Capítulo 13

—No, Noa, él no es nuestro amigo.

Los siguientes movimientos apenas lograron ser captados por mi atención en medio de aquella neblina que me empañó los sentidos.

El corazón comenzó a bombearme fuerte contra el pecho, mientras era escasamente consciente de que Casper me empujaba sobre Noa para entrarme en la casa, o lo que fuese aquel lugar en el costado del edificio, y cerrar la puerta de metal verde con una sincronización envidiable. Dejándome separada, escoltada por la chica rubia, del Glimmer. Separada de la calle. Y separada de él.

La bilis se me subió a la garganta, mareándome intensamente, mientras mis manos se aferraban temblorosas a la puerta y mi rostro, desesperado y asaltado por una expresión de terror, comenzaba a buscar el cerrojo. Un miedo intenso se adueñó de todo mi cuerpo mientras intentaba hallar una explicación a la locura que acababa de hacer Casper y trataba, en vano, de recordar las formas en que los villanos abrían las puertas dentro de las películas.

¿En qué estaba pensando al quedarse afuera, solo con aquella bestia? ¿En protegerme? ¡No! Me negaba a ser protegida a cambio de la vida de los demás. Recordé el rostro de mi madre, teñido de color escarlata como si se tratara de una obra de arte, y la expresión de mi padre al hablarle de mi madre, decepcionada y traumatizada. Un dolor intenso que nacía en la parte baja de mi pecho se extendió por todo mi cuerpo, algo comenzó a formarse dentro de mi estómago.

Lancé el costado de la cadera contra la puerta y luego la golpeé con mis puños, una y otra vez, incansablemente. La piel me ardió en carne viva en la zona de los nudillos, roja producto del metal helado.

¿Qué clase de puerta no tenía manilla?

—¡Casper! —grité ahogándome con mi propia voz—. ¡Casper!

—Él va a estar bien—dijo Noa agarrándome del brazo para halarme hacia atrás—. Es un guardián muy bien entrenado, Celeste. Además Noé, mi hermano, llegará en cualquier momento para ayudarlo. Tienes que calmarte.

Su cuerpo intentó retenerme, de espaldas contra su pecho, pero me declaraba completamente fuera de control. Había un vacío dentro de mí, un vacío que solo sería llenado cuando pudiera ver nuevamente la sonrisa tranquila de Casper, y no me detendría hasta lograrlo. Moví mis brazos empleándolos como las aletas de un ventilador, alejando los brazos débiles de Noa que me encarcelaban, y busqué aire que llenara mis pulmones.

—¡Casper! ¡Casper!

—Celeste, tienes que tranquilizarte—insistió la rubia, volviendo a poner sus garras sobre mi brazo.

Mis ojos buscaron el contacto, buscaron a la chica, y subieron hasta su rostro compasivo, enloquecidos. Mientras la miraba, sentía que nada de aquello era real. La misma sensación de asfixia que había experimentado dentro de la pesadilla del mar se había impuesto nuevamente dentro de mi cerebro. Y lo pensé, por un momento de paz lo creí, era una pesadilla de la cual despertaría en cualquier momento cuando mis padres fueran a despertarme para bajar a comer. Pero el dolor era real, mi miedo era real, mi desesperación era real. Real.

—Tienes que decirme cómo abrir la puerta—exigí con un tono de impaciencia—. Casper está afuera, solo, contra un monstruo que podría matarlo en cualquier momento si no hacemos algo.

La mujer me miró con lastima y estiró las manos para alcanzar mis mejillas.

—Él estará bien mientras tú lo estés—comentó. Sus palabras fueron como latigazos en la piel.

Negué con la cabeza, reusándome completamente a lo que decía su boca.

—Dime cómo abrir la maldita puerta—hablé remarcando exageradamente cada palabra.

—No puedo permitir que salgas lastimada. —Esa frase fue lo que agotó mi paciencia.

