Capítulo 30
—¡Celeste!
La voz de mi madre atravesó las gruesas paredes de la casa y se hundió en mis oídos, como un nadador dentro de una piscina, haciendo explotar las escasas gotas de concentración que había dentro del lío en mi cabeza.
La ignoré, volteando mis ojos sólo un segundo para comprobar que la puerta del patio seguía cerrada, y enseguida volví a mirar el libro que estaba en mis manos. El libro que me había dado Reece.
Era un libro pesado, de tapa gruesa y brillante, con hojas finas y frágiles, y de letras pequeñas y opacas. Se titulaba El enemigo brillante, y en cuanto había leído la parte trasera, había comprendido que la historia trataba acerca de los glimmer. Debía ser, sin duda, una historia grandiosa; llena de detalles y análisis que me iban a servir para saber más acerca de aquellos monstruos. Sin embargo, por más que había intentado concentrarme en aquella combinación de letras e ilustraciones misteriosas, mi mente viajaba a otro lugar del todo distinto. A Reece.
Sí, mientras mis ojos observaban como el césped cubierto de hielo trataba de menearse con el aire, en todo lo que podía pensar era en Reece. Aún no podía convencerme del comportamiento que había mostrado la noche anterior, como si sólo hubiera sido un sueño ideado por mi cabeza; una linda invención para distraerme. Pero, cuando mis dedos acariciaban el relieve del título con armonía y fascinación, comprendía que el libro era real y que, así como el libro era real, el comportamiento de Reece también debía serlo. Aunque me pareciera imposible y fantasioso, tenía que entender que, en efecto, Reece sí había estado en mi dormitorio prometiéndome protección. Lo que no entendía, y jamás aceptaría, era el porqué.
¿Acaso le había bajado el heroísmo tan de repente?
Me pasé la punta de la lengua por el contorno de mis labios, analizando el libro como si allí estuvieran las respuestas a las preguntas que formulaba mi cerebro.
¿De verdad estaba preocupado por mí?
—¡Celeste!
La voz de mi madre volvió a salir al exterior.
Con el brazo derecho enrollado alrededor del libro, hundí mi mano izquierda cubierta de lana en el manto de hielo que se había formado a mi lado, y me impulsé para ponerme de pie. Una ráfaga de aire frío me azotó el cabello, bajando por mi cuello como las lágrimas de un muerto, y se hundió en mi piel al momento de alzarme, pero me encogí de hombros y corrí en dirección al calor del interior. No obstante, antes de llegar a la puerta cerrada, ésta se abrió con fuerza y de ella emergió Scott.
Me quedé paralizada, tratando de comprender la razón de que se encontrara allí, en el jardín de la casa de los guardianes.
—Tú madre trató de avisarte, pero no la escuchaste —me dijo, como si me hubiera leído los pensamientos, avanzando por el pasto blancuzco con una sonrisa de suficiencia—. Deberías usar más tiempo en el lavado de oídos por las mañanas.
—¿Qué haces aquí? —pregunté a la defensiva, abrazando el libro que tenía en mi pecho con ambos brazos—. Dudo que los guardianes te hayan llamado, Scott. —Hice una pausa, mirando la puerta entreabierta de atrás con nerviosismo—. No puedes venir aquí sin autorización.
—Oh, en eso te equivocas —repuso—. Si tengo autorización, la tuya. O bueno, eso dirás si te lo preguntan. Después de todo, fuiste tú la que me llamó la noche pasada cuando estaba durmiendo.
Retrocedí dos pasos y levanté el mentón para mirar el cielo plomizo sobre el estructurado tejado rojo de la casa, preguntándome si llamar a mis padres me haría ver demasiado infantil. No quería estar con Scott, ya que sabía que todo lo que podía salir de ahí eran discusiones y problemas, pero tampoco quería quedar como una cobarde que dependía de sus padres para estar bien. Así que, dejando de lado esa idea, me acerqué para mirarlo a los ojos.
