Capítulo 9
El cielo estaba más gris de lo normal, casi negro. Por aquí y por allí, se veían pequeños círculos verduzcos, como si fuera un cuadro de pintura y estuviera horrorosamente manchado de moho. Las nubes, espesas y densas, explotaban y derramaban su agua sangrante sobre un campo seco y oscuro. El mismo campo donde me encontraba yo de rodillas. El viento chocaba contra mis brazos y mis mejillas, y parecía traer cuchillas que me rasgaban la piel.
Me llevé las manos al pecho, desorientada, y miré al frente. Allí, un cuerpo se encontraba derrumbado sobre el pastizal quemado. Había una bandada de buitres que le daban picotazos tanto en la cabeza como en el resto de las extremidades. Su sangre espesa se esparcía, formando un charco debajo de su cuerpo que se combinaba con la lluvia rojiza que caía del cielo.
Me lancé hacia adelante y comencé a gatear en dirección al cadáver. Por una extraña razón no podía ponerme de pie. Las piedrecillas de la tierra se clavaban en mis rodillas, y sabía que me dolían, pero no podía sentir el dolor. Lo único que presenciaba era esa ansiedad en mi pecho, como si no hubiera suficiente oxígeno en el aire.
Me acerqué asustada, sin dejar de contemplar el entorno borroso que rodeaba el cadáver sobre el piso, y extendí mi mano para darle la vuelta. ¿Por qué me había acercado? Las aves carroñeras se enfadaron y se lanzaron sobre mi carne. Retiré la mano con rapidez, ahogando un grito, y entonces el cuerpo se volvió hacia mí sin que tuviera la necesidad de tocarlo.
Su rostro, ceniciento y desprovisto de alma, se extendió en mi campo de visión como una película de terror. Era su cabello, rubio y bien cuidado, y sus labios rosados decorados con un pequeño lunar. Mi madre, con las cuencas de los ojos vacías y agusanadas. Grité, y entonces sentí que mis piernas se ataron a la tierra impidiéndome huir. Por más que traté de levantarme, se me hizo imposible. La superficie me engullía.
Los buitres se me lanzaron encima, y entonces comenzaron a arrancarme trozos de carne de las mejillas y los hombros. Grité, y luego grité más fuerte. Y entonces, de la nada, otra ave carroñera apareció para espantar a todas las demás. Un cuervo, negro y de plumas brillantes.
«Ahora yo estoy aquí, y no hay sombras que puedan lastimarte».
—Celeste. —Unas manos me sacudieron los hombros, expulsándome lejos de aquella nube oscura que me absorbía—. Celeste, despierta.
Abrí los ojos de golpe, pero los cerré de inmediato al sentir la potente luz del sol sobre mí. Me llevé las manos al rostro, girándome hacia el costado, y luego busqué las sabanas de mi cama. Alguien me agarró los dedos, y sólo ahí recordé los sucesos de la noche anterior.
La competencia. El incendio. La hermana de Janos. Ethan. Nate. Mi madre. Mi padre. Owen. El glimmer de la chaqueta negra.
Me senté veloz y abrí los ojos, a pesar del brillo dorado que seguía cegándome. Frente a mí, el rostro de alguien adquirió forma hasta convertirse en mi padre, y su mano me acarició la mejilla. Sus ojos estaban entrecerrados. Su boca era una curva hacia abajo. Lo observé desorientada, y luego miré mi entorno: mi dormitorio.
—Tranquila —habló papá, con una voz de silencioso sufrimiento—. Estás en casa. ¿Sabes qué día es hoy?
—Ayer fue la última competencia —respondí—. ¿Por qué estoy aquí? ¿Dónde está mi madre?
—Los guardianes te encontraron en la entrada de un callejón, inconsciente —me contó, con más calma de la que deseaba en ese minuto—. Rastrearon tu smartwach. Al parecer, alguien te hirió y te dejó tirada en la calle. No saben quién fue. Cuando buscaron al culpable, se toparon con un enfrentamiento entre dos desconocidos, pero ambos desaparecieron en cuanto las patrullas llegaron al lugar.
—¿Dos desconocidos? —pregunté.
—Sí, vieron a dos hombres peleando, en la lejanía, pero no me dieron más detalles —explicó—. Yo creo que fue el mismo hombre que nos raptó, ese de rostro conocido, pero nadie me escuchó.
—¿Rostro conocido?
—Sí, un hombre nos atacó a tu madre, a tu amigo y a mí —respondió—. Estoy seguro de que lo había visto antes.
Me llevé una mano al pecho, a la cadena de plata que aún tenía atada al cuello.
—Nate —susurré.
Mi padre me observó con una expresión perdida, desorientada, como un niño pequeño que observa la televisión por primera vez.
—¿Nate? —interrogó.
Lo miré adolorida.
—¿Mi madre...?
—No han podido encontrarla. —Bajó la mirada, como si lo estuvieran regañando porque acababa de romper un vaso—. Los guardianes dijeron que buscaron por todas partes, pero no la hallaron. Ellos creen que... murió. Pero yo sé que está viva, lo presiento, y no estoy loco.
