* 2 *

Acompaño a Lila a su casa luego de dejar la pequeña carta en mi cementerio de historias. Ella va hablando muy animada —como siempre—, me está contando sobre la última novela romántica que leyó en Wattpad y lo mucho que lloró con el final. Ruedo los ojos y suspiro, no sé cómo le pueden gustar esas historias tan cursis y llenas de clichés.

—Y entonces, justo cuando lo más bueno estaba por suceder —añade y me mira con picardía, yo ruedo los ojos entendiendo a qué se refería—, la escritora cortó el capítulo y no ha vuelto a actualizar desde hace dos semanas, Iri. ¡Dos semanas! —exclama con enfado.

—Ha de tener vida, ¿no lo crees? O quizá se murió —bromeo y ella me mira con los ojos bien abiertos—. Además, ya te dije que dejes de leer esas tonterías, Lil, lo único que hacen es llenarte la cabeza de pajaritos mientras idealizas un romance que nunca vivirás con un personaje millonario y perfecto que nunca existirá —agrego y sonrío, casi puedo adivinar su respuesta.

—Eres demasiado negativa, Iri. —Sabía que iba a decirme eso, y sí, a veces soy bastante negativa, o ella demasiado positiva—. ¿Quién dice que no puedo vivir un romance genial? El caso es que he hallado a una nueva escritora y los nombres de sus historias me llaman mucho la atención, espero ponerme a leer pronto algunas de sus novelas —añade.

Giro los ojos y suspiro, menos mal que Lila nunca descubrirá mis historias, no lee la clase de cosas que yo escribo, así que estoy a salvo, además, ni seguidores tengo.

—Ya... —asiento y tomo su mano para caminar los últimos metros hasta su casa, es que ella se entretiene hablando y ya casi estamos en frente. Lila sonríe, sé que le agradan estos gestos de cariño que a mí solo me salen de vez en cuando. Supongo que no se me da mucho eso del contacto.

—¡Allá está Santiago! —exclama apenas ingresamos a su hogar, una pequeña casita de solo dos ambientes con un bonito jardín al frente y un árbol muy grande en una esquina, del cual cuelga el columpio de Benja. Un muchacho alto y de tez tostada está hamacando al pequeño y sonríe cada vez que el niño balbucea algo.

No puedo negarlo, ya me siento incómoda, sé que Santiago y Benjamín son la luz de los ojos de mi amiga. Sé que Lila a pesar de tener esa personalidad arrolladora y luminosa, es de alguna u otra manera alguien que tiene a muy pocas personas en su primer anillo; sin embargo, soy muy mala para socializar, para hablar con personas y para relacionarme. Simplemente no sé cómo hacerlo, no sé qué decir o cómo actuar, y eso me hace sentir fuera de lugar.

—¡Santi! ¡Ya llegué! —grita Lila como si su presencia no fuera visible. Santiago carga al niño en sus brazos y se acerca a nosotras—. ¡Él es Santi, mi hermanito favorito! —exclama Lila orgullosa y apenas la mirada del chico cae sobre mí, siento las mejillas arder. No sé qué decir o cómo saludarle. —Ella es Irina, mi mejor amiga, la hermana que he elegido —añade y aunque sonrío, me siento aún más incómoda, me tambaleo ligeramente sobre mis pies y guardo mis manos en mis bolsillos. Lila siempre dice estas cosas y a veces me siento en aprietos por no poder responderle de la misma manera, no sé expresar cariño sin sentirme vulnerable.

—Hola —saludo torpemente pasándole la mano, sin embargo Santiago se acerca para plantarme un beso en la mejilla, es obvio que la efusividad viene de familia. Tengo ganas de pasarme la mano por el rostro, pero creo que eso no quedaría demasiado bien así que me muerdo el labio, nerviosa.

—Hola, un placer —dice y entonces Benjamín balbucea algo y se arroja a los brazos de su madre—. Creo que aún no me conoce demasiado —añade Santiago y se encoje de hombros.

—Es porque no nos has visitado en mucho tiempo —se queja Lila, sé que lo ha extrañado mucho y aunque su tono suena a reproche, Santiago no responde—. Pero ya tendrán tiempo para convivir. Voy a cambiarle el pañal y regreso —añade y se mete a la casa con el niño en brazos.