—Si no viniste a algo importante, lo mejor será que te vayas —hablé con una voz áspera y cortante—. No te gustará tener problemas con los guardianes. De partida, ni siquiera deberían haberte dejado pasar.
Scott se encogió de hombros, como si la idea no lo atemorizara en absoluto.
—No lo sé, tal vez la chica que me abrió se enamoró de mí.
Entrecerré los ojos, meneando la cabeza con desagrado. No estaba de ánimo para bromas, de hecho, lo único que quería era aprovechar el poco tiempo que tenía hasta antes de entrenar para ordenar mis ideas. Que Scott estuviera allí, era una amenaza a mi tranquilidad.
—En serio, ¿qué quieres?
—Quiero saber de la misión —respondió, volviendo a alzar los hombros—. Aún no me has dicho si continuarán con la estúpida búsqueda.
—Primero que nada, no es una búsqueda estúpida, se trata de nuestra amiga —mascullé, aumentando mi presión sobre el libro—. Y segundo, podrías habérmelo preguntado en la escuela. No quiero que vengas hasta aquí, no lo tienes permitido.
Scott se sacudió el pecho de la camiseta, con desinterés.
—Aún no respondes a mi duda.
—Sí. —Resoplé, agitando la cabeza con brusquedad, logrando que mi propio cabello me golpeara los ojos—. Auch. Continuaremos la búsqueda, pero esta vez será distinto. Nos concentraremos en encontrar a los glimmer, no a Betty. Tenemos planeado ir a Francia, porque todo indica que es allá donde se dirigen.
—¿Francia? —preguntó incrédulo—. ¿Por qué irían a Francia si es aquí donde se concentran los mejores guerreros?
No sabía si decírselo era una buena idea. Sin embargo, comprendiendo que de todas maneras Amber lo invitaría a ir con nosotros, decidí que sí. Aunque no me gustara la idea de compartir información importante con Scott, tenía que hacerlo y dejar de lado aquella parte de mí que luchaba por apartarlo de todo.
—Los glimmer tienen planeado ir por algo que hay en ese lugar —murmuré mirándome las manos, cubiertas con unos guantes de lana humedecidos—. No sé si conoces el agua bendita. —Scott asintió en voz baja—. Bueno, van a ir por ella, en una aldea pequeña que está en Francia. Así que tenemos planeado ir pronto para tratar de llegar antes que ellos.
Hubo un extraño silencio que se hizo presente en medio del frío y la brisa. Corto, que duró sólo unos segundos antes de sentirme alarmada, pero que fue suficiente para comprender que Scott no estaba de acuerdo con nuestra decisión. Dejé de mirarme las manos, como si de ese modo pudiera detener las punzadas dolorosas que la humedad glacial provocaba en mis dedos, y me fijé en la confundida expresión de Scott.
—Pero eso significaría iniciar un enfrentamiento seguro —dijo, frunciendo el ceño.
—Esa es la idea —confirmé, mirándolo con un intento de sonrisa—. Acabar con aquel grupo que parece ser la mente maestra de los glimmer. Esto para debilitarlos, y bueno, para arruinar sus planes.
Scott negó con la cabeza.
—No sé si sea una buena idea, puede ser peligroso.
—Tampoco es una buena idea dejar que consigan el agua bendita.
—Pero... —Se miró los pies, inquieto, y luego fijó la vista en el libro que había en mis manos—. ¿Enviarán un equipo de ayuda?
—No, sólo seremos nosotros.
—¡Es un suicidio! —resopló—. ¡Son unos idiotas! ¡Son todos unos idiotas!
El chirrido que emitió un pájaro, alzando el vuelo desde el mismo árbol que me había encargado en escalar los días de entrenamiento, hizo que mi atención se desviara por un instante. Cuando volví a mirar a Scott, este tenía los brazos cruzados y una mirada desaprobadora marcada.
—Si no quieres ir, no tienes que hacerlo —hablé, más ronca de lo que pretendí—. Sé que es una misión peligrosa, pero es el movimiento final y estoy dispuesta a hacerlo.
Scott inspiró profundo, dejando caer los brazos con fuerza.
