Capítulo 18

Llegar hasta el lugar que nos guió Amber, fue una gran travesía.

Al principio me pareció que sólo estábamos dando vueltas alrededor de la ciudad, siguiendo el auto de la rubia a una distancia óptima; estancados en el tránsito y en la decadente canción que tarareaba Casper en los asientos traseros.

Reece manejaba nuestro auto, con un ánimo nefasto, y había estado todo el viaje lanzando al aire comentarios negativos respecto a Amber, como granadas explosivas que de inmediato causaban efecto en Casper, el fiel defensor de la rubia. Reece decía que Amber había olvidado el lugar y que esa era la razón por la que, desde diez metros más adelante, nos guiaba por lugares tan solitarios y enredados. Casper objetaba lo contrario, y argumentaba que Ace era quien vivía en un lugar demasiado complicado, al que era casi imposible llegar sin ser guiados. Y Owen, a mi lado, me cogía la mano mientras se acurrucaba en el asiento como un ovillo.

Estaba oscuro.

Mientras miraba por la ventana, pegada a la puerta como un chicle, veía como la oscuridad del cielo se comía todos los edificios que íbamos dejando atrás, como la boca de un gigante hambriento. Ver tanta negrura daba la sensación de que el cielo se extendía cada vez más abajo, tragándose todo, y causaba pequeños espasmos de terror en mi cuerpo que desencadenaban en constantes tiritones.

La discusión entre Reece y Casper no ayudaba, lo único que hacía era empeorar ese ambiente de tensión que se había condensado dentro del auto. Aunque, sin lugar a dudas, debía agradecer que al menos Scott había decidido viajar en el automóvil de Amber y Ethan, alejado de mí. No habría soportado tener dentro de ese pequeño espacio cerrado la combinación que hacían Reece y Scott. Suficiente abrumada me sentía escuchando los comentarios negativos de este primero, y también preguntándome si mis padres estarían bien en la casa de los guardianes.

Tanto mi padre como mi madre estaban en casa, solos, resguardados por nadie más que los sirvientes de los guardianes. Y, aunque me habían asegurado que los sirvientes tenían Splendores poderosos que podrían proteger a mis padres en caso de un ataque, eso no era suficiente para mí. Sin desmerecer a nadie, sabía que existía una clara diferencia entre lo que podía lograr Casper y lo que podía lograr uno de sus empleados. Era por eso que hubiese preferido que mis padres estuvieran siendo vigilados por una de las personas que viajaban en esos autos, porque quería lo mejor para ellos.

Mientras miraba por la ventana, no podía dejar de pensar en eso. En eso y en los glimmer. En el sujeto de negro y aquellos ojos grises que parecían tener solo materia gélida dentro de ellos; en su mirada fría, su voz de témpano y expresión de hielo. Todo en él era extraño, como todo lo malo. Envuelto en una belleza extraordinaria, como un papel de regalo rodeando el peor de los obsequios, y aquella postura imperturbable que me hacía creer que nada podía afectarlo.

Cada vez que pensaba en él, no obtenía más que escalofríos. Estaba consciente de que me estaba buscando, en el bosque y en cada rincón de la ciudad, y algo dentro de mí no creía poder soportar otro enfrentamiento con él. Querían matarme, deshacerse de mí, y cuando lo hicieran acabarían con todo el mundo que había conocido. Era demasiado peso sobre mi espalda, y yo no era más que una humana que no mostraba mejoras en ningún aspecto.

Estaba decepcionando a los guardianes. Y aunque no me lo dijeran con su propia voz, me lo gritaban con la mirada. No estaba rindiendo como esperaban, no estaba dando lo que el Asplendor debería dar. Hasta ahora no había hecho nada por ayudar, lo que me ponía en la clara posición del estorbo dentro del equipo.

Suspiré hondo y entrecortado, y me pegué más a la ventana, clavando mis ojos en la oscuridad al otro lado del cristal. No había nada, pero sabía que eso solo era relativo. Sabía que en ese mismo momento podría haber habido alguien vigilándonos desde el otro lado, corriendo tras nosotros para asesinarnos, de la misma manera que había sucedido en la escuela. Recordaba al sujeto de la túnica, oculto tras la corteza del árbol, y recordaba las palabras de Owen.

