Capítulo 11
—Los sentimientos son como el motor que mantiene en funcionamiento a una persona. Al igual que sucede con una máquina cuando el motor falla, una persona deja su humanidad en cuanto los sentimientos la han abandonado por completo—explicó el profesor mientras se inclinaba sobre su escritorio para coger un láser—. Son el amor y el odio lo que nos hace humanos. Es eso lo que nos define como personas, la capacidad de tener sentimientos concretos dentro de nuestro sistema. ¿Qué seríamos del contrario, sino un robot configurado para destruir?
Me encontraba en la clase de filosofía, sentada detrás de Owen con la cabeza sobre mi puño y la boca entreabierta. Llevaba una hora completa escuchando la pasión que empleaba el profesor para hablar, en un incómodo estado de letargo, y lo único que deseaba era que el receso llegara de una vez por todas antes de quedar inconsciente tendida sobre la mesa. El viaje que habíamos realizado el día anterior no ayudaba, los ojos se me habían cerrado unas diez veces en cada clase de la mañana y en ese minuto, enfrentándome a la última clase con mi energía agotada, lo único que quería era llegar a la casa de los guardianes para dormir.
El peso de la información que me había brindado Dave era como estar cargando con un saco de papas sobre la espalda. Las escasas tres horas que me habían quedado para dormir después de hablar con mis padres, las había utilizado únicamente para pensar en distintos temas que no necesariamente se relacionaban. Como en los Glimmer, por ejemplo. O en mi familia, en los guardianes de Heavenly, en Scott, en la escuela, en Heavenly. En Reece.
—Pensé que era la inteligencia lo que nos hacía humanos—comentó alguien desde el fondo de la sala de clases—. La capacidad de pensar.
El profesor volvió a dejar el pequeño artefacto sobre la mesa y se giró para escrutar al intruso con mucha determinación. Parecía excitado con el tema, como si cada palabra que salía de su boca fuera una fiel convicción y tan certera como le era una ciencia exacta.
Betty, sentada junto al pupitre de Owen, jugueteaba con el mismo soldado de madera que se había robado de la casa del padre de Amber y, más de una vez cada minuto, le dirigía miradas furtivas al rubio. Éste no parecía darse cuenta, aunque de seguro estaba captando cada pensamiento que emergía de Betty, y miraba directamente al profesor. Quise advertirle a la enana que tuviera sumo cuidado con lo que pasaba por su cabeza, pero eso habría sido como traicionar a Owen y no quise hacerlo.
—¿Entonces deberíamos llamarle humana a una rata solo por haber sido capaz de encontrar la solución a un laberinto? —preguntó el profesor al alumno que lo había interrumpido. Extendió las manos frente a su cuerpo y empleó un tono melodramático para decir lo siguiente—. ¡No ha existido persona sobre la tierra que no fuera capaz de sentir! De hecho, estoy seguro que cada uno de ustedes siente. Amor. Odio. Admiración. Compasión. Lástima. Cariño. Rechazo. Todas cualidades humanas.
—¿Entonces nos está tratando de decir que un animal no puede experimentar esos sentimientos porque pasaría a ser considerado un humano? —continuó mi compañero. Cerré los ojos por dos segundos, tomé mucho aire y luego lo solté. Scott.
—Eso no es lo que quise decir—refutó el profesor estrechando los ojos—. Lo que quiero decir es que lo que nos hace humanos son lo marcados que están los sentimientos en nosotros. Por ejemplo, usted, señor...
—Taylor. Scott Taylor.
—Señor Taylor, ¿podría decirme si hay alguna persona a la que usted odie mucho? Lo suficiente como para que no le importe su muerte.
—Oh, muchas. Demasiadas como para nombrarlas en una clase de dos horas.
Sentí un par de ojos clavados en mi espalda. El profesor sonrió divertido y caminó hacia la pantalla para apagar la luz que emitía.
—Entonces, ¿una persona a la cual ame? Lo suficiente como para dar la vida por ella.
Puse toda mi atención para escuchar las siguientes palabras que saldrían de la boca de Scott. No era como si me importara. Bien, me importaba, pero solo porque necesitaba comprobar que Scott no era el robot insensible que le hacía ver a todos.
Al parecer se quedó sin respuesta, porque pasaron los segundos y ningún sonido emergió de sus labios. El profesor arqueó las cejas invitándolo a hablar y golpeó la madera de la mesa con la punta de sus dedos.