—Por supuesto que voy a estar allí —dijo—. No voy a dejar que se lleven toda la gloria. Si es algo donde van a estar las próximas estrellas de Heavenly, necesito estar allí. Es el lugar que le corresponde a una maravilla como yo. Pero...
—¡Por Heavenly!—chillé irritada—. ¿Es lo único que te importa?
—Puede ser —articuló con voz sosa, rascándose el mentón—. Después de todo, a mí no me sirve de nada acompañarlos. Podría quedarme aquí y esperar a que ustedes hicieran todo el trabajo, pero eso no me daría fama.
—Es impresionante todo lo malo que puso en ti la naturaleza —mascullé—. Eres un asno.
—¿Un asno?
—Un tonto —expliqué.
—Un tonto que te podría salvar la vida en medio de la batalla, fenómeno.
—Tú no vas a salvar a nadie, lo único que haces es complicarme la vida.
—¡Me acabas de alegrar el día!
—Pedazo de...
—¡Celeste! —me llamó una voz, saliendo al jardín por medio del hueco que dejó la puerta—. Celeste, ¿dónde estás? ¡Celeste! ¿Alguien ha visto a Celeste? —Moví mis ojos confundidos hacia la casa, tragando saliva, y vi cómo unas manos diminutas se asomaban por el umbral, seguidas del rostro intranquilo de Amber—. ¡Celeste!
—¿Amber? —interrogué ladeando la cabeza, acomodando la posición del libro en mi pecho—. ¿Por qué pareces tan preocupada? ¿Ocurrió algo?
Scott, que también se había sentido atraído por el llamado de aquella voz, me dirigió una mirada de extrañeza, recalcando mi ineptitud.
—¿Hay alguna otra razón por la que alguien debería andar gritando como un loco? —me preguntó, arqueando una ceja—. ¡Por supuesto que ocurrió algo, fenómeno!
Le dirigí una mirada de odio, pero la alterada voz de Amber me volvió a arrastrar hacia ella.
—¿Qué hace él aquí? —preguntó, intercalando la mirada entre ambos—. ¿Quién lo invito a venir?
Una sonrisa cruzó mi rostro, mientras mi mente se debatía entre la opción de confesar que Scott había ido allí sin permiso, y la opción de fingir que había sido yo quien lo había invitado.
Dando un paso hacia adelante, moviendo mis pies entumecidos para hacerlos reaccionar, quebré el fino hielo que cubría el césped y observé a Amber con una media sonrisa. Probablemente, delatar a Scott era ponerme en su contra y avivar el fuego de aquella enemistad que nos unía, pero tampoco estaba de acuerdo con la idea de pasar por alto todas las idioteces que ese hombre me había dicho. Quizá si sólo me hubiera insultado a mí, pasar por alto las cosas habría sido más fácil. Sin embargo, había insultado a mis padres, y el rencor de aquello siempre estaría brillando en mi alma; esperando a ser escuchado.
Encogiéndome de hombros, señalé a Scott con el ceño fruncido.
—Vino solo, nadie lo llamó.
Amber abrió la boca como si la idea la atormentara. Cuando decidió abandonar su posición en el umbral para unirse a nosotros en el jardín, tenía las manos tensas y cerradas. Podría haber jurado que salían pequeñas chispas de electricidad de ellas, pero no estaba segura.
—¿Sabes el peligro de eso? —le preguntó a Scott, entrecerrando los ojos con dureza—. ¡Responde! ¿Sabes lo que podría pasar si cometes un error y los glimmer te ven entrar aquí? ¡Podrían enviar a decenas de ellos a exterminar a Celeste!
Scott, dando un paso al frente, apuntó a Amber con su dedo.
—No me hables así.
—¿Cómo esperas que le hable a un estúpido que nos está poniendo a todos en peligro? —cuestionó Amber.
—¿Disculpa? —gruñó Scott, ofendido, con una mirada que por unos segundos me recordó al pequeño Scott que jugaba conmigo en las calles.
