Capítulo 19
—Esto es lo que haremos —dijo Ace, girando sobre la silla para detenerse frente a nosotros—. Sé exactamente como acceder a la red, pero para eso necesitaremos ir hasta el lugar donde se sitúa el centro de monitoreo para acceder a su Wifi. Es ir allí o a la central de policía para acceder al sistema informático en el que guardan la información.
—¿Funcionará? —preguntó Amber.
El niño se torció los dedos, como si sufriera de nerviosismo, y asintió con la cabeza varias veces.
—Sí, por el momento es nuestro mejor plan —explicó, volviendo a voltearse hacia una de sus pantallas—. El problema será si tienen Wifi WPA2, eso sería una frontera no hackeable. Conseguir ese handshake podría tomar días, que es exactamente lo que queremos evitar.
Intenté entender lo que decía, pero se me hizo imposible. Amber, por el contrario, asintió como si entendiera el peligro que Ace trataba de explicar.
—¿Qué haríamos en ese caso?
—Podría intentar acceder al Bluetooth de una de sus patrullas —dijo, quedándose en silencio por unos segundos—. La vulnerabilidad está en la computadora que usan los policías. Pero tendría que estar de treinta a cuarenta segundos junto a la patrulla para tener conexión Bluetooth y correr la vulnerabilidad en el PLC, el microcontrolador.
Casper se acercó, con una expresión de confusión que hasta a mí me hizo sentir compasión, y se rascó la zona trasera de la cabeza.
—¿Eso podría funcionar? —interrogó.
—Sí, pero necesitaremos una distracción —respondió Ace, mirando a Amber—. Algo que mantenga los ojos del policía alejados de lo que ocurre en su computadora. Hacerlo mirar hacia otro lado, mientras todo un proceso se lleva a cabo junto a él.
—Buscaremos la manera —aclaró la rubia—. Lo importante es que logremos acceder a esas cámaras para obtener lo que necesitamos.
—Y que no me vean, eso es importante —remarcó Ace—. De todos modos, si este plan falla, podría utilizar una Raspberry P para crear una puerta trasera en la computadora de uno de los treinta puestos. Puedo programarla para que haga lo que queremos, pero alguien tendría que entrar.
Amber suspiró y se cruzó de brazos.
—Entonces, en definitiva, esto significa que puedes hacerlo.
—Sí, claro que puedo.
Eso significaba una sola cosa, estábamos más cerca de Betty.
—Eso es genial —comenté, sonriendo esperanzada—. ¿Iremos mañana?
—Tú no irás, Celeste —dijo Amber, de improviso, robándose la atención de todos—. Tú no estarás incluida en esta misión.
Una sensación dolorosa comenzó a oprimirme el pecho.
—¿Qué? —cuestioné—. ¿Por qué dices eso?
—Porque mañana no nos acompañarás —explicó la rubia—. Te quedarás en casa, es demasiado peligroso que vengas con nosotros.
—No dijiste lo mismo hoy —refuté, indignada.
—Hoy fue diferente.
Casper se adelantó y se posicionó a mi lado para ponerme una mano sobre el hombro.
—Déjala ir, Amber —dijo—. Estará más segura con nosotros que en casa. No puedes dejarla excluida.
—Ya tomé mi decisión —insistió ésta—. Y si no estás de acuerdo con ella, entonces puedes quedarte también para que la protejas. ¿Eso te parece bien?
—Pero...
—Está decidido. Celeste no irá con nosotros.
[...]
Al otro día, me negué a ir a la escuela.
Me levanté a las siete de la mañana, con el frío colándose por las ventanas y congelándolo todo, tiñéndolo el césped de un suave color blanco, sólo para decirle a Amber que no asistiría a clases.
Aun cuando sabía que no estaba entre sus planes mandarme a Escudo y Espada sin la protección de los guardianes, sentí la necesidad de dejárselo claro. ¿Por qué? Pues porque prefería sentir que era yo quien había decidido ausentarme a la institución, como un arrebato de locura, que verlo como otro impedimento que me había impuesto la rubia.
