Capítulo 14

El fin de semana transcurrió, por una parte, de forma tranquila y pacífica, y por la otra, largo y agotador. Amber dejó de lado su actitud molesta y continuó entrenándome con la misma paciencia que empleó el primer día, haciendo honores a su actitud seria y responsable. Mis padres supieron lo sucedido, pero no se mostraron enojados o indignados con la situación, de hecho, fueron los menos molestos y tuve serias deliberaciones en las que intentaba llegar a la razón, hasta que terminé concluyendo que la causa era que les agradaba Casper. Demasiado a mi parecer. Betty se había mostrado comprensiva, pero no pudo evitar mostrar su indignación al no haber sido invitada. «Para cuidarte» había dicho, estaba segura que no.

Los entrenamientos no mejoraron mucho, o mejor dicho, yo no había avanzado más allá de durar dos minutos adicionales corriendo en la cabina número tres. El domingo los ejercicios repercutieron en mi cuerpo de forma abismal, había esperado que el día sábado experimentara los primeros efectos, pero fue el domingo donde ocurrió lo peor. No podía ir al baño, porque sentarme sobre el inodoro era como viajar al infierno, un dolor intenso me presionaba la zona de los muslos y hacía que una acción tan simple como esa se convirtiera en una maniobra imposible.

Reece, bueno, Reece seguía siendo Reece. Se había ofrecido para ayudarme con los ejercicios de defensa personal, pero yo decliné de la oferta en cuanto Amber me reveló que Reece jamás había practicado ejercicios de defensa personal. Casper había empleado su paciencia para mostrarme el camino de la espada, algo así fue lo que dijo, pero la teoría se me había olvidado a los dos minutos y en la práctica no había estado mucho mejor. Betty se había encargado de prepararme distintas series de movimientos que se encargarían de aumentar mi musculatura y Ethan, amablemente, se ocupó de la mejor parte sin que nadie se lo pidiera, ponerme los nervios de punta.

El lunes por la tarde, la profesora de química, de pie en el frente al aula y a un grupo de estudiantes aburridos, intentaba explicarnos la importancia de la radiactividad con la misma voz monótona que había empleado el primer día. Y, mientras volvía a repetir con su voz cansada lo que era una radiografía, una técnica prácticamente obsoleta, me convencí de que tendría que ponerme al día con muchas cosas.

Owen se encontraba sentado a mi lado, ya que en la mañana habíamos acordado sentarnos juntos, y masticaba la punta del lápiz grafito con fuerza, sin detenerse en todo el momento; revelando los primeros indicios de un tic nervioso. Habíamos hablado largamente durante los pequeños lapsos de receso, y yo me había mostrado complacida al enterarme que no había vuelto a lastimarse.

Ethan estaba sentado en el pupitre de al frente, con la mano bajo el mentón y la cabeza ligeramente curvada hacia la ventana. ¿Mirando qué? Mirando los revoltosos pájaros que se acercaban agitando sus alas, planeando en círculos frente a la ventana de Ethan como si se estuvieran comunicando. Claro que lo hacían, porque la forma en que torcían el cuello de un lado a otro no era normal.

Suspiré profundamente y volví a mi trabajo, el cual consistía en trazar líneas sobre la zona de mi muñeca. Era un buen tatuaje, me servía de distracción y ayudaba para que mis ojos no se cerraran de un momento a otro. Quizá era un poco irresponsable de mi parte, pero no podía estar con los ojos clavados al frente mientras las palabras que recitaba la profesora no eran procesadas por mi cerebro.

—Sí, es un buen tatuaje —susurró Owen haciéndome dar un pequeño brinco.

Le dirigí una mirada de soslayo.

—Se supone que es un gorrión —le conté enseñándole la muñeca—. Aunque creo que se parece más a una gallina. Tal vez si le hago el cuerpo un poco más pequeño... Aunque dudo que pueda ponerme corrector sobre la piel.

Owen se encogió de hombros, un movimiento minucioso y deliberadamente lento.

—Creo que está bien así —dijo analizando mi obra de arte. Sabía que estaba mintiendo, pero asentí con la cabeza de todos modos.

