* 12 *
Intento que el malhumor no tome todo mi cuerpo, si hay algo que me molesta es que me cambien los planes. Sé que soy bastante inflexible, pero odio prepararme para algo y luego tener que dar vuelta todo. Además, estoy preocupada, Santiago me dijo que Irina estaba en casa y que no se sentía muy bien, me pidió que fuera apenas me liberara y eso me tiene inquieta.
Le pregunté qué sucedía, y dijo que había tenido un pequeño accidente doméstico, pero que él ya se había encargado. Luego insistió en que no me preocupara, pero ya era tarde, mi sistema de alarma había empezado a funcionar. No sé si es una característica de mi personalidad y siempre he sido así, o el ser madre me ha convertido en esto, pero cuando sé que alguna de las personas que amo está mal, no puedo estar bien, me siento preocupada y ansiosa.
Intenté mensajearle a Iri, pero ella me dijo que estaba bien, que no me preocupara y que hablaríamos cuando terminara mi día, le hice prometer que me esperaría en casa. Sé que Santi la está cuidando, y me parece raro que ella lo esté permitiendo. Creo que eso es lo que más ansiedad me genera.
Los dos primeros pacientes llegaron y el tercero no se presentó ni canceló, odio cuando los pacientes hacen eso, es como si no valoraran el tiempo de la doctora o de otras personas que quizá podrían haber venido en su lugar. Aprovecho para seguir investigando un poco más en internet e intentar así hacer pasar el tiempo, solo queda un paciente más y entonces volaré a casa. Cuando el último hombre llega, comienzo a guardar mis cosas con lentitud, sé que se tardará dentro un buen rato y no podré salir antes de que acabe, pero de esta manera el tiempo se me hace más corto y me entretengo con algo. Entonces, la puerta del consultorio se abre y una muchacha ingresa con premura. Trae el rostro bastante inflamado, por lo que supongo que se trata de una urgencia.
—Hola... ¿Podría consultar, por favor? —dice con dificultad tapándose con la mano la mejilla derecha—. Es urgente, no aguanto el dolor —insiste.
—La doctora está con un paciente, pero déjeme que le pregunte si la puede atender —añado y ella asiente—. ¿Su nombre?
—Judith Leyva —dice y yo casi dejo caer todo lo que tengo en la mano. Levanto la vista para observarla y la reconozco enseguida.
—E-espere un momento —añado con nerviosismo y me levanto con torpeza para ingresar al consultorio de la doctora y preguntarle si la atendería, aunque ya sé la respuesta de antemano, la doctora nunca niega una urgencia. Luego de un rato salgo y le digo que tome asiento.
Son solo diez minutos. Diez largos minutos en los que no puedo dejar de observarla y creo que ella se ha dado cuenta porque se mueve incómoda en su asiento, quizá por el dolor o quizá por sentirse intimidada, el caso es que yo estoy nerviosa y doy vueltas toda la información que tengo en búsqueda de una manera lógica de entablar conversación con ella. Pero ¿cómo demonios le pregunto a una desconocida, que encima está visiblemente alterada por el dolor de muelas, —que es uno de los peores dolores de la vida—, por su ex novio fallecido al que nunca he visto? Niego con la cabeza sintiendo que estoy a punto de volverme loca, pero esta es la única oportunidad que tengo y no la puedo echar a perder.
El paciente sale y se marcha luego de abonar por la consulta, tiempo en el cual Judith Leyva es llamada por la doctora para que pase al consultorio. Entonces, tomo mi celular y llamo a Irina.
—Judith está aquí, en el consultorio de la doctora. ¿Qué hago? ¿Qué le digo? ¿Cómo le pregunto algo?
—No lo sé —responde Iri y casi puedo verla encogiéndose de hombros. Ella a veces puede ser tan... calmada.
—En un rato más se va a ir y si no le digo nada perderemos la oportunidad de entender qué es lo que está sucediendo —añado con ansiedad.
—Sí, pero no puedes decirle nada. ¿Qué vas a decirle? Va a pensar que estás loca —me dice y yo asiento, en eso tiene razón.
—Bien, pensaré algo —suspiro e imagino a mi amiga negar con la cabeza. Irina es callada, y sé que si ella estuviera aquí no diría nada por más que muriera de ganas de hacerlo. Ella siempre decide callar, ante cualquier circunstancia. Eso a veces me incomoda, porque hay veces que me gustaría saber qué piensa o lo que siente con respecto a ciertas cosas, pero ella siempre calla y una se termina acostumbrando o amoldando a su silencio.
—Bueno... —añade. Sin más corto la llamada porque me siento nerviosa y debo planificar en mi mente qué decir para no parecer loca, o al menos no tan loca. Me rio para mis adentros mientras recuerdo las frases de los videos que suelo ver. Siempre dicen que cuando uno busca encuentra, que cuando empiezas a buscar realmente algo, las cosas se van desatando y las respuestas se te muestran de todas las maneras posibles. Cuando estás listo para entender ciertas cosas, las respuestas llegan.
