* 34 *

Hoy es uno de esos días en los que me cuesta levantarme de la cama, han pasado dos semanas desde lo de Lía y Luciana, y todas las emociones que había tenido al salir de la casa de aquella muchacha, se han ido diluyendo a lo largo de los días. A veces no es tan fácil mantenerse feliz todo el tiempo y eso me hace sentir culpable.

Soy una chica complicada, demasiado complicada. A veces creo que soy bipolar, o que un día me volveré loca. Me levanto de la cama luego de un largo suspiro, Benja está despierto y me pide la leche. Al mirarlo veo lo grande que se está poniendo, ya no queda nada para su cumpleaños, y espero poder hacerle la fiesta para la que he ahorrado.

Mientras preparo el desayuno, pongo un audio de uno de aquellos gurúes de la felicidad que tanto me gusta oír, cuando amanezco con medias pilas como hoy, esta clase de cosas suelen animarme un poco. El hombre habla sobre que todos somos capaces de diseñar nuestro destino y que estamos donde estamos porque así lo hemos decidido, incluso de manera inconsciente. Hoy estoy negativa y no me gusta esto, puede que tenga razón, pero en algún punto me enfada pensar que estoy así porque quiero, porque en realidad no quiero esto, quiero mucho más.

Quiero ser feliz siempre, todo el tiempo, y cuando dice que la felicidad es una decisión, me cuesta entender por qué no lo logro, si hace tiempo he decidido ser feliz. Entonces me agarra la culpa, tengo todo lo que necesitaría para ser feliz, ¿cierto?, tengo salud, tengo un hijo sano, tengo una familia que me quiere y me apoya, tengo a mi mejor amiga y ahora también tengo amor de pareja. ¿Por qué sigo inconforme? ¿Qué está mal conmigo?

Siento a Benja en su sillita y le doy la leche, le paso unas galletas y él sonríe como si me lo estuviera agradeciendo. Me siento más culpable.

Así, un poco con la desazón que me causa esta frustración, llevo a Benja a la guardería y luego llego al trabajo. No hay nada nuevo por aquí, los pacientes de siempre, los problemas de siempre, los sonidos de siempre, los silencios de siempre, la rutina de siempre.

Un mensaje de Edu deseándome un buen día y planteando una cita en la tarde me distrae, le respondo que no me siento muy bien, pero que si se me pasa, podremos vernos. Él me pregunta qué me pasa y no sé cómo responderle. Le digo que no es nada físico, que solo amanecí un poco desanimada. Él me manda un mensaje lleno de caritas y corazones diciéndome que se ofrece para ayudarme a cambiar de ánimo, que solo lo deje en sus manos, yo sonrío y le respondo que me agrada la idea.

Se despide porque tiene trabajo y yo también, así que me concentro en llenar las fichas de los pacientes que la doctora me ha pedido. Distraigo así mis pensamientos y mis preocupaciones.

Las horas pasan rápido y pronto voy a buscar a Benja a la guardería, antes de ir a casa, voy a unas tiendas a preguntar precios de globos, confites y todo lo que necesitaré para la fiesta, necesito hacer un presupuesto.

Llego a casa y él se ha dormido, lo recuesto en la cama, tomo un baño tibio y me preparo un café. Casi media hora después suena el timbre, es Edu y llega con una caja de chocolates para subirme el ánimo. Yo lo abrazo y le doy un beso, nos sentamos en el sofá y nos abrazamos. Tengo que admitirlo, de alguna manera estar con él me ayuda a sentirme mejor, la soledad se hace menos pesada.

Aprovechando que Benja sigue dormido, nos ponemos a hablar del trabajo y de mis planes para la fiesta, pero de pronto la conversación se torna más profunda y me pregunta sobre mi estado de ánimo de la mañana. Le digo que no me haga caso, pero insiste e insiste.

—No quiero asustarte, Edu, pero soy así, cambiante... Quizá es que soy muy insegura de mí misma, quizá es que a veces no me siento digna de algunas cosas, o quizá es que tengo miedo... No lo sé, lo único que sé es que hay momentos en los que no tengo ganas de levantarme de la cama, y no quiero pensar que se trata de depresión porque me asusta la idea de caer en ella...

