Capítulo 32
Quedé en shock.
¿Casarme con... Casper?
Me puse de pie, en un acto reflejo, y luego me dejé caer otra vez sobre el trono. Fue imposible disimular el asombro del que fui presa. Mis manos comenzaron a sudar y mi corazón comenzó a latir a toda prisa. Pasé mi mirada de Baztia a Baztiel, como si éste fuera a gritar «¡broma!» en cualquier momento, pero nada cambió sus expresiones de seguridad.
Baztia estaba hablando en serio, y Baztiel lo sabía.
No me estaban jodiendo.
Oh, no me estaban jodiendo.
—¿Qué ocurre, princesa? —preguntó Baztia con su sonrisa petulante—. ¿Sorprendida?
—No pueden estar hablando en serio —escupí con la mandíbula tensa—. Casper es mi hermano. Esto es... una locura. No pueden pedirme algo así.
—La sangre clama a su misma sangre —intervino Baztiel, juntando las manos sobre su estómago—. En las reglas está escrito que la princesa debe contraer matrimonio con su misma sangre si ésta se encuentra con vida.
—Yo no voy a... —Tragué saliva y sacudí la cabeza violentamente—. No voy a casarme con Casper.
—Tienes que hacerlo —dijo Baztia, subiendo las escaleras que la separaban de la tarima del trono como si para ella no significaran límite alguno—. Si la princesa contrae matrimonio con su hermano, su poder aumenta y se fortalece. Todos lo saben, es una tradición.
Me puse de pie, a pocos centímetros de la morena, y apreté los puños de mis manos.
—Yo no necesito más poder, yo necesito devolver la Fuente a su hogar —repliqué—. No es mi deber luchar sola, para eso los tengo a ustedes. Si todos nos unimos, podemos ganar.
Baztia soltó una risa incrédula y negó con la cabeza. Parecía divertida ante mi reacción. Era como si... se la esperara. Ella no confiaba en mí, por supuesto. Creía que los traicionaría, y yo no hacía nada para demostrarle lo contrario. Me sentí impotente. Porque quería ayudarlos, pero no así. No de esa manera.
—¿Qué es lo que te preocupa? —me preguntó Baztia—. Si no amas a Casper, puedes casarte con alguien más. Eres la princesa, puedes tener tantos hombres como desees. Tu pueblo está para servirte y darte satisfacción. No te faltará pasión.
Fruncí el ceño, indignada ante lo que acababa de mencionar, pero su hermano respondió en mi lugar.
—Baztia, detente —le ordenó—. La estás ofendiendo y eso es un pecado imperdonable.
—¿La estoy ofendiendo? —La morena se volteó a mirar a su hermano y se encogió de hombros—. ¿Por qué? Varias princesas han optado por tener más de un esposo. No es algo nuevo. Ellas son libres de amar a cuántos hombres deseen. Aquí lo que importa, en realidad, es que se case con Casper.
—No voy a hacerlo —negué—. No necesito más poder.
—¡No se trata sólo del poder! —exclamó Baztia mirándome con impotencia—. Si te casas con Casper, las probabilidades de que la próxima princesa nazca son inmensas. ¡Son elevadísimas! Tu sangre es pura, elegida por la Fuente, si la unes con la de tu hermano, es muy probable que una nueva princesa sea concebida.
Me dejé caer sobre el trono y fruncí el ceño.
—¿Qué?
—Para nosotros es muy difícil tener hijos, princesa —me explicó Baztiel—. Y es aún más difícil que una princesa nazca. La última vez tuvimos que esperar muchos años por ti. Como imaginas, estar sin una princesa es complicado, y muy arriesgado.
—Entiendo —dije—. ¿Pero eso qué tiene que ver conmigo?
—Como tu sangre es sagrada, es muy probable que la Fuente elija tu vientre como cuna de nuestra próxima princesa —me informó—. Sin embargo, tu sangre se ensucia cuando es mezclada con la de otros glimmer. La única manera de que tu sangre se mantenga intacta es casándote con tu misma sangre, en este caso Casper. Por eso te estamos pidiendo esto, porque necesitamos que la próxima princesa nazca otra vez.
Me miré las manos, temblorosas a causa de la conmoción, y tragué saliva.
—No puedo... —balbuceé—. No puedo hacerlo.
—Sé que es difícil para ti —insistió Baztiel—. Sé que creciste en una familia humana y que adquiriste otras costumbres, otra cultura. Sé que nuestros métodos te parecen aberrantes. Sé que esto es nuevo para ti. Es decir, somos distintos. Crecimos escuchando las palabras de distintas sociedades y nunca seremos completamente iguales. Pero necesito pedirte que nos entiendas. Somos tu pueblo, y necesitamos que luches por nosotros.