—¡Ah, olvídalo! —exclamó Amber—. No tengo tiempo para hablar con chicos que no son capaces de seguir las reglas. —Se giró para mirarme, con las manos enzarzadas en su cintura—. Necesito que nos reunamos en el salón para discutir algo importante. Tu amigo también puede venir, y si quieres llama al otro.
—¿A Owen? ¿Por qué? —pregunté, removiendo mis pies—. ¿Qué puede ser tan importante?
La respuesta de Amber fue rápida.
—Porque ya hablé con Alexia, y aceptó ayudarnos. —Suspiró, cogiendo más aire—. Nos vamos a Francia, mañana.
[...]
Las ramas, delgadas y endebles, crujían al ser consumidas por las llamas dentro de la chimenea. Mientras trozos de carbón, oscuros y sin vida, luchaban por encenderse y brillar, las ramitas se deshacían con la misma rapidez del papel. Mis ojos observaban la escena fascinados, como hipnotizados ante una obra de teatro, y mis manos frías se acercaban al corazón del calor con timidez, temiendo ser quemadas. Cualquiera podría haber pensado que estaba adormecida, y que no sabía muy bien lo que hacía. Pero la verdad era que estaba despierta, y que mis pensamientos estaban tan vivos como aquel fuego ardiente.
«Hoy podría ser la última noche que dormiremos con tranquilidad».
Eso había dicho Amber al finalizar la reunión que se llevó a cabo en ese mismo salón, con todos los guardianes presentes y Scott incluido. Esa podría ser la última noche que dormiríamos con tranquilidad, esa había sido su despedida. Exacto. Preocupante y desmoralizadora, pero esperanzadora. En cambio, la mía era mucho peor. Preocupante y desmoralizadora, pero real.
Esa podría ser la última noche que estaríamos con vida.
Me miré los dedos, descubiertos y pálidos, y luego miré los guantes que descansaban en una mesita de al lado. ¿Haría frío también en Francia? No lo sabía, jamás me había interesado investigar sobre el clima en otros países. La verdad es que mi red era muy limitada. Una vez alguien me había dicho que los climas eran similares, pero no estaba segura de que ese alguien había estado seguro de lo que decía. Así que tendría que consultar un smartwach antes de vestirme para viajar. «Viajar». Que extraña sonaba la palabra en mi cabeza.
Doblé el cuello para observar la puerta del salón, con la esperanza de que Owen entrara, a pesar de que ya me había dicho que sus padres no le permitirían ir esa tarde a mi casa, y luego moví mis ojos hacia un imperceptible movimiento que llamó mi atención. Entreabrí la boca, ladeando la cabeza, y enderecé la espalda. Un gato se había colado dentro de la habitación. ¿Casper o el gato de Ethan?
Entrecerré los ojos, fijándome mejor en los detalles. En definitiva, se parecía mucho más al gato de Ethan.
—¡Minino! —lo llamé, chasqueando los dedos de mi mano—. ¡Ven acá, minino!
El gato saltó arriba de una pequeña mesa redonda, meneándose como si fuera el dueño del lugar, y trató de alcanzar una polilla que volaba cerca de una lámpara incrustada en la pared. No obstante, ésta escapó hacia el techo, así que el gato optó por fingir que iba por una hoja seca que se había caído de un florero.
—Gatito —susurré enternecida.
Entonces me puse de pie y me acerqué para cogerlo en brazos. En cuanto sentí su peso y metí mis dedos entre su pelaje, comprendí de inmediato que ese era el gato de Ethan. El motor en su pecho comenzó a vibrar con fuerza, llenándome de plenitud, y sus ojos se cerraron con elegancia.
—Eres un animal muy bonito, tu amo no debería dejar que te escaparas —murmuré al tiempo en que volvía a dejarlo sobre la mesa—. Afuera viven los monstruos más crueles del universo, que matan por matar, y pueden hacerte daño. —Me estiré para remover mis huesos, hablando aun más bajo—. Los humanos no son de fiar. Nadie lo es.
