Capítulo 17

Durante la tarde, tres horas después de que terminara la última clase, con los guardianes nos dirigimos al centro del mismo bosque donde había desaparecido Betty para iniciar la búsqueda. Nos reunimos en el centro, en la misma circunferencia que nos habíamos congregado antes de iniciar mi entrenamiento, y nos sentamos a esperar que llegara Owen y Scott, aunque ellos aún no sabían de éste último, rodeados de aquellos árboles húmedos y verdes; escuchando el murmullo de insectos y animales en alerta.

Hacía frío, el viento agitaba bruscamente las hojas de los árboles o los matorrales, al igual que nuestros cabellos, y la negrura densa amenazaba con oscurecer todo de un momento a otro, pero nadie parecía atento a ello. De hecho, casi podía apostar a que todos los presentes estaban pensando en una sola cosa. En Betty. En Betty y el recuerdo de sus diminutas manos aplaudiendo por sobre su cabeza.

Sí, todos debían estar atentos a eso. Todos, excepto yo.

Mi mente, como una bestia cruel, había abandonado todos los recuerdos de Betty para concentrarlos en una sola persona, y torturarse recordando unas únicas palabras. «Te odio, Celeste». Las palabras de Reece. ¿Qué significaban esas palabras? Ante cualquier otra persona hubiera sido muy fácil predecir lo que querían decir, pero tratándose de Reece, mi mente lo único que hacía era debatirse entre si había sido real o si sólo había sido otra de sus bromas. ¿Se quería burlar de mí porque yo prácticamente le había dicho a gritos que lo deseaba? No estaba segura.

Por eso, aprovechando que aún no llegaban los demás y que la verdadera conversación todavía no iniciaría, me acerqué al tronco del árbol en el que Reece tenía apoyada la espalda y lo llamé para que pudiéramos hablar alejados de los demás. Sabía que podría librarme de Amber y Casper, pero no de Ethan y sus animales espías.

Nos internamos entre la intensa arboleda, alejándonos no más de diez metros del límite de la circunferencia, y nos detuvimos bajo las ramas gruesas de un árbol con el tronco torcido. Reece apoyó la espalda en la corteza, cruzándose de brazos, y posó sus ojos inquisitivos sobre mí, con un aire de diversión arrastrándose por ellos.

La oscuridad me lamía la espalda espeluznantemente, haciendo que los todos los pelos se me pusieran de punta, mientras el rumor de los animales se internaba en mis oídos desde algún lugar entre los matorrales. Traté de que nada de eso me intimidara, que toda mi atención se centrara únicamente en lo que quería hablar con Reece, y hundí mi mirada en la de él.

—¿Querías hablar conmigo? —preguntó estrechando los ojos—. Qué rápido, muñeca. Ya me estás buscando.

La rabia crepitó dentro de mí, encendida por la actitud de Reece. Miré el piso, porque me sentía incapaz de verlo sin que su mirada me arrebatara la determinación, y dibujé un círculo en la tierra con la punta de mi zapatilla.

—No bromees, Reece —dije—. Estoy aquí para hablar de lo sucedido en la mañana. Lo que me dijiste.

—¿Qué cosa?

—Me dijiste que los que se odian se aman —expliqué—. Y luego tú...

—¿Eso? —Una risa ronca brotó de su garganta—. Pensé que te habías dado cuenta. Estaba bromeando, muñeca. Todo era una broma.

Mis ojos se alzaron tan veloz como las las de un colibrí para llegar a los de él, incapaces de creer que algo así pudiera ser verdad, pero volvieron a bajar tan rápido como habían subido al notar la diversión que emergía de ellos. Dos nudos se enredaron dentro de mi cuerpo, uno en mi garganta y otro en mi estómago. Mi pecho se vio invadido por una presión tortuosa y mis manos por un temblor incontrolable.

De pronto, todo lo que quería hacer era lanzarme al piso para acurrucarme entre las hojas y dormir. Me sentía muy cansada, como si acabara de finalizar un entrenamiento con los guardianes. Aunque sabía que ese cansancio no era físico, era psicológico, y había sido provocado por la decepción que me causó Reece. Porque había creído en sus palabras, aun cuando todo me indicaba que no lo hiciera.