«Solo tú podías verlo».

Tragué saliva y me pasé los dedos entre los laberintos de mi cabello. Los aborrecía. Los odiaba, y cada vez que recordaba el daño que le habían hecho a mis padres, o el dolor que podían estar causándole a Betty, los odiaba otro poco más. En momentos como ese no me importaba si los glimmer sentían o si tenían sus razones para atacarnos, solo reinaba el deseo de matarlos a todos.

Asesinarlos y deshacerme de ellos, esa vez para siempre.

—Amber se detuvo —informó Casper, rompiendo el hilo de mis pensamientos.

Me giré a mirarlo, con una expresión neutral, y luego devolví mis ojos al otro lado de la ventana, estrechándolos otro poco para enfocar mi mirada en aquellas sombras oscuras.

Al parecer, nos habíamos detenido en una especie de callejón viejo, donde la basura en la acera cubría cualquier significado de limpieza. Aparte de ver ladrillo, no veía nada más. Ni una sola puerta, ni una sola vida, ni un solo ente que nos indicara que estábamos en el lugar correcto, lo que me hizo preguntarme si Amber en verdad recordaba el camino hasta la casa de Ace.

—Lindo lugar para vivir —comentó Reece acompañado de un resoplido, abriendo la puerta para bajarse del auto.

Estaba de acuerdo con las palabras de Reece, ese lugar se veía muy desolado como para que una persona normal viviera allí. Aunque, debía recordarlo, Amber ya nos había advertido que Ace no era un chico normal y que nos daríamos cuenta en cuanto viéramos el lugar donde vivía. Bueno, ya empezaba a comprender el significado de sus palabras.

Casper se bajó de los siguientes y yo hice lo mismo, seguida de Owen. Más adelante, los demás también habían abandonado el auto. Amber nos indicó con un gesto que nos acercáramos, frunciendo el ceño, y luego se puso a caminar internándose en el fondo del callejón mientras el viento agitaba su cabello y la capa negra tras su espalda. Apresuré el paso, dejando atrás tanto a Owen como a Reece y Casper, y comencé a mover mis ojos de un lado a otro para observar el alrededor.

Las paredes de los dos edificios que cerraban nuestros costados se extendían muy arriba, lo que me parecía el cielo, ennegreciendo todo. La única luz provenía desde el smartwach de Amber, alumbrando hacia el frente, y no dejaba ver mayores detalles de las paredes. No había ventanas, ni tampoco puertas, solo basura esparcida en el cemento como adornos de navidad, expeliendo olores nauseabundos, y la tapa de una u otra alcantarilla. Estaba desolado y no me pareció un lugar apto para que alguien formará su hogar, por lo que en un arranque de locura me pregunté si sólo era una broma de Amber o un plan maquiavélico para matarnos. De las dos, la segunda opción era la más probable.

Hay cementerios solos, tumbas llenas de huesos sin sonido —dijo alguien a mi lado, en un fingido susurro tenebroso—, el corazón pasando un túnel oscuro, oscuro, oscuro, como un naufragio hacia adentro nos morimos.

Le dirigí una mirada de soslayo al dueño de aquella voz, Reece, y puse los ojos en blanco. No me parecía el mejor momento para citar un poema referente a la muerte, no mientras nos internábamos en aquella calle abandonada teñida de negro, y se lo dejé claro con la mirada ofendida que le dediqué. Mezcla enfado por su impertinencia, mezcla rencor por las palabras que me había dicho hace unas horas.

Aumenté la velocidad de mis pisadas, luchando por dejar atrás a Reece, y me posé más cerca de Amber para beber de su luz. Scott, por el contrario, aminoró la marcha y llegó a mi lado, sincronizando sus pasos con los míos mientras en su índice encendía una diminuta llama que iluminó el alrededor.

—Es un buen lugar para morir —comentó alzando la voz.

