Capítulo 27

—Bienvenidos —dijo la sirvienta que nos abrió la puerta, apartándose hacia un lado para dejarnos pasar—. La señorita Amber los está esperando en el salón.

Miré a Ethan, con ojos entrecerrados, y enseguida volví a mirar a la mujer pelirroja que se inclinaba ante nosotros. No sabía su nombre, pues nunca me había interesado memorizarme los nombres de aquellas personas. No me importaban, así como yo tampoco les había importado antes de irme a vivir allí; tenía que admitirlo, aunque sonara cruel. Sin embargo, en ese instante deseé habérselo preguntado para poder llamarla por su nombre de pila en lugar de nombrarla «La sirvienta».

—Tú... —le hablé, mirándola con incomodidad—. ¿Puedes decirle a Amber que estaré en mi habitación cambiándome la ropa? Ethan se encargará de entregarle el informe de la misión. Yo... necesito descansar.

En realidad, necesitaba pensar acerca de lo que acababa de ocurrir dentro de aquel bosque, pero aquella mujer no tenía que saberlo. Eran problemas personales y confidentes que tenía que discutir conmigo misma, en mi propia cabeza. No necesitaba incluir a los demás en ello. El terror que me provocaba aquel sujeto de chaqueta negra sólo me concernía a mí.

—Sí, señorita. —La pelirroja asintió y se inclinó otro poco, como si su objetivo fuera tocar el piso con la nariz—. Yo le daré su recado, no se preocupe.

Ethan pasó por mi lado, adelantándome y rozándome el hombro. Contuve la respiración, y lo observé alejarse a paso rápido por el pasillo, seguido por unos ojos fieles provenientes de una adormecida pelirroja. ¿Me lo había imaginado? No me detuve a analizarlo, no estaba dentro de mis planes convertirme en la chismosa de la casa que se entretenía metiéndose en los problemas amorosos de los demás.

Di un paso al frente, suspirando, y me atreví a darle un cariñoso golpecito en el hombro antes de seguir caminando.

—Gracias, mujer —le dije, esperando oírme agradecida. No obstante, sólo cuando llegué a las escaleras y me di cuenta de que no me respondería, entendí que mi acción había provocado todo lo contrario.

Me mordí la esquina del labio inferior. ¿Acaso nunca podía hacer las cosas bien?

De vuelta en el pasillo de las habitaciones, dejé que aquellos intrincados cuadros de reliquia me reconfortaran. Mientras los miraba, y con ello contemplaba los diseños que los rodeaban, no pude dejar de repetirme que por fin estaba a salvo. Cada vez que cerraba los ojos por más de un segundo, el recuerdo de aquella bola púrpura me torturaba el interior, desestabilizando toda la valentía que había obtenido mientras pensaba en el auto. No podía arrancar de mi cabeza la imagen de aquella ropa chamuscada, desechada e inutilizable. ¿Qué sentirían los familiares de aquellas personas cuando no los vieran volver? ¿Y cuando les dijeran que habían muerto? Lo más probable es que vivieran la muerte en vida, tal como lo había hecho yo cuando creí que mis padres estaban muertos.

Me sobé los brazos, sintiéndome fría aun cuando el interior de la casa estaba mucho más cálido que el exterior, y caminé por los pasillos mientras los rostros de personas que ni siquiera había conocido me sonreían desde las paredes. Había algo lúgubre en el hecho de que aquellas familias siguieran allí, plasmadas contra las murallas que nos encerraban. Tomando en cuenta que habían muerto hace mucho tiempo, era ilógico que siguieran manteniendo sus fotografías dentro de la casa. Me hacía sentir extraña, como si detrás de cada cuadro hubiera un fantasma incapaz de llegar a la luz.

Tragué saliva y me aparté el cabello del rostro. Tenía que dejar de pensar en esas cosas, o si no terminaría volviéndome loca. Alcé los ojos a la claridad tenue y apresuré el paso para poder llegar a la habitación antes de que mi propia mente terminara asesinándome. No había otra cosa que deseara más que acurrucarme bajo las mantas de mi cama para poder meditar.

Necesitaba tranquilizarme.