Sentía rabia e impotencia con la decisión que habían tomado. No me gustaba pensar que me veían como a una chica frágil que debían proteger de todo, dejándola alejada del precipicio porque no sería capaz de sostenerse en pie con equilibrio. Me enfurecía comprender que esa era la percepción que tenían de mí, la misma imagen de un gato recién nacido, y me entraban ganas de reclamar y demostrarles por medio de la acción que estaban equivocados. Ganas de usar mi Splendor. Ganas de hacer algo asombroso para cambiar todas las ideas que tenían de mí. Pero, cada vez que me imaginaba haciendo algo inmenso para salvarlos a todos, recordaba que ni siquiera era capaz de rendir bien en los entrenamientos y todo se me pasaba.
Supuse que a eso estaba sometida, a ser el estorbo hasta que algo de mí les pudiera ser de utilidad. Por el momento, debía aceptar las cadenas que me ataban al puesto de la víctima y dejarme humillar de las maneras más vergonzosas. Porque sí, había cierta humillación en ser excluida de las misiones.
Me buscaban a mí, eso decía Amber cada vez que necesitaba excusarse. Una respuesta vaga y desdeñosa. Pero, por lo mismo, era yo quien debía enfrentarse a ellos. Era yo quien debía ir a las misiones para acercarnos a Betty. Era yo quien debía solucionar el problema. Y era mi familia la que estaba siendo amenazada. Entonces, ¿por qué tenía que quedarme apartada y encerrada en la casa?
Porque Amber así lo decidía, contra toda lógica. Porque, en cierta manera, no era una decisión grupal que tomaran por el bien del equipo. Era una orden que la rubia daba, sin importarle comentar el asunto con anterioridad, y la que nos obligaba obedecer. Casper, por el contrario, había entendido mi necesidad de acompañarlos y le había rogado a Amber que me permitiera acompañarlos. No obstante, lo único que obtuvo fue el castigo de quedarse en la casa conmigo.
Era como si toda la gente que se acercara a mí para ayudarme terminara saliendo lastimada de alguna manera. Lo había visto con mis padres, luego con Betty, e incluso con Owen cuando intentó defenderme de Scott. Era como si yo, el Asplendor, fuera una trampa mortal que estuviera programada para lanzar a un abismo a todo aquel que se acercara demasiado. Y me daba impotencia, porque hubiera deseado que esa trampa sólo se activara con las personas malas como Scott, no con la gente como Owen o Casper.
¿Sería siempre igual? Tal vez sí, o tal vez no. Era algo que tenía que descubrir con el tiempo.
Eran las nueve de la mañana y faltaba sólo media hora para que los guardianes se fueran a realizar la misión que les había indicado Ace, cuando la desesperación pudo conmigo y mi orgullo; enviando mi determinación disparada a otro continente.
La noche anterior me había resignado. Con rabia, pero me había resignado. En la mañana también me había resignado, aceptando furiosa el hecho de que no me permitirían acompañarlos. No obstante, cuando faltaban apenas treinta minutos para que los guardianes se fueran, sentí la necesidad de hacer algo para que Amber cambiara de opinión.
Estaba consciente de que Casper no había sido suficiente para que Amber aceptara dejarme ir con ellos, pero yo conocía a alguien que sí sería capaz de hacerlo. Yo conocía alguien a quien era imposible decirle que no, alguien con un carácter tan seguro que siempre parecía tener la razón en lo que proponía. Eso sí, sólo las ocasiones en las que no estaba jugando o lanzando al aire comentarios bromistas. Porque cuando estaba diciendo sus improvisados chistes, no había quien le encontrara la razón.
Abandoné la habitación, dejando atrás la lectura del libro en el que no me había podido concentrar, y salí al largo y familiar pasillo para dirigirme a la habitación de Reece.
Avancé bajo los destellos dorados que iluminaban mi alrededor como las aureolas del sol, y como ya una costumbre, contemplé los hermosos cuadros que antes me habían parecido una amenaza desconcertante y furtiva. Ahora, con el tiempo, se habían transformado en rostros familiares que me reconfortaba mirar cada vez que iba o venia del dormitorio, y no me imaginaba caminando por allí acompañada de sus ausencias. Algo ilógico, porque los rostros eran de personas que ni siquiera conocía, pero algo en la soledad de la casa los había hecho familiares para mí.
