Capítulo 33

Una risa escandalosa abandonó mi garganta.

¿Pedirme perdón? Sí, exacto. Había oído bien. Reece acababa de decirme que quería pedirme perdón. Lo que, sin duda, era sólo otra de sus bromas impertinentes destinadas a lastimarme o a confundir mi mente inestable. Sin embargo, el ver sus labios guiados por aquellas palabras, moviéndose con un adorable nerviosismo fingido, sumado a la fascinante expresión desolada de su rostro cuando lo dijo, envió carcajadas expulsadas por mi boca como un mecanismo de defensa ante la expectación de mi corazón.

Cuando por fin me silencié, extrayéndome las manos de la boca para ordenarme el cabello, Reece me miraba con el ceño fruncido. No entendí porqué, y eso me hizo sentir un poco culpable.

—¿Qué? —cuestioné, encogiéndome de hombros—. Ha sido gracioso; casi me lo he creído.

—¿Te pido perdón y tú te ríes de mí? —preguntó con tono ofendido—. No le pido perdón a todo el mundo. No le pido perdón a nadie.

—¿Y cuántas disculpas te quedan que las estás ahorrando? —bromeé—. No seas tacaño, Baker. Las disculpas y perdones son gratis.

Reece frunció los labios.

—Estoy hablando en serio.

Lo miré, tratando de analizar la expresión de su rostro. Bajo las sombras del espeso follaje que nos cubría, presa de la oscuridad, sus ojos brillaban reflejando vulnerabilidad; había inquietud en la forma de sus labios; tensión en el arco de sus cejas. Respiré profundo y pensé con prisa, preguntándome, sobre todo, si había alguna posibilidad de que lo que dijera Reece fuera cierto.

—No te creo, Reece —murmuré.

—Muñeca, sé que te traté mal y que me comporté como un hijo de puta contigo. —Su voz sonaba extraña, lejana, confusa—. Pero jamás fue mi intención lastimarte o herir tus sentimientos. Yo sólo quería... evitar el tema; alejarte de mi oscuridad.

—¿Alejarme de tu oscuridad?

—Mírame, incluso ahora tengo que esconderme bajo unas ramas en medio de la oscuridad para poder hablarte de esto. —Cerró los ojos, apoyando la nuca en la corteza del árbol, y torció el gesto como si hablar lo abrasara por dentro—. Es difícil para mí, porque no me gusta recordar lo que esa gente me hizo. Sin embargo, todo el dolor que siento al rememorar los rostros de mis padres no se compara al dolor que siento al lastimarte. —Se quedó en silencio, respirando con tranquilidad, y luego me miró—. Estoy maldito, Celeste, y no quiero que esa maldición te consuma a ti también. No puedo permitir que eso suceda.

Mi corazón tembló, sacudiéndome de pies a cabeza. Sentí que una enredadera nacía en el fondo de mi estómago y luego comenzaba a expandir sus ramas por mi interior. Me estremecí. Estaba soñando, ¿verdad? Nada de eso era real.

—Reece —susurré.

—Mis padres me enseñaron a estar solo, siempre —me contó, alzando los ojos hacia el cielo, o lo que se veía de el—. No me permitían acercarme a ellos, ni tocarlos, ni hablarles más de lo necesario. La oscuridad era lo único que tenía, la oscuridad y los espeluznantes chillidos de los ratones en el ático. Me crié como un niño hostil, dejado a la soledad, que se escabullía en medio de la noche en busca de comida porque tenía hambre y, más adelante, cuando fui descubierto, que trataba de buscar la manera de romper las cadenas en sus tobillos. Ese fui el único contacto que conocí, el del frío metal presionando contra mis extremidades. —Se detuvo, cogiendo más aliento, y cerró los ojos de una forma que me estranguló—. Ellos decían que sólo cuando tuviera mi Splendor los entendería, que iba a comprender lo que estaban haciendo y se los agradecería. Pero Demonios... ¿Cómo un niño puede entender algo así?

Los ojos me escocían, pero no quería llorar. Pensar en un pequeño Reece atado a la pared, delgaducho y hambriento, con una ropa sucia y mal oliente, me partió el alma. Era imposible manejar todo lo que estaba sintiendo; a unos segundos una impotencia demoledora me consumía, a otros una angustia me asfixiaba, a algunos una tristeza me torturaba, y a unos pocos unas increíbles ganas de volver en el tiempo me enloquecían.