—Yo... Por supuesto que no, no hay nadie que sea capaz de provocar eso en mí—respondió con firmeza, emitiendo un sonido gutural que resonó por las paredes—. Amenos que se trate de mí mismo.
—Vaya, eso no me lo esperaba—admitió el profesor entrelazando las manos a la altura de su estómago—. De hecho, ya que esta clase trata exclusivamente de los sentimientos humanos, quiero que cada uno de ustedes anote en un papel el nombre de una persona a la que ame y el de otra a la que odie. Luego lo doblarán, no es necesario que los demás se enteren de las personas que escogieron, y me lo entregarán para ser guardado en un cofre que será abierto al final del curso.
—¿Usted los leerá? —preguntó una mujer rubia, dos asientos más adelante de donde me encontraba.
—No, por eso es necesario que anoten su nombre en la zona de afuera. —Cogió una hoja impresa de la mesa, la dobló dos veces y nos mostró el cuadrado resultante—. Aquí escribirán su nombre. Al final del curso se los devolveré y se darán cuenta de lo mucho que pueden cambiar los sentimientos en unos meses.
Una ola de murmullos asaltó la sala y muy pronto todos estuvieron hundidos en sus asientos realizando la actividad que el profesor había ordenado. Al parecer les divertía garabatear dos nombres dentro de una hoja, las sonrisas se habían apoderado de sus labios y los gestos de entusiasmo resaltaban a montones. No entendí qué era lo que les gustaba de aquello, a mí solo me pareció una forma de robarnos la privacidad.
Betty se giró, mientras intentaba calzar la cabeza del soldado en el agujero que había sobre su cuerpo, y me sonrió impaciente. Sus ojos se iluminaron gracias a la luz que entraba desde el otro lado de la ventana y una vez más me parecieron los ojos de una niña pequeña.
—¿Estás preparada para el entrenamiento de esta tarde? —preguntó.
Abrí el cuaderno a la mitad, arranqué una hoja vacía y comencé a quitarle las tiras de papel que habían quedado indecorosas en uno de los extremos.
—Supongo. Depende de qué clase de entrenamiento sea—dije.
Pitufina entreabrió la boca para hablar, pero su voz se vio interrumpida por los incomodos ladridos de un perro artificial proveniente de su bolsillo. Era innecesario comprobar si los demás alumnos presentes se habían percatado de ello, porque estaba segura que la respuesta sería un sí. Betty me dedicó una mirada de disculpa, notando seguramente mis ojos desorbitados, y se arrancó el celular de la chaqueta para llevárselo al oído.
—¡Aquí, chica perro presente! —exclamó, empeorándolo todo. Puse los ojos en blanco y me llevé las manos a las mejillas—. Solo te estoy jodiendo, Casper. ¿Qué sucede?
Su semblante de descompuso de repente, pasando de ser sonrisas exageradas a ser tensión absoluta, y estreché los ojos.
—Entiendo. Estaré ahí enseguida—dijo. La llamada se cortó y Betty volvió a meterse el celular dentro del bolsillo.
—¿Qué está sucediendo? —quise saber.
—Alguien está causando problemas en la entrada del instituto. No sabemos si se trata de un Glimmer o si sólo es una persona en busca de una paliza. De todos modos, me necesitan allí en caso de que alguien resulte lastimado—explicó poniéndose de pie—. Volveré por ti en cuanto el problema se solucione.
—¡No, espera! —exclamé en un susurro—. Yo también quiero ir.
Las alarmas se habían disparado dentro de mi sistema. Mis células, en alerta, habían comenzado a trabajar eficazmente a la velocidad de la luz y muy pronto la adrenalina estuvo recorriéndome las venas. Alimentándome de poder, recargándome con energía, dotándome de valentía. En dos segundos había pasado de ser una chica preocupada de dormir, a ser Celeste, una mujer capaz de todo.
Comencé a ponerme de pie rápidamente, convencida de que afuera la oscuridad podría envolver a los guardianes de Heavenly de un segundo a otro, y dejé la hoja sobre la mesa. No obstante, una mano se cerró en torno a mi muñeca y me presionó la carne generándome un dolor agudo que me expulsó de aquella burbuja prepotente.