Iba así, caminando entre la omnipresente sensación de ser vigilada, cuando me llegó a los oídos el ruido de una conversación acalorada. Provenía de la habitación de Reece y se extendía como una onda expansiva por el pasillo, involucrando a todo aquel que se paseara por allí a esa hora. Sabía que lo mejor era devolverme a mi habitación o pasar de largo para no robarme aquello que tanto discutían. Sabía que eso era lo que hubiera hecho cualquier persona en su sano juicio. No obstante, no pude eludir esa voz interna que me rogaba por escuchar lo que Reece tenía que decir y terminé acercándome a su habitación de todos modos.
Al igual que las otras veces, me pegué a la pared, cuidando que mis pisadas no hicieran crujir las tablas, y me asomé de forma furtiva a las puertas abiertas para mirar dentro del dormitorio. Adentro, Reece se encontraba muy cerca de un mueble, y Amber próxima a la puerta.
—¿Vas a hacerlo? —preguntó la rubia, poniendo los brazos en jarras—. Responde, Reece.
—Te dije que salieras de mi habitación. —Reece se inclinó para abrir un cajón y comenzó a rebuscar algo dentro, con una paciencia demasiado excesiva—. Te daré diez segundos para que lo hagas. Si no, vamos a tener problemas. Algo no muy atractivo.
Amber avanzó otro paso, internándose en la habitación, y se pasó una mano por el cabello para arreglarse los rizos.
—No te tengo miedo —dijo con voz neutral, tan robótica como siempre—. Yo me he dado cuenta, no lo he pasado por alto.
—¿Te has dado cuenta de qué? —interrogó con tono despreocupado.
—De tu cambio, Reece —respondió ella—. Es muy notorio, supongo que todos tus compañeros lo han notado. Ese rechazo que sentías cada vez que alguien te hablaba, o intentaba acercarse a ti, ha ido desapareciendo.
Reece se enderezó, con una daga en la mano, y se giró para regalarle una sonrisa sarcástica a Amber.
—Es tu ego el que te hace pensar que me gustaría acercarme a ti o a esos idiotas —objetó guiñándole un ojo—. Por mí, mientras más lejos se mantengan de mí, mejor.
—¿Y Celeste? ¿Qué me dices de ella? —cuestionó la rubia—. Creo que ella no te hace recordar mucho lo que pasó con tu familia, ¿verdad?
¿Qué tenía que ver yo en todo eso?
La daga que Reece tenía aferrada en su mano, envuelta entre sus dedos, salió disparada y cortó el aire para clavarse en la pared tras la espalda de Amber. No sin antes haber cortado uno de sus rizos, dejándolo caer en la alfombra como un resorte.
—No te atrevas a hablar de mi familia —dijo Reece, con una voz que sólo podía provocar escalofríos—. No vuelvas a hablarme de ese asunto, nunca.
Amber dio un paso atrás, y por primera vez pareció preocupada.
—Tienes que entender que lo que ellos te hicieron... —comenzó a decir la rubia, pero la misma daga que se había clavado en la pared apareció frente a su cuello y le impidió hablar.
—Te lo advertí. No hables de mis padres. Tú no los conocías, tú no tienes ningún derecho a nombrarlos o a hablar de un tema que no entiendes.
—Te equivocas, yo entiendo —refutó Amber—. Entiendo que lo que ellos te hicieron es lo que te tiene así, desconfiando de todo el mundo. Pero déjame decirte algo, por favor.
—No quiero que me digas nada.
—Nosotros no somos ellos. No todo el mundo es como ellos.
Reece abrió mucho los ojos, viéndola como se ve al peor de tus demonios, y un músculo comenzó a palpitar en su mejilla. Era extraño verlo así, vulnerable ante lo que alguien pudiera decirle, porque Reece no parecía de las personas que se dejaban afectar por lo que los demás hacían. Todo lo contrario, Reece siempre parecía estarse riendo, hasta en los momentos menos oportunos.
Entonces, ¿por qué se ponía así? ¿Qué le habían hecho sus padres?
Reece se acercó hasta el velador junto a su cama y se inclinó para coger un vaso de agua y beber de ella, como si intentara calmarse a sí mismo.
—Vete —dijo.
—Lo haré, me iré —asintió Amber—. Pero piensa en lo que te he dicho.
La rubia retrocedió, alejándose del filo de la hoja que amenazaba con clavarse en su garganta, y se giró para salir de la habitación. Entonces yo me aparté, dejando de ver aquella escena que me había dejado con tantas preguntas nuevas, y me arrastré por el pasillo para internarme en la primera puerta que me encontré en el camino.