Intenté tragar el nudo que se había formado en mi garganta, pero no pude. Quería decirle algo. Trataba de buscar algo en mi cerebro que me hiciera conectar y reaccionar, buscar las palabras adecuadas. Trataba, trataba, trataba y trataba. Pero no funcionaba. Me sentía molida, como si un bálsamo caliente se estuviera derramando por mis venas, destruyéndome desde adentro.

Supuse que algo similar se sentía al tener un accidente. Tus extremidades se paralizaban, tu cerebro dejaba de funcionar correctamente y tus ojos se empañaban. Y dolía. Dolía como si un demonio acabara de entrar en tu corazón. Tratabas de respirar con normalidad, pero había algo en tu garganta que te impedía lograrlo.

En pocas palabras, te destruías.

—Al final de todo, lo único que pudo distraerme fueron los viejos lápices que encontré en un cajón antiguo del ático —prosiguió Reece con un tono angustioso; sus ojos eran un destello de luz en la noche—. Eso fue lo único que era realmente mío. Aprendí la capacidad de crear, de imaginar, de dibujar, con la intención de comunicar lo que sentía y pedir ayuda. Los dibujos plasmados en la pared eran mis gritos de auxilio, la culpabilidad de mis padres y mis anhelos escondidos. Sin embargo, más tarde comprendí que, en realidad, nunca habría alguien para ayudarme, y me di cuenta de que estaba solo. Perdí la fe en el mundo y en las personas; la libertad jamás sería mi beneficio.

Me abracé los brazos, percatándome de que estaba temblando.

»Entonces, una semana después de que mis padres murieran, hecho del que no estaba enterado, un guardián de Heavenly que se encontraba realizando una misión entró en mi casa para pasar la noche y me encontró.

Había nostalgia en su voz. En vez de palabras, parecía que de sus labios estuvieran brotando gruesas espinas. Me pregunté si era mi culpa, y si era necesario detenerlo. Después de todo, ¿acaso no era por mí que se encontrara hablando de aquello?

Di un paso al frente.

—Reece, no es necesario que sigas —murmuré, pero él no me escuchó.

—Markov, así se llama —dijo, mirando muy lejos de mí—. Cuando entró al ático y trató de acercarse a mí, me asusté mucho. Jamás había estado tan cerca de otro humano que no fueran mis padres, o al menos no lo recordaba, y ver a ese chico delante de mí me paralizó. Fue tanto mi temor y rechazo que, por primera vez, hice uso de la telequinesis. Ni siquiera yo sabía que la poseía. Tenía sólo siete años, pero la desaté con anticipación. Markov se sorprendió, volvió a tratar de comunicarse conmigo, pero de lo único que fui capaz fue de lanzarle ataques inútiles con los objetos que me rodeaban. Al final, Markov se acercó, ignorando las cosas que le golpeaban el cuerpo, y se sentó a mi lado. ¿Sabes lo que me dijo? Que esa noche habría una tormenta, así que tendríamos que abrigarnos mucho. Luego me cubrió con su chaqueta, quedándose sólo con su camiseta, y me abrazó para contemplar mis dibujos.

Markov, ¿ese era el hombre que había mencionado Dave? Al parecer sí. Me pregunté qué clase de hombre sería, sonaba como alguien importante para Reece, alguien en quien se podía confiar, alguien a quien quería.

—Jamás me sentí tan bien —continuó Reece—. Jamás me sentí tan querido como aquella vez. Por un momento, creí que en verdad existían personas capaces de ayudarme. No obstante, al otro día me di cuenta de que sólo eran otras de mis ilusiones.

—¿Por qué? —pregunté, incapaz de contenerme—. ¿Markov no era una buena persona?

—Sí, lo es —respondió con simpleza, encogiéndose de hombros—. Pero me entregó al departamento de AICAM, quienes se encargaron de alimentarme y darme ropa limpia, y luego se fue para terminar su misión. Volví a quedarme solo, rodeado de personas que sólo me miraban como a una nueva especie de arma que había llegado a sus manos, y toda la magia desapareció.

Me sentí horrorizada; apreté las manos contra mi pecho, tranquilizándome.

—¿Él te abandonó?

