Capítulo 15
A lo primero que recurrí fue al inevitable forcejeo. Una sensación desagradable me atravesó el cuerpo, la mente y el alma, mientras mis manos viajaban desde las hojas secas bajo mi cuerpo hasta las manos que me cubrían la boca. Mis dedos se cerraron como los dientes de una piraña en torno a aquellos dedos cubiertos de tela negra, e intentaron despegarlos de mi propia piel lívida. Pero me fue imposible apartarlos, mi fuerza no era nada comparada con la de aquel ser, y eso hizo que todo mi cuerpo comenzara a temblar. Olvidando rápidamente el dolor de las heridas, porque era otra cosa lo que mi cerebro había calificado como relevante.
El tacto de aquel guante negro y frío hizo que el recuerdo del sujeto de la espada que había irrumpido en mi casa empezara a inundarme la mente. Imágenes que incluían a mi madre inconsciente y herida, el sonido de sus huesos al romperse, el ruido que hizo la cuchilla de Reece en el cuerpo de aquel reptil, y detalles que parecían inútiles y sepultados.
¿Era él? Me recordé a mí misma siendo alzada en el aire, mientras sus pies se despegaban del cemento y el piso se alejaba de mí. Experimenté nuevamente esa sensación de náuseas y vértigo, a la vez que la electricidad enviada por Amber repercutía dentro de mí. Sabía que no era real, que aquello era sólo un recuerdo, pero mi mente recibía todo aquello como si lo estuviera viviendo en ese mismo instante.
Comencé a sudar y a sufrir un ataque de taquicardia, sin contar que me sentía mareada y débil. No sabía si era producto del golpe o del pánico que amenazaba con deshacerme. Pero pensé en Betty, en su risa de diablillo a solo unos metros, y en el entrenamiento que los guardianes me habían dado. Pensé en mis padres, y me di cuenta de que tenía que buscar la forma de llegar a la bengala negra lo antes posible. Yo podía, yo era más que esa chica que deseaba lanzarse a llorar hasta que el dolor en su propia garganta la hiciera despertarse de esa espeluznante pesadilla.
Intenté ponerme de pie. Guié mis manos al tronco frente a mí y aferré mis garras a la corteza, impulsándome para ponerme de pie. Sin embargo, mis movimientos y determinación estaban siendo frenados por las extremidades de aquel hombre. Sus brazos abandonaron mi boca y me rodearon el cuerpo, apretándome contra su pecho por sobre mis codos, como un cinturón de seguridad. Perdí la fuerza, me vi inmovilizada e inutilizada, y mis piernas no parecían tener la fuerza suficiente como para levantar mis kilos sumados a los de aquel Glimmer. No obstante, a pesar de la consternación y desesperación, era consciente de una sola cosa. Mi voz ya no estaba imposibilitada por aquella barrera de carne y huesos. Mi voz volvía a estar disponible.
Abrí la boca, tragando un montón de aire, y luego le ordené a mi estómago que expulsara aquel oxígeno convertido en palabras afuera.
—¡Betty! —Las paredes de mi garganta ardieron, como si piedras estuvieran siendo deslizadas por allí—. ¡Betty! ¡Betty, estoy aquí!
El hombre se removió inquieto y una de sus manos volvió a estar sobre mi boca. La otra continuaba envolviéndome los brazos. Me sacudí, de un lado a otro, sintiendo como las lágrimas me quemaban los ojos, y empujé mi propio peso hacia atrás. Quizá si lograba derribarlo de espaldas, sus brazos perderían fuerza y yo podría levantarme. Sin embargo, nada fue así. Él se puso de pie, arrastrándome a mí en el camino, y pegó su rostro a mi nuca para susurrarme en silencio con un tono espeluznante.
—No grites, no quieres involucrar a los demás.
«No quieres involucrar a los demás». No. Se equivocaba. No le tenía miedo. Sabía que tanto Reece como cualquiera otra era capaz de acabar con él. Lo sabía, porque los conocía y eran parte de mí, parte de mi equipo. Sus palabras no me intimidarían. No tendrían en mí el efecto que él deseaba. Si su plan era que me transformara en una tranquila prisionera porque se atrevía a amenazar la vida de mis amigos, estaba muy equivocado.