—No... —Me cubrí la cara con las manos, y dejé salir un inesperado sollozo—. Él se la llevó. Él la tiene... Nate.
Mi padre no pareció haberme oído. Me secó una lágrima con su dedo pulgar, y luego me ordenó el cabello.
—Tu amigo está aquí, quiere verte —dijo—. Llegó muy temprano, y ahora se ha negado a irse. Dijo que esperaría hasta que despertaras.
—¿Owen? —pregunté, bajando las manos.
—Sí, también están los guardianes y vino una enfermera. Todos están preocupados por ti, hija. Debes sentirte afortunada.
Quise decirle a mi padre todas las razones por las que no debería haberme sentido afortunada, pero de seguro no lo entendería. Con mi madre ya nos habíamos acostumbrado a su comportamiento. Sabíamos que mi padre no era normal. Habían cosas en su cabeza, inexplicables, que lo hacían alguien distinto y despistado. No por eso lo amábamos menos, sin embargo, sabíamos que habían veces en las que era mejor no contar con él.
—Sí, supongo —murmuré, bloqueando todo el dolor que consumía mi apretado pecho—. De todos modos, no quiero hablar con ellos. No les digas que desperté.
—Lo siento, pero ya es tarde —dijo una voz proveniente desde el umbral de la puerta—. Ya lo sé.
Alcé la mirada, confundida, y me encontré con Janos. Se encontraba en la entrada de mi habitación, con los brazos cruzados a la altura del pecho y una expresión seria en el rostro. Iba vestido con su traje de combate negro, y la capa puesta sobre la espalda. Su chaqueta estaba arremangada hasta los codos, ensanchando todavía más los músculos en sus extremidades. Cuando se encontró con mis ojos, relajó las comisuras de sus labios.
—No quiero hablar —insistí.
Él ignoró mi comentario y miró a mi padre.
—Señor Bynes, ¿puede dejarme a solas con su hija? —le preguntó—. Necesito que hablemos sobre un asunto de suma importancia.
—¿Por qué no puedo escuchar? —cuestionó mi padre, como un niño infantil—. Ya soy grande.
—Es un tema privado, entre su hija y yo —contestó Janos, pero no fue duro, como pensé que sería, sino amable—. Celeste le puede contar los detalles después.
Mi padre pareció feliz con esa respuesta. Se levantó, no sin antes depositar un beso en mi frente, y salió de la habitación con una sonrisa en el rostro. Lo observé alejarse con una mueca de dolor, y luego vi como Janos cerraba la puerta para dejarnos apartados de todo lo demás. Mi dormitorio nunca me pareció tan pequeño.
—¿Qué quieres? —interrogué, seca—. ¿Acaso te mandaron a darme el beso de buenos días? Si al menos trajeras el desayuno...
—Vine a darte las gracias —articuló con elegancia, ajeno a mi mal humor.
—Oh, es justo lo que querría de aderezo en mi sándwich..., si tuviera uno —contesté—. Aunque nunca se debe perder la esperanza de que alguien de buen corazón te lo traiga.
Janos enarcó una ceja.
—No es necesario que seas sarcástica, sé que estás sufriendo. No tienes que ocultarlo. Tu madre está desaparecida...
—No hables de mi madre —lo frené—. A menos que me digas dónde está o cómo encontrarla, no te lo permito.
—Ayer salvaste a mi hermana, y te debo su vida. —Se aproximó a la cama, soltando los brazos para jugar con una cuchilla de su cinturón—. No hay nada que iguale lo que hiciste..., no para mí. Sin embargo, quiero que sepas que estoy dispuesto a ayudarte en todo lo que necesites, aunque eso vaya en contra de las reglas y el gobierno.
Entrecerré los ojos.
—¿Por qué debería creerte?
—Porque ayer tu valentía me demostró que eras más que lo que creía —afirmó—. Pensé que eras una niña inútil, que sólo pensaba en sí misma y en lo que quería, pero demostraste ser todo lo contrario. Tu bondad y coraje superan a muchos. Y Ross tiene razón, es justo eso lo que necesita el pueblo. Te necesitamos, Celeste, y haré lo que sea para que estés bien.
—No me aseguras nada con palabras bonitas —repliqué.
—Lo sé —respondió Janos, metiéndose la mano al bolsillo de la chaqueta para extraer una pequeña tarjeta de memoria—. Por eso te traje esto, lo mismo que te arrebaté días atrás. Creo que mereces tenerla, sea por la razón que sea.
Abrí la boca, sorprendida, pero la cerré de inmediato. Aunque ya sabía la verdad sobre mi origen, el deseo de saber lo que encontraría allí adentro seguía invadiéndome.
—Entrégamela —exigí.
Janos extendió la mano, y yo le arrebaté el artefacto con más ansiedad de la que quería demostrar. Él no dijo nada, sólo me miró desde su altura mientras el aire fresco que entraba por la ventana le agitaba el cabello.
—Gracias —susurré, escondiendo la tarjeta bajo mi almohada—. Es un acto amistoso de tu parte, pero no creas que por eso me caerás bien. Tú y yo jamás seremos amigos.