—No sé si llamarlo así. —Dejando de lado aquel abismo de recuerdos que parecían estar robándose su mirada, Reece posó sus ojos sobre mí—. Luego de terminar su misión, Markov regresó a buscarme. Viví con él durante un mes, hasta que lo llamaron de Inglaterra porque una serie de ataques estaba asaltando al país. Quiso llevarme con él, pero el gobierno se lo prohibió, así que me quedé aquí a cargo del departamento de AICAM.

—Por Heavenly... —murmuré—. Pero debe haber regresado, ¿no?

—De vez en cuando, Markov regresaba para ayudarme en mis entrenamientos o para estar conmigo unos momentos, pero luego se iba. Markov es considerado una de las diez personas más fuertes de Heavenly, por eso tiene una vida tan ocupada. No lo he visto en dos años. Dave dice que se enamoró de una británica y que por eso no ha vuelto. No lo sé. —Se miró las botas—. Markov era la única persona a la que me creí capaz de acercarme, pero él también se alejó. ¿En verdad crees que debería confiar en la humanidad?

—Yo no voy a alejarme, Reece —dije con desesperación—. Yo voy a quedarme contigo. No soy como él, no soy como ellos.

La forma en que me miró me congeló, era fría y distante, un punto de hielo en la lejanía.

—¿Cómo estás tan segura de eso? —terció—. Ni siquiera me conoces. ¿Qué te hace pensar que no vas a alejarte en algún momento? ¿Por qué crees que eres distinta a los demás?

Porque te amo, pensé. Porque la escasez de tiempo no fue suficiente para impedir que me enamorara de ti.

—Porque yo también estaba sola —respondí, en cambio—. Y ahora ustedes son lo único que tengo. Tú eres lo único que tengo. No me voy a permitir perderte, Reece. No voy a permitir que te alejes de mí.

Reece palideció. De pronto, se dobló en dos, apoyó una rodilla en la tierra y se cubrió el rostro con las manos.

—¿Sientes lástima por mí? —preguntó.

—No —contesté—. Te quiero, que es distinto.

Una especie de risa brotó por entre sus dedos.

—¿Me quieres?

Ver su figura esbelta agachada entre la tierra húmeda, en aquella posición que sólo resaltaba la fragilidad de su corazón, me hizo desear apretarlo entre mis brazos, pero me resistí. Me acerqué, dando pasos torpes y mal empleados, y me dejé caer de rodillas en frente de su cuerpo.

—Te quiero, Reece —repetí—. Te quise desde que me abriste la puerta el día de mi cumpleaños.

Reece se descubrió el rostro. Con mi mano derecha, lo cogí de la barbilla e hice que me mirara.

—¿Me quieres? —interrogó—. ¿Cómo me quieres? ¿De la misma manera en que quieres a tus padres o a tus amigos?

—No, Reece Baker. Te quiero como a nadie más en este mundo. Mi amor por ti es único, y es tuyo. —Sonreí—. Y es para siempre.

Reece parpadeó confundido.

—Es imposible —susurró.

—Sé que es una locura —dije, no muy segura de que estaba haciendo lo correcto—. No sé cómo pasó, ni por qué, ni en qué segundo evolucionó al fenómeno monstruoso que siento ahora. Siempre odie las películas románticas en que las chicas enloquecían por un chico y su vida comenzaba a depender de él. Me consideraba más cuerda y más racional que eso. Sin embargo, cuando tú llegaste todo eso cambió, Reece. Me convertí en una estúpida. Me convertí en una tonta, porque te...

Reece se movió, y se acercó a mí, y mi corazón explotó, pero un ruido proveniente de uno de los bolsillos de su cazadora nos interrumpió. Frunció el ceño, en frente de mí, y yo me puse de pie para darle espacio.

—Contesta —dije, señalándolo—. Puede ser algo importante.

Reece pareció dudarlo, yo también lo dudaba, pero luego de unos segundos dirigió las manos al bolsillo interior de su chaqueta y extrajo un celular semitransparente.

—Es Casper —me informó, nervioso, enderezándose y llevándose el aparato al oído—. Casper. ¿Qué pasó? ¿Por qué me estás llamando?

No, no, no. No era posible. ¿Era una broma? ¿Casper otra vez? Me llevé la mano a la frente, abriendo la boca para disminuir un poco la tensión de mi mandíbula. ¿Por qué demonios a Casper se le ocurría interrumpir en los momentos menos indicados? ¿Acaso tenía unas alarmas especiales programadas para eso?