Ni siquiera me fijé si la puerta correspondía a la habitación de alguien. Sólo entré, puse el pestillo para asegurarme de que Amber no entraría, y pegué la frente a la madera con ambos ojos cerrados. Sentía el corazón golpeándome el pecho, temeroso de que la rubia pudiera haberme visto, pero se fue amainando a medida que los segundos pasaron y nadie golpeó la puerta desde el exterior. Sólo ahí, cuando el peligro hubo pasado, me concedí un minuto para pensar acerca de lo que acababa de ocurrir en el dormitorio de Reece.
Amber había hablado acerca de un trauma que tenía Reece, algo acerca de sus padres. ¿A qué se refería?
Algo comenzó a cosquillearme la punta de los dedos, como si los finos cabellos de un ángel estuvieran acariciándome la piel, e interrumpió mis pensamientos. Aparté la frente de la puerta, para mirarme la mano, y di un pequeño brinco cuando vi que se trataba de una araña grande y negra.
—¿Qué...? —murmuré, agitando la mano para apartarla de mí.
La araña abandonó mi piel, aterrizando sobre sus ocho patas en una alfombra bien decorada, y corrió para esconderse bajo un armario barnizado. Un escalofrío me recorrió el cuerpo al darme cuenta de que esa inofensiva araña pudo ser una babosa, un caracol, o algo parecido, y me giré para comprobar que en esa habitación no hubiera otras cosas similares.
Me quedé inmóvil, con la boca entreabierta, cuando vi que sentada sobre la cama había una persona. Una persona con una mirada sería, casi neutral, y la boca en una fina línea. Sí, la habitación no estaba abandonada. La habitación era de Ethan.
—Perdón —dije, disculpándome de inmediato—. Me he equivocado de habitación.
Ethan permaneció en silencio, como si no me hubiera oído, y lo único que hizo fue parpadear dos veces. Dos lentos y delicados parpadeos. Luego, alzó las manos que tenía apoyadas sobre el colchón y las guió hasta el gato gris y peludo que ronroneaba sobre sus piernas.
Una sonrisa avergonzada se robó la forma de mis labios al darme cuenta de que ese gato era el mismo gato que utilizaba Casper para transformarse.
—¿Ese gato es Casper? —pregunté, consciente de que no obtendría ninguna afirmación o negación de parte del guardián sentado en la cama.
Me acerqué a la cama a paso lento, temerosa de que algo de lo que hiciera pudiera molestar a Ethan, y cuando llegué a su lado me agaché frente a él para acariciar el suave pelaje de Casper.
—Casper —susurré enredando mis dedos entre su pelo—. Siento mucho lo que te ha pasado por mi culpa. Tú deberías estar arreglándote para ir a la misión, no despidiéndote de tu amigo para quedarte encerrado en esta casa conmigo.
El gato maulló y sus ojos oblicuos, amarillos y brillantes, se clavaron sobre mí. Moví mi mano por su columna, subiendo hasta su cuello, y luego volví a descender hasta su cola para no encontrarme con la mano de Ethan.
—Lo lamento mucho —volví a disculparme, bajando la mirada al piso para no encontrarme con la audaz mirada de Casper—. Sé que querías ir con Ethan. También sé que él te necesita. Y sé que no sirve de nada que te diga todo esto, que no voy a solucionar nada, pero aun así quiero que lo sepas.
Ethan suspiró con cansancio y deslizó su mano por el pelaje del gato para llegar hasta la mía. Me agarró de la muñeca, con fuerza, pero entonces la puerta se abrió y sus dedos me soltaron.
—¿Celeste? —me llamó la voz de Casper. Exacto. La voz de Casper. Desde la puerta.
Me giré, asaltada por la confusión, y fruncí el ceño cuando vi a Casper de pie junto a la entrada de la habitación. Me volví para mirar el gato siberiano que ronroneaba en las piernas de Ethan, otra vez, y tragué saliva.
—Pero el gato... —balbuceé mirando a Ethan. El gato no era Casper.
Apenas fui consciente de la mirada que me dirigía Ethan. Todo mi rostro era una masa roja, inflada, con deseos de explotar en cualquier momento.
—¿Qué haces aquí, Celeste? —preguntó Casper desde atrás.
Rebusqué en mi cerebro para hallar una respuesta lógica, la primera que se vino a mi cabeza, y la envié expulsada sin repasarla dos veces.