Sin embargo, un grito proveniente desde una de las puertas me dejó inmovilizada bajo la luz de las lámparas y el aleteo de las incansables polillas. Mi desbocada imaginación, siempre amante de concebir el peor de los panoramas posibles, se empeñó en bombardearme con escenas horripilantes. Glimmer invadiendo la casa, para buscarme y destrozarlos a todos. El sujeto de chaqueta negra enviando cientos de bolas púrpuras sobre las ventanas. La ropa de Reece desplomada en el suelo, sucia y humeante. Mi propio rostro ensangrentado...

Palidecí, a punto de colapsar. No obstante, otro grito, más fuerte y claro, me reveló que sólo se trataba de la alterada voz de Dave, el padre de Amber. Suspiré aliviada y entonces perseguí el origen de aquella huidiza voz, analizando las habitaciones con mi mirada.

¿Qué podía hacer Dave en un lugar como ese? ¿Acaso quería vigilarnos?

Me dio un sobresalto cuando comprendí que los gritos salían al exterior desde la habitación de Reece. Me llevé una mano al pecho, escandalizada durante los primeros segundos, pero luego me serené y corrí hacia allí sin perder tiempo. No estaba entre mis planes llegar llamando la atención, esa no era la idea, mi único objetivo era acercarme y espiar que Reece estuviera bien. No interrumpir a Dave. Aunque, debía admitirlo, también me interesaba saber lo que estaban hablando.

Habían veces en las que podía ser demasiado curiosa. Veces en que las conversaciones concernían a Reece, por ejemplo.

Al acercarme, pegué la espalda a la pared empapelada y traté de que mis pisadas no hicieran crujir las tablas bajo mis pies. Respirando demasiado agitado, me incliné de forma furtiva sobre el umbral, y espié al otro lado. Toda la duda que pude sentir quedó aniquilada por la imagen de Dave, de pie frente a un angustiado Reece que lo miraba con los ojos entornados.

¿Qué hacían allí?

—¿Estás feliz con esto? —interrogó Dave, señalando cualquier punto invisible en el aire. Sus palabras más parecían el gruñido de un animal que los gritos de un hombre—. ¡Sí, estás feliz! ¡Porque eres una bestia!

—¡Me halagas! —Reece sonrió, una sonrisa tensa y fingida. Sus dientes blancos relucieron en la oscuridad de la habitación—. Me gustan las bestias. Son salvajes, fuertes e incontenibles.

Los puños de Dave se cerraron a los costados de su cuerpo. Aunque no le veía la expresión, sabía que estaba furioso. ¿Qué habría hecho Reece para hacerlo enfadar a ese grado?

—¡La misión no ha avanzado en nada! —gritó Dave—. El Asplendor sigue siendo una inútil criatura que ni siquiera podrá servirnos de apoyo para salvar a Heavenly. ¿Y tú qué haces? ¿Te conformas y te ríes en mi cara frente a todos tus amigos?

—Hay una frase que dice: al mal tiempo buena cara —dijo Reece, llevándose una mano al rostro para inspeccionarse las uñas—. Deberías practicarlo, quizá así tus fans aumentarían.

—Esto no es un juego de computadora, Reece —comentó el padre de Amber, con voz tensa e inmutable—. Esto no es un lienzo en el que puedes hacer lo que tu mente te ordene. Aquí hay reglas. Orden. Vidas en riesgo.

—Y está Celeste —le recordó Reece. La forma en que pronunció mi nombre, con una especie de anhelo y ternura entremezclados, hizo que todo mi cuerpo se estremeciera.

—El Asplendor. El arma que aún no han podido hacer funcionar.

¿El arma? ¿Era era el modo que tenían de refiriese a mí?

—Te lo diré por última vez —artículo Reece, con tono despreocupado pero significativo. Dio un paso atrás, pegando las piernas al colchón de la cama, y alzó las cejas con solemnidad—. No hables de ella como si fuera una cosa.