Continué retorciéndome, luchando contra los tentáculos que me retenían y tratando de creer que mi determinación sería suficiente para liberarme de aquel ser. Pero, al igual que sucedió con el guardia de la panadería DELICIAS DIVINAS, su cuerpo me alzó del piso y me vi siendo arrastrada hacia adelante sin ninguna dificultad. Sin que nada se lo impidiera, tan simple como la marea arrastraría un cadáver, sumergiéndolo en las profundidades lúgubres bajo sus olas.
Me llevó a través de unos matorrales con espinas que me cortaron la piel del rostro y los brazos, dejando cicatrices allí donde otras ya habían desaparecido. Sus pisadas resonaban con los crujidos de las hojas secas al ser aplastadas, emitiendo sonidos donde los animales parecían haber sido extinguidos. Sí, ausentes, como si un agujero negro acabara de haberse tragado a cada uno de ellos. ¿Dónde habían ido? ¿Dónde estaba Ethan? Moví mis ojos analizando mi alrededor teñido de esmeralda, con un matriz de miedo ¿A dónde me llevaba? ¿Planeaban matarme? ¿Secuestrarme y torturarme? Tragué saliva ¿Dónde estaba Reece y Amber? Un sabor amargo me bañó el paladar, mientras la preocupación acababa con todo lo demás. ¿El sujeto estaba solo o acompañado?
Atravesamos dos árboles de tronco grueso, húmedos y oscurecidos con manchas negras a causa de la reciente lluvia, y luego giró hacia la izquierda para abrirse camino entre una maraña de ramas con espinas gruesas. Más magulladuras se dibujaron en mi rostro mientras penetrábamos en ese túnel de tortura. Cerré los ojos, para evitar que una de las ramas me hiriera las córneas, y gemí debido al dolor que me causaban los rasguños. Cada nuevo golpe era como un latigazo, puesto sobre mi epidermis con mucho deseo y precisión. Y, mientras el Glimmer seguía avanzando por aquel camino que no anunciaba fin, me cuestioné si acaso aquella sería sólo una forma más de torturarme.
Pasaron treinta segundos —aunque yo los sentí como minutos— hasta que dejé de sentir las astillas clavándose dentro de mi piel y pude volver a abrir los ojos. Al principio no vi nada, sólo árboles y matorrales empapando todo de color verde, manchados con puntitos negros que creaban mis propios ojos. Sin embargo, cuando miré con más atención y mis ojos buscaron con desesperación cualquier cosa que me ayudara a salir de allí, la vi.
Betty, de pie junto al tronco torcido de un árbol. Con su traje de cuero negro manchado de barro, sus botas sucias y el cabello enmarañado. Tenía los ojos aguados, entrecerrados con determinación y esparciendo sentimientos de rabia e irá por ellos. Alguien la sostenía desde atrás. Un hombre joven de cabello rojo, envuelto en una capa negra, y con un cuchillo puesto en su garganta la mantenía tan quieta como una estatua.
De inmediato entré en desesperación. Me sacudí intentando que mis retorcidos movimientos tuvieran algún resultado positivo, pero la fuerza del Glimmer era infranqueable. Comencé a gemir, a patalear, a empujar con mi lengua la mano enguantada de aquel monstruo, pero nada servía. Nada funcionaba, y de pronto me vi a mí misma llorando desconsoladamente mientras chillaba una y otra vez tratando de que alguien me escuchara.
Betty me miró, ladeando la cabeza levemente, y una expresión de suplicaba pasó fugazmente por sus ojos. El hombre detrás de ella, por el contrario, me miró con fascinación, como si hubiera algo realmente apetecible en mi manera de actuar, y sonrió con satisfacción.