Quizás es por eso que todo está sucediendo, por eso ella llegó aquí de urgencia, y yo debí quedarme esta tarde, quizá no es casualidad lo que está sucediendo. Hace mucho que creo que las cosas nunca son casualidad y todo pasa siempre por y para algo.
La muchacha sale de la consulta visiblemente más aliviada y se acerca a abonar. La doctora ingresa de nuevo para prepararse y marcharse, entonces sé que esta es mi oportunidad.
—¿Cuánto te debo? —pregunta y yo le respondo el honorario, ella abre su billetera y puedo ver una foto de Alan en primer plano.
—¿Él no era Alan Flores? —inquiero sintiendo que el corazón me golpea con fuerza en el pecho, ella me observa con curiosidad.
—Sí... ¿Lo conocías? —pregunta y un brillo se instala en su mirada.
—Yo... ehmm... Lo conocí de paso, ayudó a una amiga cuando le robaron y fuimos a hacer una denuncia. Nos atendió muy bien y pues... Siento mucho la pérdida —afirmo. Por suerte la noticia había sido tan pública que todo el mundo se había enterado del caso—. ¿Era familiar?
La muchacha baja la vista a la foto y por un instante me siento morir. Soy una intrusa que está entrando demasiado a fondo en algo privado. En su rostro hay dolor.
—Era... —Levanta la mirada y por un segundo siento que me gritará por meterme en su vida, sin embargo sonríe—. No sé qué era —añade con sinceridad y se encoge de hombros. Su mirada se pone vidriosa.
—A veces no hace falta poner una etiqueta a los sentimientos ni a las personas —respondo. Creo que tantos videos de autoayuda me están influyendo, no sé de dónde salió eso—. Lo importante es que lo sigue siendo, él sigue estando...
—¿Lo crees? —pregunta y yo sonrío.
—Lo sé... —añado. Esta chica no sabe hasta qué punto lo sé.
En ese momento la doctora sale, Judith guarda su billetera en la cartera y se despide de ella, yo me levanto para marcharme y las veo salir, cierro las ventanas y las puertas y salgo dispuesta a ir a casa lo más rápido posible. Camino un par de cuadras para esperar el bus y me detengo a pensar en qué más podría haberle dicho, cómo habría podido preguntarle si sabía qué deseaba Alan y por qué no se iba de este mundo, sin embargo, eso habría sido ir demasiado lejos.
Un auto blanco se detiene justo frente a mí y yo lo observo con temor, en estos tiempos uno nunca sabe qué puede suceder cuando alguien se acerca a uno en la calle.
—Disculpa, no sé tu nombre y quizás esto te parezca raro. Pero ¿puedo llevarte a algún lado? —inquiere Judith y yo la observo con curiosidad.
¿Raro? Creo que ya no entiendo el concepto de esa palabra.
—Yo... No quiero molestar —digo y me encojo de hombros.
—No es molestia. Solo... creo que necesito conversar con alguien —murmura—. Pero lo siento, sé que esto es demasiado extraño...
—Me gustan las cosas extrañas —digo y sonrío con amabilidad, y aunque eso también sonó algo extravagante, ella también sonríe como puede, dado que su mejilla sigue inflamada. Entonces me hace un gesto para que ingrese al vehículo, yo lo hago y ella lo pone en marcha.
—¿A dónde vamos? —pregunta y yo le doy la dirección, luego espero en silencio que ella empiece la charla.
Mi casa queda demasiado cerca y en cuestión de minutos estamos allí. Judith detiene el vehículo y yo no me bajo enseguida, siento que desea decirme algo y aguardo a que lo haga.
—Yo lo amaba... Lo amo —dice y yo la observo, una lágrima gorda se derrama por su mejilla—, pero él...
—¿Era tu novio? —inquiero y ella niega.
—No... Nos conocimos en una reunión de amigos en común, nos gustamos enseguida y salimos. Él no quería nada serio y al inicio yo tampoco, pero... No sé por qué te estoy contando todo esto... disculpa...
—No... Es decir, puedes contarme lo que desees —digo y le regalo una sonrisa que intento se vea lo más sincera posible—. A veces en estos casos solo necesitamos que alguien nos escuche —añado. Vaya, ya podría hacer mi propio video de autoayuda.
—El caso es que yo me enamoré de él, pero él no de mí. O no lo sé... nuestra relación era confusa, él me decía que me amaba, pero no hacía nada por demostrármelo. O quizá yo pedía demasiado. Dos días antes de su muerte, le dije que no quería seguir en esa relación, que si él no estaba dispuesto a darme lo que yo necesitaba, que se marchara... y él... se marchó —dice y la veo cerrar los ojos en un gesto de dolor, las lágrimas brotan con más fuerza ahora.