—Y tú no hables como si sintieras algo más que deseos de matar —repuso Dave, agitando la mano en el aire—. Ambos sabemos cuál es tu objetivo en esta vida, no nos hagamos los desentendidos. Cuando Markov te encontró en ese ático y te trajo hasta el Departamento, fue con la idea de entrenarte para convertirte en un guerrero. ¿Qué crees que pensaría al ver la debilidad que hay en tu corazón? ¿Crees que seguiría estando orgulloso de ti?

Reece palideció.

Mi corazón se tensó. Para que una persona como Reece, acostumbrado a mantenerse sereno y con una expresión despreocupada en el rostro, se mostrara vulnerable, tenía que pasar algo que realmente le doliera.

—No hables de Markov —gruñó Reece, apretando los puños—. No hables de mi pasado. No tienes derecho...

—¡Oh, ya lo sé! —exclamó Dave, malévolo y triunfante—. Crees que Markov te ama. Piensas que no sólo se convirtió en tu mentor, sino también en tu hermano. Cuando él te dijo que te amaba, le creíste.

¿Por qué estaba siendo tan cruel?

—Te lo advierto. Detente —lo amenazó Reece, aunque estaba claro que a esas alturas Dave no se detendría. El veneno escapaba de su boca como las hormigas escapan de un incendio.

—Al igual que tus padres, que te engendraron para procrear un arma maravillosa capaz de dejar a un mundo entero alucinado, Markov también vio potencial en ti. Le gustaste, desde que le lanzaste ese oso sucio encima por medio de la telequinesis. Él te cuido, te dio techo, te dio un futuro. ¡Le dio sentido a tu existencia! ¡Mírate! ¡Podrías matarme ahora si lo quisieras! ¡Podrías matarme a mí y a todos los de abajo! —hizo una pausa para coger más aire—. ¡Eres nuestra mejor apuesta!

Se calló, respirando agitado, y luego se cruzó de brazos.

—Entonces... —prosiguió Dave—. ¿Por qué te empeñas en decepcionarnos?

Sus palabras me dieron asco. Me repugnó la forma en que aquel hombre se refería a Reece, como si fuera un objeto de su propiedad, destinado a obedecer las órdenes que le dictaba el gobierno. ¿Qué clase de hombre hablaba así de una persona? ¿Acaso la esclavitud no había desaparecido muchos años atrás? Entonces... ¿Qué demonios estaba diciendo ese monstruo?

Busqué a Reece, tiritando producto de la repentina ira que llenaba mis venas, y me di cuenta que se había sentado a los pies de su cama, con las manos empuñadas en el cobertor. Tenía los hombros tensos, y los ojos fijos en sus pies.

—Quiero que te vayas —logró pronunciar con la voz quebrada—. Sal de mi habitación.

—Me iré —dijo Dave retrocediendo hacia la puerta—. Te dejaré solo para que pienses en lo que te he dicho y adoptes una mejor actitud. No me gustaría pensar que uno de mis mejores guardianes podría terminar de vuelta en la basura, sólo porque no supo comportarse.

¿Acaso lo estaba amenazando? Un artefacto que reposaba sobre la punta de uno de los muebles salió disparado, pasando a llevar el hombro de Dave en el trayecto, y se estrelló contra la pared junto a mi cabeza.

—¡Largo! —gritó Reece—. ¡Vete antes de que me deshaga de ti!

Me aparté, con el corazón latiendo desbordado dentro de mi pecho, y corrí hacia una de las salientes de la pared para ocultarme tras de ella. Estaba temblando. No sé cuánto tiempo me quedé allí, mordiéndome las uñas con fiereza, hasta que el padre de Amber se alejó por el pasillo y desapareció en las escaleras. Sólo sé que cuando volví a la puerta de Reece para espiar el interior de su habitación, éste aún tenía los puños apretados.

Las palabras de Dave seguían repiqueteando dentro de mi cabeza, como animales carroñeros apoderándose de mis pensamientos. Un nudo se había formado en mi garganta, duro y espeso, y se negaba a desaparecer por más saliva que tragaba. Es más, mientras más tiempo permanecía mirando la sombría mirada de Reece, más aumentaba ese molesto absceso, más se tensaba mi mandíbula, más se doblaban mis rodillas. Era como si todo mi sistema estuviera conectado al de él. Como si su cuerpo fuera el mío. Su tristeza la mía. Su dolor el mío.