Baztiel tenía razón. Lo que me estaban pidiendo me parecía aberrante. ¿Pero qué habría pasado si mis padres hubiesen sido hermanos? ¿Me habría acostumbrado al hecho y habría crecido viéndolo como algo normal? ¿Acaso no pasaba lo mismo con las personas que decidían amar a alguien de su mismo sexo? ¿Cuántos habían muerto en nuestro pasado porque la humanidad lo veía como algo anormal? ¿Cuántas personas eran despreciadas a diario porque los demás repelían lo diferente? ¿Acaso amar no se trataba, simplemente, de amar?
Sí, pero ese era el punto.
Yo no amaba a Casper. Yo amaba a Reece y eso nunca iba a cambiar.
—No puedo... —susurré—. Yo no amo a Casper de esa manera.
—Por favor —suplicó Baztiel—. Esto es importante para nosotros.
—¿Cómo saben que eso funcionará? —interrogué—. Es decir, ¿cómo descubrieron que algo así funcionaría?
Baztia sorteó el sillón del trono y avanzó hacia el gran ventanal que había detrás de mi posición. Me incliné hacia el costado para mirarla, pero sólo vi su espalda y sus manos apoyadas en la barandilla del balcón. No parecía dispuesta a hablar conmigo. Al contrario, parecía decepcionada. Me enderecé para mirar a Baztiel, inquieta, y me apreté los dedos de las manos.
—Todo comenzó cuando una princesa se enamoró de su hermano —me contó el moreno de ojos grises—. Todo el pueblo de Heavenly la criticó por su decisión. Algunos persiguieron a su hermano y trataron de matarlo, otros descubrieron que estaba embarazada y quisieron matar a sus hijos. A pesar de todo, ella nunca se dio por vencida. Decía que el amor que él le daba era el único amor sincero que recibía en Heavenly, y que no renunciaría a eso.
—¿Y qué pasó después? —interrogué inclinándome hacia adelante—. ¿Qué pasó con sus hijos?
—Gracias a la protección de su guardián, sus hijos nacieron a salvo y nadie pudo hacerle daño a su hermano —respondió con una sonrisa—. Sus niños, una mujer y un hombre, fueron la siguiente princesa y el siguiente guardián. Así, nuestra sociedad descubrió que el amor más puro que puede recibir una princesa es el de su hermano, y que sólo así la Fuente nos brindará.
—Pero el amor no funciona de la misma manera en todas las personas, Baztiel —repliqué—. No todas las princesas son iguales. No todos los hermanos de las princesas son iguales. No todos los guardianes son iguales. Están condenando a todas sus princesas al mismo destino sólo por una situación en particular. Eso no es puro o genuino, eso es injusticia.
—¿Qué sabes tú de injusticia? —me recriminó Baztia desde atrás—. Eres la princesa y puedes hacer todo lo que quieras. Sólo te estamos pidiendo una cosa, y ni siquiera eres capaz de cumplirla. ¿Tienes idea de lo que significa ser un glimmer común? ¿Un guardián? ¿Un mensajero? ¿Una madre que ha perdido a sus hijos en la guerra? ¿Un niño común que debe crecer y luchar a la vez? Creciste con tranquilidad y comodidad, y el único favor que te estamos pidiendo te parece demasiado «aberrante» o dificultoso. ¿Cómo es posible que la Fuente haya elegido a alguien así?
Me quedé inmóvil en el sillón, congelada ante las palabras de Baztia, porque me sentí recriminada y odiada. Me sentí egoísta.
—Baztia, ella acaba de llegar —habló su hermano—. Debes darle un poco de tiempo.
—¿Tiempo? —cuestionó ella—. ¡No tenemos tiempo! Nuestra gente está enfermando. Este no es nuestro hogar y nuestro cuerpo lo sabe. Estamos muriendo, Baztiel.
—Ella no tiene la culpa.
—Ella tiene que regresar la Fuente a nuestro hogar, pero los ancestros nunca le permitirán acercarse a ella si no se casa con Casper y les demuestra lealtad.
—¡Quiero ayudarlos! —exclamé frustrada—. Pero no puedo hacerlo de esa manera. Lo siento, de verdad lo siento, pero no puedo. No voy a casarme con Casper.
—Eres una decepción —me dijo Baztia desde atrás—. De todas las princesas, eres la única que se prefiere a sí misma antes que a los demás. Sólo piensas en ti. Hay personas muriendo diariamente en esta guerra, hay glimmer muriendo diariamente porque no están en su hogar, pero a ti no te importa. ¿Acaso eres la única persona que merece ser feliz?