Lo admito. Si no pensar era un delito, me declaraba absolutamente culpable de los hechos. Porque mi mente no estaba del todo lúcida cuando envió las órdenes para que mi cuerpo actuara, para que mi brazo se alzara, para que mi puño se estampara en la mejilla de Noa como un clavo en una pared.

El sonido de mis delgados huesos al colisionar contra el pómulo de la mujer penetró mis orejas fugazmente, recordándome el ruido que hacía un tronco al ser partido por un hacha, y permaneció allí por varios segundos. El cuerpo de Noa se balanceó hacia atrás, impulsado por la fuerza de mi golpe, y sus manos me soltaron para aferrarse a la zona lastimada como una venda. Un torrente de adrenalina subió por mis venas cuando comprendí lo que acababa de hacer, pero extrañamente no me arrepentía de haberlo hecho, y estaba segura que hubiera vuelto a dañarla de ser necesario para que dejara de repetir aquella estúpida frase otra vez.

«No puedes salir lastimada».

¿Y Casper? ¿Quién cuidaba a Casper? Yo cuidaría a Casper.

Me giré y volví a buscar el cerrojo de la puerta. Me quedé de piedra cuando divisé un diminuto interruptor instalado junto al marco de la puerta, blanco y rectangular como un interruptor de luz, y me lancé hacia el como una gacela para presionarlo con mi dedo índice, o eso intenté, porque fue toda mi palma la que se estrelló contra el pequeño artefacto.

La puerta se movió, seguida de un clic, y se entreabrió dejando una pequeña ranura de espacio que daba a la calle.

Noa gritó, fuerte y claro, pidiéndome que volviera a cerrarla, pero todo mi instinto me suplicaba que ayudara a Casper. Una locura, porque probablemente cualquier persona se habría resguardado razonablemente dentro de aquel cuarto para ser protegida, pero yo no era una persona cualquiera y no abandonaría al chico simpático que me había prestado amablemente su libro.

Aferré mis garras a la orilla de la puerta y, admitiendo el miedo como parte importante de mí, terminé de abrirla por completo. El aire frío de la noche me golpeó el rostro, dando fin a la calidez que me había otorgado el hogar de Noa y de la que apenas había sido consciente. Mis pies chocaron contra el agua acumulada sobre la acera, lanzando gotas líquidas sobre mis pantorrillas, y mis ojos buscaron en medio del entorno el cuerpo de Casper, adaptándose a la oscuridad.

Mis pupilas se dilataron extensamente en un solo segundo. Porque allí estaba él, de pie junto al basurero volcado, encorvado sobre el cuerpo de un hombre muerto sobre el cemento.

Una cuchilla le atravesaba el pecho al desconocido, una cuchilla que tenía la empuñadura bajo la mano pálida de Casper, mientras su sangre se derramaba potente como un río; un río que desembocaba en la laguna de agua bajo su cuerpo, laguna que mezclaba gotas de sangre y agua en la misma cantidad con mucha facilidad.

Casper se enderezó arrancando la hoja del tórax del hombre, de una forma que provocó el sonido de carne y huesos al ser trozados, y limpió la sangre de la cuchilla sobre el muslo de su pantalón mientras se volteaba para mirarme con sus luminosos ojos de luciérnaga.

Mi corazón se aceleró, mientras me debatía mentalmente entre correr hacia él o quedarme allí parada como un gato desconfiado, y mis ojos buscaron el cadáver del hombre intentando hallar alguna señal humana en aquel pedazo de carne y huesos inerte. ¿En verdad aquellas cosas eran tan malas? ¿Merecían aquella muerte fría y siniestra?

Volví a mirar a Casper. El cabello se le pegaba a la frente, el pecho se le sacudía acelerado y las manos le temblaban. Era como un Dios, un Dios indefenso que acababa de matar a uno de sus hijos para salvar su propia vida. Esa era la imagen que veía en él, como un cuadro elaborado para retratar a un Dios Olímpico compasivo. No pude evitar sentir lástima por él, porque no podía imaginar algo más triste que cargar la muerte de otros sobre tus manos.