Pero no se lo mostraría, no dejaría que nada de eso afectara la pantalla resistente que creaba ante él.

—Lo sabía —mentí, sin atreverme a mirarlo y ver una vez más aquella expresión burlesca en cada espacio de su rostro—. Era demasiado obvio que estabas bromeando.

—Sí —respondió, rápida y categóricamente.

Removí las hojas secas con mi pie, tan abrumada como enojada, y presté atención a los diminutos insectos que corrían alarmados tratando de escapar en cualquier dirección. En ese momento no me sentía mejor que uno de esos insectos, desesperada por buscar una salida ante esa burbuja incómoda que yo misma había creado.

—Muy obvio —insistí—. Una estúpida broma muy predecible.

—¿Qué más podría haber sido? —cuestionó—. Deberías saber que yo nunca podría enamorarme de ti.

Algo comenzó a quemarme las manos, como si las acabara de poner sobre las llamas de una chimenea, mientras sentía una sensación como si se derritieran los órganos dentro de mí. De pronto, me sentí hecha de cera. Débil y vulnerable. Sabía que un mínimo roce más a mi corazón me haría estallar como una bomba. Lo sabía, porque sentía la energía acumulándose en cada parte de mí. Así que evité mirarlo, porque estaba consciente de la mueca burlona que debía tener su rostro en ese momento.

Apreté los puños y cerré los ojos, intentando mantener la calma.

—¿Muñeca? —lo oí llamarme, con una risa fundida en cada letra—. ¿Qué pensaste? ¿Que me enamoraría de ti?

Si abría la boca, me pondría a llorar. ¿Entonces qué otra cosa podía hacer? Si me giraba y volvía con los demás, ¿las piernas me temblarían?

—¿Muñeca?

—Lamento que mi bella y envidiable voz tenga que interrumpir esta incómoda y desastrosa conversación —habló una segunda voz, obligándome a abrir los ojos—, pero los estamos esperando para iniciar el plan. Y, más lamentable, no me gusta que me hagan esperar.

Torcí el cuello apenas oí aquella voz y clavé la mirada en la silueta de Scott, recortada contra la oscuridad de la noche. En medio de la negrura, sus ojos verdes relucieron bajo el árbol donde tenía el hombro apoyado.

—¿Y este insecto quién es? —preguntó Reece.

—¿Yo? —Scott se señaló el pecho y sonrió, dándonos una buena vista de aquellas perlas blancas y perfectas—. Yo soy la nueva estrella de este equipo. La estrella que los hará triunfar. Y el amigo de Celeste, por si no lo sabias, así que deberías tener más respeto conmigo.

Miré a Reece y lo vi frunciendo el ceño, deshaciéndome a la distancia.

—¿Este idiota es el chico del que nos hablaste? —me preguntó. Separó la espalda del tronco, soltó los brazos y avanzó haciendo crujir las ramas secas bajo sus pies—. Porque de maravilloso no tiene nada.

En otro momento me habría reído. Le habría aplaudido e incluso me habría burlado de Scott. Sin embargo, la rabia contra Reece seguía tan viva crepitando dentro de mí, que apoyarlo no estaba entre mis posibilidades. Aún seguía la humillación deslizándose por mi piel, como babosas aterradoras trasladándose por mi epidermis, y saber que Scott probablemente había sido testigo de ella, sólo lo empeoraba.

Me lamí el labio superior, junté mis manos ardientes a la altura de mi estómago y me hice crujir los huesos de los dedos.

—Sí, él es —dije con un tono hostil.

—Aunque muchos dirían que la palabra «maravilloso» es demasiado escasa para definirme —comentó Scott, pero nadie le presto mayor atención.

Reece avanzó, sin perder la elegancia en cada paso, y se detuvo a dos metros de mí. Sus ojos, azules e hirientes, me recorrieron de pies a cabeza como si no lograran convencerse de que en verdad era yo quien estaba allí, y las comisuras de su boca descendieron.