—¿Dónde están? —se escuchó la voz de Casper—. No podía quedarme dormido y fui a la habitación de Celeste, pero no estaba. Cuando fui a la tuya, tampoco estabas. ¿Dónde demonios se metieron?

Reece se miró la mano libre con curiosidad, inspeccionando sus uñas.

—¿Por qué fuiste a la habitación de Celeste? —le preguntó.

—¿Te llamo para decirte que no los encuentro por ninguna parte, que estoy a punto de llamar a Amber para que los rastree con su smartwach, y tú me preguntas por qué fui a la habitación de Celeste? —Su voz desprendía enfado y asombro; no lo culpaba, yo habría estado igual o peor—. ¿Qué diablos, Reece? ¿Acaso no te tomas nada en serio?

Reece se encogió de hombros, un gesto que, por supuesto, Casper no vería.

—Tienes razón, eso es algo que tenemos que hablar en persona. Sobre lo otro, no tienes que preocuparte. Con mi muñeca no podíamos dormir y decidimos salir a conocer Francia. Estaremos de vuelta en un rato, así que podrías prepararnos algo para comer mientras tanto.

—¿Se volvieron locos? —cuestionó Casper—. ¿Los glimmer nos están persiguiendo y a ustedes se les ocurre irse de paseo? Esto tiene que ser una broma.

—Ellos no saben que estamos acá —respondió Reece con simpleza—. O bueno, no deberían saberlo. No nos va a pasar nada, tranquilízate. Ah, y no te olvides de la comida.

—¡No voy a...! —comenzó a gritar Casper, pero Reece cortó la llamada y se guardó el celular dentro de la ropa.

Lo observé boquiabierta, intercalando mi mirada entre sus ojos y el lugar en el que se había metido el celular.

—¿Le cortaste? —pregunté sorprendida.

—Tengo cosas más importantes que hacer, muñeca —me explicó, estrechando los ojos—. Tenemos que terminar nuestra conversación, pero primero iré a revisar algo. Vuelvo enseguida.

—¿Revisar algo? ¿Revisar qué?

—Algo de suma importancia, muñeca. —Extendió la mano para presionarme el hombro, de una forma que me erizó toda la piel—. Es de vida o muerte.

Arqueé las cejas.

—¿Qué puede ser tan importante como para irte?

Reece sonrió, una mezcla de vergüenza y nerviosismo.

—Tengo que ir al baño —confesó.

—¿Tienes que ir al baño? ¿Ahora? ¿Justo ahora?

—Sí —confirmó, soltándome para retroceder entre la maleza—. ¡No te muevas de ahí! ¡No demoraré mucho!

—¡Reece! —lo llamé, pero éste ya iba deslizándose entre los árboles, desapareciendo de mi vista en menos de cinco segundos.

Miré la espesura impenetrable del bosque, cuestionándome la idea de salir corriendo detrás de él, pero luego me encogí de hombros. No estaba entre las ideas más brillantes sumergirse en un laberinto de sinuosas sendas, sombrío y de aspecto escalofriante para salir en busca de un hombre que podría encontrarse con los pantalones abajo. Como muy pocas veces, prefería ser obediente y permanecer en el punto que Reece me había dejado. Y, mientras tanto, plantearme lo que acababa de ocurrir.

Me llevé las manos a los costados de la cabeza y me mordí el interior de la mandíbula. ¿Qué acababa de decirle a Reece? Me miré las manos, torciendo los dedos como un patrón de nerviosismo repetitivo. Prácticamente, me había declarado a gritos. No había mucho que decir. Me había declarado, eso había hecho. Si Reece era lo suficiente inteligente, comprendería a la perfección lo que mis palabras enredadas significaban. Estaba en un aprieto.

¿Por qué lo había hecho si sabía la facilidad que tenía Reece para humillarme y burlarse de mí o mis sentimientos? Pensé en su cuerpo, doblado en el piso como una rama seca, y en sus palabras cargadas de sufrimiento; un recital de la vida de aquel niño raquítico que algún día fue. ¿Por qué? Porque la voz de Reece, armoniosa y llena de perfección, al igual que sus ojos, tenía el poder de doblegarme como a un papel. Era difícil resistirse a él. Era una misión imposible. Reece era, simplemente, mi perfecta perdición.