La tenían, tenían a Betty, mi heroína ideal. Si la mujer fuerte e inteligente acababa de ser neutralizada, ¿qué quedaba para mí? ¿Qué quedaba para los demás? Pensé en mis padres, tranquilos en algún lugar de la ciudad, pensando que su hija estaba bien junto con los demás guardianes. Pensé en Casper, con un libro entre las manos mientras tenía la convicción de que sus compañeros estaban a salvo. En Amber, sentada junto a la hoguera blanca, a la espera de alguna señal, sin imaginarse que dentro del bosque una de sus amigas estaba siendo atacada. En Reece, escondido en algún punto lejano mientras esperaba la señal de rendición de mi parte. Y en Ethan, traté de pensar en él, pero me fue imposible imaginármelo bien. Porque no tenía la certeza, porque no podía saber si estaba efectivamente bien y si los animales podrían protegerlo de lo que fuera que lo atacara.
¿Cómo nos habían encontrado? ¿Cómo habían llegado hasta allí?
Un recuerdo fugaz hizo aparición en mi memoria, tan rápido como parpadeo, y unas garras invisibles retorcieron los órganos de mi interior. La mañana. El sujeto con la túnica junto al árbol. Él lo había escuchado.
—Celeste. —La voz, proveniente de la boca de un tercer Glimmer que se encontraba de pie sobre el árbol junto a Betty, me provocó espasmos de terror—. El arma de los humanos. La salvación de los humanos. La esperanza de los humanos. La defensa de los humanos. El objeto de los humanos.
Subí mis ojos hasta la rama gruesa del árbol y lo miré. O, mejor dicho, la miré. El Glimmer tenía el cuerpo de una mujer, esbelto y lleno de curvas, aunque, no pude evitar preguntarme si acaso esas cosas poseerían un sexo que los distinguiera a los unos de los otros.
La mujer, de cabello rojo, dio un saltó elegante y aterrizó limpiamente junto al pelirrojo que mantenía sujeta a Betty, enderezándose apenas sus pies tocaron la tierra.
—Celeste, la protegida de los humanos —añadió, escupiendo las palabras como si le causara asco lo que significaban—. Tantos nombres. ¿Cómo prefieres que te llamemos, pequeña de ojos azules?
Estreché los ojos, recorriendo tanto el cuerpo de la Glimmer femenina como del Glimmer masculino, e imité lo más parecido a un gruñido que pude emplear.
—Celeste... —musitó el que sostenía a Betty, recorriéndome con sus perlas verdes—. ¿Puedo tocarla?
La mujer de cabello rojo chasqueó los dedos y meneó la cabeza negativamente.
—Debemos llevarla con los demás a través del portal lo antes posible —dijo con un tono neutro—. Es preferible que no nos encontremos con sus otros compañeros, entrar en una pelea no es lo que nos conviene en este momento. —Clavó sus ojos en el Glimmer—. Lo mejor es apresurarnos, Evan.
Evan ronroneó como un gato, se lamió los labios y volvió a taladrarme con sus ojos.
—¿Entonces puedo hacerlo en casa?
Un escalofrío me recorrió la carne, erizando cada uno de los vellos, pero respuesta del hombre que se encontraba detrás de mí fue inmediata.
—No.
Betty se removió, inquieta, pero Evan le hizo un corte pequeño en el cuello y ésta se quedó inmóvil de inmediato. Desde la distancia fui apenas consciente de la rapidez con que la herida volvía a cerrarse.
—Maravilloso —comentó el pelirrojo, y yo tuve unas increíbles ganas de enterrarle las uñas en las cuencas de los ojos y ver cómo su humor vítreo se derramaba entre mis dedos—. Nuestra fuente ha hecho un gran trabajo en los humanos.
«Nuestra fuente». Saboreé sus palabras con horrible terror. ¿Era su fuente? Sí, claro que lo era.
—Procederé a hacer el portal —informó la mujer, ignorando el comentario de su compañero, y se giró para acercarse a la base del tronco en el que hace sólo unos segundos había estado parada—. Waritumi Iamanatu, ai pani mituma.
¿Qué diablos?
