* 3 *
No entiendo por qué Irina se fue de esa manera, supongo que le resulta incómoda la presencia de Santiago, sé que le cuesta interactuar con desconocidos, pero pensé que al ser mi hermano las cosas serían un poco más sencillas. La sentí molesta y no sé bien el porqué, quizá porque estábamos hablando de ella, sé que no le gusta mucho eso, sin embargo solo quería involucrar a Santiago en nuestras vidas, que se hicieran amigos, quizá. Niego con la cabeza al darme cuenta de lo ilusa que soy, en mi mundo imaginario mi mejor amiga y mi hermano podrían llevarse bien, qué sé yo, ser buenos amigos.
Benja se fue con Marcos hace unas horas y yo descansé un rato, pero es hora de la cena así que voy a la cocina para servir la comida favorita de Santiago. La preparé la noche anterior para recibirlo, esperaba que Iri se quedara y ahora no sé si sentirme enfadada o intentar comprenderla. Siempre intento comprenderla incluso cuando en realidad quiero enfadarme.
—¿Por qué no se quiso quedar a comer? —inquiere Santiago sentándose a la mesa.
—Dale su tiempo, no es muy sociable desde el inicio, pero te aseguro que se llevarán bien —sonrío guiñándole un ojo y sirviéndole un poco de comida en el plato, luego me sirvo yo y me siento también.
—¿Qué edad tiene? —Quiere saber.
—Veintiuno —respondo y él levanta las cejas sorprendido.
—¿No es muy chica para ser tu amiga? Además, no sé, Lila, se ven muy distintas... ¿Acaso es una especie de alter ego? ¿Lo que querías ser de joven y no fuiste? —Aquel comentario me da risa.
—No, y no me llames vieja —añado amenazándole con el tenedor, él sonríe—. No somos tan distintas después de todos, y la edad... ¿qué es la edad, Santi? Para mí es nada más como correr una maratón. Es como si yo hubiese llegado antes a la carrera, tú otros cinco años después, y luego ella, y después Benja... pero finalmente todos estamos corriendo —digo encogiéndome de hombros—. Además, no sé si tú te sientes diferente ahora que tienes veinticinco, pero yo me siento igual que cuando tenía dieciocho —agrego y él asiente.
—Bien, tienes un buen punto allí —añade—. Pero aun así me pregunto, ¿qué es lo que tienen en común?
—Supongo que nuestras soledades se hicieron amigas primero —respondo luego de pensar unos segundos cuál sería la respuesta indicada—. Esto me recuerda a una frase que leí en una de mis historias favoritas de Wattpad, a ver, déjame ver cómo iba... —digo y dejo a un lado la comida mientras saco el celular para buscar algo. Santiago sonríe al tiempo que niega con la cabeza mientras se lleva el primer bocado de comida a la boca y hace un gesto de que le ha agradado el sabor.
—¿Qué es Wattpad? —pregunta con la boca llena de comida.
—Una especie de red social donde puedes escribir historias o leer las que otros han escrito —respondo mientras sigo buscando—. Debe estar por aquí...
—¿Y tú escribes? —Quiere saber y yo niego.
—No, yo solo leo... ¡Aquí está!, escucha, dice así, esta chica sí que sabe escribir —añado y carraspeo para comenzar a leer—: «Hay personas maravillosas que llegan a tu vida como una luz cuando estás acostumbrada a vivir en la sombra»*. Eso es lo que Irina es para mí, llegó a mi vida en un momento en el que todo estaba por ponerse oscuro y lo llenó de luz, y es probable que de alguna manera, yo haya sido lo mismo para ella.
—Eso suena tierno, Lila, pero no sé... yo ya no creo en las personas ni en las relaciones. No creo en nadie, la verdad —añade y yo asiento, sé lo que ha vivido y sé que está lastimado, lo cierto es que yo tampoco creo en las personas.
—¿Y me lo dices a mí? —Me encojo de hombros con un bufido—. Pero aun así he decidido darle la oportunidad a esta amistad, me hace bien, ¿sabes? Y hace mucho que nadie me hacía bien...
—Entonces, ¿qué más cosas tienen en común? —pregunta con una sonrisa dulce, si hay alguien en el mundo que me conoce bien, además de Iri, es Santiago. Él sabe todo lo que he sufrido y supongo que entiende mi necesidad de aferrarme a la idea de que esta vez funcionará.