Siento que las manos me sudan y no sé qué decir. Me pregunto si debo quedarme aquí o ingresar a la casa, no quiero ser descortés e ir tras mi amiga, pero estoy a punto de hacerlo ya que Santiago me ha clavado la vista y parece estudiarme de pies a cabeza. Odio que la gente se quede mirándome, cuando me observan así no puedo evitar preguntarme qué estará pensando la otra persona, siento como si me juzgaran. Además, no soy ninguna tonta, sé cómo me veo y sé que la imagen que proyecto está bastante discriminada por la sociedad.

—Ya lo sé, somos muy distintas —digo con la intención de que deje de mirarme. Lila y yo somos como el agua y el aceite en muchas cosas, y en otras encajamos perfectamente como si fuéramos partes de un puzle. Ella es blanca, su piel es tersa y suave, es de estatura promedio y sus ojos son de color miel, nunca usa maquillaje y siempre lleva su largo cabello recogido en una especie de rodete desaliñado, tiene como un aura romántica y soñadora, se ve sencilla y amigable. Yo, por el contrario, soy algo más alta que ella y bastante delgada, tengo el pelo oscuro y lacio, mi piel también es blanca y creo que al contraste con mi pelo se vuelve más transparente, mis ojos son verdes y no me gustan, llaman demasiado la atención así que uso lentes de contacto. Suelo maquillarme bastante, no para llamar la atención, quizá solo para ocultar algunas cosas. Y nos llevamos casi diez años de diferencia. Lila está a nada de cumplir los treinta y es madre de Benja, ella tiene un trabajo de medio tiempo y alquila la pequeña casita donde vive. Yo terminé la escuela hace dos años y aún no decido qué hacer con mi vida, así que no hago nada además de perseguir historias en el cementerio y esconderme de mi familia.

Camino para alejarme un poco, a pesar de mi comentario no ha dejado de mirarme y siento que la piel se me eriza ante tanta atención, tomo asiento en una de las escaleras del pórtico y me pregunto por qué Lila se tardará tanto.

—Ya lo veo —dice al fin y vuelve a acercarse—. Yo tampoco me parezco mucho a Lila —añade y yo asiento. La verdad es que no se parecen en nada, Santiago tiene la piel tostada y el cabello negro medio largo cayéndole desordenado en la frente. Es bastante más alto que Lila, e incluso que yo, y sus rasgos no se ven en nada parecidos a los de mi amiga.

—Tienes razón —respondo e intento generar algún tipo de conversación para salir de la incomodidad—. Entonces, ¿te quedarás aquí?

—Solo un tiempo, una vez que comience a trabajar me conseguiré mi propio espacio, no puedo vivir de la generosidad de Lila por siempre —añade y yo asiento esperando que ese trabajo llegue pronto para que deje el hogar de Lila. Apenas ese pensamiento se forja en mi mente, me arrepiento, cierro los ojos y me regaño internamente, no puedo ser tan egoísta. Sé que Lila está feliz de tener a Santiago en su casa y que desea con ansias compartir tiempo con él, la cosa es que yo amo estar allí, es mi refugio luego del cementerio, aquí es donde paso la mayor parte del tiempo y no me gusta que nuestras rutinas se vean interrumpidas por nada ni nadie. Otra vez estoy siendo egoísta.

La sola idea de tener que quedarme en casa por las tardes me altera los nervios, en la casa de Lila me siento en paz y segura, aunque la idea de cruzarme a Santiago en ropa interior en medio de la sala no me genera mayor entusiasmo.

—Bueno, Benja se quedó dormido —dice Lila saliendo de la casa y sentándose en medio de los dos, le agradezco eso intrínsecamente. Entonces toma una mano de cada uno y sonríe—: Me siento feliz, ustedes me hacen feliz —añade viéndonos primero a uno y después al otro. Santiago besa con ternura su mano y yo me encojo de hombros.

—Lila me dijo que estabas en el cementerio —añade—, ¿ha fallecido alguien importante? —pregunta. ¿Por qué Lila le dijo dónde estaba?

—Sí, es decir, habrá sido importante para sus familiares y amigos —responde mi amiga con rapidez—, todos somos importantes para alguien, ¿no lo crees?