Respiré profundo, abarcando el alrededor con mi mirada, y me sostuve las manos a la altura del pecho. Recordar el sufrimiento que le habían causado sus padres seguía provocándome una impotencia dolorosa. No era lo peor, sin embargo. Lo que más rabia me producía, era el pensar en la crueldad con que Dave o el gobierno se dirigían a Reece. Aún seguían vivas en mi memoria las palabras despiadadas que Dave le había dicho en su habitación, como una oración cerril que repetían mis neuronas.

¿Por qué los humanos eran tan inhumanos? Sí, exacto. ¿Por qué unos seres que, se suponía, debían actuar con cordura e inteligencia, actuaban con tanto salvajismo e impiedad?

Miré la corteza húmeda que se alzaba frente a mí, buscando una respuesta sensata en medio del aire.

—Porque están demasiados desesperados por sobrevivir.

No me di cuenta de que había respondido en voz alta hasta que escuché que alguien soltaba una risita a mi lado. Me volteé, sobresaltada, y vi cómo la delicada silueta de Reece daba saltitos para llegar a mi lado. Había regresado. Su cabello, siempre brillante y con aspecto de limpio, estaba desordenado y con diminutas hojas secas encima.

—¿Hablando sola, Celeste? —se burló, caminando hasta donde me encontraba para ponerme una mano en el hombro—. ¿Acaso eso es un signo de tu autismo?

—¿Ya terminaste de hacer tus cochinadas? —lo ataqué.

—No sabía qué hacer tus necesidades era considerado una «cochinada» —respondió, alzando su otra mano para ponerla sobre mi cabello revuelto—. Supongo que, en ese caso, sin excepción, todos seriamos unos sucios caminantes.

Entorné los ojos.

—Lo es cuando lo haces en medio del bosque, en una reserva natural.

—¿Y besarse en medio del bosque, casi desnudos, crees que sería considerado como una «cochinada», Celeste? —interrogó, deslizando su mano derecha por mi brazo, y acariciando mi cabello con la otra.

Mi estómago se revolvió.

—Creo que eso sería considerado como un delito —contesté, arqueando las cejas—. Lo más probable es que a la mañana siguiente estarían en la portada de los noticieros. «PAREJA DE FENÓMENOS AMORFOS SON ENCONTRADOS EN RESERVA NATURAL MOSTRANDO SUS TRISTES PRESAS».

—¿Tristes presas, linda? —cuestionó, sonriendo con mofa—. Ya quisieras ver lo que hay aquí abajo. Sólo delicia.

—Yo no le llamaría delicia, le llamaría falta de dotes.

—¿Desde cuando las cosas más perfectas sufren de faltas, linda? —Aproximó su rostro al mío, pero retrocedí.

—¿Y desde cuándo tú me llamas «linda» o «Celeste»? —pregunté, sonriendo con malicia.

Él parpadeó confundido.

—¿Qué?

—Eso, lindo —respondí, remarcando la última palabra con brío—. Que se te olvidó que los ojos de Reece son azules, y que sus bromas generalmente son divertidas, no vulgares.

Antes de que aquel extraño, que poseía el mismo aspecto de Reece, a excepción del color de los ojos, pudiera volver a abrir la boca, extraje la daga que estaba atada a mi cinturón y se la clavé en el pecho. Éste abrió la boca producto del asombro o del dolor, no estaba segura, y una línea de sangre descendió por su barbilla cuando intentó formular una pregunta con sus labios. Sin embargo, no había nada que preguntar.

¿Qué cómo lo supe? Quizá fue el hecho de que apareciera por detrás de mí, en lugar de venir desde el lugar por el que Reece se había ido; la forma que tuvo de llamarme; las bromas sin sentido que trató de imitar; el marrón inquietante de sus ojos; su bárbara manía al caminar o su perversa forma de hablar; pero algo, algo muy evidente en su actuar, me hizo darme cuenta de que ese no era Reece en el primer minuto. ¿Dónde estaba mi Reece? No lo sabía, y tampoco quería preguntármelo. Sólo tenía una cosa clara: un glimmer estaba gimiendo delante de mí y tenía que acabar con él.