Una pequeña lágrima se derramó por la mejilla de Reece, mientras éste trataba de apartarla con las manos, y todo mi mundo se derrumbó. Parpadeé con frenesí, intentando de contener el angustioso llanto que comenzó a asaltar mi existencia, pero nada pudo evitar el río de lágrimas que comenzó a descender por mis mejillas. Me llevé las manos al estómago, sollozando con desesperación, y me arrastré por la pared para acurrucarme contra el piso. Cientos de espasmos me recorrieron el cuerpo, a la vez que dolorosos chillidos comenzaron a emerger de mis labios.

¿Por qué Reece tenía que sufrir? ¿Por qué la vida tenía que ser tan cruel?

[...]

Luego de pasarme horas llorando acurrucada sobre mi cama, de quedarme dormida sobre la húmeda almohada y de despertarme con los ojos hinchados y el rostro enrojecido, me levanté para meterme dentro de la ducha.

Eran más de las diez de la mañana, y el cielo se había aclarado hace mucho rato, pero no me importaba. Era día sábado, y los días sábados no tenía que preocuparme de ir a la escuela. De lo que sí tenía que preocuparme era de seguir entrenando, sin embargo, ya había ideado una excusa para librarme de eso.

Mientras lloraba, no sólo había pensado acerca de lo desgraciada que se había vuelto mi vida. También me había detenido a analizar la situación con los glimmer, el secuestro de Betty y el peligro que corrían las personas que conformaban Heavenly. Nuevamente había concluido en que no me quedaba tiempo, y que si quería ser algo más que una carga, tenía que actuar rápido. Comprendí que la búsqueda no sólo incluía a Betty, sino a todos los glimmer que la estaban ocultando.

Los guardianes se estaban preocupando por entrenarme, ¿pero quién se encargaba de buscar a los glimmer y detener lo que estaban haciendo? ¿De qué servía que crearan un arma, si no tendrían donde usarla? ¿Y si jamás lograba usar mi Splendor? ¿Y si no lo tenía en realidad, y sólo estábamos perdiendo el tiempo? Todas esas preguntas habían atormentado mi mente durante la noche, y todas habían concluido en la misma respuesta.

El plan del gobierno no estaba funcionando.

Estaban tan empeñados en entrenarme, que no se daban cuenta que el primer objetivo en sus agendas debería haber sido acabar con los glimmer. ¿Acaso Heavenly no era una población grande, llena de habilidades? Por supuesto que podrían haber ganado si se lo hubieran propuesto, pero el gobierno no era capaz de verlo. Estaban demasiado cegados convirtiéndome en su «grandiosa arma». El arma que los salvaría. Pero una guerra no se trataba de eso, de confiarse en una única jugada, sino de crear cientos de tácticas para ganar.

Era por ello, por esa pequeña conclusión, que había planeado mi propio método para salvar a Betty y defender Heavenly.

Después de vestirme con un conjunto apto para el frío que se colaba por el cristal de mi ventana, abandoné el dormitorio para ir en busca de mis padres. Los encontré en la cocina, preparándose sus propios desayunos. Mi madre se encontraba de pie frente a la estufa, revolviendo un sartén encendido con una cuchara de madera, y mi padre se encargaba de ordenar unos llamativos cubiertos de cerámica fina, no sin darles un extendido vistazo antes de dejarlos sobre la mesa. Se veían tranquilos, en armonía, e incluso felices. Cuando me acerqué, ambos me dirigieron una sonrisa rebosante de emoción.

—Buenos días, cariño —me saludó mi madre, sin dejar de dibujar círculos pequeños con el cucharón. Una potente sonrisa hizo que varias arrugas le enmarcaran los ojos—. ¿Cómo amaneciste?

—Buenos días —respondí acercándome a la pequeña mesa que había en el centro de la cocina—. Bien, como siempre —hice una pausa para arrastrar una silla y dejarme caer sobre ella—. ¿Hay alguna razón por la que parecen tan felices?

Mi madre hizo una profunda inspiración y agitó la cabeza llena de efusividad.

