* 33 *


Cuando salimos de casa de Luciana, todo parecía haber cambiado. No podía sacar de mi mente la imagen de Lía sonriéndome y recordándome una vez más que no desperdicie mi vida. Una brillante luz la envolvió y su rostro resplandeció de paz antes de desaparecer de mi vista. Eso fue genial, porque quizás es que al otro lado, la esperaba algo mejor.

Sonrío para mí al recordar nuestra conversación y unas increíbles ganas de vivir se apoderan de todo mi ser, es como si me sintiera viva por primera vez.

—¿Estás bien? —pregunta Lila, estamos casi llegando a su casa.

—Sí, muy bien... —respondo y ella sonríe.

—Ha sido una bonita experiencia, ¿no? —inquiere y yo asiento.

Nos sentamos en el pórtico de su casa y nos quedamos mirando el cielo.

—Tengo ganas de vivir, Lila... Por primera vez quiero salir adelante y atreverme a soñar —digo, mi amiga me toma de la mano.

—Me alegro que te sientas así, Iri, eres joven y tienes todo por delante. La vida no siempre es sencilla, pero vale la pena después de todo —responde mi amiga.

—Me gustaría mucho estudiar... Algo que tenga que ver con letras... o quizá, Psicología. Aún no lo sé —digo y ella asiente—. ¿Crees que pueda hacerlo?

—Claro que lo creo, pero no basta con que lo crea yo, tú eres quien debe confiar en ti —dice Lila y yo asiento.

—Me pondré a investigar un poco sobre eso —afirmo con seguridad—. Lila... prométeme que no dejaremos que nada ni nadie nos separe. No quisiera que nos sucediera lo que les ha pasado a ellas —digo y Lila sonríe.

—Lo prometo, ante cualquier problema, hablaremos e intentaremos solucionarlo. ¿Trato?

—Trato... —Nos quedamos en silencio de nuevo.

A veces me cuesta hablar de mis problemas o de mis miedos, y sobre todo, me es difícil enfrentar mis sentimientos, por eso he perdido a muchas personas cercanas, pero no quiero perder a Lila. Así que me comprometo conmigo misma a intentar cualquier cosa antes de perder esta amistad.

Marcos llega con Benja y yo aprovecho para despedirme e ir a casa. No quiero llegar demasiado tarde, primero por temor a que papá esté de malas y segundo porque mañana debo trabajar. Hoy no he visto a Santi y siento que lo extraño, pero tampoco quiero apresurar las cosa ni mostrarme demasiado intensa.

Al llegar a casa todo está en silencio, lo que quiere decir que ya duermen. No es tarde aún, pero mi familia se acuesta temprano. Voy a mi habitación y luego de tomarme un baño y desearle buenas noches a Santiago en un mensaje, me acuesto a dormir. Por un instante extraño a Lía, ella solía hacerme compañía a estas horas, sin embargo pronto me convenzo de que está en un lugar mejor.

Antes de caer rendida, me atrevo a imaginar mi nueva vida, la que comenzaré a vivir mañana mismo, una vida en donde seré libre, feliz, valorada. En donde me animo a imaginar un mañana que puede que no sea perfecto, pero que está allí para mí. Y me duermo con una sonrisa en mi rostro.

La sonrisa se borra con el sonido de cacerolas cayendo al suelo. Mi padre ha amanecido de malas y está haciendo estragos en la cocina. Me quedo en mi sitio sopesando la intensidad de los sonidos y los gritos para adivinar si será necesaria mi intervención. Es cobarde, lo sé, pero solo bajo cuando siento que la cosa se está descontrolando, a veces, prefiero quedarme en la habitación y hacer como si nada sucediera. Luego, cuando todo se acalla, bajo a desayunar y observo a mamá fingir una sonrisa, cubrirse las heridas e intentar mostrarse fuerte ante nosotros.

Hoy es un día de esos. Luego de que mi padre grita que está harto de nosotros, da un portazo y minutos después, escucho el sonido del motor. Se ha ido. Me levanto, me doy una ducha y me pongo el uniforme de la hamburguesería antes de bajar a desayunar.

Mamá está limpiando los estragos hechos por mi padre e intenta disimular sus lágrimas. Mi hermano está por desaparecer en el cuenco en el que se ha servido sus cereales, los revuelve con fuerza como si quisiera ahogar en ellos sus miedos y sus penas. Lo sé, he estado allí también.

—Buen día —saludo, pero ninguno de los dos responde.

—Siéntate, voy a prepararte un café —dice mamá y se acerca tembloroza a la cafetera. Hay líquido derramado alrededor, por lo que supongo el café que ya había preparado, ha sido arrojado.

—Deja, yo lo hago —digo y me acerco. Su labio está hinchado y una gotitas de sangre caen de él—. ¿Estás bien? —pregunto, ella asiente. Le paso una servilleta de papel con cuidado por el labio y ella se deja. Luego, me preparo un café y voy a la mesa.

Desayuno en silencio y veo a mi hermano partir sin despedirse. Todavía me queda media hora antes de irme, así que observo a mi madre que también se ha sentado a la mesa, luce rendida y aún no ha iniciado el día.

—Pronto voy a sacarte de aquí —digo y ella me mira con curiosidad—. Guardaré el dinero necesario para poder mudarnos y trabajaré para pagar un alquiler. Vamos a salir de acá y no necesitarás más de él —añado.

—No, Irina... Para mí ya es muy tarde. No quiero que gastes tu vida y tu dinero en mí. Debes salir por ti... debes volar, hija.