Lo miré de reojo, alzando la mano para rascarme la piel del cuello, y contemplé el primer plano que me dio de la llama en su mano. El fuego se enroscaba sobre sí mismo para formar un espiral y en la punta simulaba una estrella, una figura demasiado linda para pertenecer a los deseos de Scott.

—Ni lo digas —respondí, encogiéndome de hombros—. Yo estoy luchando contra todos mis deseos para no salir corriendo a cavarte una tumba.

—¿Qué? —cuestionó.

—Acabas de decir que es un buen lugar para morir. —Torcí el cuello para buscar a Owen y, al verlo tan alejado de todos, me sentí un poco culpable—. Será mejor que tengas cuidado con lo que dices.

Imitando a Scott, aminoré los pasos para dejar que los demás guardianes pasaran hacia adelante y me puse a caminar junto a Owen, dedicándole una sonrisa. Éste abrió la boca como si quisiera decir algo, pero al parecer cambió de opinión, porque volvió a juntar los labios con velocidad y sólo me regaló una de sus pequeñas sonrisas.

Tuvieron que pasar al menos unos cinco minutos para que pudiéramos llegar al final del callejón, y con ello, al lugar que buscaba Amber. Nos ordenó detenernos cuando una alta pared de cemento nos obstaculizó el camino, potenciando los comentarios ofensivos de Reece, y luego giró a la izquierda para iluminar con la luz de su smartwach una puerta que, estaba segura, nadie de los demás había visto. Incluso yo, que iba moviendo mis ojos para grabarme cada detalle visible, había pasado por alto la pequeña puerta de acero que se camuflaba en la pared de ladrillo.

—Hemos llegado —dijo la rubia, acercándose a un artefacto que había en la esquina superior derecha de la puerta—. No recordaba que el camino era tan corto.

—¿Corto? —preguntó Scott—. A mí no me ha parecido corto.

Los dedos de Amber se movieron ágiles en el interruptor y la puerta se abrió con un chasquido, invitándonos a entrar en la apagada luz azulada que se escapó por el orificio.

—Ace nos está esperando —dijo—. Será mejor que nos demos prisa.

Antes de que alguien pudiera objetar lo contrario, Amber penetró en el lugar y tanto yo como los demás le seguimos los pasos, dejando atrás la calle y la seguridad del cielo. Adentro, más que recibirnos una humilde sala adosada con muebles, lo que nos dio la bienvenida fue todo lo contrario. Un pasillo estrecho se extendía a lo largo, como un callejón sin salida, mientras unas luces intermitentes alumbraban desde el techo lo que era sólo cemento sucio.

En un principio pensé que era una broma, o que me lo estaba imaginando, pero cuando Amber se dirigió a una zona en la pared y presionó un botón grueso de color blanco, supe que toda esa desolación era real. Sí, ese aire denso cargado de olor a óxido era real, al igual que las constantes pulsaciones inquietas de mi corazón. No pude evitar sentirme ahogada, encerrada dentro de aquella fortaleza hecha de hierro donde no había ni una sola ventana revelándome que el aire estaba siendo limpiado de forma constante.

Dos puertas se abrieron frente a la silueta de Amber, emitiendo otro chirrido silencioso, y las siete personas que nos encontrábamos presentes nos subimos en una especie de ascensor que nos llevó varios metros más abajo, en otros preciados cinco minutos más. Me parecía increíble que una sola persona quisiera gozar de tanta seguridad, como si fuese el delincuente más buscado del país, pero omití cualquier comentario referente a ello porque no quería empezar a escucharme como Reece.

Abajo, Amber se encargó de escribir las contraseñas que requería cada puerta con la que nos encontrábamos, y en cada nuevo código sentí como el aire se escapaba otro poco de mis pulmones. Era verdad, cada vez me sentía peor, como si estuvieran infundiéndome temor en vez de esperanza.  No creía poder soportar bajar otros metros más, y si no veía algún orificio de ventilación con urgencia, estaba segura que bien podría desmayarme.

