* 21 *
La velada de ha sido interesante, todo salió como planeamos, así que no puedo sentirme más feliz. La verdad es que tanta alegría me da miedo, llevo demasiados días en sentimientos positivos y temo que todo acabe abruptamente.
Hace un rato, como estaba planeado, en un momento logré llevar a la mujer que acompaña a Eduardo hasta la habitación. Tomé la piedra en mis manos, y con un poco de temor —debo admitirlo—, le pregunté qué deseaba.
—¿Cómo es que puedes verme? —inquirió la mujer.
—No sé bien la respuesta a esa pregunta —respondí y me encogí de hombros. Sabía que no tenía demasiado tiempo para hablar con ella y debía ir al grano—. Solo sé que es gracias a esta piedra.
—Escucha, tienes que ayudarme... —dijo con desespero—. Soy la madre de Eduardo, necesito que él se entere de todo lo que ha sucedido.
—Bueno, espere —dije con la intención de calmarla—, supongo que sabrá que Lila y él se están llevando bien... Nuestra idea era que en algún momento pudiéramos explicarle que somos capaces de comunicarnos con usted y así hacerle llegar el mensaje —comenté, pero la señora negó.
—No, él no lo entendería. ¡Me odia! —añadió con tristeza en la voz—. Hacer eso solo generaría que él se alejara de esa muchacha y es la primera vez desde que lo sigo que lo veo tan feliz...
—Pero...
—Escucha, lo que debes hacer es escucharme. Te contaré mi historia y deberás buscar a alguien. No puedo irme sin que Eduardo conozca a una persona, pero el tiempo se me está acabando. No puedo irme sin que él entienda lo que he tenido que pasar, no puedo marcharme con su odio, porque si eso sucede mi alma nunca hallará la paz y jamás podré reencontrarme con las personas que amo. —No entendí todo lo que me quiso decir allí, pero asentí—. Nunca lo abandoné... no porque quise. —Su voz se quebró en dolor y yo volví a asentir.
—Ahora no tengo mucho tiempo —digo tras su silencio—. Debo volver a la sala enseguida. Pero necesitaba que usted supiera que podía comunicarse conmigo. ¿Cree que podemos hablar mañana? ¿Podrá dejar a Eduardo y reunirse aquí conmigo y Lila? —inquirí y ella asintió. Salí de la habitación, pero ella se quedó allí con mucha tristeza en su expresión.
Cuando volvía a la sala, vi a mi amiga muy acaramelada, sentí algo de incomodidad y decidí ir a la cocina, pero ellos me llamaron para ver una película. Santi había ido a comprar algo, así que le dije que se apresurara en regresar y él me respondió que ya venía, que solo estaba comprándome un chocolate porque sabía que me gustaba.
Cuando me dijo eso sentí un calor en el pecho, algo que nunca antes había experimentado. Nadie suele preocuparse por mí o por lo que me gusta, y él lo recordaba. Recordaba que durante nuestra salida del otro día, al ver ese chocolate dije que era mi favorito.
Cuando Lila vio que él me trajo aquello, sus ojos casi se salieron de órbita, yo intenté pagarle, pero era obvio que no aceptaría, así que tuve que tragarme las emociones mientras me imaginaba las miles de preguntas que debería responder luego.
Así vimos la película, los cuatro juntos, o bueno, los cinco si contamos que la mujer regresó y se sentó en una de las sillas, solo que ella no vio la película, sino que no dejó de observar a Edu y reír como tonta. Yo traté de ignorar eso y concentrarme en la pantalla, o en los comentarios que Santiago me hacía casi en susurros que, no sé por qué, lograban hacerme sentir algo incómoda.
Ahora que la película terminó, y que Lila se está despidiendo de Eduardo en la entrada, yo me encuentro en la cocina comiendo mi chocolate mientras Santi se prepara un café.
—¿Crees que hay algo entre ellos? —me pregunta y yo me encojo de hombros. No pienso responderle a eso, pero sé a ciencia cierta que si no hay nada, lo habrá pronto. Lila ya tiene esa mirada perdida de enamorada que solo me dice una cosa, ya ha caído. Pero me alegro, Edu parece un buen chico, y quizás al fin, mi amiga consiga ese amor que tanto sueña.
—Es probable... —respondo y él sonríe.
—Me cae bien —añade.
—¿No eres de esos hermanos celosos que hacen correr a los chicos? —inquiero y él niega.
—Solo si no me agrada el chico —añade y se acerca—. ¿Te gusta? —pregunta cuando aún me quedan dos cuadraditos de aquel chocolate en barra que me trajo.