—No quiero ser tu amigo —repuso él—. Ayer salvaste lo único que tengo en mi vida, y jamás lo olvidaré. Estoy dispuesto a ayudarte en todo, pero no confundas las cosas.
—¿Tu hermana es todo lo que tienes?
—Sí, nuestros padres murieron cuando Kristy era un bebé. Yo me he hecho cargo de ella todo este tiempo. Es como mi hija, y no soportaría perderla. No creo que pudiese sobrevivir después de algo así. Por eso te entiendo, y quiero ayudarte a encontrar a tu madre.
—Es una pena lo de tus padres —admití—. Debe haber sido difícil. Al menos yo sé que mi madre está viva, pero tú...
—¿Cómo sabes que tu madre está viva?
Lo miré con una mueca. No tenía la intención de rebelarle a ninguno de ellos lo que había ocurrido, pero no pude evitarlo. Janos ya sospechaba de mí. Me lo decían sus ojos, directos y afilados.
Me llevé las manos a la cadena que me regaló mi madre, casi de forma automática, y luego miré las mantas que me cubrían los pies. Había salpicaduras de sangre esparcidas por el cobertor, producto de las heridas que los médicos y mi sistema no habían podido sanar lo suficiente rápido. En la esquina, una revista de diseño de hogar estaba arrugada y abierta. Mi padre debió dejarla allí.
—Ayer, cuando fui a buscar a mis padres, me encontré con el líder de nuestros enemigos —confesé, tragando saliva—. Él tenía a mis padres y a Owen retenidos en un callejón. Cuando me vio, me dio la opción de elegir a quienes dejaría vivir. Quería venganza.
—¿Venganza?
—Creo que tiene una especie de odio rencoroso contra nosotros —respondí, mitad verdad mitad mentira—. Nos detesta. Cree que somos seres arrogantes y siniestros, lo mismo que nosotros pensamos de ellos.
—Pensé que habían secuestrado a tus padres para guiarte hacia ellos. Una trampa.
—No, él cree que ellos son los buenos. Creyó que si escuchaba su discurso, me iría corriendo a su lado sin necesidad de sobornarme —expliqué—. Quiere que los ayude a construir un mundo mejor. Dijo que los humanos son malvados, por eso me ofreció la oportunidad de matar a uno de mis padres o a Owen. Quería justicia.
—¿Te quiere a su lado por tu habilidad especial? —preguntó, siguiéndome el hilo.
No, era porque la Fuente me había elegido para protegerla, y ambas teníamos una extraña conexión que nos unía.
—Sí, supongo —contesté, en cambio—. Debió saber que jamás aceptaría algo así. Cuando vi que iba a matar a mi madre, no pude evitar decirle que la salvara, que no la matara a ella.
—¿Entonces se la llevó?
—Sí, la metió en un portal.
—¿Y por qué no mató a los demás? —interrogó—. ¿Por qué te encontramos en la entrada de un callejón?
—Alguien me ayudo, pero no pude verle el rostro —mentí.
—¿Crees que pudo ser un guardián?
—No lo sé, me quedé dormida.
Janos asintió, comprensivo, y se cruzó de brazos. Sus ojos recorrieron la estancia, para al final volver a detenerse sobre mí.
—Usaste tu poder de forma irresponsable, pudiste haber muerto —comentó—. No vuelvas a hacer algo así.
—Lo volvería a hacer si así pudiera salvar a mi madre. —Escondí las manos debajo de las mantas, y apreté las sabanas con impotencia. Todavía podía sentir el olor de la sangre fresca que había en el callejón—. ¿Acaso tú no harías lo mismo por Kristy?
Él no respondió. Se quedó mirándome, en silencio, por un largo rato. Afuera, los gritos de los niños que corrían jugando con los drones de vigilancia se alzaron como una lluvia de normalidad. Cuando era pequeña, yo también había corrido junto a Scott en busca de aquellos drones. Siempre pasaban a la misma hora, ni muy temprano ni muy tarde, y luego se iban para vigilar el resto de la ciudad. Oír a esos niños fue como música.
Me giré hacia la ventana, y miré el cristal vacío con añoranza. Anhelaba esos días de infancia, anhelaba vivir con mis padres una vida normal. ¿Por qué había tenido que alcanzar los ocho años tan rápido, y luego más?
—¿Tendré que repetirle lo mismo a Amber? —pregunté luego de un momento—. Lo que pasó, quiero decir.
—No te preocupes, yo me encargaré de contarle todo —respondió Janos, con un tono agradable y melodioso—. Mientras tanto, descansa. En la tarde nos trasladaremos a otro lugar, así que tendrás que empacar un poco de ropa.
Aquello me tomó por sorpresa. Lo miré con una expresión de asombro e incredulidad.
—¿Nos mudaremos?
—Sí, Dave cree que ahora que ya atacaron, no dudarán en volver a hacerlo —me explicó—. En el estadio nos dieron una paliza, no creo que nos tengan miedo.
—¿Y dónde nos iremos?
—A una casa de esta misma calle. —Janos retrocedió hasta la puerta y apoyó la espalda en ella, cruzándose de brazos—. Ellos pensarán que te llevaremos lejos, así que haremos todo lo contrario. No queremos cometer más errores.