Porque en el calor de la pelea matar a alguien en defensa propia podía parecer completamente normal, pero eran los minutos después los cruciales.

—Todo está bien ahora—susurró mientras caminaba hacia mí. Su voz era débil y temblorosa, y me pregunté si sería la primera vez que tenía que asesinar a alguien.

Si era así, no quería ser la responsable. Me negaba rotundamente a ser la causante de esa culpa en su memoria. ¡Una estupidez! Porque era para la guerra por lo que nos estábamos preparando a diario, pero aún así, ver aquellos ojos comúnmente alegres, apocados por el remordimiento, fue demasiado para mí.

Y si tenía que mentir para evitarlo, mentiría. Porque así era yo.

—No, aún sigue con vida—dije con voz seria, observando el cadáver del hombre con interés.

—¿Qué? —preguntó incrédulo, comenzando a girarse para, probablemente, analizar el cuerpo del desconocido. Pero fui más rápida que él.

Corrí hacia Casper, le arrebaté la cuchilla de las manos, y luego continué corriendo para llegar hasta el cuerpo del hombre con una velocidad sorprendente. Me sentí completamente insensible al hacer lo siguiente. Definitivamente aquella vez quedaría grabada para siempre dentro de mi cabeza, a pesar de tratarse de un muerto certero, porque no sentí nada más que indiferencia cuando clavé la hoja de la cuchilla sobre su cuello y la sangre me manchó el rostro como una explosión de pintura.

El pecho se me llenó de nudos. Mi labio inferior comenzó a temblar, los ojos se me empañaron con lágrimas de frustración, y mis rodillas fallaron. Tenía ganas de llorar, sólo para comprobar que seguía siendo yo y que no había sido reemplazada por un robot, pero me levanté lo más serena que pude y miré a Casper con tranquilidad forzada.

—Aún respiraba—expliqué, otra mentira—. Ahora está muerto.

Sus ojos, extraños y asombrados, pero carentes de aquella culpa que los había invadido hace unos minutos, me observaron con atención durante un largo rato antes de que su boca hablara. Volvían a ser los mismos ojos alegres que conocía. Los mismos ojos que deberían haber sido siempre, porque nadie tenía que ser transformado en otra cosa por mi culpa. Si alguien tenía que ser cambiada, sería yo, no los demás.

—¿Estás bien? —preguntó.

No.

—Sí—respondí.

Su boca esbozó una esperanzada sonrisa. Sus pies se acercaron a mí y sus manos se aferraron a mis hombros, presionándome la carne con intensa brusquedad.

—El entrenamiento tuvo un muy buen resultado en ti—comentó removiendo los labios—. Un solo día de practica y ya eres toda una guerrera, tus padres van a estar orgullosos de lo que has conseguido.

Lancé una carcajada de incredulidad, llevándome la mano a la frente para apartarme el cabello mojado que se me pegaba a la piel. La verdad, dudaba que mis padres pudieran estar orgullosos de una mentira como aquella. Dudaba que se sintieran bien sabiendo que le clavé un cuchillo a un hombre que ya estaba muerto, innecesariamente, desprovista de piedad y respeto. Pero claro, esa era la versión de los hechos que nadie tendría de mí.

—Yo solo le di el último golpe cuando estaba agonizando—repuse con humildad—. Es fácil matar a alguien que ya está en el piso, no tienes que esforzarte demasiado.

Casper sonrió encogiéndose de hombros.

—Deberíamos volver a la casa con los demás—expuso—. Con los guardianes, quiero decir. Salir ha sido una muy mala idea, podrías haber salido lastimada por culpa de mi imprudencia.

Me soltó los hombros y retrocedió para volver con Noa, pero agarré un puñado de ropa en la zona de su espalda y le impedí avanzar. Me miró confundido.