—¿En verdad este idiota es el compañero que nos ayudaría a lograr nuestro objetivo? —interrogó—. Porque no me parece muy inteligente, ni mucho menos poderoso.

Claro, juzgaba a Scott por su idolatría hacia sí mismo, como si Reece no hiciera lo mismo cada vez que se le presentaba la ocasión. Me pareció muy injusto que menospreciara sus habilidades sólo por la primera impresión. No por comportarse como un idiota, Scott sería más débil. Su personalidad no definía todo lo que era capaz de hacer.

Aunque aquella vez Reece tenía razón, Scott no era inteligente y tampoco estaba apto para trabajar en una misión como esa. Pero no lo admitiría, no cuando estar del lado de Reece me provocaba tantas sensaciones negativas. No le diría que acepté la ayuda de Scott sólo porque éste me amenazó. No, no tenía que saberlo.

Me encogí de hombros, restándole importancia, y me llevé la mano a la parte trasera de mi cabeza para halarme el cabello, con la mirada fija en el piso.

—Su nombre es Scott —murmuré, incapaz de ver a Reece a los ojos—. Él es uno de las dos personas que nos ayudarán a encontrar a Betty. Y es muy capaz, si a eso te refieres.

—¿Dos personas? —cuestionó—. Pensé que sólo sería una.

—Sí, sería una —confirmé—. Pero luego vi a Scott y me di cuenta de que su habilidad realmente nos servirá. Sobretodo si nos encontramos con más Glimmer.

—¿Qué habilidad?

Alcé la vista, encontrándome con los inquietantes ojos azules de Reece, y luego la moví hacia mi derecha para toparme con la mirada verde y divertida de Scott. Éste último parecía cómodo, se mordía la esquina del labio inferior con suavidad y meneaba la cabeza de forma juguetona mientras sus ojos vivaces abarcaban todo. Supuse que le entretenía la situación, después de todo no todos los días me veía a mí, su enemiga, defendiéndolo ante los demás.

—Quizá él te la pueda explicar —dije, guardando mis manos dentro de los bolsillos de mi chaqueta para alejarlas del frío—. Después de todo, a mi «amigo» le encanta alardear sobre sus capacidades. Estoy segura que te dará un informe detallado sobre sus habilidades.

—No le estoy preguntando a él —refutó Reece.

Scott me regaló otra de sus sonrisas, a la distancia, y separó el hombro del árbol para enderezarse.

—Sí, me encantaría poder hablaros acerca de mi perfección, pero me temo que tenemos que irnos. —Golpeó el lateral de su mano derecha sobre la palma de la izquierda, dividiendo su mano—. El tiempo se agota y los demás nos están esperando. Quizá allá, cuando todos estemos reunidos, pueda contaros acerca de mi genialidad.

Oprimí una risa y giré sobre mis talones, revolviendo las hojas bajo mis zapatillas, para caminar hacia Scott.

—Genialidad —balbuceé, esperando que nadie me oyera—. Creo que nadie desea escuchar acerca de eso, Scotty.

—Por cierto —agregó Scott, obligándome a mirarlo—, tu novio te está esperando. Se desesperó en cuanto vio que no estabas, como si se le acabara el aire o algo así. Por suerte, gracias a la mala manía que tiene de robar los pensamientos, pareció darse cuenta de que sólo estabas más acá y se calmó.

Owen, estaba hablando de Owen.

—¿Novio? —preguntó Reece desde atrás, alzando la voz—. ¿Como que novio?

—¿Owen? —interrogué.

—Sí, ese tipo está mal —me contó arrugando la nariz—. No paraba de manosearse los brazos, como si en vez de viento lo que tocaba su piel fuera nieve. Creo que en verdad le ha hecho mal no tenerte allí. Por eso me he ofrecido para venir a buscarte.

Lancé una carcajada de incredulidad.

—¿Tú te ofreciste por caridad hacia Owen?

—Caridad no —me corrigió—. Lo hice por mi propio bien. No soportaba seguir viendo la manera en que se retorcía como un perro envenenado.