El gato maulló y luego saltó para intentar cazar la misma polilla que lo tenía encandilado. Por segunda vez, el pequeño insecto logró escapar de aquella muerte.
—Te vas a lastimar —concluí, viendo la forma en que sus patas se deslizaban por la orilla.
El gato, por supuesto, no me hizo caso y volvió a saltar en busca de la polilla. ¿Por qué seguía intentándolo si veía que la polilla iba a escapar? Lo analicé con curiosidad, observando cómo sus pupilas se dilataban y sus bigotes se alzaban con fuerza, y viendo cómo volvía a saltar una y otra vez en busca del inofensivo insecto.
—Deberías rendirte —musité—. La polilla no va a permitir que te la comas. No es un juguete.
El gato siguió saltando, estirando sus patas delanteras con ilusión, por dos largos minutos más. Me pregunté por qué seguía, si era obvio que su análisis debería haberle permitido entender que no la atraparía, pero entonces el gato dio un salto que superó a todos los demás y la inocente polilla cayó presa de sus colmillos.
Mi corazón se paró de inmediato.
—¿Cómo pudiste...? —balbuceé, incrédula, tratando de convencerme de que lo que habían vislumbrado mis ojos era real.
El gato, que durante todos los primeros minutos había estado saltando con torpeza cerca de la lámpara, muy lejos de su cometido, acababa de cazar a la polilla en un movimiento inesperado. Me pasé la lengua por los labios, frunciendo el ceño, pasándome las manos por los brazos.
¿Por qué? ¿Por qué el gato había alcanzado a la polilla si esta había sido más rápida? Observé al animal, entrecerrando los ojos, intentando ver en el algo más que pelo y bigotes.
Entonces, cuando los ojos orgullosos y amarillos del gato se posaron sobre mí, y su oscura boca soltó las alas de la polilla muerta frente a mi cuerpo, lo entendí. El gato había ganado, porque él no se había rendido. Porque lo intentó, una y otra vez, hasta que sus patas se hicieron lo suficiente fuertes para conseguir lo que quería. Porque el gato había sido más inteligente, y porque la polilla había confiado en su capacidad de volar, atraída únicamente por la luz de la ampolleta.
Me miré las manos, tragando saliva.
¿Yo era como el gato o la polilla? ¿Nosotros éramos como el gato o la polilla? ¿Los glimmer eran como el gato o la polilla? Estar allí encerrada, confiada, esperando que llegara la hora de ir a dormir, ¿acaso no me convertía en la polilla?
La puerta del salón se abrió y mis ojos se movieron hacia allá, fugaces como la luz, para encontrarse con el inexpresivo rostro de Ethan. Cuando entró, sus ojos se movieron entre mi cuerpo y el del gato, con una curiosidad furtiva. Antes de que pudiera hacer cualquier cosa, empuñando mis manos a los costados de mi cuerpo, di un paso al frente y me atreví a hablar.
—Ethan —dije con prisa, repasando el acto del gato en mi cabeza como si se tratara de una película—, ¿me ayudarías a entrenar?
Ethan me miró fijo, como si tratara de descifrar lo que me había hecho pedirle algo así, pero luego se llevó la mano a la boca, cubriéndose los labios, y sonrió.
[...]
Durante el resto del día, no salí en ningún momento del patio de atrás. Entrené durante horas, manchando de sudor mi ropa y coloreando de magulladuras mis manos. Ethan me acompañó la mayoría del tiempo, de forma silenciosa, y su gato escurridizo se plantó arriba de un árbol cual gárgola para observarnos entrenar. Al principio, Ethan comenzó enseñándome movimientos con la espada que jamás había visto. Me mostró cómo usarla con una sola mano, a pesar de que era una espada diseñada para ser tomada con ambas, de peso y dimensiones exageradas, y me enseñó la forma en que debía doblar mis codos y mis rodillas para que ésta no se me cayera. Por increíble y fantasioso que sonara, cogerla de ese modo se me hizo mucho más fácil.