Aparté la daga de su pecho con brusquedad, oyendo como el crujir de su carne bañaba el filo del metal, y alcé mi pierna para golpearle el estómago. El glimmer escupió una bomba de sangre espesa en mi rostro y alzó la mano para tratar de alcanzarme, pero di un salto hacia atrás y, arrancando un cuchillo de la banda de mi muslo, se lo lancé en el cuerpo. El nerviosismo hizo que éste sólo le alcanzara el hombro.

Me mordí el labio, me volteé y me lancé a correr, apretando la daga en mi mano con una fuerza consoladora. Sólo había una cosa en mi cabeza, la pregunta inconclusa que tenía que responder: «¿Corría hacia Reece o hacia el río?». En realidad, estaba corriendo hacia el río. No había pensado mucho al momento de escapar; no me atreví a pasar junto a aquel glimmer para ir en busca de Reece. Así que, a fin de cuentas, me lancé como una flecha en dirección a la calle. Supuse que corriendo hacia allá podría tener la oportunidad de conseguir la ayuda de alguien, pero me equivoqué.

Cuando llegaba a la sombra de los primeros árboles, una mano se cerró en mi cabello y me tiró hacia atrás. No me di cuenta de que el glimmer me estaba siguiendo hasta que su garra estuvo cerrándose entorno a mi cuello. El dolor me hizo expulsar un grito. Alcé la mano hacia atrás, con la daga apretada entre mis dedos, y le clave la punta de la hoja en la muñeca. El monstruo chilló y trató de apartar su brazo para disminuir el golpe, no obstante, arranqué la daga con brusquedad y su sangre se derramó entre mis dedos.

Otra vez libre, corrí hacia el lugar donde habíamos dejado el bote y me paré en la orilla. La embarcación ya no estaba, el agua turbulenta era lo único que se meneaba frente a mí. Mis ojos buscaron alrededor con desesperación, algún objeto que me sirviera como «escape», pero no había nada más que agua. Estaba perdida. Me giré hacia atrás, comprobando que el glimmer no me hubiera alcanzado, y luego me eché a correr hacia un montón de rocas que construían una especie de escalera.

Era una locura, sin duda. Jamás podría escalar unas rocas como esas, pero tampoco podía quedarme allí esperando a que el glimmer me encontrara. Necesitaba buscar un lugar seguro donde poder contactar a los demás guardianes. Ya había presenciado como se llevaban a Betty, no dejaría que también se llevaran a Reece. El dolor sería demasiado como para soportarlo.

Avancé trotando, hasta que mi respiración se convirtió en jadeos roncos que ardían en mi garganta. Mis pies eran como dos barras de metal que se movían de forma automática, un robot mecanizado. Sin embargo, tenía los muslos cansados por culpa del entrenamiento y eso hizo que me costara mucho más tiempo llegar hasta las rocas. Cuando por fin lo logré, y mis manos se pegaron al tacto frío de la primera, una sonrisa de alivio se esbozó en mis labios. Acababa de dar mi primer paso a la victoria. No obstante, toda mi felicidad se vio eclipsada cuando una figura se materializó delante de mi cuerpo.

Grité.

Otro glimmer, con otro aspecto, apareció en frente de mí y me cogió de la muñeca, zamarreándome con fuerza. Su rostro, tan blanco como una hoja de oficio, y sus ojos, tan negros como la noche, me erizaron la piel.

—¿Pensaste que podrías escapar? —preguntó, con una sonrisa rebosante en diversión—. Los humanos son muy curiosos... Siempre saben sorprenderme.

Una voz le respondió desde atrás.

—¡Me lastimó! ¡Esa humana me golpeó! ¡Exijo matarla yo mismo!

—Silencio —exigió el glimmer que me retenía—. Yo seré quien se encargará de esta cosa, no tú. Ni siquiera fuiste capaz de darle un golpe, eres una vergüenza. Se supone que somos superiores a ellos.

—¡Me engañó! —gritó el otro.

—¿Te engañó? ¿Ella te engañó? ¿Acaso no eras tú el que tenía un camuflaje en el cuerpo?

Llevé mi mano libre hasta mi espalda, buscando el familiar contacto de la empuñadura de la espada. Mis dedos dieron con la vaina de cuero, pero no con el acero que esperaba encontrar. Entonces recordé que la había dejado en la habitación del hotel, porque era demasiado pesada como para arrastrarla hasta allí, e hice una mueca de frustración. Ahora entendía a qué se refería Casper cuando me decía que mis armas eran una extensión de mí, y que siempre tenía que llevarlas conmigo, como si se trataran de mis dedos. Pero demonios, ¿cómo iba a imaginar que unos glimmer nos iban a atacar en ese momento?