Me pregunté a qué se referirían sus palabras. ¿De qué estaba hablando? ¿Qué significaba el portal? No obstante, dejé de pensar en cuanto sus propias uñas comenzaron a rebanarle la piel de los antebrazos, dejando salir de ella un líquido espeso de color rojo, tan parecido a nuestra sangre como el mar al agua.
Quise dar un paso hacia atrás, retroceder para escapar de aquella escena, pero el cuerpo de mi secuestrador me lo impidió. Entonces cerraría los ojos, impondría mis párpados como las cortinas que cubrirían aquel cuadro desagradable, pero el morbo, o la curiosidad, no me permitió lograrlo y mis ojos continuaron observando a la chica mientras la sangre manaba a borbotones por sus venas.
Me quedé allí, viendo como la tierra se teñía al igual que lo haría un lienzo de pintura al óleo, y emití una imparable arcada de asco. El brazo que me amarraba el cuerpo como una cuerda tensa, me liberó, y su mano ascendió para cubrirme los ojos, apartando aquel acto mortífero y repugnante de mi vista. Sentí mis pulmones libres, suplicando por aire, y traté de abrir la boca para recogerlo, pero la presión era demasiada y sólo tuve que conformarme con el oxígeno que me brindaba mi congestionada nariz.
Subí mis manos hasta las que me tapaban el rostro, preguntándome si su gesto era de bondad o indiferencia, y las dejé allí mientras por mi mente lo único que pasaban eran destellos de sangre. Sangre entre las hojas la tierra. Sangre en mi cabeza. Sangre en los brazos de la mujer Glimmer. Sangre en el cuello de Betty. Sangre, sangre por todos lados. Sangre en el cuerpo de mis compañeros.
¿De qué sirve tener una habilidad grandiosa si no puede ser utilizada para salvar a tus compañeros? El Asplendor, el famoso Asplendor. ¿Dónde estaba el poder del Asplendor? No estaba. Realmente, nunca había contado con eso. Siempre había sido lo mismo, yo contra el mundo y la sociedad. Sólo contaba conmigo misma. Y ahora tenía mis manos libres.
Las bajé, separándolas del tacto de aquel guante, y las guié disimuladamente hasta el bolso que colgaba junto a mi cintura. Intenté sollozar, concentrarme en hacerlo con muchas ganas, y tomé entre mis dedos temblorosos el frío carro del cierre para abrirlo. Mi corazón palpitaba frenético, sabía que una sola mirada a mis manos delataría mi plan a mis enemigos, pero tampoco podía cerciorarme de que nadie me prestara atención, tenía los ojos cubiertos. Seguí abriendo el bolso, respirando agitadamente, y, dándome cuenta de que si lo hacía lentamente sólo lo empeoraría, lo abrí de golpe e inserté mi mano en el agujero.
Entonces me di cuenta de dos cosas. Uno, que tenía tanto la bengala como la cuchilla afilada para elegir. Y dos, que tendría que decidirme por una de las dos rápidamente. ¿Bengala o cuchilla? No lo pensé mucho. Cuchilla. Cogí la empuñadura y la rodeé con mis dedos, aferrándola con fuerza para asegurarme de que era real y no sólo una ilusión producto de mis sueños.
La mano que me cubría los ojos desapareció y la panorámica de los Glimmer junto a Betty apareció nuevamente en mi campo de visión. Pero algo había cambiado, lo que vi a continuación parecía un montaje cinematográfico. El árbol, hace solo unos segundos tan normal como otro árbol, ahora era el recipiente para un enorme rectángulo brillante en el centro de su tronco. Era del tamaño de una puerta, brillante y de aspecto gelatinoso, mágico e irreal. De tonos verdes con motas azules, se movía como si estuviera hecho de olas saladas y formaba un imperceptible remolino en la parte del centro, dandole un aspecto de agujero negro colorido. Toda una galaxia en el limitado portal del tronco del árbol. Todo colores y armonía. Bello, hermoso y fino. Pero no tan bueno. Tendría que darme de prisa si quería rescatar a Betty antes de que nos empujaran a través de ese abismo.