—Te estaba buscando —dije, poniéndome de pie—. Quería hablar contigo, pero no te encontraba por ninguna parte. Pensé que este era el lugar en el que acertaría, y al parecer lo hice.
—Qué extraño que no me hayas encontrado, estaba en mi habitación —comentó llevándose la mano a la barbilla, pensativo—. En todo caso, ¿por qué me buscabas?
—Quería pedirte disculpas por haber causado que te expulsaran de la misión —expliqué—. Supongo que querías ir, y yo lo he arruinado.
Casper chasqueó la lengua y luego sonrió.
—No es tu culpa. Esto pasó porque yo decidí apoyarte, pero no es tu culpa. Además, no creas que quedarme aquí es una especie de tortura, luciérnaga. Me servirá para descansar y pensar, algo que no he podido hacer con todo lo que está pasando. Y para estar contigo, cuidándote a ti y a tus padres.
—Dudo que te anime la idea de ser excluido —confesé, dubitativa.
—Pues lo hace —confirmó con una amplia sonrisa—. Al contrario de ti o los demás, a mí no me gusta la idea de estar peleando. Prefiero lo pasivo.
—A nadie le gusta, Casper —lo corregí—. Todos desearíamos que esté fuera un mundo lleno de paz, pero no lo es. Es por eso que queremos ir. Es por eso que quiero ir. Necesitamos restaurar la paz y recuperar a Betty.
—Pero esta no es una misión difícil, pequeña —dijo, acercándose para llegar hasta mí y ponerme una mano sobre el hombro—. Nosotros no serviríamos de mucho allí, solo sobraríamos. No se necesitan muchas personas para lograr lo que Ace nos pidió.
—Con mayor razón me siento mal, Casper. Es una misión fácil y Amber me ha negado la entrada de repente, alegando que estoy en peligro. No lo entiendo.
Casper me haló un mechón de cabello.
—Tal vez está celosa —declaró.
—¿Celosa? —pregunté, extrañada—. ¿Por qué Amber estaría celosa de mí? No tengo nada que ella quiera.
Los ojos de Casper se movieron hacia atrás, hacia su compañero, y enseguida regresaron a mí.
—Porque eres el Asplendor —soltó, con voz amable—. Y eres valiente, carismática, y luchadora. Amenazas toda la postura poderosa que Amber busca mostrar ante los demás, y eso te convierte en un problema. Si te das cuenta, siempre terminas consiguiendo lo que quieres, porque todos nos ponemos de tu lado antes que de ella. Por eso quiere alejarte de las misiones.
Arrugué la nariz, pensando en lo que acababa de decirme, y parpadeé con velocidad.
—¿Entonces no lo hace porque quiere protegerme?
Casper ladeó la cabeza hacia ambos lados, como pensando en su respuesta, y luego me miró con una sonrisa tranquila.
—Sí y no —contestó por fin—. No, porque no es la razón principal. Pero sí, porque si sigues guiándote por tus impulsos, terminarás siendo lastimada. Amber hace bien en querer protegerte.
—Yo no necesito que me protejan —refuté.
—Entonces demuéstraselo —me cortó, acariciando mi cabello—. Demuéstrale que puedes cuidarte a ti misma, que eres capaz de seguir las instrucciones que te da y que puedes hacer lo que ella te dice.
—¿Y tener aquel rol pasivo dentro del equipo?
—Todos hacemos lo que podemos por ayudar, Celeste.
Iba a abrir la boca para responder, para decirle que entendía su punto, pero no podía aceptarlo, cuando la puerta volvió a ser abierta y por ella entró Amber. Por un momento se quedó así, mirándonos a ambos con ojos inquisitivos como preguntándose qué hacíamos allí, pero enseguida se dirigió a Ethan.
—Ya nos vamos —le dijo—. Te estamos esperando abajo.
La miré con rabia, furiosa con ella por la decisión que había tomado, pero recordé lo que Casper acababa de decirme y me tragué todas las palabras feas que querían salir de mi boca, resignándome a dirigirme a la salida.
Aun cuando sabía que no pasaría, algo dentro de mí deseó que Amber me detuviera y me dijera que podía ir, que había cambiado de opinión, pero no lo hizo. Y todo lo que recibí al salir fueron los ojos castaños de Casper pegados en mi nuca.