—Supongo que las historias... A mí me encanta leerlas y ella, pues ella las imagina. Me agrada escucharla cada vez que habla de alguna persona a cuyo funeral ha acudido, se apasiona imaginando la vida de esa persona, sus penas y sus alegrías, el final... quienes quedaron llorando. Su mente es algo oscura, pero es divertida —explico—. Me siento cómplice de ese mundo fantástico que ella imagina en su mente. ¿Sabes? Le dije que debería escribirlas, estoy segura que en Wattpad encontraría lectores, yo misma sería una, pero dice que no es lo suyo, que le daría miedo las reacciones de las personas, así que me conformo con ser siempre la primera en oírla imaginar cuentos desde el cementerio —añado y él asiente—. Irina no confía mucho en ella misma y en lo que es capaz de lograr.
—¿Cómo se conocieron? —pregunta y se sirve un poco más de comida en su plato, estoy feliz de que le guste lo que preparé.
—Pues, en el cementerio —respondo al recordar aquel momento.
—Era de esperarse... —dice y yo asiento, tomo un sorbo de agua y me dispongo a contarle cómo fue.
—Yo estaba embarazada de Benja, mi panza ya estaba enorme cuando falleció el abuelo de Marcos, el papá de mi bebé —añado a modo de información, él ya lo vio más temprano cuando vino por Benja, pero no entablaron conversación alguna ya que Marcos solo esperó en su vehículo que yo le acercara al niño—. El caso es que su madrina, no me dejó ingresar al entierro, dijo que las embarazadas no deberíamos andar por esos lugares, algo así como que los bebés en las panzas eran espíritus demasiado puros, qué se yo, y bueno, no hubo caso de que la señora me dejara acompañar a Marcos, así que no me quedó otra que sentarme a esperarle, era un día muy caluroso y yo tenía mucha sed.
»La gente empezó a retirarse lentamente, pero él y sus padres seguían allí, eran «los últimos» como llama Irina a los familiares más cercanos, a los últimos en despedirse, a los más dolidos. Bueno, el caso es que ella salió entre la multitud y cuando la vi, tenía uno de esos vasos térmicos con agua fría, le pedí que me invitara porque sentía que moría y ella me lo pasó, hasta después no supe que estaba pidiéndole algo que no hacía nunca: compartir gérmenes con otros. Pero le di pena porque estaba embarazada. —Me da risa recordar la escena y sobre todo el pensar en lo que aquello habría significado para Irina en aquel entonces, Santiago me escucha con atención—. El caso es que me puse a hablarle, como ya imaginarás, y pues ella solo esperaba que le devolviera el vaso.
—Lo imagino...
—Le pregunté si de dónde conocía al abuelo y me dijo que de ningún lado, entonces me contó de su fascinación de ir a entierros de desconocidos. Más adelante me confesó que me lo había dicho para que me asustara y dejara de hablarle, pero no causó ese efecto en mí, ya sabes, me gustan las personas extrañas, siempre tienen algo divertido qué contar. Además, algo en ella me generó mucha tristeza, es decir, ella se veía muy sola, supongo que eso fue el imán, creía que necesitaba un abrazo, o quizás era yo la que lo necesitaba —añado con melancolía, esa no era una buena época, las cosas con Marcos ya empezaban a descomponerse y me sentía realmente sola.
—Ahí está mi Lila, la salvadora de almas perdidas, la que rescataba gatitos de la calle y curaba las alas de los pajaritos que se caían de los árboles —sonríe Santiago recordando nuestra infancia, él siempre decía que yo era una especie de Sor Teresa de Calcuta, con ganas de ayudar a todos los que necesitaran de mí, pero también decía que esa era un arma de doble filo, porque pensaba que hacía eso porque en realidad era yo la que lo necesitaba.
—Supongo que tienes razón. Al principio no fue fácil, Iri es muy cerrada y no le gusta que nadie sepa nada de ella, se siente incómoda con los desconocidos. —Al decir esto me di cuenta de que había estado hablando de más, no había sido esa mi intención, yo confiaba plenamente en Santiago, pero no podía pedirle lo mismo a Irina y estuve diciéndole a Santi cosas que quizás ella deseaba resguardar, me sentí mala amiga y me quedé pensando en silencio mientras rememoraba la conversación.
—Pero tú hablabas por las dos —interrumpió él sacándome de mis cavilaciones.
—En cierta forma sí. Yo la buscaba, andaba merodeando por el cementerio para encontrármela, estaba convencida de que ella necesitaba alguna clase de ayuda y yo necesitaba ocupar mi tiempo para no pensar demasiado. Un día la vi llorando, entonces me acerqué, no me parecía que ver llorar a Iri fuera algo normal, no me quiso decir el motivo, pero le insistí tanto que finalmente me dijo que ella y su hermano habían tenido un accidente por haberse subido sin permiso a la moto de un tío, el caso es que el hermano se había roto el brazo y ella tenía unos golpes muy feos en la espalda que obviamente no llegué a ver, estaba asustada y se sentía muy culpable.