Apreté la cuchilla con furia y la escondí detrás de mi antebrazo, con la punta apuntando hacia arriba. Esperé nerviosa a que se presentara el momento exacto, porque sabía que no podría llegar y matar a los tres Glimmer con una insignificante cuchilla sin un plan previo. Aun así, era todo lo que tenía.
La mujer comenzó a caminar de un lado a otro, inspeccionando lo que era mi nueva sorpresa, mientras se ataba unas cintas largas de tela blanca alrededor de las muñecas. Para frenar el sangrado, supuse. Evan observaba admirado y ansioso, o eso fue lo que vi a través de sus dos esmeraldas relucientes. Betty parecía cada vez más intranquila, y yo... yo sólo intentaba creer que el hombre que me afirmaba no se había dado cuenta de la daga en mi mano.
—Está listo —informó la pelirroja mientras avanzaba hacia Evan—. Podemos entrar.
El Glimmer asintió y zamarreo a Betty para obligarla a avanzar. Mis manos comenzaron a sudar, porque estaba consciente de que no lo lograría. No podría salvar a Betty, no si no actuaba de inmediato. Lo que incluía un enorme sin fin de posibilidades contradictorias. Pero tenía que hacer algo.
—¡Avanza, maldito humano! —exclamó el Glimmer al notar la resistencia de la pequeña. Betty intentaba pegar los pies a la tierra, sacudir el cuerpo y llevar las manos atadas a la cabeza del ser que la sostenía, pero otro corte la hizo sangrar en la zona del hombro y volvió a quedarse inmóvil.
—Evan, los quieren con vida —dijo la pelirroja, disminuyendo un poco mi angustia por un largo segundo. Pero lo siguiente que dijo la disparó—. Al menos por el momento.
—Esta mujer no nos servirá de nada. Lo único bueno que podríamos hacer con ella es matarla y ofrecer su cadáver como una ofrenda por lo que han hecho.
—No te dejes guiar por la emoción —refutó la Glimmer—. Hagamos lo que vinimos a hacer. Llévala al portal.
Betty gimió.
—Eso es lo que haré.
No, no llevarás a nadie.
Subí la cuchilla rápidamente, con el corazón golpeándome las costillas, y clavé la punta de la hoja en la mano del desconocido que me tenía sostenida. Éste gruñó, apartando la mano, y yo aproveché para desenterrar el cuchillo de su carne y liberarme de su agarre. Me sentí libre, como un pájaro al que acaban de soltar de su jaula, pero sabía que aquella felicidad no dudaría mucho.
Me giré hacia atrás, rodando sobre mis talones, y observé al sujeto de chaqueta negra con una mezcla de emoción e incredulidad. Por un momento me quedé así, observando su cabello blanco y la forma en que agitaba la mano, pero luego me lancé hacia adelante y volví a clavarle la daga, pero esta vez, en la zona del brazo. Intenté volver a extraerla, pero la profundidad del corte fue demasiada y cuando el Glimmer se apartó, se llevó mi única arma consigo.
—¡Se ha soltado! —gritó la mujer—. ¡Evan, mete a la mujer en el portal!
No. No lo dejaría. Me volteé hacia ellos, mirándolos con una descarga de rencor, y me lancé a correr con zancadas firmes mientras metía la mano en el bolso que me golpeaba la cadera y extraía la primera bengala que me rozó los dedos. La miré de soslayo: Roja. Bien, al diablo con la dignidad. Tiré de la argolla que tenía en la base, enroscándola en mi dedo índice, y la bengala se encendió esparciendo una pequeña llama fluorescente roja y una espesa nube de humo que ascendía hasta el cielo.
La mujer Glimmer me miró con horror, y Betty lo hizo con orgullo. No obstante, toda su expresión se descompuso cuando Evan comenzó a empujarla sobre el portal y unas manos me agarraron el hombro desde atrás. Me giré consumida por la excitación, obligándome a olvidar a Betty, y clavé mis ojos en el Glimmer. Alcé el brazo en el aire, tal como Amber me había enseñado, y lo dejé caer detrás del codo del sujeto, retorciéndole el brazo dolorosamente. Le pegué en las rodillas, empleando toda la fuerza de la que fui capaz, y él se fue abajo a la vez que me soltaba el puñado de ropa que tenía arrugada en su mano.