—Yo creo que todos tenemos días buenos y días malos, Lila, no te preocupes demasiado —dice en un intento por hacerme sentir mejor, yo recuesto mi cabeza en su hombro y suspiro.

—Lo sé, pero creo que es un poco más que eso. No le he dicho esto a nadie, porque me da miedo que las personas crean que estoy loca, pero me nace decírtelo porque confío en ti. —Hago un silencio que él respeta hasta que me animo a hablarle—. Siempre soy la que está alegre, la que da ánimos a los demás, la que busca ayudar a todo el que requiera una mano, la que sonríe, pero no siempre me siento así. A veces solo quiero llorar, a veces quiero que alguien esté para mí y que me de la mano, que me diga que las cosas saldrán bien...

—¿También te pasa eso con Santi y con Iri? —pregunta con incredulidad. Me encojo de hombros.

—No lo sé, Santiago tiene sus propios problemas y no me gusta cargarle con los míos, lo mismo pasa con Irina, me parece injusto cargarle con mis tonterías. Al final no debería estar quejándome, tengo muchas cosas buenas, no debería sentirme así.

Edu me besa en la frente y niega.

—Escucha, tú tienes derecho a sentirte como te sientes, todos tenemos ese derecho. Tu vida no ha sido fácil y siempre has luchado para salir adelante, pero todos tenemos permiso para dejarnos caer a veces, todos tenemos permiso para llorar o para cansarnos, para sentir que queremos rendirnos aunque luego no lo hagamos.

—Pero a veces tengo miedo que la vida me castigue por sentirme así, ¿tiene sentido?

—Tiene... pero no sucederá. Aunque hoy te parezca todo oscuro, tú eres pura luz, Lila, por eso todos estamos alrededor de ti, para contagiarnos de tu luminosidad —dice y vuelve a besarme en la frente—. Pero incluso el sol necesita dar paso a la luna cada noche.

Sus manos hacen tiernos dibujos en mi espalda y yo cierro los ojos, por primera vez en mucho tiempo siento que puedo liberarme y sentirme vulnerable por un rato.

—No me dejes... —susurro sin siquiera pensarlo, luego me siento patética por hacerlo.

—Tú no me dejes —responde él y entonces ya no me siento tan patética.

—Somos un par de perdidos —digo entre una sonrisa y él me abraza.

—Pero nos hemos encontrado. —Me conquista con sus palabras dulces y me siento enamorada. Lo beso.

—¿No piensas que estoy loca? —pregunto y él vuelve a abrazarme.

—Un poco, sí, pero me encanta —añade y yo lo golpeo con suavidad.

—Tú estás loco por fijarte en alguien como yo —digo y él niega.

—Estaría loco si no lo hubiera hecho.

Edu y yo nos quedamos un rato más entre besos y abrazos, hasta que Benja despierta con hambre. Él lo va a buscar al cuarto mientras yo le preparo otra leche y llega con él en brazos y sonriendo mientras le hace caras raras. Todo parece tan natural. Los observo a ambos y mi mundo se siente completo, toda la tristeza se ha disipado y en este momento me vuelvo a sentir feliz.

Así soy, cambiante, errante, y parece que no tengo solución.

Más tarde, cuando él se va y me acuesto para descansar, Irina me escribe y nos quedamos hablando por un buen rato, me cuenta de su día, de sus amigos del trabajo y de que le agradan, me cuenta que se siente bien y que Santi es muy lindo con ella. Me alegro por mi amiga, su vida al fin se está encausando. Le iba a contar toda mi historia del día, pero no tiene sentido amargar su felicidad, así que solo le comento lo bien que la pasé con Edu y algunas de las cosas bellas que me dijo. De pronto siento que los ojos se me cierran, así que me despido, es tarde y mañana debo madrugar. Irina me recuerda que pronto deberemos encontrarnos con la media hermana de Edu y yo solo respondo que sí, no tengo ganas de pensar en eso ahora. Nos decimos que nos queremos y prometemos vernos mañana antes de despedirnos.

Y así termina un día cargado de subidas y bajadas en esta montaña rusa de emociones en las que a veces se convierte mi vida. No es fácil ser yo, pero no me queda de otra.

Aquí traigo el capítulo que les prometí. Esta semana espero poder actualizar más seguido. 

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