—Mucho... ya lo sabes. ¿Quieres? —digo y le paso uno. Él abre la boca como si esperara que yo se lo diera y no sé por qué, pero lo hago automáticamente. Coloco con suavidad el cuadradito sobre su lengua y él cierra su boca para comerlo. Me quedo de pie frente a él, observando el movimiento de sus labios y notándolos por primera vez, se ven suaves y dulces, como mi chocolate. Él parece notar mis pensamientos y sonríe, yo me volteo nerviosa.
—¿Qué sucede? —pregunta acercándose demasiado a mi espalda.
—Nada, ¿por? —inquiero con mucha incomodidad, no sé cómo demonios se reacciona en estas situaciones.
—¿Te arrepentiste de darme tu chocolate? —inquiere y coloca sus manos en mi cintura. ¿Por qué está haciendo eso? Está demasiado cerca y yo no sé si quiero quedarme aquí o salir corriendo.
—No, claro que no —respondo con demasiado énfasis, estoy nerviosa, y en un torpe intento de fuga me volteo con rapidez quedando demasiado cerca de él. Sus manos siguen en mi cintura—. No me gusta mucho el contacto físico —digo y él sonríe.
—¿Por qué? —pregunta.
—No lo sé... me siento incómoda —alego, pero no logro separarme de él. No sé por qué, quizá porque hay algo que me hace quedarme allí como tonta, mostrándome vulnerable y sonrojada.
Santiago levanta su mano y acaricia mi pómulo derecho.
—¿Sabes? Eres bonita... —dice y yo no sé cómo reaccionar a eso, al instante bajo la mirada y él levanta mi mentón para que lo vea, estamos demasiado cerca y su aliento huele a chocolate—. ¿Por qué te avergüenza que te lo diga, Iri? —pregunta y yo niego.
—No me creo bonita, de hecho me siento incómoda con esta cercanía y esas palabras... No sé cómo reaccionar a ellas —añado con sinceridad.
—Puedes alejarte de mí en el momento que desees —dice y aunque mi mente me dice que me aleje, ninguna parte de mi cuerpo reacciona a la orden y no me muevo, él sonríe—. Yo creo que eres bonita. ¿Sabes? Mi mamá siempre decía que tenemos que aprender a recibir cumplidos y también a darlos.
—Pues... Los cumplidos me ponen nerviosa...
—¿Qué es lo que no te pone nerviosa? —inquiere y yo sonrío.
—Escribir... —respondo casi sin pensar, pero al tiempo me arrepiento de lo dicho.
—¿Escribes? —inquiere con las cejas levantadas en sorpresa.
—Algo... no mucho, solo tonterías que se me pasan por la cabeza —respondo con más nervios y vuelvo a bajar la cabeza.
—Lila no mencionó nunca nada de eso —añade y yo niego.
—Ella no lo sabe...
—¿Cómo? ¿Y eso? —pregunta aún más sorprendido.
—Si lo supiera querría leerme y muero de vergüenza —respondo—. Por favor no se lo digas...
—Cuenta con ello... ¿Me mostrarás algo de lo que has escrito? —pregunta y yo niego.
—No, nada es bueno —afirmo y él ladea la cabeza. Su expresión es tierna.
—Quizá deberías confiar un poco más en ti, ¿no crees?
Me encojo de hombros y él aparta un mechón de mi cabello que cae sobre mis hombros.
—¿Cuál es tu verdadero color de ojos? —pregunta y yo frunzo el ceño.
—¿Cómo lo sabes?
—Desde esta distancia me doy cuenta que traes lentes de contacto —afirma.
—Verdes...
—¿Por qué los ocultas? ¿Sabes que los ojos verdes son los más raros? Leí que solo un dos por ciento de la población tiene ese color de ojos.
—¿Por qué lees esas cosas? —inquiero y sonrío, me agrada las salidas que tiene Santi, me gusta que nada es aburrido con él.
—Porque son curiosidades que suelo leer o ver en videos de YouTube —responde y yo vuelvo a bajar la mirada—. ¿Crees que mañana podrías no usarlos? Me gustaría verlos...
—No lo creo —respondo, él chasquea la lengua y luego vuelve a sonreír. Tiene una sonrisa perfecta de dientes alienados y blancos.
Nos quedamos allí, quietos y cerca, él mira mis ojos como si buscase encontrar el verde tras las lentillas oscuras, yo me pierdo en sus facciones, sus labios, su barba incipiente, sus dientes, sus pestañas, sus cejas, su mirada, su...