—¿Tú sabías que el campeonato era un plan?
Los ojos de Janos cambiaron, de la serenidad a la tristeza, y me enviaron una sobrecarga de arrepentimiento en un idioma poco comprensible. Era extraño ver así al mismo hombre que me había tratado con tanta superioridad y aires de grandeza. Sin duda, la experiencia de perder a quien más se ama cambia a las personas. Para bien o para mal, es una tortura mental difícil de superar.
—Sí, lo sabía —respondió él—. Pero no pensé que las consecuencias serían tan lamentables. Lo de tu madre...
—Está bien, basta —lo frené—. No sigas.
Él abrió más los ojos, y luego los entrecerró con lentitud.
—Lo siento —dijo—. De verdad lo siento.
No dije nada, porque no habían palabras que describieran toda la impotencia que estaba sintiendo contra los guardianes. Mi madre estaba desaparecida por culpa de un plan. Personas inocentes estaban muertas por culpa de un plan. Un «lo siento» no mejoraba nada, ni cientos de ellos lo harían. Janos no había perdido lo que más amaba, no realmente, así que jamás comprendería el dolor de quienes sí lo habíamos hecho.
—Vete, por favor —pedí de buena manera.
Janos me miró, casi adolorido, y luego salió de la habitación. No hubo más palabras. No hubo más visitas. No hubo más risas en la calle. Sólo el desesperado llanto de mi garganta contra la almohada y el constante recuerdo de todo lo que había perdido y jamás recuperaría.
[...]
—Hey. —La voz de Owen me despertó—. Celeste, ¿sigues dormida?
Estaba de costado, recostada sobre la cama y con la mano derecha metida debajo de la almohada. En cuanto oí la voz de Owen, abrí los ojos, dejando atrás aquella avalancha de aves monstruosas, espadas y carne achicharrada, y alcé la cabeza para mirarlo. Se encontraba en la entrada de mi habitación, con la puerta cerrada detrás de él y una sonrisa tranquila en la boca.
Apenas nuestras miradas hicieron contacto, una punzada de dolor me atenazó el estómago, hiriéndome por dentro. El recuerdo de Nate pasó fugaz detrás de mis parpados. Lo aparté rápido, de un manotazo invisible, y pensé en otra cosa. No obstante, de todos modos Owen frunció el ceño.
—¿Qué pasa? —preguntó, acercándose a mí—. ¿Me estás ocultando algo?
—No, claro que no.
Me obligué a sonreír, y luego miré por la ventana, para analizar la luz del día. El sol estaba ardiente, brillante y fogoso. Todavía faltaba para el ocaso, quizá unas dos o tres horas. Mientras miraba como los rayos impactaban contra la ventana, a mi mente vino el recuerdo de una noche despejada, donde una multitud disfrutaba de un festival y dos personas se pedían disculpas bajo una arboleda.
—Celeste —me llamó Owen.
—Sí. —Apreté la mandíbula, y me volteé para mirarlo—. Dime.
Él ladeó la cabeza, extrañado, pero al segundo después su expresión cambió para transformarse en una de terror.
—Oh, no sentía tanto dolor en tu alma desde la batalla ocurrida en Ars —comentó, al mismo tiempo en que dos surcos de lágrimas se formaban en sus mejillas—. Tu cabeza transmite tanto dolor. ¿Cómo puedes cargar con algo así? Yo... no puedo.
Owen se llevó las manos a la cabeza, y luego cayó de rodillas al piso. Sus ojos se cerraron, como dos persianas, y de ellos comenzaron a salir borbotones de lágrimas que se esparcían por sus mejillas pálidas y delgadas. No tenía que gritar para saber que estaba sufriendo, lo veía en el temblor de su cuerpo y los sollozos que expulsaba su garganta.
Me deshice de las sabanas, veloz, y me puse de pie. Las pantorrillas me dolieron al dar los primeros pasos y, al mirar hacia abajo, me di cuenta de que aún tenía cicatrices de las quemaduras. Las ignoré de forma titánica y corrí hasta Owen. Cuando me arrodillé a su lado, él alejó mis manos de un golpe.
—¡Basta! —exclamó—. ¡Basta!
Alguien abrió la puerta, y por ella se asomaron dos rostros. Amber y Ágata, portando cuchillas en sus manos.
—¿Qué está pasando? —preguntó Amber, dando un paso hacia adelante. Su cabello rubio y ondulado ondeó detrás de ella—. ¿Por qué está gritando?
La miré, y dejé el odio atrás por un segundo. La angustia debía ser evidente en cada centímetro de mi piel. Incluso yo, que no podía verme a mí misma, sentía la preocupación en mi expresión.
—Déjanos solos —le pedí—. Necesita tranquilizarse.
Amber me contempló con duda, pero después de un segundo asintió y abandonó mi dormitorio arrastrando a Ágata consigo.
En cuanto estuvimos solos otra vez, puse mis manos en el rostro de Owen y lo obligué a mirarme. Sus mechones dorados se enredaron entre mis dedos. La miel en sus ojos se derramó sobre mí. Su respiración no tenía control.