Volví a moverme para buscar a Betty, sabía que en ese minuto mi prioridad era llegar a ella, pero, toda la adrenalina que había logrado producir mi sistema, se vio inutilizada por lo que mis ojos captaron apenas mi cuerpo terminó de girarse. Betty no estaba, ni ella ni el pelirrojo. A Betty se la había tragado el portal.
Solté la bengala y dejé salir un grito fuerte. Alto. Doloroso. Suplicante.
—¡No!
La pelirroja, que hasta el momento se había encontrado corriendo hacia mí, se detuvo cuando sintió el estrépito que hizo la tierra al temblar y miró a su compañero con desesperación.
—¡Debemos irnos! —gritó.
Me llevé las manos al cabello, halándolo con ira, y fui escasamente consciente de lo que el Glimmer le respondía. Sólo pude suponer que la respuesta que recibió fue afirmativa, porque la chica dio marcha atrás y penetró en aquella luz brillante tan rápido como yo parpadeé.
Una mano me agarró del codo. Torcí el cuello, abriendo los ojos desmesuradamente, y posé mi mirada demente en el sujeto que me estaba tocando. Lo mataría, realmente iba a matarlo.
Vamos a matarlo. Vamos a matarlo, Celeste, y haremos que nos devuelva a Betty.
Algo comenzó a quemarme el estómago, como una pequeña hoguera hecha de brasas que comienzan a lanzar chispas poco a poco para formar las primeras llamas que consumirán todo. Mi cuerpo empezó a arder, sentí como el sudor de mi frente se deslizaba por el costado de mi rostro y la boca se me secaba. Toda yo era una llamarada. Hecha para quemar. Hecha para destruir. Hecha para extinguir. Mis dedos palpitaban, deseosos de venganza.
Extendí mi brazo... Pero no vi aquella sombra venir.
Algo negro, peludo y grande, apareció repentinamente y se lanzó sobre el Glimmer, embistiéndolo y apartándolo de mí. Me moví impresionada, buscando al sujeto y a la cosa negra con la mirada, pero mis ojos eran una ventana empañada que me impedía ver el entorno con claridad. Volví a mover mi cabeza, más hacia la izquierda, y entonces en esa ocasión lo vi.
Una enorme pantera negra, salvaje y bestial, rodaba sobre el Glimmer arriba de la hierba. Abrí la boca. ¿Casper? No... ¿Ethan?
—¡Celeste!
¿Amber?
Traté de voltearme, pero el piso pareció desvanecerse y me fui de golpe contra el. Toda mi cabeza comenzó a dar vueltas, como un disco giratorio, y levantar el cuello me pareció la acción más difícil de toda mi vida. Mis ojos querían buscar a Amber, pero todo lo que vieron fue al Glimmer siendo tragado por el portal y a aquel remolino brillante desapareciendo al segundo después. Volví a moverme inquieta, pero mi nuca volvió a colisionar contra la tierra húmeda y blanda, dejándome inmovilizada por algo más que la gravedad.
—Betty... —balbuceé, pero la lengua me pesaba como si no fuera mía—. Tienen a... Betty.
¿Era normal que las hojas de los árboles dieran vueltas de esa manera? Una mano fría se posó en mi mejilla. Busqué al dueño, pero fui consciente de que mis párpados se habían cerrado como cortinas y todo lo que podía hacer era sentir aquella piel sobre la mía.
—Betty... Se la han llevado...
La garganta se me quemó. Una lágrima caliente brotó de la comisura de mis ojos. Betty. Me lloraban los ojos y no había ni un rastro de luz en ellos. Un dolor abrasador se apoderó de mí cuerpo y pequeños quejidos comenzaron a escaparse de mis labios mientras la oscuridad se cernía sobre mí.
Mi culpa. Todo es mi culpa.
[...]