—Lo siento mucho —añado sin saber qué más decir.
—Si hubiera sabido que solo le quedaban dos días de vida...
—¿Qué hubieras hecho? —pregunto y ella niega. Sigue llorando, pero su llanto es más bien suave y triste.
—Cuando me enteré de que falleció no lo pude creer, ya sabes... Me sentí culpable por haberle puesto en esa situación, por haberlo dejado ir sin despedirme adecuadamente, de no haberle podido dar un último abrazo, un último beso... Sin embargo entendí que lo iba a amar siempre, ¿sabes? Entendí en estos días que el amor de verdad no pide nada a cambio. Quizás él no me amó como yo lo amé a él, y aunque en ese momento me puse mal por eso e incluso forcé la situación rogándole algo de cariño, cosa que a él no le agradó porque lo hice sentir presionado, he entendido entre tanto dolor que cuando amas de verdad a alguien, no necesitas que la otra persona te ame también. El amor es un sentimiento que lo cura todo, es algo que nos hace sentir grandes, que nos hace bien. Es genial cuando es recíproco, pero no siempre lo es... y cuando no lo es, no debería ponernos tristes, deberíamos estar felices porque somos capaces de amar así...
Me quedo en silencio ante esas palabras tan bellas y profundas, recuerdo entonces el pequeño trozo de papel y por fin entiendo aquella frase: «Prefiero ser feliz porque te amo que estar triste porque tú no me amas».
—Creo que eres una gran persona —añado y la miro con admiración, el dolor puede verse en sus facciones, aun así parece tener un brillo único. Ella niega y sonríe con tristeza.
—Me siento muy extraña hablando de mis cosas con una desconocida, pero algo en ti me hizo sentir que... podía confiar o... No hablo de esto con nadie —añade—. Disculpa por molestarte —dice como esperando que yo me baje, yo tomo un poco de aire y pienso las palabras que saldrán de mi boca.
—Así como a ti te parece extraña esta situación, quisiera decirte algo —murmuro—, ni siquiera sé por dónde empezar y sé que seguro pensarás que estoy loca, pero todo lo que sucede últimamente es raro y mi amiga y yo necesitamos entender lo que está sucediendo. —Judith me mira con las cejas fruncidas, se limpia las lágrimas con el dorso de las manos y espera que le hable, como no lo hago, me apura.
—¿Qué sucede? Me estás asustando un poco... ¿Acaso tú y él...
—¡No! —interrumpo cuando entiendo sus pensamientos—. No es eso —me apresuro a afirmar—. Verás, Judith, mi mejor amiga, Irina, puede ver al espíritu de Alan —digo para no usar la palabra fantasma. Puedo ver cuando sus ojos se abren y luego se cierran y de pronto abre la boca y la vuelve a cerrar.
—No me parece que estas cosas sean para bromear —añade—. Quizá me equivoqué contigo... ¿Cómo se me ocurre hablar con una desconocida? Por favor baja de mi auto —pide. Yo asiento, sabía que esta podía ser una de las reacciones, sin embargo añado algo más antes de salir.
—No estoy mintiendo, ella lo puede ver, no sabemos qué desea, pero la sigue todo el rato. Yo sabía que tú te llamabas Judith sin conocerte, no sé por qué, solo sé que es como si alguien me hubiera soplado tu nombre al oído. Creemos que Alan no puede descansar en paz porque necesita algo, quizá quiera decirte algo o... no lo sé. Puedes creer o no, pero no estoy mintiendo, no tendría por qué hacerlo —añado y bajo del auto.
Ella no dice nada más, pero se queda allí en frente como si estuviera petrificada hasta que yo ingreso a mi hogar. Una vez dentro observo por la ventana, no es hasta casi dos minutos después que la veo arrancar el vehículo y alejarse. Yo suspiro, las cosas no salieron como las imaginé, sin embargo, ¿qué más podía haber hecho?
—¿Lila? —La voz de Irina me saca de mis pensamientos, me volteo a verla y ella sonríe—. Santiago fue por Benja y lo llevó un rato al parque —añade. Lo sabía porque Santi me avisó, pero veo que tiene el brazo con una venda y la mirada demasiado triste.
—¿Te sientes bien? —inquiero y ella niega. Entonces puedo ver como una lágrima se derrama de su ojo derecho. No es común ver a Irina llorar, así que me acerco y la observo de cerca—. ¿Qué sucede? —pregunto y ella niega al tiempo que muchas más lágrimas se le escapan en cascada. Automáticamente la rodeo con los brazos y la dejo llorar en mis hombros mientras acaricio su espalda con ternura, como lo hago con Benja cuando llora por algo—. Estoy aquí, lo que sea que te pone mal lo solucionaremos —prometo y ella solo asiente, pero no dice nada. Entonces la dejo llorar, la dejo sacar afuera todo lo que le duele por dentro.
Quiero decir que amo a Lila...
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