—Owen, escúchame —articulé desesperada—. Estoy aquí, contigo. Todo está bien. Nadie te hará daño. No voy a permitir que nadie te lastime.
—No puedo... —gimió—. No puedo oír tu dolor. Me lastima.
Las cuencas de mis ojos se ampliaron. Me llevé las manos a la cabeza, de forma automática, y fruncí el ceño. Tenía claro lo que estaba pasando. Mi tormento, y mi aflicción, estaban dañando a Owen. Su habilidad, más avanzada que en un principio, debía estar haciendo mucho más que leerme los pensamientos.
No podía permitir que aquello ocurriera. No podía dejar que mi dolor también llegara a él. Yo estaba acostumbrada a experimentar aquel martirio, tanto despierta como dormida, pero él... Owen no sabía lo que era perder la identidad. Ser engañada, y engañar. Ver desaparecer lo que más se ama en la vida. Luchar y perder. Matar y ver morir.
Cerré los ojos y respiré profundo. Por mi mente pasaron muchas ideas, una tras otra, pero sólo me detuve en una. Una playa solitaria, en alguna parte del mundo, lejos de nuestro hogar. Un mar turquesa, de olas suaves y espumosas que explotaban con la ligereza de una pluma contra la arena blanquecina. Piedras moteadas de pasto, flores y colores. Delfines y pingüinos en la lejanía. La brisa perfecta, danzando con los pasos de la mejor bailarina. Y, sobre una manta celeste, Owen y yo, con un helado en las manos. Mi madre y mi padre más allá, Scott, Casper..., todos. La mejor fotografía.
Una sonrisa se esbozó en mis labios, y entonces dos brazos me rodearon el cuello. Owen, sollozando contra mi cuello como un niño pequeño y asustadizo. Le acaricié la espalda, y entonces lo oí hablar entre su ahogo y tristeza.
—Perdóname —gimió—. Perdóname, Celeste.
—Tranquilo —susurré—. Todo está bien, pequeño. No sufras más, yo estoy aquí.
—Perdón. —Se separó y me miró de frente; en sus ojos estaba plasmada la soledad—. No pude... soportarlo. Sentí que me estaba asfixiando, y que había algo duro clavado en mi pecho. No de forma mental, sino física.
—Pero ahora todo está bien —dije, poniendo mi mano sobre su hombro de forma reconfortante.
—Lo siento —repitió.
—¿Por qué te disculpas? —cuestioné—. No es tu culpa. Tu habilidad es la que te hace experimentar mi dolor. Cuando aprendas a controlar tu Splendor, todo mejorará. Te lo digo porque lo sé, y lo he vivido.
—Lo lamento —insistió, y se llevó las manos al rostro.
—Sufrir no está mal, Owen. —Ladeé la cabeza, sonriendo—. Lo que está mal es la gente que no comprende ese sufrimiento. La insensibilidad de las personas. Eso está mal.
Owen me observó entre sus dedos y tragó saliva. Mientras me contemplaba, su cuerpo fue desechando el temblor que lo invadía y su expresión comenzó a volver a la normalidad. Aquella mirada tierna y boca tranquila. Era difícil mostrarse valiente delante de él; mi interior estaba tan roto como Owen había percibido. Sin embargo, ese era un dolor que tenía que guardar sólo para mí.
—¿Mejor? —le pregunté.
—Vine a verte muchas veces, pero siempre estabas teniendo pesadillas —me contó de repente—. En una de ellas, yo te apuñalaba por la espalda porque habías destrozado algo que me pertenecía.
Lo miré sorprendida.
—No lo recuerdo, Owen.
—Gritaste mucho —susurró—. Los guardianes trataban de despertarte, pero dijeron que sólo volverías con nosotros cuando lo quisieras. Tenía miedo de que eso nunca ocurriera.
Extendí la mano y le desordené el cabello.
—Gracias por preocuparte, pequeño.
Él asintió, justo a tiempo de que la puerta se abriera y entrara Amber a la habitación.
Ambos la miramos, y ella se llevó las manos a las caderas como si tuviera que regañarnos por alguna razón que desconocíamos. Su rostro, siempre con una máscara de maquillaje y profesionalidad encima, nos recorrió cada parte del cuerpo. Algo de nosotros pareció convencerla, porque asintió con la cabeza y alzó la barbilla.
—Ya ha transcurrido mucho tiempo —habló. Los rizos enmarcaron su rostro, dándole la misma dosis de belleza de siempre. Nadie sospecharía que era una guerrera—. Tenemos que marcharnos antes de que sea tarde. Celeste, vístete y ordena tus cosas.
La contemplé con una mezcla de odio y rencor, y luego me moví para ponerme de pie. Owen, a mi lado, también se levantó.
—Está bien —contesté.
—Un guardián de Heavenly nos ayudará a trasladarnos hasta tu nuevo hogar —me explicó Amber—. Su nombre es Ángela, y acaba de llegar a Estados Unidos. Su poder podrá transportarnos sin ninguna dificultad hasta nuestro destino, logrando así que nadie nos vea salir.