—Antes, tienes que prometerme algo—exigí tragando saliva—. Prométeme que jamás volverás a dejarme atrás. Nunca, escúchame bien, nunca vuelvas a hacer lo que hiciste.

Casper negó con la cabeza y abrió la boca para hablar, pero lo interrumpí.

—Se supone que somos un equipo, todos nosotros—continué, empleando un tono de voz severo—. No se deja a tus compañeros atrás para enfrentar al enemigo. No, no se trata de eso, ¿entiendes? Tienes que prometérmelo. No volverás a irte sin mí.

—No puedo prometerte eso—susurró mirándome con compasión—. Tienes una habilidad importante que debemos cuidar.

Le golpeé el pecho, con ambos puños, logrando que se balanceara hacia atrás.

—¿Y de qué sirve? Dime, ¿de qué sirve si no puede ser empleado para proteger a los demás? —espeté furiosa—. ¡Responde! Dime de qué demonios sirve.

—De nada—contestó en un balbuceo—. No sirve de nada.

—Perfecto—dije dando un aplauso para luego señalarle el pecho con mi dedo índice—. Entonces prométemelo. No volverás a irte sin mí. Prométemelo, Casper.

—Está bien, lo prometo—admitió dándose por vencido—. No volveré a dejarte atrás.

—Nunca—dije.

—Nunca.

—La chica tiene agallas—comentó una voz femenina atrayendo nuestra atención—. Me ha dejado un hematoma en la mejilla izquierda, un hematoma que tardará en desaparecer.

Ambos nos volteamos a mirarla. Noa se encontraba de pie junto a la puerta de metal grueso entreabierto. Varios mechones de cabello se le habían soltado del moño y en ese instante le caían sobre el rostro como una cascada en medio de la selva. Las gotas de lluvia que le caían sobre el cuerpo ayudaban a darle ese aspecto natural y extravagante, como si todo su rostro fuera la panorámica de un paisaje. El pómulo derecho se le había enrojecido, más allá de la causa de frío, y la bata de algodón se le había empapado, fundiéndose con el agua y mezclando las manchas de pinturas como una obra de arte profesional. Sus ojos nos miraban curiosos, pero su boca sonreía. Quise creer que no estaba molesta y que no era necesario pedirle perdón.

Era difícil para mí pedir perdón.

—Celeste es excepcional —añadió Casper tomándome de la muñeca—. Pero ahora tenemos que volver, la visita tendrá que esperar hasta otro día.

[...]

La intensidad de los chubascos, como pequeñas balas siendo disparadas por un cañón de guerra, nos había dejado completamente empapados en el trayecto de vuelta a la impresionante casa de los guardianes. De pie frente a la escalera que daba a las puertas de entrada, mi cuerpo temblaba bajo la ropa que me cubría a pesar del grosor de la tela. El sabor de lo que había hecho hace unos minutos aún me acariciaba el paladar, provocándome una desagradable sensación nauseabunda en el estómago. ¿Cómo se podía seguir viviendo cuando le has quitado la vida a otra persona? Porque, si bien yo no había acabado con la vida de aquel Glimmer, estaba consciente de que el peso de la culpa recaía sobre mí, tal cual como el peso de una casa caía sobre la tierra, hundiendo el terreno poco a poco a través de los años.

¿Cómo podía una persona matar a otra? Me pregunté mientras me quitaba la capucha que me cubría la cabeza y observaba cómo Casper terminaba de limpiarse la sangre de la ropa con el agua de la lluvia. Un torbellino de preguntas se arremolinaba dentro de mi cabeza, desordenando cualquier idea tranquila que mi cerebro intentaba formular. Sentimientos de desesperación chocaban unos con otros convirtiéndolo todo en misiles disparatados.