—La señorita Amber nos informó que te fue excelente en tu primera misión —me contó—. Dijo que el informe que Ethan le dio decía que habías sido una útil compañía. Según lo que nos dijo, tú fuiste una pieza importante para que la misión pudiera concluir sin problemas. ¡Estamos muy orgullosos! ¡El gobierno estará feliz al saber de tus avances!

Mi corazón dio un pálpito brusco. ¿Acaso Ethan les había dicho que, por una inexplicable razón, nos habíamos vuelto invisibles? No, yo no lo había visto escribir esa parte. Tenían que referirse a otra cosa.

—¿Eso les dijo? —pregunté, ocultando las manos bajo la mesa para poder retorcerme los dedos sin que aquel gesto llamara la atención de mis padres—. ¿Y qué se supone que es eso tan grandioso que hice?

—No nos dijo, en el informe sólo se daba una explicación resumida de la misión —contestó mi padre, mirando uno de los cubiertos con ojos brillantes—. Esperábamos que tú nos dijeras.

—Ah. —Alcé una mano para pasármela por el cabello, más relajada—. Bueno, sólo lo ayudé con los animales. Algo sin importancia. En realidad, quería hablarles sobre otra cosa.

—¿Sobre qué? —preguntó mamá, cogiendo un frasco de condimentos—. ¿Tiene que ver con tus entrenamientos? ¿Te sientes muy cansada? Porque podría hablar con los guardianes para que reduzcan las horas. Esos chicos te están matando.

—No —respondí—. Sólo quería pedirles un favor.

Mi padre, hasta el momento concentrado en la loza, alzó la cabeza para inspeccionarme con curiosidad.

—¿Un favor?

—¿Recuerdan que me dijeron que nuestra casa ya estaba casi intacta, pero que aún quedaban detalles que arreglar en el interior? —interrogué, intercalando mi mirada entre ambos—. Bueno, quería pedirles que me llevaran a verla. El último recuerdo que conservo de ella no es muy atractivo. Me gustaría poder ver nuestra casa tal como la conocía, y de paso ayudar en algo.

Mi madre le bajó a la llama del sartén, y se giró con las manos enredadas en un paño de cocina. Tenía la frente arrugada y la boca torcida, como si su cerebro no pudiera darle sentido a lo que acababa de decirle. Lo más probable es que visitar nuestra casa era lo último que esperaba que le pidiera.

—¿Quieres ir a ver la casa? —cuestionó—. ¿Por qué?

—Hoy no tengo que ir a clases, es mi día libre —dije, encogiéndome de hombros—. Y sobre el entrenamiento, puedo suspenderlo por un día. Un día menos no afectará mi rendimiento. Yo... de verdad quiero ir con ustedes a arreglar nuestro hogar. —Bajé la mirada hacia mis muslos—. He estado tan concentrada en el entrenamiento y en las clases, que he olvidado lo que es pasar tiempo juntos.

Era cierto. La última vez que habíamos hecho algo juntos, como ver una película sentados en los sillones o comernos un helado en el patio, me parecía muy lejana. Desde que los guardianes aparecieron en mi casa, toda mi vida se limitó al aprendizaje sobre Heavenly. Al perfeccionamiento, como ocurría con un arma.

—Oh, cariño. —Mis palabras parecieron causar algo en mis padres, porque ambos me miraron con una extraña adoración silenciosa—. Yo también estoy apenada por el hecho de que ya no podemos estar contigo como antes. El gobierno te ha alejado de nosotros, es cierto. Después de la manera en que te trataron, después de lo mucho que te rechazaron, te buscan con la intención de utilizarte y destruir tu vida. Fue por eso que no queríamos que hablaras con ese tal Dave. Me parece muy descarado lo que te está pidiendo.

—No me quejo, mamá. Es lo que tengo que hacer para salvar a miles de personas inocentes, no sólo a Dave o al gobierno. Sé que este es mi destino, y que tengo que abstenerme a él. Pero... me gustaría que no perdiéramos lo que éramos antes de que los guardianes llegaran. Me gustaría que no dejáramos de ser nosotros.