—¿Hola? —Lila ingresa a la cocina y nos mira a ambos con las cejas levantadas. Damos un salto como si nos hubieran descubierto haciendo algo malo—. Por mí pueden seguir tranquilos... —añade y me guiña un ojo.
—Solo estábamos hablando —digo y ella asiente.
—Ya... bueno...
Ninguno de los tres habla por unos segundos.
—Bien, iré a descansar. Las dejo para que conversen —dice Santi levantando las manos como si hiciera un gesto de rendición—. Que descansen.
Yo lo miro alejarse de mí y de pronto siento un vacío que no logro explicar. Era incómodo tenerlo tan cerca, pero también me resulta incómodo verlo irse.
Lila no dice nada, se sirve un vaso con agua y luego me hace un gesto para que la siga. Yo lo hago y sé que se vienen las preguntas incómodas. Ingresamos a su habitación y luego de que ella se percata de que Benja sigue dormido, nos sentamos en un extremo de la cama.
—¿Qué pasa con Santi? —pregunta casi en un susurro para no despertar al niño. Sabía que yo debía preguntar primero.
—Nada... ¿Por? —respondo alargando el momento de la verdad, que ni siquiera sé cuál es.
—Estaban muy, muy juntos —dice con una sonrisa pícara, yo me encojo de hombros.
—Él se acercó —respondo sin más qué decir.
—¿Y no te alejaste? ¿No que no te gustaba el contacto? —Pienso mil maneras de responder a eso, lo cierto es que ni yo sé lo que siento o pienso.
—Y no me gusta, pero supongo que el suyo no me disgusta —respondo de la manera más sincera posible, después de todo es Lila y no quiero mentirle.
—¡Oh! —exclama y finge que aplaude, pero no hace ningún sonido—. ¿Te gusta Santi? —inquiere y la pregunta se me hace inmensa cuando la oigo por primera vez. Tan grande que siento que me aplasta, pero no sé qué responder.
—No... lo sé... —respondo y ella sonríe. Su mirada se vuelve maternal y me toma de la mano.
—Está bien que te guste alguien, Iri...
—¿Incluso si se trata de tu hermano? —pregunto y ella frunce el labio hacia un lado.
—Santiago es un buen muchacho, siempre he pensado que la mujer que se quede con él será muy afortunada. Pero está muy lastimado, no sé si su corazón esté listo aún, solo eso. Ve con cuidado, ¿sí?
—No pienso ir a ningún lado, de todas formas —respondo y ella niega.
—Las cosas pasan sin que te des cuenta, Iri... —dice y luego suspira—. Me gusta Edu —admite y yo agradezco que haya cambiado de tema—. ¿Crees que es muy rápido?
—Supongo —respondo—, pero no sé mucho de eso y lo sabes. Solo ten cuidado, no quiero que te lastimen —añado y ella sonríe.
—Lo intentaré —me dice y luego de un silencio cómodo decide preguntarme—. ¿Has hablado con la mujer?
—Sí, es la madre de Edu y mañana se reunirá con nosotras. Dice que no quiere que él sepa nada, que necesitamos ayudarla a que él se encuentre con alguien. Me dijo que no quiso abandonarlo y que él la odia... También dijo que le quedaba poco tiempo. La verdad es que sonaba un poco desesperada —explico y ella se encoje de hombros.
—No sé si la odia, pero creo que le tiene mucho rencor...
—Pues mañana escucharemos qué tiene que decirnos —digo y ella asiente—. Me iré a casa, Lila —añado—. Es tarde y no quiero problemas.
—¿No te quieres quedar? —pregunta y yo niego, papá me dijo que regresara esta noche y no tengo ganas de sacarlo de sus casillas.
—Mejor me voy antes de que sea más tarde.
Lila asiente y me da un abrazo, no está muy convencida de que vaya sola a estas horas, pero no dice nada más. Le digo que se acueste y que salgo yo sola.
—¿Dónde vas? —Santiago me pregunta cuando paso por la sala. Él ya está acostado en el sofá.
—A casa —respondo.
—¿No te quedas? —inquiere y niego.
—Papá no quiere que me quede hoy —respondo encogiéndome de hombros.
—Es tarde para que andes sola, voy a acompañarte —añade y se levanta—. Espérame que me cambie.
—No, no hace falta —digo pero él sonríe mientras se pone una chaqueta sobre su remera de pijama y se calza unas zapatillas deportivas.
—No te lo pregunté —responde y yo no digo nada más, solo lo espero y salimos camino a casa. No es lejos, pero está oscuro y la verdad es que me siento mejor con su compañía, más segura... más... cómoda.
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