—No irás a ninguna parte, mujer—ordenó Betty observándome con determinación—. En este momento todo lo que harás será estorbar, ¿comprendes? Además, nosotros somos cinco y somos lo suficiente capaz de eliminar una de esas cosas sin tu ayuda. ¿Acaso no nos crees capaz?
—Pero... —La miré suplicante.
—Te quedarás aquí—dijo. Entonces me soltó y, de un momento a otro, su cuerpo atravesó la salida y la puerta se cerró tras de sí.
Me dejé caer sobre la silla, rindiéndome ante las palabras que habían salido de la boca de Betty, y me llevé las manos a la cabeza para cubrirme el rostro y la expresión de desilusión que se había apoderado de mis facciones. Me sentía frustrada, atada a cadenas de hierro mientras observaba como lo que había sido una llama diminuta se extendía para alcanzar una cortina que lo incendiaría todo. Betty no lo entendía, no comprendía lo doloroso que se sentía el no poder hacer nada mientras los demás se arriesgaban por mí.
—Van a estar bien —habló alguien, aquella voz delgada y sin fuerza, mientras me acariciaba parte del cabello. Alcé la mirada y me encontré con aquellos ojos del mismo color y dulzor que la miel. Owen.
—¿Cómo lo sabes? —pregunté, sintiéndome estúpida al preguntarlo.
—Porque ella lo creía... Ella... Ellos... van a estar bien—susurró dirigiéndome una sonrisa tranquilizadora—. ¿Hacemos la actividad? Si quieres... Si quieres hacerla.
Lo observé detenidamente, intentando calmar mi respiración, y le devolví la sonrisa que le había costado mucho esbozar. No me sentía mejor, pero era imposible no sucumbir ante los ojos adorables de Owen. Podía imaginar lo mucho que le dificultaba subirme el ánimo, ya que su ánimo de por sí ya era deplorable, así que asentí con la cabeza y tomé uno de mis bolígrafos para comenzar a escribir, tratando de apartar la existencia del Escuadrón Perfecto de mi cerebro.
El rubio depósito la hoja que había arrancado de su cuaderno sobre mi pupitre y comenzó a escribir también, a mi lado. Al parecer no le importaba que mis ojos intrusos se movieran más de lo necesario y espiaran los nombres que estaba escribiendo, porque escribía con mucha confianza.
—Puedo escucharte..., sabes—dijo en el momento en que mis dedos terminaban de escribir el nombre de Scott. Dejé salir una risita ronca y meneé el lápiz de un lado a otro.
—¿Y tú sabes que eso es acoso?
—Yo no lo hago a propósito—murmuró cubriendo los nombres que había garabateado bajo su mano. Arqueé las cejas y luego entorné los ojos.
—¿Qué tienes ahí? —pregunté—. ¿Por qué no quieres que lo vea?
—¿Porque es personal? —interrogó mordiéndose el labio inferior. Separé los labios para hablar, no obstante, me quedé en silencio cuando sus ojos se abrieron cual platos de coctel y todas sus facciones se pusieron en alerta. Fruncí el ceño, comencé a voltearme sobre la silla para mirar lo que a Owen le causaba tanto miedo, pero una mano, veloz y ágil como una serpiente, se extendió por arriba de mi hombro y me interrumpió en medio del proceso. Aquellos dedos me arrebataron la hoja en la que había escrito los nombres y unas carcajadas estridentes penetraron mis oídos.
—Persona que amas: Clarissa Smith y Christian Bynes. —Sus dedos giraron la hoja, produciendo el sonido de unas alas al alzar el vuelo, y sus dos esmeraldas se clavaron en la parte inferior del papel—. Persona que odias: Scott Taylor. Vaya, no puedes dejar de pensar en mí en ningún momento, ¿verdad?
Ahogué un grito. Scott permanecía de pie junto a mi silla, abanicándose el rostro con la hoja que me había arrebatado y con aquellos ojos verdes tan peculiares puestos sobre mí. Una mueca divertida atravesó su rostro mientras analizaba, probablemente, la expresión consternada que me asaltaba.
De pronto me sentí pequeña e indefensa, un cadáver hueco que con cada minuto que pasaba se volvía más pequeño, mientras que Scott, rebosante en vida y color, con cada segundo crecía otro poco. Yo era un insecto y Scott era un zapato gigante que podría haberme aplastado en cualquier momento.
—¡Eres un...! —comencé a decir, pero Scott alzó la mano para interrumpirme.
—¿Alguien demasiado importante como para no estar en esta hoja?