—Gracias —murmuré bajando la voz para que la profesora no nos oyera—. Hablando de aves... Owen, ¿te gustan los animales?

Él frunció el ceño, como si mi pregunta fuera algo completamente sorpresivo.

—Sí —respondió—. ¿Por qué?

—Por nada —dije con una sonrisa cómplice—. Era para meter conversación.

Owen asintió y me devolvió la sonrisa. Agradecí ese pequeño gesto, sabía cuánto le costaba.

—¿Y cómo te ha ido en los entrenamientos? —preguntó dejando el lápiz sobre la mesa y girando la silla treinta grados en mi dirección.

—¿Por qué me preguntas si ya lo sabes?

—Era para meter conversación.

Ambos reímos en voz baja, como dos enanitos malvados, y agradecí poder crear esa relación con Owen; como si nos conociéramos hace años y no hace solo una semana. Él me daba confianza y una tranquilidad que, en el último tiempo, los demás no me daban. Mis padres, Betty, Casper, incluso Reece, sabían crear conversaciones agradables y divertidas, pero sólo hasta cierto punto. La guerra y el peligro siempre parecía estar oculta bajo sus palabras, como una cucaracha bajo una piedra. En cambio, Owen no tenía nada de ello. Era una paz que no me podía permitir con los guardianes de Heavenly, un poco de la normalidad que había esperado conseguir yendo a aquella escuela.

—Vas a mejorar —dijo Owen repentinamente, dejándome en un trance en el que intentaba captar a qué se refería—. Los entrenamientos van a mejorar, lo vas a hacer bien. Amber... No hagas caso de lo que te dice. Tú no eres una inútil.

Lo miré sorprendida. ¿Hasta qué punto podía meterse dentro de mi cabeza?

—No me importa lo que diga Amber —respondí cuando logré escapar de la consternación—. Sé que voy a mejorar, se supone que lo haré. Y, por naturaleza, no puede esperar que en tres días me haya convertido en una chica súper poderosa. No sería normal. Solo ahí tendría que preocuparse, ¿verdad?

Owen cogió el lápiz de la mesa y comenzó a trazar líneas sobre el cuaderno, más abajo del último párrafo que había escrito, como si necesitara mantener las manos ocupadas en algo.

—Así es —balbuceó—. ¿Hoy irás a entrenar en el exterior?

—Sí. Betty quiere que empleemos mis conocimientos de rastreo en la vida real. Iremos a un pequeño bosque que hay en la orilla de la carretera, nada especial. Queremos aprovechar que el clima no ha anunciado lluvia.

—Pero es tu primera prueba en la vida real, deberías estar emocionada —dijo.

—Y lo estoy —asentí—. Y tú sabes que es verdad.

La voz de la profesora, saliendo de ese trance en que todas las palabras emitidas sonaban con la misma potencia y frecuencia, se alzó sobre la sala, como el agua de una cascada sobre un lago, y cruzó la sala como una flecha para llegar hasta nosotros.

—Señor Collins y señorita Bynes —dijo con un tono desprovisto de amabilidad—. Me imagino que estarán encantados de contarles a sus demás compañeros sobre ese tema tan interesante que los tiene entretenidos.

El corazón se me aceleró, mientras mis manos un poco torpes intentaban cambiar la dirección del lápiz, de mi epidermis a la hoja del cuaderno, desesperadamente. Owen se irguió de un salto, como si repentinamente una espina hubiera aparecido en su silla, y luego volvió a reclinarse.

—Adelante, los escucho —insistió la profesora apagando el pequeño láser—. ¿Tal vez tienen una opinión de la clase que desean compartir con sus compañeros, en lugar de esos irrespetuosos susurros?

Me erguí en la silla, tratando de pasar por alto las indudables miradas de reproche que me estaban dirigiendo todos los presentes, y forcé a mi mente para que pensara en una respuesta aceptable.

—Bueno —hablé, antes de que la situación empeorara—. Le estaba diciendo a Owen que no me quedaba muy claro el uso de la radiografía en esta época. Se supone que los médicos están capacitados para sanar cualquier tipo de herida y, aunque aveces la energía no alcanza para sellar una herida por completo en el primer intento, no veo porqué utilizar radiografías. Solo eso. Creo que me he perdido un poco en esa parte.