Abrir mis ojos y encontrarme con los ojos de todos los guardianes metidos en mi habitación, a excepción de los de Betty, fue un golpe extremadamente duro. No obstante, cuando Amber nos dijo que Dave no pondría a ningún equipo de guardianes a buscarla porque era un desperdicio, tomando en cuenta que lo más probable era que estuviera muerta, el despertar me pareció una agradable flor al lado de esa noticia.
Me encontraba recostada bajo las mantas de mi cama, con la mano de mi madre aferrada a mi pecho reconfortantemente y la mano de mi padre apoyada en la cima de mi cabeza. Desde que había abierto los ojos, no había emitido ninguna palabra. No podía. Algo, un nudo espeso, me cubría la garganta y se había adueñado de mi voz descaradamente. Los guardianes me habían entendido y mis padres tampoco me habían forzado.
Casper estaba destrozado y, cada vez que me atrevía a mirar la expresión inquieta de Reece, otro pedazo de mí volvía a romperse. Sabía que todo lo ocurrido era mi culpa, porque los Glimmer me buscaban a mí, y odiaba pensar en el odio que cada uno de los presentes en la sala me estaba profesando. Ethan se mostraba tranquilo, pero Ethan nunca dejaba ver sus verdaderos sentimientos. Y Amber sabía emplear su profesionalismo. Pero en el fondo, cada uno de ellos debía estar aborreciéndome. Aborreciendo a la chica que llegó a desestabilizarlos y a acabar con la paz de sus vidas.
Los cortes del rostro aún me ardían, pero los moretones en mi cuerpo habían comenzado a sanar en cuanto Amber me suministró una extraña píldora púrpura. Quizá debí haberme sentido avergonzada, porque Reece estaba allí y mi epidermis parecía la gráfica de un sistema nervioso, llena de líneas esparcidas hacia todos lados, pero en ese momento mi sentido de la humillación estaba tan afectado como todo lo demás en mí.
Apenas había sido consciente de lo que me habían dicho. Amber, mientras mi madre me ponía una pomada en las heridas, me había explicado que un Glimmer atacó a Ethan y por ello los animales del bosque no pudieron protegerme, porque lo estaban cuidando a él. El Glimmer estaba muerto, o eso creía, porque dejé de prestar atención en cuanto la imagen de Betty volvió a tomar forma dentro de mi cabeza. Casper me hablaba, lo sabía porque movía sus labios y la palabra «preocupado» logró llamar mi atención, pero tampoco había escuchado muy bien lo que me había dicho.
Sólo cuando Amber nos dijo que Dave ordenó que siguiéramos con nuestro objetivo, que era entrenarme, había comenzado a digerir lo que me decían. El gobierno no pretendía buscar a la pequeña Betty, así de simple. Era un desperdicio de tiempo y personas, y había cosas más importantes de las que preocuparse. Esa era la realidad y debíamos actuar conforme a ella, pero eso no era lo que yo quería. Yo quería buscar a Betty.
—¡Dave se ha vuelto loco! —exclamó Casper, por tercera vez en todo el momento—. Lamento decirte esto, Amber, pero tu padre puede ir a joder...
Amber lo frenó alzando la mano, pero su expresión no era dura. Sabía que en el fondo ella tampoco estaba de acuerdo con la decisión del gobierno.
—Ten en cuenta de que mi padre no es el único encargado de tomar las decisiones, Casper —dijo—. Y si ellos lo han decidido así, es porque tienen la convicción de que es lo mejor para todos. Estamos hablando de gente experimentada, que sabe por qué hace las cosas. No de adolescentes que quieren hacer todo al azar por un impulso de locura.
—No puedo creer que estés de acuerdo con ellos. Betty también era tu amiga. Ella querría buscarte, ella mandaría todo al demonio y haría hasta lo imposible por cualquiera de nosotros.
La rubia bajó la mirada, analizándose los tacones como si hubiera algo extraño en ellos, y luego volvió a mirar a Casper.