Retrocedí en mi puesto. Lo observé fijamente y me di cuenta que las arrugas que se le formaban bajo los ojos cada vez que sonreía, seguían allí, al igual que cuando era un niño de ocho años. La misma manera de entrecerrar los ojos estaba presente en aquella versión más adulta de mi Scotty; las mismas marcas en ambas mejillas. Un extremo de la boca más alzado que el otro, y un hoyuelo más marcado que el otro. El mismo chico parecido a su madre seguía presente; el mismo niño que me compraba un jugo cada vez que me caía cuando jugábamos a los policías, el mismo niño que me había dado su muñeco para que dejara de usar una botella como la pareja de mi Barbie, el mismo niño que le había puesto Celeste a su perrita, el mismo niño que me había abrazado una noche entera luego de que me sacaran una muela. El mismo niño que me había amado. Pero ya nada de esa bondad estaba presente en el Scott que tenía frente a mí.
Lo que estaba de pie junto a mi pupitre solo era un pellejo al que le habían arrancado todo su interior. Su belleza seguía intacta, como un cofre al que no le ha caído polvo durante años, pero ya no quedaba nada de él dentro. Un ladrón profesional había arrancado toda la dulzura de mi Scotty y había convertido la escena del crimen en algo limpio y perfecto.
¿En verdad era así? ¿Realmente ya no quedaba nada de él? ¿Qué clase de corazón no miraba hacia atrás, una amistad como la que tuvimos?
Mis ojos seguían fijos en su rostro, pasando a llevar su comodidad, cuando Scott carraspeó. Apretó los labios y apartó la mirada hasta pasado un buen rato, con el ceño fruncido y los puños apretados.
Tragué saliva y miré mi cuaderno.
—Largo de aquí, Scott—dije con voz inexpresiva.
—¿Por qué? ¿Necesitas que te deje a solas con tu novio? —se burló—. Maldito Asplendor.
Estaba analizando cual arma sería más letal, si el bolígrafo junto a mi cuaderno o la silla vacía junto al pupitre de Owen, cuando la voz de Owen se interpuso para defenderme.
—Déjala en paz. Creo que no te gustaría que tuviera que revelar el nombre de la persona que pasó por tu mente cuando el profesor te preguntó a quien amabas—habló, con la misma voz delgada que empleaba siempre, pero carente de titubeos y temblores.
Scott retrocedió como si le hubieran dado un golpe y, dudando dos largos segundos de vulnerabilidad, se volvió a lanzar hacia adelante para coger la hoja de Owen. Todo él fue risas cuando logró hablar.
—Persona que amo—comentó ahogado con sus propias carcajadas. Owen tembló junto a mi cuerpo y se puso de pie para detenerlo, dejando caer el lápiz que sostenía al piso—: Celeste Bynes. Que ridículo. Me divierte, realmente me divierte.
Abrí mucho los ojos y los intercalé entre el rostro de Scott y Owen. Owen se dejó caer sobre la silla, como si hubiera sido apuñalado en el estómago, y me miró con temor en sus pupilas. Scott se relamió los labios y luego apoyó la lengua en una de sus mejillas, mientras recorría el alrededor con sus ojos hambrientos.
—¡Hey, todos escuchen! —exclamó abriendo los brazos como una cruz—. ¡¿No quieren saber los nombres escritos en la hoja del fenómeno psicópata?!
Un bajo murmullo recorrió la sala, como una ola al retroceder sobre la arena. Owen se tensó en su asiento, sus rasgos demacrados parecieron aún más lívidos de lo que habían estado hasta el momento, y sus dedos se aferraron a la madera de la mesa, enterrando las uñas allí donde era imposible clavarlas; rompiéndose las pezuñas en astillas.
Lo miré con lastima, sabía que solo había puesto mi nombre allí porque yo era la única persona que había sido capaz de hablarle, pero los demás no estaban enterados de ese detalle. Quise asesinar a Scott, quitarle la hoja y torcerle los dedos en direcciones inimaginables, sin embargo, ya era demasiado tarde. Todos tenían la atención puesta en él, como si se tratara de un Dios próximo a entregarles la inmortalidad divina.
—¿Acaso no es justo? —dijo el pelinegro—. Él ha estado espiando nuestras mentes todo el año. Es más, mientras todos aquí intentamos mantener los nombres que escogimos en secreto, este... fenómeno, disfruta robando nuestros pensamientos. ¿Es justo eso? Díganme. ¡¿Es justo eso?!