Tenía el pecho comprimido, como si dos manos me estuvieran apretando contra la tierra, pero temía decírselo a alguno de los guardianes y verme como un estorbo dentro de esa simple misión. Así que oculté todos aquellos pensamientos y me limpié el sudor de la frente con la manga de mi sudadera. Debía adquirir valor.

Luego de otros difíciles minutos, Amber por fin nos informó que habíamos llegado a nuestro destino y llamó a una última puerta golpeando con sus nudillos el metal. Al parecer, sus conocimientos respecto a Ace tenían un límite, porque la combinación del pequeño teclado instalado no estaba dentro de su cabeza.

No tuvieron que pasar más de diez segundos para que la puerta se abriera y por ella se asomara la imagen de un hombre joven y atractivo cubierto por una capucha negra. El chico no debía tener más de dieciséis años, estaba segura, pero su mirada declaraba experiencia a borbotones. Su piel era pálida, como si no hubiera conocido nunca la luz del sol, y sus ojos de un tono marrón oscuro que solo ensombrecía más su mirada. Era bello, debía admitirlo, pero como todo lo bello, algo en el sujeto olía a peligro.

¿Ese era el ratón que escondía su hogar tantos metros bajo tierra?

—Amber —habló, y su voz sonó tan infantil como creí—. Han tardado.

Barbie efectuó una inclinación de cabeza en señal de respuesta y se giró unos pequeños grados para señalarnos con su mano.

—Chicos, él es Ace, nuestro hacker —informó—. Ace, ellos son...

—No me interesan sus nombres —la cortó Ace—. Quiero que vayan al punto lo más rápido que puedan. No me gusta que me hagan perder el tiempo.

Vaya tío. Para ser menor que yo, tenía un carácter bastante complicado. Y para ser tan pequeño, un hogar no muy adecuado.

Amber asintió, tragándose sus palabras por primera vez, y entró a la pequeña casa siguiendo los pasos de Ace. Nosotros hicimos lo mismo, avanzando con rapidez, y adentro me di cuenta de que la palabra «casa» no era lo correcto para definir lo que Ace guardaba bajo tantos pisos.

Lo primero que sentí fue un potente frío que me bañó el cuerpo como una cascada, pero al igual que en los demás lugares de aquel subterráneo, la sensación más predominante era el constante ahogo en mi pecho.

Adentro, un gran cubo de metal nos encerraba en una especie de prisión donde lo único dentro eran cables y más cables. Varias plataformas sostenían distintos tipos de computadoras o pantallas, así como teclados y otros objetos que podía reconocer a primera vista, pero mientras más miraba, más me convencía de que jamás podría comprender lo que significaba cada uno de los artefactos o su real importancia. Ni siquiera fui capaz de identificar el nombre del montón de cajas que habían amontonadas en una esquina emitiendo luces de colores brillantes, pero algo me decía que tenían un papel importante en lo que Ace realizaba dentro de ese lugar.

—Este tipo está loco —comentó Casper en un siseo—. ¿Alguien puede decirme qué son todas estas cosas y por qué las tiene bajo tierra?

—Tú nunca entiendes nada, cachorro —le respondió Reece desde atrás, con tono divertido—. Por más que intentáramos explicártelo, tu mente no lograría procesar la información.

Oh, no era necesario que Reece fuera tan cruel con el pequeño Casper. Yo tampoco entendía, y no creía que se debiera a un déficit de inteligencia. Habían cosas, como aquella sala de control, que sólo no estaban a nuestro alcance. Iba a abrir la boca para hablar, pero alguien lo hizo en mi lugar. Ace.

—Es por el frío, Casper —contestó el niño, con voz infantil pero serio semblante—. Los servidores se mantienen en frío.

No pude pasar por alto ese detalle.

—Para no estar interesado en nuestros nombres, estás bastante informado —dije.

Ace pareció darse cuenta de mi presencia, porque volvió sus ojos hacia mí y los clavó sobre los míos. Cuando nuestras miradas se encontraron, algo oscuro estalló en mi interior. Algo en él, en ese diminuto niño, me provocó una atracción que me impedía dejar de observarlo.