Reece me adelantó, rozándome el hombro al momento de pasar por mi lado, y caminó tan rápido que apenas fui consciente del momento en que la oscuridad se tragó su cuerpo como un agujero negro y lo hizo desaparecer de mi vista.

No pude eludir las interrogantes que vinieron a mi cabeza. Preguntas que trataban de hallar la respuesta a la actitud de Reece. Se había marchado de forma hostil y sin decir nada. ¿Se sentía cabreado con la situación? ¿Era otra cosa?

Scott se aproximó a mí para caminar a mi costado y rió por lo bajo, apartando mi mente de las cavilaciones.

—Celeste Bynes, rechazada en el amor —articuló, mofándose de mí.

Alcé la mirada hacia él lo más rápido que me permitieron los músculos en mi cuello, e hice una mueca.

—¿De qué estás hablando?

—Lo he escuchado, «muñeca». —Elevó las manos para con sus dedos dibujar unas comillas en la última palabra—. «¿Qué pensaste? ¿Que me enamoraría de ti?». Esas palabras sólo me dicen una cosa.

Sí, lo había escuchado. Scott había sido testigo de mi aplastante humillación, lo que me traería como consecuencias tener que aguantar por el resto de mis días sus burlas y comentarios sarcásticos. Casi podía imaginar dentro de mi mente sus palabras denigrantes y su risa ensayada revoloteando entre mis neuronas.

No podía dejar que eso pasara.

—No es lo que piensas —mentí, aun cuando sospechaba que nada de lo que dijera lo haría cambiar de parecer—. Lo más probable es que escuchaste mal. Eso pasa cuando te escabulles como un ratón para robarle los secretos a los demás.

Scott pateó una piedra con la punta de su zapatilla, la cual rodó varios metros entre las hojas.

—Sé lo que oí —refutó—. No me harás cambiar de parecer, fenómeno. Aunque, claro, por suerte llegué a tiempo.

—¿A tiempo de qué?

—A tiempo de ver cómo te robaban otro poco de dignidad —explicó con tono alegre—. Pero le he dicho que tienes novio, así que eso lo hará creer que sus sospechas sobre ti eran sólo ideas equivocadas. En su mente nada de aquella escena humillante habrá pasado, pero en la tuya, por el contrario, el recuerdo siempre seguirá vivo. ¿O me equivoco?

—Owen no es mi novio. —No sabía si recurría a eso porque en verdad era lo que más me importaba aclarar, o porque necesitaba ignorar todo lo demás.

Scott extendió su mano derecha, alzó su dedo índice y en la punta de éste comenzó a nacer una diminuta llama azul que iluminó todo el lugar. Mis ojos se posaron en ella, asombrados, y contemplaron la forma en que se ondeaba llenando de destellos zafiros nuestro alrededor esmeralda.

—Pero él quiere serlo —dijo mirándome de soslayo—. ¿Te gusta?

Regresé mis ojos a Scott.

—¿Qué?

—Mis llamas. Te gustan, fenómeno. —Sonrió—. No puedes ocultar el brillo de tus ojos cada vez que las ven.

—Eres ridículo —comenté, apresurando mis pasos para pasar adelante y alejarme de Scott y su fuego azulado.

¿Me gustaban? Sí, siempre me habían gustado y siempre había deseado, en lo más profundo de mi interior, que esa habilidad fuera mía. Era el sueño de cualquier persona, supuse. No todo el mundo podía alardear por tener un Splendor de los cuatro elementos principales. Pero no, Heavenly jamás había escogido aquella magnificencia para mí.

Me interné entre la arboleda, apartando las ramas y espinas que amenazaban con arañarme el rostro maltratado, y salí a la zona de la circunferencia en que se encontraban los demás, dando pequeños saltos que me hicieron entrar en calor.

Cuando alcé la mirada, me percaté de que todos se mantenían con los ojos clavados en mi dirección. Reece había vuelto al mismo árbol donde había estado antes de interrumpirlo, con la espalda apoyada en la gruesa corteza y los brazos cruzados a la altura del pecho. Amber estaba sentada en el mismo tronco partido que hace unos minutos, y con una rama seca dibujaba figuras en la tierra hundiendo la punta en el barro. Casper y Ethan se habían apartado a una esquina, bastante apartados de los demás, y ambos me miraron cuando mis pies marcaron presencia aplastando hojas y palos.

