoy a salvo.
Salimos y nos vamos a la fiesta. Me siento entusiasmada.
Una vez que llegamos, nos unimos a los demás. La fiesta es en la casa de Zoe y está llena de gente divirtiéndose, hay bebidas, piscina, comida y distintas pistas de baile. Martina me ofrece un trago de color azul y yo acepto, Santi me pregunta si estoy segura y le digo que sí, él se mantiene tomando refrescos porque dice que debe manejar. Dos horas después y cinco bebidas azules, el suelo empieza a girar y yo me tambaleo en su movimiento, creo que estoy perdiendo la estabilidad. Santiago y yo estamos bailando, así que estamos acalorados. La verdad es que nunca había bailado, pero no parece difícil, es solo moverse de aquí para allá. Me estoy divirtiendo.
Sin embargo, de pronto siento unas mariposas revolotear en el estómago, no... no son mariposas... son algo más asqueroso, cucarachas quizá. Tengo nauseas.
—¿Estás bien? —pregunta Santiago.
—Creo que... voy a... vomitar —digo y me aprieto el estómago.
Él reacciona y me aparta de la pista, me lleva hasta un extremo al aire libre y me inclina la cabeza. Siento un fuego atravesar mi garganta y todo cae al suelo con fuerza. Él me está sujetando el cabello y yo creo que no voy a parar jamás.
—Ay, Irina... —Escucho de fondo el sonido de su voz. Lo recuerdo diciéndome que dejara de tomar, pero le dije que no se preocupara, que estaba bien—. Nos vamos a casa —añade cuando al fin termino.
Me siento avergonzada de haberlo hecho presenciar esta escena, pero también me siento cansada y soñolienta. Me dejo guiar, y al llegar al auto me ayuda a entrar. En el camino me quedo dormida por el movimiento. Siento que se detiene y me ayuda a bajar, es como si no estuviera en mi cuerpo ahora mismo, como si me estuviera viendo desde afuera.
—¿Crees que es así como se sienten los fantasmas? —inquiero.
—¿De qué fantasmas hablas? —pregunta Santiago.
—De Alex, Lía y la mamá de Edu, los fantasmas que me persiguen —digo y Santiago niega.
—Conocí gente que al emborracharse llora, otros que ríen, otros que se sienten mal, pero nunca antes había visto a una persona borracha que viera fantasmas —añade—. Sí que eres particular, Irina.
—¿Tú no crees en mis fantasmas? —inquiero con incredulidad—. ¿Por qué mentiría? —Me siento enfadada.
—Sí, sí creo. Entra, vamos a que te tomes algo. No puedo dejarte así en tu casa, le prometí a tu madre que te cuidaría y he fallado —murmura.
Pasamos a su departamento y él me ayuda a sentarme en el sofá. Me pregunta si quiero darme un baño para sacarme la ropa sucia y se ofrece a prepararme un café mientras tanto. Asiento porque apesto y él me guía hasta el cuarto de baño, me da una toalla y una camiseta grande suya.
Me meto a la ducha y dejo que el agua fría se derrame sobre mi cuerpo, empiezo a despertarme un poco, es como si volviera en mí. ¿He hablado de los fantasmas con Santiago? Rayos, es como si no lograra controlarme del todo.
Salgo de la ducha, me seco y me pongo la camiseta que me dio. Huele a él y me encanta, al salir me encuentro con su habitación, su cama, una foto de los dos descansa en su mesa de noche. Todo está ordenado y prolijo. Me recuesto en la cama y me cubro con su almohada, quiero inundarme de su aroma.
—¿Iri? —golpea la puerta—. ¿Puedo entrar?
—Sí, por favor —suplico.
Lo veo traerme una taza de café y algo de comer. Se sienta a mi lado y me sonríe.
—Te ves bella —susurra—. Tómate esto, te sentirás mejor —añade.
Hago lo que me dice y cuando acabo, coloco todo sobre la mesa de noche.
—¿Puedo quedarme? —inquiero.
—Solo un rato, luego debo llevarte a casa o tu mamá se preocupará.
—No me importa, quiero estar contigo esta noche —añado.
—Sí, pero yo prometí que...
—Y sabes a lo que me refiero, ¿no? —digo y él me mira con sorpresa. Luego parece entender, yo siento que me estoy sonrojando—. Yo nunca...
—Iri... —dice él y se acerca a mí, me abraza y deja que me recueste en su pecho—. Me encantaría que eso sucediera, pero no así, amor —murmura con cariño.
—¿No quieres? —pregunto sintiendo que me hundo de vergüenza.
—No, no lo malinterpretes. No estás bien ahora, puede que mañana no lo recuerdes o quizá te arrepientas, no quiero eso. Quiero que cuando suceda, recuerdes ese momento.
—Yo... Te amo —digo y lo abrazo, me oculto en su cuello para absorber su aroma y para esconder mi vergüenza.
—Yo también te amo, Iri. Pero me tienes muy preocupado, la verdad —añade.
—¿Por? —pregunto.
—No sé si valga la pena que hablemos ahora, mañana cuando te sientas mejor lo haremos, ¿sí?
—Bien... pero quiero quedarme a dormir contigo... ¿Puedo? —pregunto con tono de súplica—. Mamá lo entenderá, lo prometo.
La verdad no sé si eso sea cierto, pero ella nunca me ha llamado la atención por nada, no creo que esta sea la primera vez, y si lo es, pues tampoco me importa.
—Yo... no lo sé... —murmura y niega.
—Por favor —inquiero juntando las manos como si le suplicara.
—Dame el número de tu madre, la voy a llamar —añade y yo asiento, le paso mi celular y le digo que lo busque, él sonríe y yo me meto a la cama cubriéndome con las mantas. Me siento feliz, siento la adrenalina fluyendo por todo mi cuerpo, miles de estrellas explotan en mi piel.
Un rato después se recuesta a mi lado, me dice que mamá entendió aunque tuvo que prometerle que dormiría en otro lado.
—No tienes que cumplir esa promesa —digo y él sonríe.
—Intento ser fuerte y cuidarte, pero me la pones difícil —se queja y se mete bajo las mantas.
Lo abrazo y me recuesto en su pecho, su piel tibia y el sonido de su corazón me relaja. No puedo sentirme más feliz en este momento. La felicidad era un sentimiento esquivo y lejano, algo que parecía inalcanzable para mí, pero de pronto, la tengo entre mis manos, puedo oler la felicidad, la puedo palpar, la puedo degustar. Él besa mi frente mientras yo me apretujo contra su cuerpo.
—Descansa, ¿sí? Mañana hablaremos.
—Te amo... Te amo mucho... Demasiado... —digo y él sonríe. Nunca pensé que decirlo sería tan fácil y me haría sentir tan libre.
—Yo también, Iri, te amo mucho —añade y luego me dejo llevar por el cansancio. Nunca me he sentido tan segura, en calma y feliz.
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