No presté atención a mis acciones. De un segundo a otro mi cuerpo se había alzado de la silla y mi puño se estuvo dirigiendo a la mejilla de Scott, la rabia le había ganado a la cordura, pero éste fue más rápido y esquivó el golpe con mucha agilidad.
—¡Voy a matarte! —grité enseñándole los dientes. Él retrocedió dos pasos riéndose, encontrando mi mirada con la suya, y me señaló con el dedo índice, mirándome de arriba a abajo.
—¡Esta, señores, es la amada del fenómeno! —vociferó a su público expectante—. ¿No les parece divertido que entre los monstruos se amen?
Entonces, cuando los gritos de asombro y burla bañaron la sala como una bandada de águilas asesinas, comprendí que era demasiado tarde para hacer algo. Las uñas se me clavaron en la carne de las palmas, la sangre manó allí donde la presión era excesiva, mi mandíbula se tensó y temí que mis dientes fueran a romperse por la fuerza con que los apretaba. Un nudo hizo que los ojos se me llenaran de lágrimas de impotencia.
No noté en que minuto el profesor se había acercado a donde nos encontrábamos. Solo lo divisé de reojo cuando intentó hablar con Owen, cuando su mano fraternal se posó sobre el hombro huesudo de mi amigo, y cuando éste lo empujó para salir corriendo de la sala.
—¡Silencio! —exigió el hombre, incapaz de controlar la odisea que se había formado dentro del salón. Todos gritaban, todos exigían, todos protestaban. Mientras por mi lado, en lo único que podía pensar era en la mirada triste de Owen—. ¡Silencio todos! Si a alguno de ustedes no le gusta la clase, puede retirarse. Ya me las arreglaré yo con aquellos.
«Puede retirarse». «Retirarse».
Mis pies se movieron solos, veloces como las patas de un puma y livianos como una pluma, y a los tres segundos me encontraba junto a la puerta de salida con mi mano aferrada al pomo.
—Señorita Bynes, ¿dónde cree que va? —preguntó el profesor desde atrás. No me giré a mirarlo, torcí mis dedos en la dirección correcta y el sonido del cerrojo al abrirse me acompañó mientras empujaba la puerta para salir.
—Dijo que podía salir el que lo quisiera—expliqué caminando con determinación.
—¡Pero no me refería...!
Abandoné la sala, dejando atrás aquella pesadilla cruel, y en cuanto atravesé la puerta el aire fresco me golpeó las mejillas. Liviano, suave y agradable, una oleada de viento ondeó mi cabello hacia atrás impregnándome la nariz con un pesado aroma a barro y hierba. Me encontraba de pie en uno de los tantos pasillos del primer piso, el camino se extendía hacia ambos lados infinitamente y las puertas serpenteaban las murallas en ambas direcciones. Frente a las puertas había un ventanal que dejaba ver a través del cristal el paisaje que se extendía detrás. Árboles perfectamente recortados adornaban lo que era un arreglado jardín. Caminos de adoquines flanqueaban el espacio y todos desencadenaban en la pequeña plaza que había en el centro. La plaza estaba cubierta con una cúpula de madera en el techo, una pequeña fuente de agua jugaba con el agua moviéndola en distintas direcciones en el medio de la circunferencia y, en sus arcos, una docena de bancas verdes del mismo tono de los setos recortados la flanqueaban.
Me acerqué al cristal para buscar la silueta de Owen entre la naturaleza, como Adán en medio del Edén, pero el único ser vivo presente fue un ave color gris que alzó el vuelo como si se percatara de mi presencia. Miré hacia ambos lados del pasillo, intentando recordar en qué dirección estaban los baños más próximos, y luego comencé a correr hacia mi izquierda.
Me sentía mal por Owen. Impotente y culpable a la vez. Sabía que Scott se había metido con él por mi culpa, yo era la causante de que aquel demonio hubiera puesto sus dientes como cuchillas sobre el cuerpo de Owen, porque era mi presencia la que le fastidiaba. Era yo la piedra metida dentro de su zapato y estaba arrastrando a Owen conmigo. ¿Se podía ser más desgraciada?