—Celeste, el Asplendor. —Arqueó una ceja a la vez que una sonrisa tiraba de una de sus comisuras—. Que observadora.

Pero yo no podía contestar, porque estaba demasiado concentrada intentando mantener mi mirada sobre sus ojos. ¿Por qué tenían que estar tan lejos? ¿Por qué no podían estar más cerca de mí?

Una mano me cubrió la visión y me obligó a perder el contacto.

—No mires a Ace a los ojos —me advirtió Amber, la dueña de aquellas manos suaves—. Nunca lo veas a los ojos.

—¿Qué? —pregunté confundida.

—Sólo no lo mires, Celeste. No te gustará encontrarte con su Splendor, te lo aseguro. Mantente alejada de él, la gente débil no tiene la capacidad de combatirlo.

Retiró sus manos de mis ojos, con velocidad, y yo tragué saliva sintiéndome exhausta, como si un espíritu acabará de tragarse parte de mi alma.

—Que aburrida, Amber, como siempre —dijo la voz de Ace—. Bueno, ¿por qué no me explicas lo que querías pedirme? Te recuerdo que deberás pagar un gran precio por mi trabajo.

—El dinero no es ningún problema —contestó la rubia, acercándose a Ace—. Lo importante es que hagas lo que te pido, de preferencia, lo más rápido posible.

Me pasé la mano por el cabello, aún conmocionada por lo que acababa de ocurrir, y me acerqué a una de las mesas para sostener mi cuerpo en ella. De pronto, me fallaban las fuerzas, y la falta de aire dentro de ese recinto no ayudaba.

—¿A alguien más le da mala espina este niño? —preguntó Casper, en un susurro silencioso que sólo nos alcanzó a los seis que estábamos allí.

Reece se adelantó y cogió un pendrive que había sobre una mesa para girarlo sobre su mano.

—Sí, Casper —artículo con tono burlesco—. Quizá es un mocoso asesino y tiene un maquiavélico plan para matarte.

Hasta yo fui consciente de la mirada asesina que Ethan le dirigió a Reece. Owen se acercó a mi lado y me tomó la mano, apegándose a mí.

—Necesito que registres las cámaras de seguridad de la ciudad —continuó Amber, atrayendo mi atención—. ¿Ya te expliqué lo que le ha pasado a Betty?

Ace caminó hasta una plataforma larga repleta de pantallas y se dejó caer de golpe sobre la silla que había al frente de esta, impulsándose con la punta de su zapatilla para comenzar a girar en círculos sobre la cómoda silla de algodón y rueditas. En verdad, ¿qué edad tenía ese niño?

—Algo recuerdo —respondió encogiéndose de hombros—. Aunque eso no es lo importante. Necesito que me des detalles exactos sobre lo que deseas que haga. Como te he dicho, no soy mago ni adivino.

—Necesito que entres a las cámaras de seguridad de la ciudad —repitió Amber, guiando su mano derecha al smartwach sobre su muñeca para encender una proyección de un mapa—. De esta zona en específico. Tenemos que averiguar cuál fue el camino que siguieron los glimmer luego de secuestrar a Betty, por ello es importante tener acceso a las cámaras.

Ace runruneó y con el pie detuvo las vueltas de la silla.

—¿Y cómo pretendes que lo consiga?

—No lo sé. Tú eres el hacker.

—Vale, pero primero tendrán que darme unos minutos para averiguar dónde está el centro de control y quienes tienen acceso al registro —dijo—. Según lo que tengo entendido, el centro de monitoreo tiene una capacidad de treinta puestos que visualizan las imágenes en tiempo real. Pero, para nuestra suerte, las grabaciones son guardadas y pasan directamente a un comando policial o la policía federal, sin contar la interconexión que tienen con la dirección de tránsito y la jefatura de gobierno. Además, los registros, aparte de ser escritos a mano, también son introducidos en un sistema informático.

—¿Cómo sabes todo eso? —preguntó Casper.