Me mordí el labio, aprovechando que las criaturas seguían discutiendo sobre la ineficacia de su ataque, y me lleve la mano al muslo para extraer otra cuchilla. No tenían el mejor filo, ni tanto poder de penetración como la daga que tenía en mi mano retenida, pero cualquier cosa me servía en ese momento. La alcé, sin apartar los ojos de la tierra bajo mis pies, y la guié de forma sigilosa al estómago del glimmer. Una voz me detuvo.

—¿Acaso piensas escapar? —preguntó el monstruo delante de mí—. ¿Todavía no comprendes que esas cosas no nos hacen daño?

Inspiré y el aire me quemó la garganta como si se tratara de fuego. Una ironía, porque todo mi cuerpo estaba temblando; mitad temor, mitad frío. Sabía que tenía que lanzarme sobre él y embestirlo con mi cuerpo, clavarle la cuchilla en la yugular, ver cómo una cascada de sangre descendía por su piel blancuzca anunciando su muerte. Sin embargo, algo de lo que expulsó su boca me hizo titubear. ¿Y si en verdad no podía infringirles daño con aquellas armas?

Pensé en Reece, en su gracia al combatir y en su seguridad al actuar; Reece siempre parecía saberlo todo. Si él hubiera estado allí, lo más probable es que acabar con aquellos fenómenos habría sido fácil. Reece me hacía sentir protegida, confiada, como si nada en el mundo fuera lo suficiente malo como para temer. Sin embargo, él no estaba allí en ese momento. Ni siquiera sabía dónde estaba, o si estaba bien. El miedo era lo único a lo que podía recurrir.

—Nunca podrán asesinarnos —murmuró el glimmer, mirándome a los ojos con una intensidad inquietante—. Seremos inmortales, y después de eso todos ustedes desaparecerán.

Parpadeé con desenfreno y apreté la empuñadura de mi cuchilla con más fuerza, reconfortándome con ese contacto sólido.

—Aunque debo admitir que tienen más valentía de lo que imaginé —susurró entornando los ojos—. Fue muy valiente lo que hizo tu compañero. Fingir ir al baño después de escuchar unos ruidos provenientes del bosque, arriesgarse a ser asesinado para salvarte y mantenerte apartada del peligro... Sorprendente. Aunque falló en algo, también habíamos otros más acá, esperando a que te dejara sola y atacar.

Sentí que una especie de llamarada me llenaba las venas, calentándome el cuerpo. Mis ojos se empañaron y mi vista se volvió borrosa. Me tambaleé hacia atrás, y alcé el cuchillo.

—Mentira —objeté.

El glimmer sonrió.

—¿Crees que ya haya muerto?

Aturdida por la confesión, moví mi mano libre hacia la zona de su corazón y le clavé la punta de la cuchilla con bestialidad. No fue lo suficiente fuerte como para atravesarle los huesos y órganos, pero el dolor de mi ataque hizo que me soltara y retrocediera con un rictus de horror. Me liberó, pero su reacción fue rápida. Me asestó un puñetazo en la mejilla izquierda y mi cuerpo cayó de rodillas sobre la tierra. Antes de que pudiera volver a agarrarme, con la daga le corté los tobillos y éste se cayó sobre mí, ahogándome bajo su peso. Lo empujé con mis manos, consciente de que el otro glimmer vendría en su rescate en cualquier momento, y lo tiré hacia un lado para ponerme de pie. Apenas había dado dos pasos cuando una mano se cerró en torno a mi tobillo, pero me volteé y lancé mi daga sobre ella.

Entonces corrí, con el corazón bombeándome brusco dentro del pecho, y salté hasta la pared de roca. Me afirmé con las manos y con los pies, como un escalador profesional, y comencé a avanzar de forma horizontal sobre la muralla, hacia mi izquierda, mientras el río amenazaba con arrastrarme a dos metros más abajo.

«¿Crees que ya haya muerto?»