Pero yo no estaba interesada en ninguno de ellos. Todo lo que hizo mi cerebro fue buscar alrededor, como un robot mecanizado, y tratar de hallar en ese montón de rostros conocidos la cara pálida de Owen. Lo encontré de inmediato; su figura delgada y pómulos marcados, producto de la desnutrición, se apoderaron de mis ojos a la lejanía en cuanto inspeccioné el entorno.

Se encontraba de pie junto a un árbol que quedaba en el arco opuesto de la circunferencia, muy lejos de cualquiera de los guardianes, y se frotaba las palmas de las manos sobre sus propios brazos como si tuviera frío. Se le veía tan desgarbado como siempre, con su ropa oscura suelta y los mechones rubios fundiéndose con la palidez de su rostro, oscureciendo aún más las ojeras bajo sus cuencas. Parecía un niño enfermo y débil, como siempre que lo veía, pero no quise pensar en ello.

En cuanto me vio, se encogió, incómodo, y separó los brazos para comenzar a trotar en mi dirección. Yo hice lo mismo, caminando despacio para no atraer demasiado la atención, y cuando nos juntamos dejé que Owen me clavara los dedos en los hombros para darme un pequeño abrazo.

—Hola, Celeste —me saludó, separándose para mirarme con sus dos bolas miel—. No estabas aquí... Yo pensé que me habías mentido. Pensé... Pensé que te había ocurrido algo.

—Estaba aclarando un asunto —expliqué, encogiéndome de hombros—. No pensé que llegarías tan rápido. Apenas me había ido cuando tú llegaste.

—Lo siento —se disculpó, agachando la mirada—. No era mi intención interrumpirte.

—¡No! —exclamé—. No me pidas perdón. Has llegado en el mejor momento, tan puntual como me esperaba.

Owen respiró profundo y hondo, y me regaló una de sus escasas sonrisas tímidas. ¿Habría visto mi humillante escena con Reece dentro de su pequeña cabeza?

—Bueno, ya que estamos todos reunidos —habló Amber, alzando la voz por encima de la mía y los susurros de los animales—, es momento de organizarnos. Así que creo que lo más justo es empezar presentándonos, tanto los antiguos integrantes de este grupo como los nuevos. Con el fin de conocernos, nada más.

Me volteé para mirar a Barbie, supuse que los demás también lo hicieron, y clavé mis ojos en su esbelta figura de princesa. Amber se puso de pie, con la rama delgada entre los dedos, y se sacudió la suciedad de los pantalones con su mano libre.

—¿Quién quiere empezar? —preguntó, escueta, y al ver que nadie se ofrecía, dio un paso al frente—. Bien, empezaré yo.

¿A quién pretendía engañar? A Amber le encantaba ser el centro de atención y la principal en todo.

—Mi nombre es Amber Washington —dijo con voz neutral—. Guardiana de Heavenly y protectora del gobierno, clase S, perteneciente al departamento de AICAM. —Sus ojos recorrieron cada uno de nuestros rostros—. Mi Splendor se relaciona con la electricidad, eso es todo lo que tienen que saber.

—Yo soy Casper Cook —continuó Casper, con una sonrisa—. Guardián de Heavenly y protector del gobierno. Clase S, perteneciente al departamento de AICAM. Tengo la capacidad de convertirme en cualquier felino que mi mente visualice, sin excepción. —Señaló a Ethan, a la vez que lo miraba—. Él es Ethan Foster y su habilidad le permite comunicarse con cualquier animal no humano.

Reece resopló, interponiéndose al silencio que se creó.

—Reece Baker —dijo con tono perezoso—. Inserten aquí el mismo discurso aburrido de los demás. Él más sexy de todos y el más perseguido por los fans. Telequinesia.