La profesora me miró con atención, al parecer un poco complacida al ver que los alumnos se interesaban por su clase, y asintió con la cabeza.

—Entiendo —dijo volviendo a encender el láser y apretando un pequeño artefacto que cambió las diapositivas de la pizarra, a una que enseñaba una especie de parasito dentro del estómago de una persona—. Como les explicaba, las habilidades curativas de un médico son magníficas, pero en casos como el que se muestra aquí, parásitos internos, o en el caso de una bala, son pocas las cosas que se pueden hacer. Por ello es importante utilizar las radiografías, porque así nos aseguramos de que no haya nada interfiriendo con la recuperación dentro del sistema.

Los ojos de la profesora se posaron sobre mí, como si quisiera confirmar que esta vez su explicación había sido lo suficiente clara, y yo asentí con la cabeza fingiendo mi mejor expresión de concentración. Iba a abrir la boca para decir gracias, pero un bajo murmullo proveniente de alguien en los puestos de atrás acabó con mi ánimo.

—Cualquiera con un poco de mente podría entenderlo —murmuró una voz femenina—. Hay que ser demasiado estúpida como para pedir una segunda explicación.

La mandíbula se me tensó, impulsada por un torrente de rabia que quería consumirme. Me giré hacia la ventana, buscando con la mirada los pájaros que planeaban frente a Ethan para que me dieran una sensación de calma, porque sabía que enojarme no iba a servir de nada, y detuve mis ojos en ellos y los agradables tonos de luces que refractaban sus alas. Hubiera sido completamente irracional ponerme de pie y enfrentar a la chica que me estaba agrediendo, un desliz que no me podía permitir si no quería tener problemas, así que a pesar de que toda mi mente quería clavarle un bolígrafo en los ojos a la chica, me abstuve.

La profesora reanudó la clase con su voz monótona y Owen giró la cabeza en un pequeño ángulo para susurrarme algo por lo bajo, pero yo dejé de escucharlo en cuanto una extraña presencia llamó mi atención desde el patio tras la ventana.

Allí, de pie junto a un árbol viejo con el tronco torcido, de al menos cien años de antigüedad, y hojas gruesas, oscuras y perennes, se encontraba un hombre envuelto en una larga túnica negra que le llegaba hasta los tobillos. Tenía las manos juntas a la altura del pecho, como si acabara de iniciar un proceso de meditación naturalista, y la cabeza lo suficiente inclinada hacia abajo como para que la capucha le cubriera la nariz y los ojos. La mitad derecha de su silueta quedaba oscurecida por la sombra que proyectaba el arbusto, como si de la negrura emergieran brazos que intentaban llevárselo al abismo, lanzando destellos de oscuridad sobre su cuerpo. La boca la tenía recta en una línea, tensa e inquietante, sin embargo, cuando enfoqué mis ojos con mayor eficacia, me percaté que se habría para pronunciar una sola palabra, prácticamente inapreciable. «Celeste».

Me hice hacia atrás, alarmada, y busqué a Ethan con la mirada, pero éste estaba absolutamente concentrado en la bandada de aves cantarinas frente al cristal y ni siquiera se percató de mi incomodidad.

Miré a Owen y le golpeé las costillas con el codo por debajo de la mesa.

—¡Owen! —chillé en un bajo siseo—. Hay un hombre extraño observándonos desde la superficie del árbol. —Clavé los ojos en la ventana y señalé hacia el lugar bruscamente—. ¿Lo ves? Está allí, junto al...

Pero el hombre no estaba. Tragué saliva, ¿me lo había imaginado?

—No, no te lo has imaginado. He visto en mi propia mente tus ojos puestos en aquel extraño —comentó Owen, entrecerrando los ojos—. Pero ha desaparecido.

—¿También lo has visto?

—Sólo con tus ojos.

—¿Eso qué significa?

El rubio suspiró.

—Que sólo tú podías verlo.

[...]