Tras aquellas palabras tan sinceras, hago un silencio. Mi madre nunca me había dicho que saliera de mi casa, siempre había insistido en que éramos una familia y debíamos mantenernos así.

—¿Qué te pasó, mamá? —pregunto con curiosidad y sinceridad en un intento de aprovechar el momento—. Y no me refiero a hoy —añado. Ella lo piensa, pero tarda en responder.

—No lo sé. Supongo que me perdí, hija, me perdí de mí misma. Siempre fui insegura, me sentía distinta, menos que los demás. Cuando conocí a tu padre él me hizo tocar el cielo, era como si no existiera nadie más para él en todo el mundo, me hizo sentir amada, importante... Las cosas fueron bien un tiempo, pero luego él empezó a beber y la vida se puso difícil. Yo no tengo una profesión, no puedo ayudar con los gastos y toda la carga de la casa recae en él. Es mucho peso, hija, no es fácil sacar adelante a una familia...

—Pero mamá, tú te quedas con nosotros y siempre estás trabajando en la casa. No descansas nunca. ¿Acaso eso no es importante para él? ¿Acaso no es capaz de valorarlo? —inquiero con incomodidad—. ¿Por qué no lo dejas?

—¿Cómo voy a dejarlo? —pregunta mi madre como si la respuesta fuera obvia—. ¿Cómo voy a mantenerlos? Yo no sé hacer nada, no sirvo para nada. Nadie me va a ayudar, él es el único que me tiene paciencia...

—Mamá, al final solo terminas creyendo lo que él te dice. De eso se trata el maltrato que sufres, no solo de la parte física —digo señalando sus labios lastimados—, sino de ese maltrato psicológico que es incluso mucho peor. Papá te ha anulado, tú ya no te crees capaz de hacer nada, no te consideras valiosa. ¿No te das cuenta? ¡Es por eso que te dejas maltratar así! —Ella no responde—. ¿Y sabes qué? Nos ha afectado a todos, mamá. Yo tampoco me siento buena para nada, sin embargo, tengo personas que me han ayudado a darme cuenta de que eso no es así. Estoy segura que mi hermano vive en la misma oscuridad. ¡No podemos dejar que él nos siga destruyendo la vida!

—Por eso te digo que tú tienes tiempo, que salgas adelante con ese trabajo que ahora tienes y que busques tu propio destino, Irina. No quiero que termines como yo... —dice entre lágrimas.

—Pero no es tarde para ti, mamá. Podemos lograrlo, te aseguro que sí. Podemos irnos a un lugar, aunque sea una habitación, mamá. Yo trabajaré y tú también podrás hacerlo, sabes hacer muchas cosas, puedes cocinar o limpiar casas. Y nos apañaremos para que a Lucas no le falte nada...

—Tu papá me mataría...

—Ya lo ha hecho, mamá... y no te has dado cuenta aún —digo y me levanto. Se me ha hecho tarde—. Piénsalo, ¿quieres? Podemos planificarlo —insisto y le beso en la frente.

Ella no responde, me ve partir y puedo leer la tristeza en sus ojos, puedo ver la tortura en la que fluctúa su alma al entender que existe una salida, pero que la misma le produce un temor inmensurable. Justo como me había dicho Lía, las ganas de seguir adelante se paralizan ante el miedo a que las cosas no salgan como nos gustaría.

La idea de ayudar a mamá me llena el alma de esperanzas y camino al trabajo haciendo planes de futuro. Llego a la oficina y Martina me espera en la entrada, nos saludamos e ingresamos a la zona de empleados para dejar nuestras cosas, allí se nos unen los demás. Una de las chicas, Zoe, menciona algo sobre un campamento y una fiesta, no presto demasiada atención, porque estoy mirando por todos lados a ver si veo a Santiago. Martina parece entusiasmada y Agustín habla de un viaje en carretera de cuatro horas para llegar al destino.

—¿Vendrás? —pregunta Martina y no es hasta que me toca el brazo que me doy cuenta de que me está hablando a mí.

—¿Yo? ¿Dónde? —inquiero.

—¡A la fiesta de las luces! —exclama.

—Eh... no lo sé, puede... —respondo. No sé mucho sobre esa fiesta, pero sé que es grande y que van jóvenes de todo el país, es algo así como un concierto de cuatro días en un campo grande donde las personas acampan. Jamás se me habría ocurrido ir.

—¡Vamos, Iri! ¡No seas aguafiestas! —dice Zoe.

—¡A trabajar! —grita Maxi, nuestro supervisor, y todo el mundo se dispersa.

Cuando estoy caminando hacia mi puesto, Santiago me toma del brazo desde uno de los pasillos, al principio no lo vi, pero luego me percaté de que estaba allí. Me abraza y me da un beso fugaz en los labios.

—Estoy un poco atareado, pero al medio día te invito a comer algo en el centro comercial que queda aquí cerca, ¿quieres? Así nos escapamos un rato solos tú y yo... —murmura.

—Bueno... —respondo casi en un susurro.

Lo veo partir y voy hacia mi puesto. Me pregunto si mi madre se sintió así alguna vez con mi padre. Sus palabras se quedaron grabadas en mis pensamientos, ella tenía baja autoestima y él la hizo sentir mejor. ¿No estaré repitiendo la historia?

—¡Vamos, dejen de retozar! —Maxi vuelve a insistir. Así que decido sacar esas ideas de mi mente y me concentro en lo que tengo que hacer. Trabajar es bueno cuando una está llena de pensamientos que conflictuan el alma.

Estamos en la lista corta de los wattys :) ¿No es genial?

Ya tengo compu, así que una vez que recupere todos mis archivos, espero poder escribir de nuevo :) y actualizar más seguido.

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