Regresé a mi habitación, corriendo como si una bestia me persiguiera desde atrás, y cerré de un portazo antes de lanzarme a la cama. Estaba decepcionada, triste y decepcionada. No me importaba lo que me había dicho Casper, yo quería ir a esa misión. Porque, aunque Amber no me lo hubiera dicho aún, ese era solo el comienzo de mi tortura. Si me había impedido asistir a algo tan simple alegando que era por mi seguridad, ¿qué le impediría excluirme de todo lo demás?
Me hice un ovillo, abrazándome las rodillas de manera reconfortante, y me quedé allí tumbada por un buen rato hasta que las lágrimas de irritación terminaron de salir de mis ojos. Sabía que allí echada no haría nada por solucionar mi situación, así que me lavé la cara, me vestí con ropa deportiva, y cogí la espada que Betty me había dado para dirigirme al jardín trasero de la casa con una nueva determinación dentro de la cabeza.
Durante toda la tarde me mantuve así, entrenando con la espada, practicando las posiciones que Amber me había enseñado y lanzando estocadas al tronco de un árbol hasta que mis brazos no pudieron volver a sostenerla; corrí entre el césped húmedo y la llovizna escasa, formando círculos porque el corto terreno me impedía correr en línea recta, hasta que mis piernas fallaron los pasos; y por último, lanzando a un tronco los cuchillos afilados de la cocina hasta que mis brazos no fueron capaz de volver a levantarse. Pero eso no me detuvo, ni siquiera cuando, practicando saltos, mi cuerpo se desplomó sobre el piso y tuve que quedarme allí por varios minutos hasta poder volver a levantarme.
Me preocupé de escalar los árboles, utilizando mis muslos y mis uñas como único agarre, y no me detuve hasta llegar a la primera rama. La noche comenzaba a cubrir todo, pero eso tampoco hizo que mi determinación fallara. Así que continué así, practicando otra vez con la espada, corriendo, dando saltos, haciendo flexiones, y esperando que en algún minuto los guardianes volvieran de la misión. Pero no lo hicieron, así que en algún momento de la noche terminé por desplomarme sin aliento sobre el pasto congelado, y me quedé allí hasta que unos cálidos brazos me agarraron y me devolvieron a mi habitación.
Al otro día, los guardianes tampoco volvieron. Llamaron a Casper para informarle que la misión se había retrasado por un inconveniente causado por los glimmer y que no volverían hasta el otro día, así que después de tomar desayuno regresé al patio de atrás. Arropada con mi ropa deportiva, cogí la espada y regresé al jardín para entrenar a pesar de que el dolor muscular me rogaba permanecer en la cama.
Mi rutina volvió a repetirse. Me mantuve todo el día practicando ataques, defensas, subiéndome a los árboles, colgándome de sus ramas, levantando objetos pesados, y lanzando cuchillos hasta que mi cuerpo volvió a desplomarse bajo la lluvia en medio de la noche. El dolor en mis músculos era una horripilante tortura, pero al menos servía como consuelo para dejar de pensar en lo lejos que estaban los guardianes de mí.
Aquella vez, también fui apenas consciente de las manos que me alzaron del piso y me regresaron a mi dormitorio. El cansancio me impedía abrir los ojos, así que me dije a mí misma que al otro día le agradecería a Casper por haberme ayudado. Y, cuando a la mañana siguiente me encontré con una pomada sobre las magulladuras de mis manos, remarqué en mi cabeza aquel recordatorio. Debía darle las gracias a Casper, porque supuse que era él quien me ayudaba, pero primero tenía que entrenar.
Esa mañana mi entrenamiento también estuvo presente, por cinco horas seguidas, y sólo cuando mi estómago comenzó a rogarme que le diera algo de comer, abandoné el patio y me dirigí a la cocina para coger algo de comida. Adentro, los sirvientes me dirigieron una sonrisa tranquila y luego me sirvieron un abundante plato de comida. Me lo comí lo más rápido que pude, preocupándome de masticar solo lo necesario, y luego me apresuré para regresar al patio trasero.
Estaba en eso, cogiendo la espada del piso para volver a practicar, cuando una voz melodiosa se abrió paso entre la niebla y se internó en mis oídos.
—¿Me extrañaste?
Me giré, entre desesperada y emocionada, y posé mis ojos en la bella figura que acababa de materializarse ante mí.
—Reece.
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top