—Entiendo —dije.
Amber entrecerró los ojos.
—¿Te ocurre algo? —cuestionó—. Pareces molesta, y demasiado obediente.
—No, sólo quiero que esto termine —respondí, encogiéndome de hombros—. No quiero que mi padre siga estando en peligro.
—¿Tratas de decirme algo?
—¿Decirte qué?
Amber me analizó con sus ojos vivaces, de frente, sin apartarlos en ningún momento. Era imposible suponer lo que estaba pensando. Tenía la curva de los labios derecha, los ojos entrecerrados y el mentón alzado. Por más que trataba de adivinar si estaba molesta, decepcionada, confundida..., no podía.
—Celeste, necesito que entiendas algo —dijo—. Aunque no lo creas, nosotras estamos en el mismo bando. Tú y yo tenemos el mismo objetivo.
—No, no creo que sea así —negué, encogiéndome de hombros—. Pero no importa, estoy feliz sabiendo que mis propósitos son distintos a los tuyos. Jamás querría parecerme a ti.
—Yo no soy tu enemiga, Celeste —me cortó—. Lo único que intento hacer es protegerte, y proteger nuestra nación. Todo lo que hago es por el bien de la humanidad.
Me miré los pies, pensando en todas las personas que habían muerto como carnada en el festival. Niños, seres inocentes que todavía no sabían hablar. Abuelos, personas que ni siquiera podían caminar.
—Por supuesto —concluí—. Por el bien de la humanidad.
Amber carraspeó frustrada y caminó hasta donde me encontraba con rapidez. Extendiendo la mano, me agarró del hombro. Parecía desesperada.
—En la vida se deben hacer sacrificios, Celeste. Y no hablo de sacrificios insignificantes y materiales, hablo de algo realmente importante. Vidas, amistades, amores. Debemos sacrificar lo que más nos importa, por proteger a la mayoría. —Apretó la mandíbula, y entonces sus ojos se agacharon, entristecidos—. No espero que lo compartas, porque no fuiste formada en el mismo lugar en el que fuimos formados nosotros. De hecho, no quiero que lo compartas, nunca. Pero necesito que me entiendas. Necesito que confíes en mí.
—No puedo confiar en ti. —Retrocedí y me liberé de su agarre—. Mi madre está desaparecida por tu culpa. Mi padre y Owen podrían estar muertos. Te llevaste a Casper. Durante tres meses me quitaste mi libertad. Estoy sola, Amber, sola, y lo único que me queda está en constante peligro porque no puedo confiar en ustedes.
—Es lo que nos tocó vivir, Celeste —susurró ella—. Cada persona tiene su propio infierno.
—¿En serio? —cuestioné—. Porque no parece que tú lo estés pasando muy mal.
Amber frunció el ceño.
—Mi vida también está en constante peligro, Celeste —habló—. Desde que tenía ocho años fui obligada a entrenar para convertirme en una guardiana, aun cuando todo lo que quería era diseñar vestidos para mis muñecas. Muchas veces he querido dejar de luchar..., tener una familia, pero no puedo. Jamás podré tener hijos, porque mi vida está teñida de guerra y sangre. Jamás podré estar con el hombre que amo. Porque no, mi padre jamás podría estar orgulloso de algo así.
Me quedé en silencio, sorprendida, sin saber qué decir. Ella, sin embargo, parecía con ganas de seguir soltando todo lo que tenía dentro.
—Perdí a tres de mis amigos —continuó—. Tú no los conocías, no como yo, así que no me digas que no estoy sufriendo. Tengo que ser fuerte, porque no se supone que una guerrera deba mostrar sus sentimientos. Es de las primeras cosas que nos enseñan en la formación. «No muestres tu debilidad, le da ventaja a tu enemigo». No creí que fuera difícil, no hasta que perdí a Betty. Luego fueron Ethan y Reece. Jamás me sentí tan perdida.
—No tenías que fingir conmigo.
—No pude protegerlos —dijo, sin escucharme—. No pude hacer nada para salvarlos. Todo este tiempo he estado tratando de culparte a ti, diciéndome a mí misma que tú eres la «especial» y que eras tú quien debía hacer algo increíble. Pero no, tú eras una niña y yo era la guardiana. Se suponía que yo debía protegerte a ti, hasta que aprendieras, y protegerlos a ellos. Pero les fallé, a todos.
—No es tu culpa, Amber.
—Toda mi vida he tratado de hacer lo correcto, y sigo fallando —repuso—. Así que sí, es mi culpa. Yo permití que fuéramos a Ars. Yo ordené que siguiéramos cuando te habíamos perdido. Yo ordené que atacáramos. Y luego me quedé congelada, viendo como una niña inexperta y normal hacía lo que yo no era capaz de hacer. Pude luchar, Celeste, pero no lo hice.
Respiré profundo, viendo la manera en que Amber me apretaba con tristeza.
—Sólo hiciste lo que creíste necesario, lo que todos queríamos hacer.