—Supongo... —responde Santiago esperando mi respuesta—. ¿De dónde lo conocías? —insiste y siento que quiero salir de allí.

—No lo conocía —respondo y me encojo de hombros.

—¿Amigo de un amigo? ¿Familiar de un conocido? —insiste. ¿Por qué es tan metido?

—No, ni idea de quién era —respondo con los nervios a flor de piel, no me gusta que nadie sepa lo que hago, ya me siento bastante rara para que alguien más me lo haga sentir, no me gusta que me juzguen.

—Puede que te suene algo extraño, pero a Irina le gusta ir a funerales de personas que no conoce y participar de ellos... —Lila me sorprende con aquella confesión, ¿qué necesidad hay de que este chico sepa tantos detalles? Es decir, es su hermano, pero no por eso necesita saber de mi vida, ¿cierto?—. Sí, lo sé, es raro, pero ella siente cierta fascinación ante la muerte —añade y me mira con una sonrisa, yo en realidad quisiera matarla, le echo una mirada de esas que significan que está hablando de más y luego miro a Santiago.

—No es la muerte en sí lo que me fascina —corrijo. No suelo hablar de estas cosas con desconocidos, pero estoy molesta por la actitud de Lila y eso hace que reaccione—. Son las historias de las personas que han muerto, lo que han dejado inconcluso, el dolor de los familiares y amigos, aquello que no pudo acabar... lo que el muerto se llevó consigo... Eso es lo que me genera curiosidad.

—Eso es lo más extraño que he oído en el día de hoy —musita Santiago en son de burla y me muerdo la cara interna de las mejillas. Ahora no solo estoy incómoda, sino que cada vez más enfadada—, quizás en toda la semana. —añade y Lila le da un codazo. Él hace un gesto de disculpas, y yo bajo la vista algo cohibida. No me agrada esta sensación de sentirme invadida y lo único que deseo es irme a casa.

—Ella cree que los cementerios están llenos de historias inconclusas, dice que cada lápida cuenta una historia sin acabar. —Sigue hablando. La observo y frunzo el ceño, ¿es en serio? ¿Va a seguir contando todo lo que pienso y lo que siento?

—¿Por qué inconclusa? —pregunta Santiago—. Supongo que cada persona tiene una historia, pero esa historia acaba cuando mueres, ¿no? El final que tenga tu vida es el final de tu historia...

—No —discuto de nuevo, siento la necesidad de marcar presencia en esta conversación en la cual parezco no existir—. La mayoría de las personas no tienen tiempo para acabar de contar su historia, la muerte los agarra desprevenidos. Pienso que somos como un libro, el personaje principal de nuestra historia. Imagina que estás leyendo una novela y de pronto el personaje principal muere, allí acaba esa historia, quizá pueda tener un par de capítulos más, donde los personajes secundarios cercanos narren alguna que otra cosa, pero en algún punto ya no habrá nada que decir, y la historia acabará en el sitio donde el personaje falleció, todo lo que dejó sin hacer, sin decir, sin concluir, todo eso habrá muerto también... —Hago silencio al darme cuenta de que he hablado demasiado y de que ambos me miran con curiosidad.

—Eso es muy pesimista, pienso que uno siempre vivirá en los recuerdos de las personas que te han amado —continúa Santiago y Lila asiente. Quisiera que la tierra me tragara ahora mismo.

—Yo creo que uno puede elegir el final de su vida de acuerdo a la forma en que la ha vivido —añade Lila—, si has buscado la felicidad, si has amado y has sido amado, si has compartido con los tuyos y has hecho el bien, aunque mueras habrá sido un final feliz.

—Eso solo sucede en los finales románticos de tus novelas de Wattpad —respondo con ironía en la voz, necesito que se dé cuenta que me está molestando su actitud y que no me agrada que me haya puesto en el centro de esta conversación—. Los finales reales no son ni tristes ni felices, solo son finales. ¿Crees que Alan pensaba morir ayer? Él simplemente había salido a trabajar, probablemente se sentó a desayunar y se despidió de sus padres y su hermana pensando que volvería para el almuerzo, no que acabaría convertido en un charco de sangre en el piso de la casa de los Salcedo.