Ace sonrió y movió sus finos dedos sobre un teclado frente a su pecho, con una rapidez sobrehumana. Ni siquiera pareció mirar las teclas para escribir, como si la ubicación de cada letra estuviera grabada con tinta dentro de su cerebro.

—He hecho mis averiguaciones.

—¿Cuánto tardarás? —preguntó Amber.

—De veinte a treinta minutos en elaborar un plan e investigar los datos que necesito para acceder a las cámaras —respondió el chico—. Pero os aseguro que sus grabaciones estarán listas para mañana, como mínimo. Como he dicho antes, no tengo magia.

Veinte minutos era demasiado tiempo para estar allí abajo sin tragar una pizca de aire fresco. No creía, por más que retorcía mis neuronas para pensar lo contrario, que pudiera estar de pie mucho más. El percance con Ace no ayudaba, sólo había sido un motor que impulsó mis deseos de escapar y respirar un aire natural.

—¿Te sientes bien? —murmuró Owen a mi lado, poniendo sus dedos sobre mi antebrazo de improviso—. Por supuesto que no. Necesitas... Necesitas aire.

Alcé la cabeza para mirarlo, relamiéndome los labios, y asentí con un movimiento lento y disimulado. No podía mentirle a Owen, no a él. De todos modos, su mente me descubriría.

—Preferiría estar afuera —admití.

Owen meneó la cabeza afirmativamente y caminó hasta donde se encontraba Amber. No pude evitar dar dos pasos hacia allá instintivamente y llevarme la mano a la zona del pecho.

—Celeste necesita salir al exterior para respirar aire fresco —informó el rubio con un tono espeluznante—. Este lugar cerrado le está haciendo mal, la ventilación no es suficiente. Necesita subir un momento.

Amber lo miró como si no supiera de donde había aparecido y yo me llevé ambas manos a las mejillas.

—Por supuesto que no —dijo Barbie tajante.

—Por supuesto que sí. —La voz de Owen no parecía dejar espacio a reproches—. Vas a dejarla salir porque lo necesita.

—¿Tú sabes el peligro que eso conllevaría?

—Oh, vamos —interrumpió Ace desde la silla—. Hace meses que no ha venido nadie a esta parte de la ciudad. La han dado como un lugar deshabitado, dudo mucho que un glimmer venga a buscarla aquí. Sería un poco estúpido que el Asplendor estuviera viviendo en una zona desprovista de seguridad.

—No puedo permitir que se exponga a tantos riesgos —repuso Amber—. No me importan sus suposiciones.

—Déjala, de todas maneras, si no la sacas se va a morir aquí dentro por un ataque de asma o claustrofobia—insistió el niño—. Además, puedo dejarla usar mi pasadizo secreto que la llevará directamente hasta fuera. De vuelta, puede entrar por allí también. No hay ningún peligro, te lo puedo asegurar.

—No me parece pertinente...

—Ya déjala —comentó Reece, robándose toda la atención de mis ojos. Estaba en una de las mesas, sentado en la orilla vacía y con las manos retorcía un cable celeste—. Todos comprobamos que está vacío allá afuera. El mocoso tiene razón.

Sentí que Amber carraspeaba exasperada, pero no aparté la vista de los ojos azules de Reece y toda la vitalidad que había en ellos. Sólo Heavenly sabía cuánto podían hacerme sentir aquellos zafiros con un mínimo contacto visual, como si un motor se encendiera dentro de mí y no pudiera ser apagado. Como ir subiendo por una montaña rusa, pero no encontrar nunca el descenso que me hiciera volver a la tierra.

—Está bien —se rindió Amber—. Pero sólo serán unos minutos.

La miré, llevada por la emoción, y junté mis manos frente a mis labios.

—¡Sí! —exclamé—. Sólo serán unos minutos. Lo prometo.

—No me prometas nada, mejor cúmplelo.

—Si quieres puedo acompañarte —ofreció Owen—. Para... Para que te sientas más segura.

Negué con la cabeza.

—Tranquilo, puedo ir sola —respondí—. Pero gracias, eres un buen amigo.