Cuando llegué a la zona de los baños ni siquiera dudé antes de internarme en la puerta con el letrero del Ken dibujado. Un estudiante escondido bajo una capucha negra me golpeó el hombro cuando crucé la puerta. Me balanceé hacia el costado maldiciendo en voz baja y torcí el cuello para dirigirle una mirada de odio antes de seguir avanzando hasta las cabinas. Como un láser, mis ojos escrutaron el espacio, y cuando se posaron en la única cabina cerrada, se estrecharon en alerta.
—¡Owen! —grité.
Eliminé la distancia que me separaba de la puerta y la empujé con mi pie, enviándola disparada hacia atrás. Ésta se golpeó con un estruendo, haciendo temblar toda la fila de cabinas, y dos ojos verdes me miraron aterrados medio metro más abajo.
Un chico de gafas que nunca había visto en mi vida se encontraba sentado en el inodoro, viéndome de la misma manera en que se vería a un fantasma que ha venido a robar tu alma, con las mejillas enrojecidas y los ojos lagrimosos. Su boca se abrió como una cueva profunda para decir algo, sin embargo, al parecer su vergüenza fue mayor que su rabia, porque juntó los labios y se puso a llorar.
Me quedé inmóvil. Eso solo podía pasarme a mí.
Alcé las palmas y cerré la puerta.
—¡Perdón, amigo! ¡Lo siento! —exclamé sacudiéndome las manos—. ¡No he visto nada! Soy ciega. Olvidé mi bastón y me he confundido de baño.
Como si el dibujo de Barbie y Ken pudieran ser detectados con un bastón. El chico aumentó el llanto. Perfecto, lo acababa de empeorar.
—¿Celeste? —preguntó alguien a mi espalda.
Me volví rápidamente y expulsé un grito de emoción al ver que se trataba de Owen. No obstante, toda mi felicidad se vio suprimida por el pánico que me generó la sangre que fluía como líquido espeso por su mano derecha. Nacía debajo de su sudadera, se entrelazaba por sus dedos como una enredadera y se acumulaba en sus uñas para, por último, caer como pequeñas gotas a la cerámica del piso.
—¿Qué hiciste? —pregunté aterrada. Indignada. Molesta. Decepcionada.
—No es nada—susurró. Su voz sonó mucho más espeluznante encerrada en aquel baño manchado de sangre—. ¿Viniste por mí?
Me conmovió la sonrisa que me dedicó. Sólo pasó un segundo hasta que estuve junto a él y mi mano le agarró el hombro, me incliné sobre su cuerpo y agradecí que mis ojos quedaran a la altura de los suyos cuando lo fulminé con la mirada. Sus pupilas dilatadas trataron de mantenerse sobre mí.
—Owen, dime qué te hiciste—ordené de manera fría. Él retrocedió e intentó escapar de mí, pero no se lo permití. Le puse una mano detrás de la nuca para retenerlo y con la otra le tomé la muñeca. Dos cortes no muy profundos le surcaban la piel pálida, de manera horizontal, manando sangre cada vez que apretaba el puño.
El estómago se me revolvió producto de la panorámica, sobretodo tomando en cuenta las cicatrices oscuras que le rodeaban los cortes. Círculos duros y marcados, como si alguien hubiera enterrado un fierro allí.
—No tienes que verlo—dijo Owen apartando la mano—. No es necesario que presencies esto si no te gusta... Está en tu derecho dejarme solo... Solo.
Tragué saliva y entorné los ojos.
—Estoy preocupada por ti. Deberías saberlo—refuté molesta—. No voy a dejarte solo.
—¿Por qué? ¿Por qué te preocupas por mí? —preguntó. Su mano, empapada en sangre, ascendió hasta llegar a mi rostro y me acarició la barbilla—. ¿Acaso no te molesta que te ame?
—No, Owen. Tú no me...
—¿Tú también me amas?
Di un paso atrás y me esforcé por evitar una expresión horrorizada. Pero un golpe, seguido de un gruñido, se robó mi atención, provenía desde la puerta de la salida. De inmediato me separé de Owen y corrí hacia el origen del ruido, en estado de alerta. Estaba consciente, a pesar de todo, de que en ese minuto los guardianes estaban enfrentándose a un enemigo que había atacado él instituto, y me aterró la idea de que algo pudiera hacerle daño a Owen.
—¿Qué carajos? —gruñó alguien desde el otro lado de la puerta, justo cuando me disponía a abrirla. En el segundo exacto en que comprendí que se trataba de la voz de Scott, me giré hacia el rubio y alcé una de mis manos.