Tenerla entre mis dedos, fue como llevar un huevo con vida. Realizar los movimientos que Ethan me decía, fue como bailar los pasos de una coreografía infantil. Mis manos se sentían a gusto con la espada, y mi espalda dejó de quejarse cada dos segundos por el brutal dolor. Cuando la dejé al lado, apoyada sobre el tronco del árbol en el que el gato Gárgola nos miraba, me sentí mucho más viva que otras veces al terminar de entrenar. Entonces entendí que cuando uno estaba destinado a hacer algo en su vida, esto se cumplía sin explicación.
Ethan también dejó su espada, negra y de destellos rojizos, junto al árbol, y luego se sentó sobre el césped como si fuera a meditar. Yo hice lo mismo, arrodillándome a su lado con la respiración agitada, y observé en silencio cómo cogía mi espada y se encargaba de pasar un extraño metal por el filo de ésta. No dije nada, y tampoco hice preguntas, porque sabía que no me respondería. Así que me quedé allí en paz, descansando, y le confié lo último que me quedaba de Betty.
Cuando retomamos el entrenamiento, me sentía con una energía renovada. Al contrario de los demás, Ethan dejó de lado la práctica con la espada y también trabajó en las dagas, las cuchillas y una extraña arma automática que emitía una luz azul capaz de convertir en polvo lo que tocaba. Más tarde, corrimos, saltamos, y nos encargamos de escalar el árbol en el que estaba Gárgola para llegar hasta el. Como imaginarán, Ethan ganó. Pero en la carrera hasta la puerta, fui yo quien se lució.
En la noche, cuando Casper fue a buscarnos para que entráramos a comer o a dormir, Ethan cogió a Gárgola y luego de dirigirme una pequeña mirada llena de atención, abandonó el jardín para entrar a la casa. Casper me dijo que entrara, y que durmiera mucho, porque al otro día Alexia nos trasladaría a Francia. No obstante, lo que hice fue todo lo contrario.
La mañana siguiente, me levanté al amanecer y volví con mi espada al patio trasero. Primero, por supuesto, me comí una gran porción de alimentos para renovar la energía que había perdido el día anterior en el entrenamiento. Recordaba a la perfección el cansancio que me había asaltado la noche anterior; tan inmenso, que no había podido probar bocado sin que el estómago se me revolviera. Pero esa vez fue distinto, mi cuerpo tuvo una excelente recepción de lo que metí en mi boca, y pude estar afuera antes de lo que pensé.
Subí en silencio los cinco escalones que tenía que sortear para llegar a mi destino y, una vez en frente de la puerta que me guiaría al patio trasero, la empujé con suavidad. No quería despertar a los guardianes, ni advertirles lo que me tramaba, así que esos eran pasos fundamentales para pasar desapercibida.
Ya afuera, cerré la puerta detrás de mi espalda y miré a mi alrededor. La oscuridad seguía siendo el tono principal del exterior, así que procuré avanzar con cuidado y dejé mi espada de pie en el tronco del mismo árbol que Gárgola había usado como su pedestal. No planeaba empezar mi práctica con la espada, primero necesitaba calentar el cuerpo, así que dejaría la práctica con el mandoble de segunda opción.
Estaba en eso, girándome para comenzar a trotar, cuando un ave croscitó de forma monstruosa y se robó toda mi concentración. Me volteé hacia el follaje del árbol, moviendo mis ojos por cada centímetro de las ramas y hojas, y me detuve en un oscuro pájaro que estaba parado en la rama más baja.
Entorné los ojos, robándome sus detalles con la mirada. Su plumaje era negro, oscuro y mortal, de plumas largas y elegantes. Su pico, fuerte, negro y ligeramente curvado. Su cuello era grueso, grotesco, y su cola más larga de lo normal. Lo supe, sin necesidad de consultar en internet, que aquel pájaro era un cuervo. Los conocía, los había visto en fotos. No obstante, ¿qué clase cuervo poseía unos iris tan grises como los de ese animal?
El nerviosismo y la paranoia me jugaron una mala pasada, y por un instante creí ver en aquellos ojos los mismos ojos del glimmer de cabello blanco. Sin embargo, me tranquilicé a mí misma obligándome a respirar.