El embriagante perfume de los árboles viejos, arbustos de naturaleza perenne, plantas herbáceas y flores silvestres, embriagaba la pequeña circunferencia que Amber había calificado como nuestra zona cero, y, cada vez que el aire agitaba las ramas de los espinos o tallos de las flores, danzando entre ellos como una culebra buscando el ángulo perfecto para cazar a su presa, el aroma a polen y pasto húmedo se internaba a través del aire en mis pulmones.

Me encontraba observando la oscura tierra de hoja, franqueada por agujeros, surcos y piedras en toda su extensión, y las extrañas formas que hacían las sombras de los árboles en ella, mientras Amber terminaba de explicar una última vez las reglas del juego.

Cuatro de los guardianes me habían arrastrado hasta un solitario bosque en la orilla de la carretera, mientras Casper se quedaba en casa protegiendo a mi madre de cualquier infortunio que pudiera presentarse, y luego me habían guiado hasta un círculo dibujado en el centro del bosque, donde la hierba parecía no crecer en su interior, para explicarme por tercera vez la actividad simulada que llevaríamos a cabo.

—Yo me quedaré aquí —dijo Amber señalando un tronco partido por la mitad, lo que antes había sido un árbol, con su dedo índice—. Encenderé una pequeña hoguera de brasas de humo blanco, permanente, para que puedas localizarme desde cualquier posición en caso de encontrarte en problemas.

Sí, lo entendía. Una nube de humo blanco se encontraría ascendiendo hacia el cielo constantemente para indicarme el camino en caso de que un Glimmer hiciera aparición infortunadamente. Cosa muy improbable, según Betty, porque no había manera de que los Glimmer supieran donde nos encontrábamos. También me habían entregado tres bengalas de distinto color, guardadas en un bolso que colgaba alrededor de mi cintura, junto a un cuchillo mediano con la hoja afilada. Recordaba perfectamente los colores. Azul para indicar que había encontrado el objetivo. Rojo para rendirme, una bengala que estaba segura de no encender. Y negro en caso de que un Glimmer u otro peligro apareciera frente a mis ojos, una bengala que estaba rezando por no tener que utilizar.

—Betty, Ethan y Reece —continuó diciendo la rubia—, se internarán dentro del bosque, cada uno, como ya te explicamos, en una dirección distinta. Tu objetivo será Betty, y tu misión es encontrarla siguiendo los rastros y pistas que una mujer de su tamaño puede dejar en medio del bosque. Si, en lugar de llegar a ella, llegas a Ethan o Reece, fallas. Si demoras más de una hora, fallas. Si te rindes, fallas. ¿Queda claro?

Asentí con la cabeza, lentamente, y le eché un último vistazo a los cuerpos de los tres guardianes que se encontraban de pie en el arco de la circunferencia para tomar nota mental de los detalles más importantes. Betty, pequeña y liviana, llevaba unos zapatos bastante pesados para su diminuta figura. Ethan, alto pero delgado y esbelto, tenía la ropa mojada y pequeñas gotas de agua se estrellaban contra el piso. Y Reece, envuelto en un abrigo negro, se había vestido tan normal como siempre, haciendo imposible encontrar en él alguna distinción importante.

—Además de las bengalas y el humo blanco en la zona cero, también hemos tomado otras medidas —añadió Betty sin dejar de dar saltos cortos, como si estuviera entrando en calor para comenzar una maratón—. Ethan estará vigilándote con varios pares de ojos desde el cielo, así que no tienes que preocuparte. Tanto aves como insectos lo estarán informando continuamente de tu situación.

Reece golpeó una piedra con el pie, que rodó hasta el centro.

—Nadie podría estar mejor cuidado que tú —comentó—. Sobre todo, con una compañía como yo al lado.

Arqueé las cejas.

—Tú estarás en un extremo opuesto a mí, Reece —dije.

—Suponiendo que sigas bien las pistas.

—Algo que definitivamente será así.

Soltó una carcajada divertida.

—Me agrada tu convicción. Como aquellos pajaritos que siguen agitando las alas para alzar el vuelo, aun cuando ven que tienen las alas rotas.

Me encogí de hombros, paseando mi mirada por las sombras que bailaban bajo mis pies.