—Es él. Necesito que te quedes aquí, no sería bueno que vea lo que hiciste —dije en un murmullo—. ¿Puedes lavarte la herida solo?
Owen asintió con la cabeza, pálido como el papel, y movió los labios para formar la palabra «gracias». Le regalé una sonrisa de satisfacción y me obligué a eliminar todos los pensamientos de enojo que querían merodear por mi mente.
Scott me miró a los ojos con un gesto de incredulidad cuando salí del baño de los hombres. Por un momento, ambos nos quedamos mirando atentamente. Todo lo que bueno que habíamos vivido a lo largo de ocho años fue lo único que me impidió golpearlo. Scott tenía los ojos enrojecidos y la barbilla le temblaba, algo horrible debía estar pensando.
—¿Estabas aquí? —preguntó con voz ronca. Se relamió los labios y luego sonrió, volviendo a enseñar sus dientes perfectos. Sabía que era una sonrisa falsa—. Te estaba buscando, fenómeno. No pienses que esto ha terminado.
—¿Sabes? Eres ridículo—espeté sonriendo extensamente—. ¿No te das cuenta de que nadie quiere discutir contigo? Solo estás tratando de llamar la atención, como si necesitaras que la gente te tome en cuenta. ¿Te sientes sólo, Scott?
—¡Zorra! —gritó.
Una mano se puso en mi espalda, más para empujarme que como un gesto de cariño, y me obligó a avanzar por el pasillo. Me volteé con una mezcla de desconcierto y sobresalto, y abrí los ojos consternada cuando divisé al Sujeto Silencioso, Ethan, junto a mí. Me impulsaba a caminar con su mano en mi hombro, sin mirarme directamente a los ojos, y con la mano libre señalaba el final del pasillo, indicándome la dirección. Abrí la boca, la cerré, y luego volví a abrirla, repitiendo el ciclo unas tres veces.
Scott, Owen, todos desaparecieron de mi mente para ser reemplazados por un sentimiento de preocupación.
—¿Qué ocurre? ¿Le pasó algo a Betty? —pregunté.
Ethan no me respondió, no me miró, no me prestó atención, y siguió avanzando conmigo frente a su mano. Entonces frené y pegué mi cuerpo a la pared para evitar que siguiera arrastrándome como un paquete liviano. Sus ojos se posaron sobre los míos por un rápido segundo, tan fugaz como el destello de una estrella crepitante, y su dedo índice volvió a señalar el final del pasillo.
¿Acaso de verdad era mudo? Fruncí los labios y tragué saliva, asintiendo con la cabeza. Dudaba que me hubiera visto, porque sus ojos volvían a estar lejos de mí.
—Está bien, iré. Pero existe algo que se llama: hablar—dije comenzando a caminar. Su mano volvió a posarse firme sobre mi espalda—. Podrías emplearlo, ¿sabes? No es tan difícil.
—¡Corre, maldito Asplendor! ¡Escapa! —exclamó la voz de Scott desde atrás, recordándome su presencia.
No quise mirarlo, así como tampoco quise pensar que Owen estaría en peligro. Confiaba en que podría curarse a sí mismo como siempre lo hacía. No me gustaba la idea de dejarlo allí, tan cerca de Scott, pero los guardianes me necesitaban y me pareció inaceptable negarme después de todo lo que habían hecho por mi familia.
—¡Fenómeno asqueroso! —Escuché sus pasos seguirnos a dos metros de distancia—. ¡Monstruo repugnante! ¿Así que ahora te relacionas con los mayores? Zorra. Muérete. Púdrete. Asquerosa...
La mano cálida que se mantenía pegada a la zona de mi omoplato izquierdo desapareció. Busqué a Ethan con la mirada y en cuanto lo vi de pie frente a Scott contuve el aliento. Ocurrió rápido, limpio y certero. Fue un movimiento perfecto y silencioso. Ethan echó el codo hacia atrás y luego lo impulsó hacia adelante. Con el puño apretado y las venas de su antebrazo sobresaliendo como un cableado eléctrico, propinó un puñetazo seco en la mejilla de Scott.
Ahogué un grito y me llevé las manos a la boca.
Scott cayó sentado al piso producto del impacto, con ambas manos aferradas a sus labios, mientras un montón de sangre comenzaba a escurrirse por sus dedos. ¡Por Heavenly! ¿Acaso Ethan tenía la mano hecha de hierro?