Me cuestionaba si Reece se había sentido así cuando tuvo que matar al monstruo reptil que había atacado a mi familia. Luego de lo sucedido se había mostrado tranquilo, tan engreído como solía estar la mayoría del tiempo, pero era difícil saber lo que pasaba por la mente de Reece. Siempre que lo miraba tenía la misma sensación intranquila, aquella como si mirara a través de una ventana empañada y manchada un exterior completamente desconocido, era como si Reece dejara ver una faceta totalmente contraria a lo que reinaba en su interior. Tal vez era una tontería, ideada a partir de suposiciones falsas, pero lo creía y me pregunté si esa parte interna de él había sufrido en silencio al saber que sus manos habían matado a alguien.

—Estoy listo —habló Casper sacándome de mis cavilaciones—. ¿Te parece si entramos?

Lo miré, parpadeando para eliminar el agua acumulada en mis pestañas, y por un momento me pregunté si esa sonrisa tan agradable también sería falsa. Una máscara para ocultar la verdadera expresión que estaba pintada detrás.

¿Cuántos no harían lo mismo dentro de allí? Incluso yo, estaba mostrándome tranquila mientras el cargo en mi consciencia me torturaba cruelmente. ¿Todos serían iguales? Mis padres, Reece, Casper, Amber... De pronto Betty y Ethan fueron los únicos que me parecieron lo suficiente indiferentes como para mostrar lo que en verdad sentían. Aunque Ethan siempre parecía estar sintiendo lo mismo: indiferencia.

Me mordí el labio inferior ferozmente, sin apartar la mirada de los ojos castaños de Casper.

—Casper, ¿te puedo preguntar algo? —dije acercándome unos metros—. Algo que no me incumbe y no debería interesarme, pero que necesito saber.

Que necesito saber porque soy demasiado chismosa y curiosa como para quedarme en silencio mientras veo cosas extrañas y confusas danzar a mi alrededor.

—Dime —aceptó estrechando levemente los ojos—. ¿Es algo sobre lo que pasó? Porque, aunque suene estúpido y demasiado atrevido, debo pedirte que trates de olvidarlo. No estuvo bien que te sacara de casa, los demás me colgarían desde el tejado si se enteraran, por ello...

Alcé la mano para silenciarlo.

—No tiene que ver con lo que pasó —expliqué—. Tiene que ver con Ethan.

Casper abrió los ojos impresionado, como si el nombre de Ethan fuera lo último que esperaba escuchar de mi boca, y sonrió ampliamente.

—¿Qué le sucede a Ethan? —preguntó—. ¿Él...? ¿Él te gusta?

Abrí la boca y me enredé con mi propia lengua.

—¿Q...? ¿Qué?  —logré decir—. No. Por Heavenly, por supuesto que no, Casper. Ni siquiera lo conozco. Sólo quería saber porqué se comporta así, de esa manera tan extraña, como si nada le importara. Cada vez que lo miro, lo único que veo en él es a alguien que no le gusta estar aquí, o más bien, alguien a quien no le importa el futuro de esta misión. No mira a nadie, no habla con nadie. Es extraño.

Él me miró atento, asintiendo con la cabeza como si asimilara mis palabras, y dio un suspiro antes de contestar.

—Bueno, el caso de Ethan es un caso un poco particular —dijo mirando la cuchilla que había estado limpiando—. Pero no debes preocuparte por su determinación, te aseguro que es muy preocupado de lo que hace. Y si se comporta así, no es porque no le importe lo que pasa a su alrededor, es porque no sabe cómo expresarse de otra manera ante nosotros.

Fruncí el ceño.

—¿Tiene algún problema? Porque podríamos ayudarlo de ser así, buscar la manera de...

—No, lo que afecta su manera de relacionarse no se puede solucionar —explicó interrumpiéndome—. Ethan posee un Splendor que le provoca ser así, y su Splendor no se puede cambiar.

Entrecerré los ojos, confusa, y me llevé la mano a la frente.

—¿Qué Splendor? —pregunté.

Celeste, quizá es momento de que dejes de ser tan entrometida.