Mi padre dio un suspiro y rodeó la mesa para ponerme una mano en el hombro de forma reconfortante. Cuando habló, su voz fue determinación y sentimiento.

—Yo tampoco quiero perder a esa niña a la que nada le importaba y sólo tenía que preocuparse por conseguir un próximo libro en la biblioteca.

—No la perderán —los tranquilicé—. No mientras sigan aquí conmigo.

Un extenso silencio se formó en el ambiente, pero mis madre lo rompió con un aplauso vivo y afable.

—No se diga más —dijo cantarina—. Hoy iremos a visitar nuestra casa, sin opción a rechazo. Los tres. Sólo los tres. Sin guardianes, sin policías, sin gobierno. Sólo nosotros, como una familia.

Una sonrisa se formó en mis labios.

—No esperaba menos de ti, mamá —murmuré emocionada—. Sabía que dirías eso.

—No te preocupes. —Agitó el paño que tenía en la mano—. Yo me encargaré de todo. Los guardianes no podrán oponerse ante una madre desesperada.

Estaba segura que no. Asentí, despidiéndome con la mano, y luego abandoné la cocina con una risita bailando en mis labios.

Yo también tenía que encargarme de algo.

[...]

Tal como había dicho mi madre, convencer a Amber no fue ningún problema. Al parecer, Barbie le tenía cierto respeto a la mujer que me había dado la vida, porque no se negó cuando mi madre le dijo que quería llevarme a visitar nuestra casa. Sólo lo aceptó, con cierta indecisión oculta tras su respuesta, y puso la única condición de que un chofer entrenado nos llevara hasta allí. Supuse que incluso Amber sabía que no podía oponerse ante la decisión que tomaran mis padres, pues seguían siendo los primeros responsables de mi vida, a pesar de que el gobierna creyera lo contrario. Y supuse incluso mis padres sabían que no podían exigir una libertad tan descarada.

Cuando llegamos a casa, a eso de las tres de la tarde, el cielo se había aclarado para lanzar los primeros rayos de luz amarilla que había visto en el último tiempo. Todo mi alrededor estaba bañando en una tenue claridad agradable. La puerta de mi casa, con la misma decoración que la recordaba, adquirió un brillo cegador. Ya no estaba rota, tirada en medio de la acera, sino de pie donde siempre debió haber estado para proteger a mi familia. Sabía que lo más probable es que fuera nueva, pero me daba cierta nostalgia verla allí.

El césped de alrededor estaba seco y feo, pero se notaba que estaba recobrando la vida con los cuidados que le estaba dando mi madre. La muralla resplandecía. Y todo me hacía desear entrar, para confirmar que por dentro la casa estaba tan linda como por fuera. Pero no.

Adentro, se notaba que habían puesto muebles nuevos y que en algunas de las paredes estaban poniendo otra capa de pintura encima del yeso resquebrajado. El piso estaba lleno de polvo, tierra que caía desde las paredes rotas, y materiales desechados que mi padre estaba usando para reparar el interior. El cuerpo de aquel humano reptil ya no estaba, había desaparecido del lugar que en el que Reece le había quitado la vida, pero aún seguía la oscura mancha de sangre impregnada en las tablas. La cocina también estaba descuidada y llena de mugre, al igual que el baño. Sin embargo, mi dormitorio estaba tan limpio como lo recordaba.

—¿Te gusta? —preguntó mi madre en cuanto me mostró la habitación—. Me he encargado de que esté lo más ordenado posible. Fue lo primero que limpié cuando tu padre me permitió acompañarlo. Supuse que a ti te agradaría saber que tu cuarto seguía siendo el de siempre, y que los libros que quedaron están en buenas manos. Hay varias cosas que faltan, por culpa de la gente que ha encontrado a robarnos, pero pronto podremos suplirlas.

Un nudo se formó en mi garganta, un nudo hecho por la nostalgia y el amor, pero lo aparté con brusquedad. Cuando miré a mi madre, sólo sonreía.

—Está perfecto, mamá —le dije con voz ronca—. Es maravilloso.