—No, yo fallé —refutó—. Así que me prometí a mí misma no volver a fallar. Haré lo que sea necesario para proteger a la humanidad. Es mi deber, como guardiana de Heavenly, y debo cumplirlo. No puedo seguir dándote la responsabilidad a ti. Tú eres una niña, una niña que jamás vio un arma hasta pocos meses atrás. Yo no, yo soy una guerrera. Traté de odiarte, y decirme a mí misma que eras tú la culpable de todo, pero no es cierto.
—Basta —dije, dando un paso hacia atrás—. Deja de hablar así.
—No, porque necesito que me entiendas. —Me sacudió, con suavidad—. Todo lo que hago es porque quiero proteger a los demás. No quiero equivocarme otra vez. Por eso envié lejos a Casper, porque no quería que siguiera estando en peligro a mi lado. Lo amo demasiado como para permitirlo.
Mis ojos se agrandaron, incapaces de ocultar mi sorpresa.
—Por Heavenly...
—No quería que tu madre desapareciera —confesó—. Yo no quería nada de esto. Jamás he querido algo de esto. Sólo estoy haciendo lo que mi padre cree que salvará a la humanidad, Celeste. Quiero protegerlos..., y protegerte a ti también.
No fui capaz de decir nada. Sólo la miré a ella, repasando todo lo que me había dicho con una inevitable confusión, y luego miré a Owen. Él estaba en silencio, con las manos sobre los labios y los ojos dorados muy abiertos. Pensé en todos los sentimientos de Amber que debía estar sintiendo, y tragué saliva.
Antes de que pudiera reaccionar, Amber se aproximó a mí y me rodeó con sus brazos. El aroma de su perfume estalló contra mi nariz, al igual que sus rizos de oro. Me sentí pequeña a su lado, igual que la niña que ella había tratado de describir en sus palabras. La diferencia de nuestra altura y complexión era evidente.
—Quiero pensar que algún día agradecerás todo lo que he hecho —murmuró ella en mi oído—, y que Casper también lo hará. Pero sé que no será así.
Pude decirle que se equivocaba, que algún día agradecería todo el esfuerzo que estaba haciendo por salvar a la humanidad, pero no lo hice. Porque no era verdad. Jamás agradecería su esfuerzo. Jamás olvidaría que su plan había hecho que atacaran a mis padres. Jamás olvidaría que mi madre estaba desaparecida. Jamás olvidaría sus hirientes comentarios o su aparente egoísmo. Jamás olvidaría el dolor.
Quizá antes lo habría hecho, sin ningún problema, pero no ahora. Era demasiado tarde para perdonar.
—Casper lo entenderá —dije.
Amber me acarició la espalda, sin dejar de apretarme contra sus brazos.
—Lo sé —respondió—. Así como sé que tú no lo harás. —Se enderezó y apoyó la barbilla sobre mi cabeza, empujándome con algo muy parecido al cariño—. Eres tan pequeña..., deja de ponerte en peligro. Puedes odiarme, detestarme, pero no te hagas daño a ti misma. No quiero perderte también.
—¿Porque debo salvar al mundo?
—No, porque eres importante para mí —confesó—. Y si tuviera una hija, me gustaría que fuera como tú.
Mi cuerpo tembló. Traté de apartarme y huir de aquella incomodidad, pero Amber no me lo permitió. Me apretó contra sí misma y me besó la cabeza, sin darme la oportunidad de rechazarla. Cuando se separó, su rostro me demostró que también podía llorar.
—Amber... —susurré.
—Bien, prepara tus cosas —ordenó, limpiándose la mejilla con el dedo índice—. Ángela nos está esperando afuera. No olvides tu espada y tu smartwach, no volveremos en mucho tiempo.
Aquello sólo me dijo una cosa: el lapsus de intimidad había terminado. Observándola con tristeza, pensando en muchas cosas por segundo, asentí con la cabeza.
—Está bien, Amber —dije—. No tardaré.
[...]
Nuestra nueva casa no era para nada lejana. Estaba en el mismo pueblo, en la misma calle, a menos de medio kilómetro de mi antiguo hogar. Era una casa mediana de un piso y un sótano. Tenía las paredes blancas y los marcos de las puertas y ventanas bañados en barniz. Era pintoresca, con mucha decoración y vegetación en la entrada, sin embargo, seguía extrañando la casa que mis padres habían construido. Aunque esta última era pequeña y con menos habitaciones, era mucho más acogedora.
Ángela, una guardiana que venía desde Colombia, trasladó a los guardianes, a mi padre y a mí hasta la nueva residencia apenas terminé de empacar mis cosas. Owen se fue antes de eso, al igual que Scott, así que la única compañía que tenía era mi padre.
Me encontraba sentada en la cama de mi supuesta habitación, de frente a una ventana cerrada y un mueble lleno de folletos amarillos. El piso bajo mis pies era de cerámica roja, opaco como el cabello de mi madre. Por la orilla de las paredes había sillones y muebles, todos abarrotados con las pertenencias de alguien más.
Miré todo con todo con profundo horror, y enseguida apreté mis puños. Pensé en lo mucho que habría ordenado y decorado mi madre, aun cuando no era su casa. Pensé en la comida que me habría llevado a la habitación, y en las indicaciones que me habría dado después. «Celeste, limpia tu habitación». Me llevé las manos al rostro, y ahogué un gemido.