Una lágrima se derramó por mi mejilla, pero la ignoré y seguí avanzando. Estaba temblando, sosteniéndome sólo con la fuerza de mi voluntad; pensé en cómo sería dejarme caer sobre el agua y ser arrastrada hacia un lugar tranquilo, pero me obligué a descartar la idea. Se me hacía tentador desaparecer de ese mundo lleno de muerte, guerra y conflictos, pero más tentador era volver a estar junto a mis padres, a Owen y a Reece. Porque Reece estaba vivo, de eso estaba segura.

—¡Vuelve aquí! —oí que gritaba uno de los glimmer—. ¡Vuelve aquí o iré por ti!

Otra voz se alzó en el aire y yo me quedé detenida.

—¡El que irá por ti seré yo si vuelves a ponerle otra mano encima!

La voz de Reece.

Volteé el rostro, deteniéndome en medio de aquella pared rocosa y glacial, y observé el cuerpo del hombre que apareció entre la intensa arbolada, con las mejillas salpicadas de color carmesí. Mi Reece, empapado de sangre; una sangre que no era de él. Mi pecho se detuvo, tenso. Quería decir algo, gritar algo, pero los movimientos de Reece me dejaron muda.

Las dos espadas que tenía en las manos, brillantes de sangre, se elevaron en medio del aire.

—Debo admitir que tienen razón en algo —habló Reece, sonriendo con desdén y asintiendo con la cabeza—. Soy valiente, sí. Tienen razón, soy genial. Pero, aunque no lo crean, también tengo que decir que se equivocaron en algo muy importante. —Me miró, y sus ojos destellaron en la distancia—. ¡Por supuesto que me di cuenta de que estaban escondidos en los árboles! Sus murmullos eran inconfundibles, es sólo que me encargaría de ustedes luego de acabar con esos tres sujetos de allá.

El glimmer que había adoptado el aspecto de Reece retrocedió tambaleante, alzando una mano frente a su cabeza.

—¿Qué? —farfulló.

—Tenía la convicción de que serían un poco más inteligentes y no tocarían a mi muñeca —continuó Reece, encogiéndose de hombros—, pero me equivoqué.

—¿De qué estás hablando? —gruñó el glimmer que estaba arrodillado sobre el piso.

—Que la tocaron —dijo Reece, sonriendo con una amabilidad congelante—. Y eso, pequeños monstruos, Reece no lo perdona.

Los glimmer ni siquiera pudieron contestar. Las espadas de Reece salieron disparadas en medio del aire y fueron directo contra los cuerpos de aquellas bestias. Uno de ellos trato de defenderse, expulsar de su mano algo oscuro muy parecido a las llamas, pero las espadas de Reece fueron más rápidas y pronto estuvieron cortando toda la carne que había a su paso. Separando manos de brazos, pies de piernas, cabezas de torsos, ropa de piel, carnes de huesos... Me llevé una de las manos al rostro, y me cubrí la boca para reprimir una arcada que se revolvió en medio de mi garganta. Ver tanta sangre era repugnante. No podía distinguir una parte de otra, porque todo era un montón de carne despedazada. Gritos, chillidos, lamentos, todo acallado por el filo de aquellas hojas.

No sé cuánto tiempo estuve así, viendo todo con una mezcla de horror y espanto. Sólo sé que cuando ya no hubo nada que cortar, y las espadas de Reece regresaron a sus manos, un río de lágrimas se había desencadenado bajo mis ojos.

—Muñeca, todo está bien ahora —me dijo Reece, guardándose las espadas en las vainas de la espalda y caminando hacia mí—. Ellos ya no están aquí. Volveremos al hotel y podrás descansar.

Pero yo no podía contestar, tenía la mandíbula tensa y la lengua adormecida. Lo miré, lo miré, lo miré. Analicé su expresión, entre preocupada y temerosa, y el leve temblor de sus dedos. «Un arma». Pensé en la forma en que había acabado con aquellos glimmer, sin piedad o culpabilidad, y mi pecho se sintió apretado. Intenté hablar, actuar, pero todo mi alrededor se volvió difuso y difícil de comprender.

—Celeste —me llamó Reece—. ¿Estás molesta conmigo por traerte hasta aquí? Yo no sabía que... Perdóname.

Quise decirle que no, que no estaba molesta, pero entonces mis manos dejaron de tener fuerza y soltaron lo que habían estado agarrando. ¿Qué había estado agarrando? No lo supe hasta que sentí el agua rodeándome el cuerpo, quitándome la respiración.

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