—Se llama coraje. Algo que un cobarde no tiene, ya que probablemente al ver sus alas rotas prefiere optar por la resignación antes que elegir la perseverancia.

Betty rió de forma escandalosa y llevó las manos arriba de su cabeza para comenzar a aplaudir. Me pregunté si lo hacía porque en verdad le parecía divertido, o porque odiaba a Reece.

—Justo lo que se necesita antes de comenzar una misión —comentó—. Así cualquiera siente la energía renovada dentro de su cuerpo.

—Tu energía debe ser bastante poca. —Reece miró a Betty como si no supiera de donde había salido—. Digo, en un cuerpo extremadamente pequeño como el tuyo...

—¡No te metas con mi estatura!

Amber chasqueó los dedos de las manos de forma perfecta, provocando dos clics graves, mientras miraba a ambos con una expresión reprobatoria.

—No es momento para juegos —dijo—. Vinimos aquí para entrenar a Celeste, no para iniciar una disputa sobre quién es más grande o más valiente que el otro. —Señaló el bosque con el dedo—. Empezaremos de inmediato, mientras antes lo hagamos, mejor. Los tres se internarán en el bosque al mismo tiempo. ¿Entendido?

—Entendido —confirmó Pitufina llevándose la mano en plancha hasta la frente, como si Amber fuera alguna especie de general.

Reece dejó salir un silbido prolongado y Ethan se limitó a permanecer en silencio; claro que nadie, supuse, esperaba alguna respuesta proveniente de Ethan, el movimiento de sus ojos era lo único que me indicaba que nos estaba escuchando.

—Bien —dijo Amber con firmeza—, pueden partir. Les daré cinco minutos para ocultarse, luego de eso, Celeste irá por Betty.

No podía faltar el comentario desvergonzado de Reece.

—¿No habrá una cuenta regresiva o algo por el estilo?

Todos lo miramos con expresión de reproche y él se encogió de hombros con inocencia, rascándose la barbilla.

—¿Qué? Lo hacía más emocionante.

Amber resopló.

—Solo váyanse de una vez.

No hizo falta más. Los tres se giraron, cada uno con una velocidad diferente pero impresionante, y fueron tragados por el bosque en el corto tiempo que me demoré en inhalar y exhalar. Me quedé inmóvil, observando a Amber mientras repasaba en mi mente las lecciones que había recibido de rastreo táctico, y esperé impaciente a que pasaran los cinco minutos.

«Debes agudizar tu observación —me habló la voz de Casper en la cabeza—, tu visión, tu olfato, tu lógica y tu intuición. Y confiar en las señales que tu instinto animal te manda».

La rubia alzó la barbilla en dirección al bosque, indicándome que era hora de partir, y yo corrí dando zancadas largas, como si acabaran de informarme que una bomba atómica caería sobre mi cuerpo, penetrando por el mismo sitio que habían entrado los guardianes.

En cuanto el cielo dejó de cubrir mi cabeza, cual cúpula confeccionada de los colores más relucientes y fascinantes del planeta, un intenso y luminoso color esmeralda me rodeó por todos lados, causándome una corta confusión mental instantánea. Un pájaro, el cual me fue difícil reconocer, ululaba en el cielo cubierto de hojas anchas y oscuras. El olor a pasto y humedad reciente se hizo más intenso y, cuando moví mis ojos como la punta de una flecha buscando su objetivo, pude ver la tierra mojada y las leves huellas recientes que se asomaban como una apetitosa cena servida.

Me acerqué a ellas, respirando trabajosamente, y las analicé detalladamente mientras me agachaba para apoyar la rodilla sobre la tierra. Las huellas se entrecruzaban varias veces, de un lado a otro como garabatos hechos por un niño pequeño, y se camuflaban entre las hojas secas y molidas que quería engullirse la tierra.

Me quedé un momento así, sintiéndolas bajo el tacto de las yemas de mis dedos como entes con vida; cuestionando su tamaño, la profundidad de su peso, la delicadeza de unas pocas, lo grotesco de otras, la distancia entre cada una de ellas, y, cuando creí estar segura de cuáles eran las que pertenecían a Betty, no sin dudar, me atreví a adentrarme aún más en el bosque, siguiendo el dibujo imaginario de un abanico.