Le dirigí una sonrisa a la distancia, traspasando todo lo que se interponía entre nosotros, y Owen me la devolvió desde el otro lado. No obstante, hubo algo en la forma de mover las comisuras que no me pudo convencer del todo, como si unas manos invisibles estuvieran tirando de ellas, y me obligó a cuestionarme si acaso aquella sonrisa sería una farsa.

El pasadizo de Ace terminó siendo un único ascensor con una simple clave que me llevó hasta el exterior. Mucho más fácil de seguir que el intrincado camino por el que nos llevó Amber, cabe recalcar, pero una contraseña mucho más complicada que las que había digitado la rubia, así que Ace me la había anotado en un papel rogándome que no se la enseñara a nadie más. Acepté cumplir a esa condición, y lo haría.

Afuera, de vuelta en aquel callejón oscuro atestado de basura, me apoyé en la pared e inhalé profundo para rellenar mis pulmones con ansiedad. Mientras contemplaba el cielo cubierto de nubarrones grises por el pequeño espacio que me dejaban los tejados, fue inevitable volver a pensar en mis padres. Me los imaginaba solos en la casa de los guardianes, preocupados, tal vez despiertos, mientras el temor de que algo malo pudiera ocurrir engullía sus pensamientos. Y también recordaba a Betty, a la pequeña chica carismática y complicada que no permitiría que alguien la pasara a llevar. ¿Estaría sufriendo? ¿La estarían lastimando si no cooperaba? Todas aquellas ideas me atormentaban. Y, mientras más las repasaba, más ahogada me sentía a pesar de estar respirando aire fresco.

Betty era tan pequeña que me parecía impensable que alguien fuera capaz de lastimarla, pero, a la vez, su personalidad podía traerle demasiados problemas con los glimmer. Sentí impotencia y ganas de retroceder el tiempo hasta aquel día en el bosque para cambiar los hechos, para salvar a Betty, aunque no se me ocurría ninguna forma en que lo pude haber logrado. Sin embargo, por más lo pensaba, más me convencía de que quizá pude haber hecho algo distinto y Betty no estaría en aquella situación.

Me llevé ambas manos al cabello y apreté los dientes, haciendo palpitar mi mandíbula. ¿Ace lograría encontrar a Betty? No lo sabría si no volvía adentro. Estaba en eso, girándome para regresar, cuando algo crujió detrás de mi cuerpo e hizo saltar todas mis pulsaciones. Estaba acostumbrándome a sentir aquella sensación, como si la mano de un muerto me tocara la espalda, y sabía que nunca significaba algo bueno.

Giré la cabeza, sintiendo como el hielo en mi pecho daba paso a un gran iceberg, y me encontré con lo mismo que esperé encontrarme cuando aquella ventisca me atravesó la ropa. Todas las veces que nos habíamos encontrado, siempre había pensado en la misma cosa: que tenía un modo de escapar; porque, en cierto modo, lo tenía. Estaban los guardianes, siempre estaban los guardianes. Sin embargo, aquella vez, solos en aquel callejón a tantos metros sobre el subterráneo, mi pensamiento fue del todo distinto. Lo supe, algo en mí lo supo. Estaba en peligro, y no había nadie que pudiera ayudarme.

Su cabello blanco como la nieve era agitado por la brisa, como pequeñas pelusas de diente de león siendo sopladas por un bebé, y su chaqueta negra, en un contraste directo con la palidez de su piel, se ondeaba detrás de su espalda con completa armonía. Sus ojos, del mismo color del cielo que nos cubría, me analizaron a la distancia y sentí como mi piel comenzaba a caerse por tiras al cemento. Se mantenía sereno e imperturbable, como nada pudiera ser capaz de afectar su semblante serio, y aquel detalle me provocó un escalofrío.

Dio un paso al frente, con una elegancia espeluznante, y yo di uno hacia atrás. Me imaginé que se detendría, como lo haría una persona que intenta coger un gato, pero volvió a dar otro paso en mi dirección.

—¡No te acerques! —chillé, en un impulso.