—Ethan puede comunicarse con los animales —me contó girando la cuchilla de un lado a otro, analizando el filo con su dedo índice—. Insectos, mamíferos, ovíparos, el animal que sea, Ethan será capaz de comunicarse con él a través de la mente. Eso ha ido provocando que hablar con los humanos sea menos atractivo, pues debes imaginar que el alma y sentimientos de un animal son mucho más puros que los de una persona. Ethan ve eso, y lo ha convertido en alguien insociable.

Abrí la boca para hablar, pero enseguida la cerré. Definitivamente eso no era lo que esperaba oír. Me quedé un momento así, detenida en aquel instante mientras asimilaba las palabras de Casper y me las tragaba con sabor a sorpresa. Ethan se comunicaba con los animales, no pude imaginar algo más hermoso y mágico.

—Entonces por eso tiene esa extraña adoración hacia ti —deduje—. Porque en parte eres un animal.

—Digamos que soy lo único que tiene para atarse a la humanidad —dijo sin mirarme—. Soy lo más cercano a comunicación que ha tenido con un humano en años, todo gracias a mi forma felina. No es de extrañar que sienta más confianza conmigo. Soy su ancla, soy todo lo que tiene.

Lo observé detenidamente, analizando su expresión, repasando sus palabras, y asentí con la cabeza.

—¿Él lo sabe? —pregunté.

Por fin alzó la mirada para verme directamente a los ojos.

—¿Qué?

—¿Él sabe que estás enterado de su amor por ti?

Dio un paso atrás.

—¿Se puede saber qué hacen aquí afuera? —preguntó una voz conocida, sacándonos a ambos de la frecuencia en la que nos encontrábamos.

No tenía que girarme hacia la entrada para saber de quién se trataba, estuve consciente de que esa voz femenina era de Amber en cuanto la oí, pero aun así me volteé para encontrarme con su esbelta figura detenida sobre el umbral de las puertas. Aún tenía puesto su traje de combate color rosa, tan limpio como si acabara de ponérselo, y nos miraba a ambos con el entrecejo arrugado, transformando su delicado rostro en una mueca grotesca. Casi sonreí, en otro momento me habría reído, pero el corazón me latía a toda prisa porque sabía que en ese momento la menos afectada sería yo.

Miré a Casper, esperando que él respondiera primero, pero sólo agachó la cabeza.

—¿Alguien puede explicarme lo que está pasando? —insistió Barbie sin disminuir la tensión en su voz. Estaba casi segura de que, de no haber sido por la lluvia intensa, habría bajado hasta donde nos encontrábamos sólo para intimidarnos.

Me encogí de hombros y alcé los brazos.

—Necesitaba tomar aire —dije—. Y, ya que él tenía que hablar conmigo, le pedí a Casper que me acompañara a dar un pequeño paseo por los alrededores.

—Creí que había sido clara cuando les expliqué que no podías salir —refutó molesta.

Yo también creí que ella había sido clara. Volví a encogerme de hombros, sin medir mis acciones ni pensar que quizá lo estaba empeorando con mi comportamiento.

—No soy una prisionera, no puedes esperar que me quede feliz, como un gato con un ratón, encerrada dentro de esa casa —respondí negando con la cabeza—. Además, estaba Casper para protegerme. No tienes de qué preocuparte.

—Tú no sabes todo lo que estás arriesgando —dijo en un gruñido, fulminándome con sus ojos—. No, de hecho, lo sabes. No te tomas nada en serio, ¿verdad? No te importa arriesgar nuestras vidas, la de Casper, sólo te importa mantener esa actitud desafiante.

Alcé la barbilla.

—No me hables así.

Movió sus ojos hacia Casper y chasqueó la lengua.

—Y tú, Casper, como siempre desobedeciendo las reglas. Me pregunto qué dirá Dave cuando sepa de esto.

Perfecto, acababa de agotar mi paciencia. Con Casper no.