—Es sólo un pájaro —murmuré, sin apartar la vista de la intensa mirada del animal—. Es sólo un animal, y se irá cuando lo espantes.
El cuervo graznó, y yo me estremecí como si una ventisca me hubiera arrebatado la ropa. Me agaché para coger una rama de la tierra, congelando mis dedos desnudos con el sólo contacto, y luego me acerqué para escalar el tronco del árbol. Fue difícil lograrlo, tenía las extremidades entumecidas y dormidas, pero mi mente estaba decidida, así que lo conseguí. Cuando estaba a sólo unos centímetros de distancia, estiré la mano en la que tenía la rama y la agité en el aire. Sabía que habría sido más fácil lanzarla, pero no quería lastimarlo.
—¡Chú, pequeño! —exclamé con voz ronca—. ¡Chú! ¡Chú!
Sus ojos, del color de las nubes, se cerraron un poco. De cerca, el parecido fue más exacto e irreal. Esos ojos... Mi cuerpo se heló por dentro, como si hubiera tragado muchos cubos de hielo. Me exigía apartar la mirada de allí, pero no podía. Me sentía atraída, como la arena por la marea. Un escalofrío me erizó la piel. Esos ojos grises... Los había visto.
—Glimmer —murmuré, y aparté la mano con una rapidez innecesaria, pasando mis dedos por una rama que me cortó la piel.
El cuervo croscitó como si lo hubieran apuñalado, resonando con potencia dentro de mis orejas, y yo me solté sobresaltada para aterrizar sobre el hielo blando que amortiguó mi caída. Fue como caer en un colchón, pero no tan cómodo. Cuando abrí los ojos, el cuervo ya no estaba. ¿Me lo había imaginado?
Alcé la mano, poniéndola frente a mi campo de visión, y me miré los pequeños cortes que tenía en los dedos. La sangre ya comenzaba a emanar, sin embargo, los cortes parecían volverse más pequeños con cada segundo que pasaba. ¿Me estaba volviendo loca?
El graznido del cuervo me desequilibró.
—¡Por Heavenly! —grité, girando el cuello para mirar el lugar del que había provenido el grito. Mi mejilla se quemó con el pasto, y mis ojos lagrimearon al notar la oscura mancha que había junto a mi cabeza. El cuervo estaba justo sobre mí, a una distancia óptima para arrancarme los ojos—. No es cierto...
—¿Celeste? —la voz de Amber atravesó la negrura e hizo que las alas del cuervo se extendieran para alzar el vuelo—. ¿Qué haces ahí tirada?
—Yo... —hablé en un jadeo, torciendo el cuello para mirar su esbelta figura envuelta en una bata—. Nada, estaba...
Me debatí mentalmente si decirle sobre el cuervo era una buena idea, o sólo la convencería de que no estaba lo suficiente cuerda para ir a la misión. Me decidí por la segunda opción.
—¿Te caíste? —me preguntó.
—No. —Sonreí con sarcasmo—. Tenía calor, así que me vine a acostar al hielo.
—Estás temblando —dijo, poniéndose las manos sobre la cintura—. Deberías entrar.
¿Debería? Miré la espada que seguía apoyada en la corteza, y me encogí de hombros.
—Creo que me quedaré unos minutos más —contesté—. Pero entraré enseguida. Tú vete a dormir, estás casi desnuda aquí afuera.
—¿Estás segura de que no quieres entrar?
—Segura.
—Bueno, pero no te quedes mucho tiempo aquí afuera —dijo, y se marchó antes de que pudiera idear una mentira en mi confundida cabeza.
Enderecé mi cuello, posando mis ojos otra vez sobre mi mano, y moví mis dedos tratando de buscar mis heridas; necesitaba ver si requerían limpieza o curaciones. No obstante, mis ojos ciegos no las encontraron. Mis heridas no estaban. Mis heridas habían desaparecido.
Tragué saliva.
Mis heridas se habían sanado.
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