Tenía que admitirlo, sentía miedo. Aunque Betty nos había asegurado que era bastante improbable que un Glimmer descubriera nuestra ubicación, no podía dejar de sentir aquella sensación espeluznante que me atenazaba el estómago. Cada dos pasos, sentía el impulso de voltear la cabeza hacia atrás, para confirmar que esa presencia fantasmal, como si algo me siguiera a escasos metros de distancia, estaba sólo dentro de mi cabeza. Y, por más que trataba de mantener una velocidad constante y óptima, que me permitiera divisar con facilidad cualquier rastro de Betty, no podía suprimir esas ganas de lanzarme a correr de un momento a otro. No obstante, prefería seguir caminando tranquila entre los árboles, ignorando cualquier deseo de fuga, porque sabía que esos pequeños pasitos no podían ser reales. ¿O sí?

No, Ethan estaba conmigo. No presente en cuerpo sólido, pero si en alma. Un alma metida en cada uno de los animales que me rodeaba.

Veinte minutos después, con la mente y los ojos cansados, me detuve detrás de un atado de ramas que parecían haber sido recientemente quebradas, lo supe porque su interior aún seguía verde y húmedo, y me agaché para analizar con mis manos el terreno construido de piedras bajo mis pies. Unos desordenados zarcillos de musgo acariciaron mis dedos, suaves como motas de polvo, y el contorno de una pisada quedó a la vista de mis ojos, resultando demasiado obvia.

No pude evitar cuestionarme si era real, dejada allí como una ayuda de parte de Betty, o si sólo era parte de su plan maquiavélico para guiarme por otro lado. Ambas opciones eran bastante probables, quizá todos suponían que fuera lo bastante inteligente como para distinguir una pista real de una implantada, y eso no era más que parte de un engaño. Pero quise pensar que no, que esa huella efectivamente me llevaría hasta el escondite de Betty, y que la enana no me impondría algo tan difícil y estricto el primer día de entrenamiento en rastreo.

Estudié una última vez el contorno de la huella, con ojos de halcón implantados, y me detuve a examinar una pequeña gota de humedad dibujada en la orilla, dudando durante un segundo importante sobre si había seguido el camino correcto. ¿Era probable que hubiera estado siguiendo el rastro de Ethan todo el tiempo? No, ¿había estado tan estúpidamente equivocada?

Me llevé las manos al cabello, afligida, y volví a observar la huella que en un principio me había parecido inofensiva. Comenzaba a hacer frío. El viento agitó mis mechones, convirtiéndolos en un nudo de cabello enredado, e hizo que varias hojas cubrieran el rastro de mi visión. Repetí mi análisis novato: ramas quebradas, a la vista de cualquier mundano; huella remarcada y gota de agua dibujada con la humedad.

Me llevé la mano al pecho. Sin duda, era una trampa.

Me puse de pie, deteniéndome a beber un poco del agua que había en la botella de mi bolsa, y me giré para continuar con mi búsqueda por la otra dirección. Quizá estaba siendo paranoica, tal vez Betty sólo planeaba ayudarme dejando esas pistas tan notorias a la vista, pero me negué a cuestionármelo y decidí seguir el consejo que Casper me había dado: seguir mi instinto animal. En ese momento, mi instinto animal me decía que olvidara esa huella y que continuara por el otro camino, que allí encontraría lo que estaba buscando.

Diez pasos más allá, me encontraba mirando una pequeña flor morada que parecía haber sido aplastada, con sus hojas basales formando rosetas, cuando volví a sentir esa presencia espiritual seguirme desde atrás. Un leve crujido, como de una rama al quebrarse, se internó por mis oídos y me puse de pie inmediatamente para mirar la zona tras mi espalda. ¿Era verdadera? ¿Esa vez la presencia era verdadera?

No obstante, nunca sabría si realmente había habido alguien parado allí, porque una risita diabólica y conocida se robó toda mi atención.