—Amber —la llamé—. ¿Sabes lo que les hacía a mis Barbies cuando ya no me servían o comenzaban a hartarme? Les arrancaba la cabeza y las ponía en la punta de los lápices para exhibirlas como trofeos, mientras que sus cuerpos los dividía en partes y luego los enterraba bajo tierra.

—¿Me estás amenazando, pequeña? —preguntó arqueando una ceja.

Sonreí extensamente.

—Estas no son amenazas, son promesas —corregí—. La única aquí que está amenazando a alguien eres tú. Vuelve a hacerlo y te prometo que te vas a arrepentir, no sería muy bonito ver tu cara desfigurada.

—Celeste, está bien —dijo Casper—. No es necesario que hagas esto por mí.

Para mí era necesario, para mí era muy necesario.

—No puedo creerlo, esto es lo último que me esperaba —comentó Amber meneando la cabeza ligeramente—. Aunque, no sé porqué me extraño. Casper siempre hace lo mismo, que las personas se peleen por él.

Mi expresión se transformó en la de un perro enfurecido. Iba a abrir la boca para decir algo, ni siquiera tenía algo pensado, aunque sabía que lo que saldría de mis labios no sería algo muy bonito, pero Amber se giró sobre sus talones y se entró dejándome con las ganas de discutir a flote. Está bien, tenía que dejar el dramatismo, pero no podía. Me frustraba quedarme callada, como si estuviera de acuerdo de la acusación que acababa de hacer y no era así.

Me llevé las manos al cabello para jalármelo, porque necesitaba desquitarme con algo y estaba segura que ningún espíritu invisible golpearía en las canillas a Amber, y resoplé por lo bajo.

Me estaba convirtiendo en un calcetín frito. No tenía ningún sentido la frase, pero eso fue lo que pensé. Me estoy convirtiendo en un calcetín frito.

—No hagas caso de lo que dice Amber —dije dejando salir algo que mejorara la situación—. Eres un buen chico, no entiendo porqué se comporta así.

Casper sonrió.

—Porque es directa y le gusta que las cosas se hagan bien —contestó encogiéndose de hombros—. Tiene razón, fui un irresponsable al sacarte de la casa. Sólo espero que el enfado se le acabe pronto.

Sonreí con inocencia, sorprendiéndome a mí misma por tener reacciones como esas.

—No te preocupes, se le pasará pronto —afirmé.

Pero en cuanto lo dije me di cuenta que, de hecho, no lo sabía. Porque no la conocía, es más, no conocía a ninguno de ellos como para apostar por sus reacciones. Incluso Casper era un desconocido, y Betty también. Yo creía conocerlos, que era muy distinto. Es decir, ¿qué diablos estaba diciendo?

—Esperemos que así sea —respondió él, llevándose la mano a la nuca para desordenarse el cabello—. ¿Entramos?

Lo miré, repasando mentalmente lo que acababa de pensar, y asentí con la cabeza un poco confundida.

—Sí —asentí—. Entremos.

[...]

Me encontraba subiendo las escaleras, maldiciendo en voz baja y recitando más de un exabrupto al ver el estado de mi ropa de vagabunda, empapada con agua de lluvia, cuando escuché la voz melodiosa y agradable de Reece llamarme. Torcí el cuello, buscando detrás de mí casi de forma desesperada, y lo encontré subiendo las escaleras de a dos escalones sin perder la elegancia de sus movimientos. Sin abandonar aquella belleza sobrenatural que parecía emplear en cada una de sus acciones, sin dejar de ser esa persona a la que me era imposible no admirar cada vez que lo veía. Admirar su hermosura y contemplar la perfección que parecía detonar por cada poro de su piel.

Respiré intranquila, asaltada por una sensación de añoranza, y traté de apartar aquellos pensamientos de mi cabeza mientras me disponía a mirarlo sin esa expresión voraz.

—Muñeca —repitió jadeando, lo observé con curiosidad—. No te encontrábamos por ninguna parte. Tus padres nos dijeron que estabas en la habitación de Casper, pero estaba cerrada con llave y cuando la abrí no estabas allí.