Casper dejó salir una risita y yo puse los ojos en blanco, no se podía esperar algo distinto de Reece. Siempre parecía estar jugando, incluso cuando se trataba de los sentimientos de los demás. Pensé con amargura en lo sucedido detrás de los árboles y aparté aquel recuerdo de un manotazo, tan rápido como había aparecido.

Miré a Owen, esperando a que se presentara de los siguientes, pero lo vi temblar de miedo mientras refugiaba la mirada entre las hojas de la tierra. No tenía que poseer telepatía para saber que se sentía intranquilo y que temía presentarse ante los demás. Sentí lastima, porque podía imaginar su incapacidad para relacionarse con los demás tal como sucedía con Ethan, y sabía que no lo haría a menos que se lo exigieran. Pero yo no quería que le exigieran nada.

Alcé la mano, llamando la atención de los demás, y me aclaré la garganta.

—Yo soy Celeste, pero todos me conocen y encuentro innecesario hacer un discurso extenso sobre mí. —Señalé a Owen de la misma manera en que Casper había señalado a Ethan—. Él es Owen Collins, un excelente estudiante con una gran capacidad. Su Splendor le permite leer la mente de cualquier persona, sin excepción, por eso la importancia de tenerlo en nuestro equipo. Cualquiera que tenga información sobre Betty, no podrá ocultarla ante Owen.

—Siempre y cuando no lo sepan —opinó Casper—. La habilidad de Owen, quiero decir. Porque si lo saben, ocultar sus pensamientos será muy fácil.

—No tan fácil —comentó Amber—. No del todo. Siempre habrán pensamientos e información que no lograrás camuflar con nada. De todos modos, será importante que mantengamos la habilidad de este chico en secreto con el fin de no entorpecer el robo de información.

—A eso me refería —dijo Casper asintiendo—. Lo mejor es no comentar su habilidad con otras personas.

Miré a Owen, dedicándole una sonrisa tranquilizadora, y éste me la devolvió con mucho ánimo.

—Bueno, supongo que es mi turno —habló Scott, atrayendo la atención de todos. Lo miré, recordando su presencia con un poco de culpabilidad, y observé como encendía otra llama diminuta en sus dedos—. Mi nombre es Scott Taylor, alumno ejemplar de Escudo y Espada, calificado como futuro prometedor y admirado por muchos rostros de la televisión. Se me ve como una especie de Dios, por más que he ordenado dejar las idolatrías, y como la profecía que podría salvar la tierra de muchos males. —Hizo crecer las llamas en sus manos, haciéndolas formar espirales que viajaban al cielo—. ¿Mi Splendor? Pirokinesis de llamas azules. Una excepcional habilidad, muy rara y llamativa. Han pasado años desde que se avistó una habilidad como la mía.

Scott cerró el puño y las llamas desaparecieron. No sabía si reírme, molestarme, o sólo suspirar resignada ante el exagerado discurso de Scott. Después de todo, estaba consciente de que cada vez que Scott abriría la boca, sería para decir algo así.

—Debería ser ilegal que idiotas como este posean una habilidad de ese calibre —comentó Reece—. Todo un desperdicio.

—¿Perdón? —Scott torció el cuello para mirarlo.

Cerré los ojos y me llevé las manos al rostro, para cubrirlo con mi carne y alejarlo de aquella escena peligrosa. Oh, no.

—Por idiotas como tú es que el mundo se arriesga a ser destruido —dijo Reece—. Las habilidades grandiosas no deberían ser entregadas a estúpidos, así de simple.

—¿Qué te hace pensar que no soy apto para tener esta habilidad?

—¿En verdad no lo sabes?

Por Heavenly. Alguien tenía que interrumpir esa discusión entre engreídos o el bosque explotaría de un momento a otro, estaba segura. No se me ocurría que algo bueno podía salir de una discusión entre Reece y Scott, dos sujetos peligrosos y ególatras.

Me saqué las manos de los ojos, arrastrándolas hacia abajo y tirando de mis párpados inferiores como un perro Hush Puppies. Cuando miré mi entorno, Amber ya se había situado en el centro del círculo para imponerse ante los demás.