»La llevé a casa y le preparé café, le dije que veamos una película y asintió. Dejamos que el tiempo pasara y las penas sanaran solas. Creo que desde ese momento nos hicimos realmente amigas, compartir penas y café te acerca al otro —explico.
—Es una linda historia, pero no sé... todavía no soy bueno confiando, o más bien, volviendo a creer. Sé que has sufrido mucho, Lil, no quisiera que vuelvas a perder a alguien que amas. —Me toma de la mano cuando dice eso y yo sonrío. Sin embargo, estoy preocupada por Iri, siento que he metido la pata y no sé cómo arreglarlo. Intento concentrarme en la conversación, mi hermano ha regresado después de años y necesito disfrutarlo al máximo.
—La verdad es que no los pierdo, ellos eligen salir de mi vida —agrego ante su comentario, me duele decir algo así, pero es lo que siento.
—No es así, tú tienes un corazón enorme y puro, la gente se acerca a ti por tu luz, das amor y cobijo, sé que entregas todo de ti por quienes amas ya sean amigos, tu pareja, tu familia. Si de algo te sirve yo te admiro, a pesar de tus heridas y de las veces que te han roto el corazón, siempre has sabido unir las piezas para volver a entregarlo, una y otra vez...
—Creo que está enfadada —susurro y él me mira con curiosidad—. Supongo que no le agradó que te dijera todo lo que te dije...
—Seguro se le va a pasar, Lil, además dile que yo no soy peligroso —bromea.
—Lo sé, pero no es tan sencillo. ¿Sabes? No me gusta pensar en que mi amistad con Iri pudiera terminar, en este momento de mi vida ella y Benja son todo lo que tengo y no es fácil ser madre soltera, Santi, la soledad me asusta mucho. Sé que nada es eterno y que no podemos retener a las personas si no quieren quedarse, créeme que ya lo he aprendido, pero aun así me gusta soñar que esto puede durar para siempre...
—El para siempre a veces también caduca —responde Santiago perdiendo la vista en la ventana, él lo sabe por experiencia propia.
—Lo sé, y también sé que tienes una herida allí —señalo su corazón—, pero hay distintos tipos de amor, tú siempre serás mi hermano y aunque no te vea en años, como es el caso, sé que cuando nos veamos las cosas estarán iguales, que el amor no cambia. Lo mismo sucede con nuestros padres y con Benja, siempre serán mi familia, pero la amistad, al menos la verdadera, y el amor de pareja, son otra clase de amor, son complejos y perecederos si no se trabaja por ellos, requieren que las personas pongan de su parte.
—A veces pones todo de tu parte y aun así no es suficiente, Lil —dice con tristeza.
—Lo sé, créeme que lo sé. Y aunque tú creas que es tu culpa, quiero que sepas que no lo es, en todo caso es culpa de los dos porque en una relación siempre hay dos personas —alego tomando ahora yo su mano para consolarlo en su dolor—. No puedes hacer nada tú solo, tu amor no será suficiente si la otra parte ha dejado de amar.
—Y siempre termina igual... siempre...
—Los amores verdaderos siempre triunfan, Santi, incluso cuando una de las dos partes ha dejado de amar.
—Eso no tiene ningún sentido —responde él y niega, yo sonrío. Se ve como cuando éramos niños y mamá lo castigaba.
—Triunfarás, tú triunfarás porque has amado bien y el amor solo se puede pagar con más amor, aunque no siempre venga de la fuente que tú esperas... —Santiago asiente con resignación y tristeza, está aquí para comenzar de nuevo y no quiere hablar más de eso, suficiente tiene ya con su cabeza taladrándole una y otra vez lo que ha sucedido.
Un rato más tarde él decide ir a descansar, el vuelo ha sido largo y se siente cansado, yo hago lo mismo y me voy a mi habitación. Tomo el celular para ver si hay algún mensaje de Iri, pero no hay nada, así que soy yo la que le escribo.
«Me hubiera gustado que te quedaras a cenar con nosotros».
Me pongo mi ropa de cama y me lavo la cara y las manos antes de acostarme, espero que me responda, pero quizá ya esté dormida. Me recuesto y me cubro con mi manta para disponerme a dormir, ya hablaremos mañana, pero entonces llega su mensaje.
* La frase citada más arriba corresponde a la novela Besos que curan, de Carolina Méndez @cmstrongville Lectura recomendada :)
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