El Sujeto Silencioso se apartó del cuerpo botado de Scott y volvió a acercarse a mí para poner su mano nuevamente sobre mi espalda. El familiar empujón me impulsó a avanzar y su mismo dedo índice me indicó el camino. Aguanté la respiración, tragué saliva y cerré los ojos por dos segundos. Necesitaba tranquilizarme y aclarar mi mente.
¿Qué demonios...?
Cuando Ethan me movió para invitarme a doblar, recién me di cuenta de que seguía con los ojos cerrados. El rubio se movía rápida y eficazmente, sin dejarme tiempo para pensar o reaccionar. Estaba apunto de abrir los ojos para analizar el espacio por el que me conducía, cuando un aroma a vainilla me alimentó el olfato. Alguien se había lanzado sobre mí.
—Al fin te encontramos, mujer. —Dos ojos grandes y redondos me analizaban fijamente.
—¡Betty! Pensé que les había pasado algo malo—dije separándola de mí—. Estaba preocupada, creí que esa cosa les había hecho daño.
—¡Claro que no! —exclamó—. Solo te estábamos buscando para llevarte al entrenamiento. Amber ya habló con la directiva para que te dieran permiso para abandonar las clases antes de tiempo. Un lujo, ¿no? Ojalá alguien hubiera hecho lo mismo por mí en aquellos tiempos.
—Quizá tu compañero debería cambiar esa expresión de: «Todo-el-mundo-ha-muerto» para no preocupar a la gente—comenté suspirando aliviada—. ¿Nos iremos más temprano? ¿Por qué?
—¡Porque sí! —Su mano se cerró en torno a mi muñeca y comenzó a guiarme hacia la salida—. Ahora vamos, una tarde agotadora nos espera.
¿Realmente todo estaba bien? Algo en la expresión de Ethan me dijo que no.
[...]
—¿Aquí entrenaremos? —pregunté cuando atravesamos las enormes puertas dentro del edificio en el que habíamos estacionado.
Una amplia sala de techos altos acababa de aparecer ante mi vista. El piso, de madera brillante, relucía bajo las múltiples luces circulares de energía media que surcaban los techos. Las paredes, revestidas de papel oscuro, estaban repletas de distintos tipos de armas que podrían ser empleadas fácilmente para asesinar a alguien. Múltiples cabinas, de más de seis metros cuadrados, estaban separadas en diversas facciones del lugar; apartadas de la sala central por paredes de cristal transparente que dejaban ver los distintos blancos que tenían dentro. Lo más sorprendente de todo era que no había maquinarias de pesas para reforzar la fuerza, o trotadoras para aumentar la resistencia. Lo más abundante eran las armas, muchas espaldas, pistolas, sables, dagas, cadenas, mazos, esparcidas por cada rincón de las paredes. Después estaban las cabinas aisladas en el sector oeste y, en el centro, un piso acolchonado recubierto con un puzzle grueso que seguramente tenía la tarea de absorber el impacto de saltos, derribos controlados y caídas.
Todo me pareció impregnado de muerte y guerra.
Casi pude imaginarme a Reece en el centro de la sala, lanzando cuchillos a la diana que colgaba en la pared frontal, con el cabello pegado a la frente y húmedo por el sudor. Pude ver a Betty trepando por la escalera que colgaba horizontalmente desde el techo, y a Amber disparando un arma de fuego dentro de uno de los apartados. Pude crear la imagen de Ethan empuñando una espada, lanzando estocadas certeras, mientras Casper retrocedía esquivándolas como un gato callejero, ágil y veloz.
Cuando terminé de observar todo, cada irregularidad de las paredes o del piso, cada liana mal colgada, cada fisura en los cristales, volví mi vista hacia las cinco personas que me analizaban desde atrás y suspiré.
Reece me miraba con diversión, mientras masticaba un trozo de chocolate que levitaba frente a su boca. Betty me miraba con lastima, Amber con una expresión comprensiva en los ojos y Casper con una sonrisa tranquilizadora. Ethan simplemente no me miraba. Todos parecían tener una distinta manera de apreciar mi reacción, no obstante, todos fueron asaltados por la misma cara de desconcierto cuando alcé los brazos al aire y pegué un grito.
Porque, sí, el lugar daba miedo. Pero me encantaba.
—¡Esto es fantástico!
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top