—Chicos —vociferó con tono brusco—, estamos aquí para encontrar la solución a un problema, no para armar un nuevo conflicto. El que no se sienta capacitado para mantener el orden, es libre de abandonarlos y volver a casa. Pero, por favor, no interrumpan esta reunión.

—Sí, aquí lo importante es rescatar a Betty —nos recordó Casper—. Ese es el motivo de que nos encontremos aquí, no otro.

Estaba de acuerdo con sus palabras.

—Él empezó —se defendió Reece, alzando los hombros—. Todo es su culpa.

—Por supuesto que no —balbuceé estrechando los ojos.

Amber meneó la cabeza afirmativamente, soltando la rama que aún tenía en los dedos, y se llevó ambas manos a su cadera.

—Bueno, ahora que ya nos hemos presentado —prosiguió—, quiero informarlos acerca de nuestro primer paso. Supongo que todos estamos de acuerdo en que lo primero que debemos hacer es averiguar a donde se la llevaron después de salir de este bosque, ¿no? —Asentí, aunque no sabía si me vería—. Bien, he encontrado la mejor manera de hacerlo.

—¿Cuál? —preguntó Casper, frotándose la barbilla con la mano izquierda—. No sabía que ya habías pensado en un plan.

—Yo siempre pienso en todo —aclaró Amber—. Por eso es que decidí contactar con un amigo cercano, experto en la informática, un verdadero Hacker, para que nos ayude a robarnos las grabaciones de las cámaras de seguridad de la ciudad.

—¿Crees que eso ayude? —cuestioné arqueando las cejas—. Te recuerdo que se fueron en un portal, no a pie.

Amber asintió, comprensiva, y extrajo las manos de sus caderas para dibujar una línea imaginaria con uno de sus dedos índices.

—Sí, entiendo tu punto —dijo—. Pero, en toda la existencia de Heavenly, no ha existido persona capaz de crear un portal que sea capaz de transportar a alguien por más de un kilómetro. Eso no existe, no se ha visto nunca, y no creo que en los Glimmer sea distinto. —Arrastró el pie por la tierra, creando un círculo y dibujando un punto adentro de éste, desviado del centro—. Este es el bosque, el círculo, y el punto es el lugar donde fue creado el portal. La distancia del portal con cualquier salida del bosque sobrepasa el kilómetro, por eso es que estoy tan segura de que las cámaras nos ayudarán. Los Glimmer abandonaron el bosque caminando.

Miré el dibujo sobre la tierra, analizando las palabras de Amber con detenimiento, y asentí afirmando su teoría. Tenía sentido, y por el momento era todo lo que teníamos a nuestro alcance para hallar a Betty.

—¿Pero crees que funcione? —interrogó Casper—. El gobierno ya habría utilizado las cámaras para encontrarlos de ser posible.

—Las cámaras de seguridad no nos llevarán directo a ellos, no creo que sean tan estúpidos —refutó Barbie—. Pero nos llevarán hasta nuestra siguiente pista. Además, si el gobierno no los ha encontrado es porque todos sabemos que al gobierno no le gusta meterse en los lugares peligrosos y alejados de la ley.

—¿Y a nosotros sí? —preguntó Casper, alzando las manos para cubrirse las mejillas.

—¡Sí! —grité excitada, dando pequeños brincos para entrar en calor. Solté una risa avergonzada al ver que todos me miraban—. ¿Qué? Es por Betty, ¿no? Si tenemos que unirnos a la pandilla de la ciudad para encontrarla, lo haremos.

Owen rió por lo bajo y estiré mi mano derecha para apretarle el hombro de forma reconfortante.

—Al fin alguien que proponga algo interesante —murmuró Reece.

—Estoy de acuerdo con Celeste —dijo Casper—. Tenemos que llegar hasta el final por Betty.

—¿Entonces cuál es nuestro siguiente paso? —pregunté.

—Ir donde Ace, nuestro Hacker —confirmó Amber.

—¿Y estás segura de que él podrá lograrlo?

—Oh, cuando vean el lugar en el que vive, desearán no haberlo preguntado.

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