Provenía desde el frente, calculé que al menos serían unos quince metros de distancia, y la dueña de aquella voz era Betty. Olvidé mi frustración, mi estado de alarma y mi paranoia, cogí todo y lo guardé dentro de un baúl con candado para concentrar toda mi atención en una sola cosa, en una sola persona: Betty, mi objetivo.

Sonreí con alivio y avancé acortando la distancia con pasos cargados y rápidos. Al principio me debatí por cual camino tomar, pasados los primeros cinco segundos de emoción, comencé a pensar en la dirección exacta en que se encontraba Betty. La risa parecía venir de el frente, pero ya había dejado de oírse y no podía calcular el lugar exacto sólo con la intuición. Al final me decidí por continuar en una línea recta, más adelante me encargaría de repasar el entorno siguiendo la figura de un abanico, y comencé a atravesar todos los arbustos húmedos de espinas verdes que me rasgaban los brazos.

Realmente había sido muy fácil, estaba segura de que ninguno de los guardianes había esperado que la encontrara tan rápido. ¿Habría pasado cuánto? ¿Media hora? Y el tiempo estimado que había calculado Amber había sido una hora completa, eso, agregándole las dudas que los hicieron inclinarse por mi rendición. Vaya fe que me tenían. No importa, los sorprendería.

Aparté unas ramas gruesas de dolor morado con aspecto venenoso, y tres metros más allá salté un pequeño arroyo miniatura, no sin mojarme las zapatillas en el acto. Miré a mi alrededor, intentando no emitir ruido, y escuché con atención cualquier sonido que pudiera serme de ayuda. Nada. Sólo el mismo ulular de un ave a la distancia. Tragué saliva espesa. ¿A la distancia? ¿Acaso estaba tan próxima a Betty que Ethan había optado por dejar de vigilarme?

Comencé a correr siguiendo la línea recta que había trazado dentro de mi mente, de pronto demasiado nerviosa; sintiendo mi corazón latir desenfrenado provocándome dolor en el tórax y experimentando una repentina sensación de ahogo. Mis pies chocaban contra las piedras, esparciéndolas hacia cualquier dirección, así que levanté más las rodillas para que mis zapatillas se alejaran de la tierra y mis zancadas tuvieran mejor eficacia. «Confía en tu instinto animal». Ese ese instante, mi intuición me rogaba que corriera.

Pensé en la bengala de color rojo, golpeándose contra mi muslo constantemente, y acaricié la idea como una oferta tentadora. Sin embargo, quería creer que eso sería lo último a lo que recurrir.

Mis ojos se clavaron en todas las direcciones posibles, y cuando estuve segura de que Betty no aparecería por ningún lugar, me atreví a abrir la boca para gritar su nombre. Dejó de importarme lo que me había dicho Amber, que no gritara porque espantaría a mi objetivo o atraería otros enemigos. Dejó de importarme el sentido de la misión, que decía que debía encontrar a Betty con mi propia habilidad. Dejó de importarme verme como una cobarde, en caso de que Reece o Ethan estuvieran allí. Lo único que quería en ese minuto era llamar a Betty con la esperanza que su amabilidad pudiera acabar con esa tortura.

Sin embargo, mi grito jamás lograría ser efectuado, porque mis pies tropezaron con una inconveniente rama y mi cuerpo se fue directo al piso. Sentí, dentro de la escasa consciencia que logré estimular, que rodé dos vueltas enteras, dejando salir el aire de mis pulmones, antes de detenerme junto al tronco de un árbol. La cabeza comenzó a darme vueltas, como un disco de música girando para entonar una canción mortífera, y me puse de rodillas para inspeccionar mis heridas con una incalculable dificultad.

La frente me ardía y gemí cuando me toqué la zona con la punta de los dedos, húmeda y pegajosa. No obstante, aquel dolor no fue nada comparado con la siguiente consternación que me atacó. Porque, dos manos, cálidas, pero a la vez frías, me rodearon por detrás y me cubrieron la boca.

Dos manos cubiertas por un par de guantes negro. Dos manos que me apretaron para que ningún sonido se escapara de mis labios. Dos manos que me inmovilizaron. Dos manos que estaba segura de haberlas sentido antes sobre mi cuerpo. Dos manos que me hicieron pensar en una sola cosa: la bengala negra.

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top