Ella asintió y avanzó hacia el interior, extendiendo la mano para rozar la madera de los muebles con la punta de sus dedos.

—Me gustaría que toda la casa estuviera igual —murmuró—. Me gustaría que nuestra vida volviera ser la de antes.

—Lo será, mamá —la tranquilicé—. Lo será cuando todo esto acabe. Es por eso que tenemos que preparar nuestra casa. Ese día llegará pronto, así que es nuestro deber ordenar el lugar al que vamos a regresar.

—Sí... —susurró sin ganas. Casi podía oír los engranajes de su cerebro moviéndose para analizar cuán posible era que algo así sucediera—. Espero que así sea. Pero bueno, no perdamos tiempo conversando.

—Tenemos que ir a ayudar a papá.

—Exacto. —Sonrió, y los extremos de su boca parecieron llegar hasta sus orejas—. Si quieres puedes encargarte de limpiar la cocina y el baño, que se han llenado de polvo e insectos. —Debió ver mi expresión de horror, porque se detuvo—. Bueno, no tantos insectos. Pero algunas arañas se han colado en la despensa.

—Oh, diablos —murmuré, siendo consciente de la mirada de reproche que efectuó mi madre—. No tengo mayores problemas con las arañas, pero si hay una babosa les prometo que me voy a desmayar.

Mi madre rió.

—No habrá una babosa en la cocina, a menos que haya humedad; te lo puedo asegurar. Sólo limpia la tierra de los muebles y luego barre. Con tu padre nos encargaremos de seguir pintando las paredes y cubrir las trizaduras.

—Está bien, vamos —acepté asintiendo con la cabeza, echándole un último vistazo a mi cama, y luego abandonamos la habitación.

Hace mucho que no me sentía tan normal.

Luego de estar más de una hora limpiando los lugares que mi madre me había asignado, de quitar la tierra y ordenar lo que los ladrones habían desordenado, mis padres se reunieron conmigo en la cocina para preparar algo de comida. Al principio partió como un buen plan, pero al darnos cuenta de que también se habían robado el gas, sólo nos quedaron los panes que mi madre había llevado. Aun así, lo pasamos bien y nos reímos de los desabridos chistes que mi padre nos contó. Mi madre se encargó de guardar lo que nos sobró, y yo volví a limpiar la mesa.

Me hubiera gustado que Limón hubiera estado allí para entregarle un poco de comida, sabía que me lo agradecería, pero no tuve tanta suerte. Lo más probable era que hace mucho tiempo ya se hubiera cansado de ir a la hora del almuerzo en busca de alimento, así que tenía que perder la esperanza de volver a ver esa peluda bola amarilla sobre la mesa.

De todos modos, fue un buen momento. Un momento perfecto, podría decir. Pero, a pesar de lo mucho que me costara y lo mucho que me gustara ver la radiante sonrisa de mamá iluminando la cocina, tenía que acabarlo para seguir con mi verdadero objetivo.

Luego de que mis padres volvieran al living para seguir con las reparaciones, me acerqué a ellos y les informé que iría a DELICIAS DIVINAS a comprarme un helado, y que luego iría a recorrer la plaza más cercana. No les pregunté, sólo les informé, porque sabía que una pregunta daba paso a la posibilidad de negación, pero de todas formas les costó aceptarlo. Estaba segura que si lo habían hecho, era para no acabar con la tarde de normalidad que nos habíamos permitido tener. Sabía que les costaba dejarme sola, sobretodo después de todas las cosas que nos habían pasado, pero se estaban esforzando.

Me sentía culpable al saber que el sabor de mis palabras sólo presagiaban mentiras. No obstante, hay veces en las que es necesario mentir para proteger a las personas que amas.

Ya afuera, luego de saltar la pandereta que quedaba detrás de mi casa para no llamar la atención del chofer que nos esperaba dentro del auto, saqué de mi bolsillo el celular que había «tomado prestado» de la habitación de Casper y marqué un número.

Me contestó al tercer tono.

—¿Diga?

Tragué saliva, mirando a mi alrededor, y luego me pegué el extremo del aparato a la boca.

—Owen, soy Celeste. Necesito juntarme contigo.

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