No podía permitirme llorar. Tenía que concentrarme, incluso cuando mi garganta tenía un nudo tenso que punzaba mis dientes. Debía pensar en la conversación con Nate, en el aparente engaño de Owen y el comportamiento de Amber. Tenía demasiado que procesar, así que derrumbarme no era una de mis opciones.
Suspirando profundo, tiré de la piel de mis mejillas hacia abajo.
—No es el momento —susurré.
—¿Entonces debería irme? —cuestionó una voz, Casper, haciéndome respingar—. Pensé que estarías feliz de verme, pequeña.
Alcé la cabeza y la giré en su dirección.
—¡Casper! —Me llevé las manos a la boca, y bajé la voz—. ¿Qué haces aquí?
Él se acercó con lentitud, sin abandonar su caminar delicado. Iba vestido con una sudadera roja y unos pantalones negros ajustados. Detrás de su espalda, la empuñadura de su espada sobresalía imponente, como la guadaña de un demonio. Su rostro estaba tranquilo y apacible. La mirada en sus ojos era de infinita ternura, al igual que la curva de sus labios rosados.
Cuando llegó a los pies de la cama, abrió los brazos con libertad.
—Amber me llamó para que viniera a visitarte, dijo que me extrañabas —explicó—. Ven aquí, creo que tienes mucho que contarme.
Me puse de pie y corrí para abrazarlo. En cuanto me rodeó con su cuerpo, me sentí segura otra vez.
—Pensé que ya no te volvería a ver —susurré—. Creí que te irías lejos, a otro lugar.
—No iba a dejarte sola.
—Tengo demasiadas cosas que contarte —confesé, sin soltarlo—. Ya sé quién es nuestro enemigo, Casper. Es Ethan..., siempre fue Ethan. Es el líder de nuestros enemigos y se llevó a mi madre. Fingió su muerte todo este tiempo.
Las manos de Casper me acariciaron el cabello.
—Ya lo sé, pequeña —susurró.
—¿Sabes que Ethan es el culpable de todo? ¿Los guardianes te lo dijeron?
—No, alguien me lo dijo, pero no tiene que ver con el gobierno. —Hizo una pausa—. Es increíble pensar que nunca nos dimos cuenta, supo ocultarlo muy bien.
Me separé y lo miré de frente. Su cabello azabache le cubría la frente, demasiado largo como para apartarlo.
—¿Quién te lo dijo? —pregunté.
—No importa. —Me puso las manos en los hombros y sonrió—. Encontraremos a tu madre, Celeste. Es impresionante todo lo que has tenido que soportar. Me hubiera gustado estar a tu lado. Habría hecho más por ti.
Bajé la mirada, y meneé la cabeza.
—Es como si todo el mundo estuviera conspirando en mi contra —murmuré—. A veces pienso que jamás podremos ser felices. A veces pienso que me quedaré sola, y que todas las personas que quiero desaparecerán.
Él puso una mano en mi cabeza, traspasándome más cariño del que creí poder recibir.
—Hey, un día todo mejorará —me alentó—. Tendrás una casa normal, con una vida normal y un trabajo normal. Estarán tus padres, estarán tus amigos, y también estaré yo. Y nos acordaremos de esto, sólo como un viejo recuerdo del pasado.
Icé la mirada.
—¿Y cómo podré disfrutar de esa vida después de todo lo que he pasado? —interrogué—. No creo que sea posible.
Casper sonrió.
—No puedes alzar el vuelo, y sentir su magia, si jamás te has arrastrado por el piso.
Lo observé en silencio, incapaz de responder, y él me desordenó el cabello con cariño. La sonrisa en su rostro era amplia y brillante, tan impresionante como la recordaba.
—Quiero proponerte algo —dijo—. Quiero que me acompañes a buscar a tu madre. Sé que el gobierno tardará en empezar la búsqueda, así que prefiero que vengas conmigo. No volveré a dejarte sola con ellos. Nunca más. ¿Qué dices?
Mi mirada se iluminó.
—¡Casper!
—No podemos quedarnos sentados sin hacer nada, tu madre está en peligro —agregó con otra sonrisa—. Debemos concentrarnos en lo importante.
«Concentrarnos en lo importante».
En cuanto aquellas palabras emergieron de la boca de Casper, el recuerdo de la tarjeta que me entregó Janos llegó a mi memoria. Una chispa se encendió dentro de mi cabeza. Sí, Casper tenía razón, debíamos concentrarnos en lo importante. En todo lo importante.
—Está bien, iré contigo —acepté—. Pero primero necesito terminar algo, y sólo Scott puede ayudarme.
Aunque no me gustara, Scott era la única persona en la que podía confiar ciegamente. Incluso Casper y Owen tenían cosas que me hacían dudar de su fidelidad. No podía cometer otro error.
—¿Puedo acompañarte? —preguntó Casper.
Negué con la cabeza.
—No, no puedes —respondí—. Esto debo hacerlo sola.
Era momento de averiguar quién era el gobierno, quienes eran los guardianes y quienes eran mis padres biológicos.
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