—¿Quién es Alan? —inquiere Santiago.

—El chico del funeral de hoy, era policía —explica Lila.

—¿Entonces sí lo conocían? —pregunta el muchacho confundido.

—No, solo leímos en el periódico la noticia de su muerte —informa mi amiga encogiéndose de hombros y su hermano la observa con cara de consternación.

—¿No hay cines o teatros donde puedan ir a pasar el rato? —pregunta con tono burlón y esto es demasiado para mí.

—Es probable que no se haya imaginado morir —continúa mi amiga ignorando su comentario—, pero supongo que era un buen chico, por eso hubo tanta gente hoy, lo querían, lo respetaban, ese es un buen final.

—No... ¿Y quién era la chica llorosa que dejó aquel papel? —le pregunto. Esto de pronto se ha vuelto una especie de discusión personal entre ella y yo—. ¿Por qué no llegó a tiempo? ¿Qué sabemos si él no la habría engañado o si estaba planeando pedirle matrimonio en el día de su aniversario? En las noticias decía que Alan quería ascender en su carrera de policía y que estaba estudiando y preparándose... ¿Te das cuenta? Su historia solo fue cortada, así sin más, en un momento exacto, dejando todo inconcluso.

—¿Crees que es Dios el que maneja nuestras historias como uno de esos productores de series que tienen mil temporadas y cuyos personajes de pronto simplemente desaparecen para dar lugar a otros? —pregunta Santiago con diversión y Lila se echa a reír.

—¿Cómo en Grey's Anatomy? —inquiere y su hermano asiente.

—No... no creo en Dios —respondo cansada, me siento humillada, molesta y frustrada y no sé ni porqué.

—¿Entonces? —pregunta él.

—Entonces es eso, la vida solo termina de un momento a otro y tu vida queda inconclusa para siempre, tu memoria solo vivirá en los recuerdos de quienes amaste y te amaron, pero ya no será tu historia, sino la de ellos en la cual tú eres solo un personaje secundario, un recuerdo. Además un día ellos dejarán de existir también y con eso tú desaparecerás... como todos. Y a mí me gusta coleccionar pequeños fragmentos de esas vidas que fueron cortadas así sin más. Y no creo que tenga nada de malo...

—En el cementerio de historias —añade Lila y Santiago nos mira a ambas como si estuviéramos locas, su hermana sonríe y luego explica—: Se roba pequeños objetos o cositas que le dejan a los muertos en su tumba y los guarda en una cajita en el que según ella entierra las historias de esas personas... —. Frunzo los puños de forma inconsciente, esta vez Lila ha ido demasiado lejos, además utilizó la palabra robar y eso ya es muy fuerte. Mi pierna derecha comienza a moverse de manera involuntaria, como si fuera a martillar el suelo con el talón, pero Lila parece feliz y no se da cuenta de nada.

—¡Wow! —exclama Santiago ahora sí con intenso asombro—. ¿No te da miedo tomar esas cosas? Quién sabe si tienen espíritus o cosas así que te persiguen—. Lila sonríe y niega.

—Ya te dije que no creo ni en Dios ni en la vida después de la muerte, todo acaba aquí, y esas cosas ya no tienen dueño, así que técnicamente no me las robo, las encuentro —añado y miro a Lila con frialdad. Santiago niega y ella lo abraza, siento como si para ellos esto fuera una especie de chiste y en cierta forma me lastima, porque Lila nunca lo había tomado de esa forma, o al menos yo no lo pensaba así.

—Te prometo que a pesar de todo, es buena gente... —sonríe y me siento humillada, tengo ganas de llorar, decido irme.

—Confío en que sabes escoger a tus amigos —añade él en tono de broma, pero a mí no me hace gracia.

—Me voy, es tarde y mamá me espera para salir —miento y Lila me observa confundida, sabe que nunca salgo con mi madre a ningún lado.

—¿No habíamos quedado en que veríamos una película? —Quiere saber.

—Sí, pero no puedo... —Levanto una mano a modo de saludo y salgo de allí lo más rápido que puedo. Sé que intentará detenerme porque sabe que estoy huyendo, pero no quiero hablar, no ahora.

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