—Pero no podemos hacer nada —murmuró—. ¿Crees que no intenté convencer a mi padre de que encargara a un grupo de personas de hallarla? Lo hice, pero ellos están convencidos de que está muerta y ya no hay nada que hacer.
—Ella no está muerta. Si la quisieran muerta, la habrían matado inmediatamente.
—Pero es lo que ellos creen.
—Lo que ellos creen es lo que más les conviene, Amber —refutó Casper—. No puedo creer que estés de acuerdo con ellos.
—No estoy de acuerdo con ellos, solo digo que debemos acatar las órdenes.
—Sí, estás de acuerdo con Dave, porque es tu padre.
Amber golpeó el piso con el talón de su bota.
—No es así.
Casper se cruzó de brazos y meneó la cabeza de un lado a otro.
—A mí no me lo parece —dijo—. Pareces estar muy conforme con la respuesta que Dave te ha dado por teléfono, ni siquiera le has sugerido que tome otra decisión. Para mí, ese no es el gesto de alguien que esté en desacuerdo.
—¿Qué pretendes que haga?
Cerré los ojos, respirando profundamente, y volví a abrirlos.
—Vamos a buscar a Betty —dije.
De pronto, todos los ojos volvían a estar sobre mí. La mano de mi madre me acarició la mejilla.
—¿Qué? —preguntó Amber, avanzando dos largos pasos hacia mi cama—. ¿Qué has dicho?
—Nosotros vamos a buscar a Betty —repetí, con voz rasposa y afónica—. No me importa si el gobierno quiere protegerse de los Glimmer, nosotros vamos a buscar a Betty.
—Eso es una locura —bramó alzando los brazos—. Ya lo he dicho, Dave quiere que sigamos con lo estipulado y nosotros vamos a seguir el protocolo.
Tragué saliva, me sorbí la nariz e intenté que aquella vez mi voz sonara normal.
—No me importa lo que tú hagas Amber, yo voy a buscar a Betty y la voy a encontrar. No me importa cuántos de ustedes me apoyen. Si tengo que hacerlo sola, lo haré sola.
—¿Sabes lo que haría el gobierno si se entera de lo que estás proponiendo? —cuestionó estrechando los ojos.
Casper caminó hasta la cabecera de la cama y se posicionó junto a mi madre, apoyándole la mano en la espalda con bastante confianza.
—Pero ellos no van a enterarse —respondió en mi lugar—, porque tú no vas a decírselo Amber. —Sus ojos se clavaron en mí—. Yo estoy contigo, Celeste.
Le dediqué una pequeña sonrisa de gratitud.
—Gracias.
Una mano se aferró a mí tobillo, con cariño y firmeza, y mis ojos se movieron buscando al dueño desesperadamente. Reece. Sus labios formaban una media sonrisa arrogante. Sin embargo, a pesar de eso, Reece siempre se las arreglaba para verse extrañamente sombrío.
—Yo también estoy contigo —dijo.
Mi corazón dio un latido brusco y el estómago se me retorció. Dibujé con mis labios un imperceptible gracias y le sonreí.
—¡Ustedes realmente se han vuelto locos! —exclamó Amber—. Ni siquiera el gobierno ha sido capaz de hallar a los Glimmer, ¿cómo pretenden que un pequeño grupo de adolescentes sean capaz de conseguirlo?
—Porque hay lugares a los que el gobierno no se atreve a llegar —dije. Me miré las manos y suspiré—. Además, ellos no cuentan con un chico que es capaz de leer la mente.
—¿De qué estás hablando?
La miré con una sonrisa.
—Mañana lo sabrás.
—Nosotros también te apoyaremos en todo lo que decidas, cariño —comentó mi madre, inclinándose para darme un beso que lo confirmaba—. Estoy orgullosa de la chica que eres.
La observé con una incalculable adoración y luego volví a mirar a Amber, con una interrogante dibujada en las facciones de mi rostro.
—¿Y tú Amber, estás con nosotros o en contra? —pregunté.
Esperé más resistencia, pero ella solo suspiro y se llevó las uñas esmaltadas a sus propios brazos para rascarse la piel.
—Mi padre va a matarme.
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