El sujeto se detuvo y estrechó los ojos, un gesto casi imperceptible.

—Los guardianes están aquí y vendrán en cualquier minuto —dije, intentando que mi voz no temblara—. Será mejor que te marches.

Ladeó la cabeza para mirar la puerta que había en la pared, y luego regresó sus ojos a mí.

—Es verdad —insistí, pero volvió a dar otro paso—. ¡Dije que te detengas!

Él se quedó inmóvil.

—¿Dónde tienen a Betty? —pregunté—. ¿Dónde se la llevaron?

Odiaba cuando los protagonistas de los libros que leía hacían preguntas ridículas, pero sólo en ese momento me di cuenta que era imposible contenerlas dentro de la cabeza.

—A casa. —Su voz aterciopelada, sin ser demasiado grave, me provocó una extraña calma en el interior del pecho; como si fueran las particulares melodías de una canción celta en lugar de ser la voz de un asesino. 

Me pregunté si estaría haciendo uso de su Splendor, después de todo, yo misma lo había visto lanzar una bola púrpura de la mano. Algo extraño y psíquico había en esa acción, así que nada me decía que su voz estaba a salvo de aquel poder.

—¿Dónde está tu casa?

—Te la mostraré —contestó, extendiendo su brazo y la mano envuelta en aquel guante negro hacia mí—. Ven conmigo.

—No, jamás iría con ustedes —dije con voz firme—. No sería tan estúpida como para caer en esa trampa. Está demasiado usada en las películas y en los libros, ya nadie cae en ella.

—¿Ni por tu amiga?

Mi corazón dio un latido brusco y mis pupilas se dilataron, no quería pensar demasiado lo que diría.

—No.

—Celeste.

Algo en la forma que pronunció mi nombre me resultó familiar, pero no pude descifrar qué, porque la puerta que se mantenía cerrada a pocos metros de distancia comenzó a abrirse y toda mi concentración se centró en ella. Le dirigí una mirada por el rabillo del ojo, pero posé mi vista en el sujeto de la chaqueta negra.

—Te lo advertí —articulé forzando una sonrisa—. Vete.

Él, a pesar de que la puerta amenazaba con abrirse, no parecía afectado. De hecho, lo único que hizo fue asentir, mover la cabeza de forma elegante, y luego desaparecer. Exacto, asentir y desaparecer en medio del aire; esfumándose del mismo modo que se esparcía el humo con el viento.

Abrí la boca y luego la cerré, varias veces.

¿Qué demonios?

—¿Celeste? —me llamó Casper desde atrás—. Te estamos esperando.

Volví a verificar el entorno, con la boca entreabierta, pero lo único frente a mí eran las paredes del edificio y la basura esparcida. Sí, sólo basura. Nada de chaqueta negra, ni cabello blanco, ni ojos grises. Nada de glimmer. ¿Me lo había imaginado?

—Celeste —insistió Casper, llegando hasta mí desde atrás y apoyándome la mano en el hombro—. ¿Estás bien? ¿A ocurrido algo?

—No —tartamudeé—. Digo, estoy bien. Estaba a punto de entrar, lamentó haberlos hecho esperar.

Me volteé a mirarlo y me encontré con una de sus agradables sonrisas.

—¿Estás segura? —preguntó.

Asentí con la cabeza y sonreí también, aunque todo lo que quería hacer era cargarme en su hombro y llorar; revelándole todo lo que acababa de ocurrir a pesar de quedar como una loca.

—Bien, entremos —dijo mirándome inquisitivo, al parecer no muy convencido—. Ace tiene algo que decirnos.

—Vale.

Casper entró en la puerta que nos llevaría al ascensor, caminando de forma lenta, y yo, sin medir mis acciones, me adelanté para cogerle la mano con fuerza. No me importó cómo me miraría, ni lo que pensaría. Tampoco me importó si me tacharía como una atrevida. En ese instante lo único que necesitaba era sentir el apoyo de alguien, como un pilar bajo un techo, y Owen no estaba allí. Por primera vez, Owen no estaba allí para mí.

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