Arqueé las cejas, un tanto incrédula ante su afirmación, y junté las manos a la altura de mi estómago para retorcerme los dedos.

—¿Forzaste la cerradura de la habitación de Casper?

—Sí —admitió, pero no parecía avergonzado ni arrepentido. Noté que se le dibujaba en el rostro una sonrisa de alivio—. No vuelvas a desaparecer de esa manera, muñeca.

Me quedé impresionada, traté de llegar a alguna razón por la que su rostro parecía tan preocupado, pero no divisé ninguna. Yo a Reece no le importaba, ni siquiera por ser parte de la misión para salvar Heavenly. Sin embargo, allí, caminando sobre la escalera, con sus ojos de lluvia a pocos metros de los míos y alejado de los demás, parecía mucho más relajado. Parecía sincero, su preocupación parecía sincera.

Por unos segundos me permití creer en aquella suposición. Reece preocupándose por mí. Era una idea bonita, agradable, casi como estar flotando sobre el mar tranquilo, sin ver nada más que el cielo. Claro que yo nunca había estado flotando sobre el mar, pero me imaginé que así se sentiría.

—¿Te importa? —Solté una carcajada ronca, luchando por ocultar la esperanza oculta en esa simple pregunta—. Lo dudo, Reece Baker de las rosas espinosas.

Él no rió. Sólo detuvo sus movimientos, frenando un escalón más abajo de donde me encontraba, y se quedó allí inmóvil mientras miraba más allá de mí. Más allá de cualquier cosa física presente en el lugar. Dejándome sola, plantada a mitad de las escaleras mientras mi corazón se estremecía con gran potencia. Me llevé el puño al pecho, allí donde mis latidos acababan de acelerarse, y tragué saliva espesa, sintiendo como algo se retorcía dentro de mi estómago.

¿En verdad se había preocupado? Me atreví a creer que sí, que ese brillo especial en los iris de Reece eran debido a mí, a pesar de que estaba viéndome como una romántica desesperada.

—Reece... —susurré conmovida—. ¿Acaso te preocupaste por mí?

Sin embargo, cualquier rastro de vulnerabilidad que había creído divisar en la expresión de Reece desapareció en cuanto oyó mi voz y sus ojos volvieron a verme.

—Preocupaste a Amber —habló con firmeza, y la misma sonrisa irónica de siempre realizó su papel a través de sus labios—. Y a Betty. No vuelvas a hacer algo así, es peligroso afuera.

Sus palabras eran amables, pero tenían detrás un filo que lastimó cada poco de mi autoestima. Su voz fue como un cuchillo untado con mantequilla, agradable, pero a la vez asesina. Ellas se habían preocupado, eso era exactamente lo que había querido decir. En otras palabras, él no.

Asentí con la cabeza, con una mezcla de vergüenza y tristeza absurda, y traté de que la decepción no se notara en mi voz cuando hablé. ¿Alguna vez había parpadeado tan rápido?

—Sí, fue un error —afirmé con un tono mitad gruñido y mitad llanto—. Ya hablé con ella, todo está bien.

Él asintió sin dejar de mirarme, pero yo no deseaba que me mirara. No con esa extraña amargura que había reemplazado la expresión preocupada de hace unos segundos.

—Perfecto, porque realmente fue una acción... —continuó diciendo, pero tampoco quería escucharlo. ¿Por qué dejaba que me afectara?

—Lo sé, Reece, ya me dieron el sermón del día —dije interrumpiéndolo—. Me iré a mi habitación, buenas noches.

Y dicho eso, soltando las palabras como si la garganta me sangrara, volví a mirar el frente y subí las escaleras corriendo. Sintiendo que garras invisibles se encarnaban en la tela de mi ropa y me jalaban hacia atrás, pero desprendiéndome de ellas tal cual me desprendería para siempre de esa pequeña esperanza que quería creer que Reece alguna vez podría interesarse por mí.

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