Me llevé las manos al rostro, incapaz de contenerme. No quería mostrar debilidad, pero las palabras de Baztia me afectaban. Ella quería el bien para su pueblo, pero yo también quería el bien para mí. Quería ayudar a mi madre, a mi padre, a mis amigos..., a Reece. ¿Qué haría yo sin Reece? Sin embargo, mis decisiones afectaban a otros, y eso era lo malo. Jamás podría dar un paso sin alterar la vida de los demás.
—Es un sacrificio —objeté levantando la cabeza para mirar a Baztiel.
—Todos hacemos sacrificios —me dijo ella—. Pero no nos molesta, ¿y sabes por qué? Porque vale la pena hacerlos por aquello que amamos y juramos proteger.
—¿Te casarías con Baztiel si los glimmer te lo exigieran? —pregunté.
—Lo haría por mi pueblo y por la continuidad de todo lo que conozco.
—¡Es una locura! —exclamé.
—¡Tú eres una locura! —gritó Baztia desde el balcón—. ¡Eres una vergüenza para las demás princesas! Creciste en el lugar equivocado y escuchaste las palabras del hombre equivocado. Ahora, a causa de eso, eres débil y egoísta. Crees que el mundo quiere lastimarte, pero eres tú quien está lastimando al mundo.
—¡Yo nunca quise ser una princesa! —Me puse de pie, con los puños apretados, y me giré para mirar a la morena—. ¡Yo no pedí esto! ¡Yo no quería esto! ¡Sólo deseaba ser igual a los demás! ¡Eso es todo!
—Lo sé, la corona es demasiado grande para alguien como tú —ironizó pegando la espalda a la barandilla.
—¡Estoy cansada de sufrir, Baztia! —vociferé—. ¿Tienes idea de las cosas que he vivido? Perdí a mi madre, a mi padre, a mis amigos, al hombre que amo, mi libertad..., todo. ¿Tienes idea de cuántas veces me han torturado? Antes me perseguían por lo que no era, y ahora me persiguen por lo que soy. ¡También es difícil para mí!
—Entonces deberías suicidarte —me aconsejó ella—. El mundo también necesita dejar de sufrir por culpa de alguien como tú.
Hundí las cejas, con tristeza y decepción, pero una daga atravesó la frente de Baztia y su cuerpo se desplomó hacia atrás, al otro lado de la barandilla. Gotitas de sangre salpicaron la madera y, seguido, se escuchó el sonido que hizo su cadáver al estrellarse contra el piso del exterior. Me llevé las manos a la boca, horrorizada, y me volteé para mirar a Baztiel.
¿Qué acababa de pasar?
En la puerta, Silas avanzó con seguridad hasta el trono y se detuvo a mi lado. Juntó las manos detrás de su espalda, recto, y escrutó al moreno con su inminente seriedad. Ni siquiera se molestó en mirar la sangre que había dejado el cuerpo de Baztia. Su habitual indiferencia no fue afectada por lo que acababa de pasar.
—Baztia ha insultado a la princesa y ha recibido su castigo —informó el peliblanco—. Espero que esto sirva como una enseñanza para todos.
Baztiel se llevó las manos a la cabeza.
—¡Acabas de matar a mi hermana!
Silas fue simple:
—Sí.
¿Él la había matado?
Lentamente, me dejé caer sobre el trono y me pasé las manos por el cabello. Quería enfrentar a Silas, hacerle saber que eso no había sido necesario, pero alguien entró corriendo a la sala y escaló la escalera de la tarima para rodearme con sus brazos.
—Casper —susurré sin aliento.
—¿Ella te hizo daño? —me preguntó él, hundiendo su cabeza en mi cabello—. ¿Te lastimó?
—No. —Lo tomé de la cintura e intenté alejarlo sin hacerle daño con la fuerza excesiva de mis brazos—. Ella sólo estaba hablando conmigo. No tenían que... matarla.
Casper se aferró a mi cuello.
—Nadie tiene derecho a hablarte así —se excusó—. Si lo dejábamos pasar, todos comenzarían a hacer lo mismo.
—Aun así, no tenían que matarla —insistí—. No era necesario llegar a ese extremo. Podían, simplemente, hablar con ella o advertirla, pero...
—Tranquila, esto no es tu culpa —dijo Casper.
Lo alejé de mi cuerpo y lo escruté con el ceño fruncido.
—¿No lo es?
Casper se relamió los labios, titubeante, pero negó con la cabeza y me regaló una sonrisa.
—No.
—Baztiel, ya hablaste con la princesa —dijo Silas, ignorando nuestra discusión—. Puedes retirarte y regresar a la Fuente. Hazles saber a los ancestros que la princesa está bajo mi protección.
Los ojos del moreno se posaron sobre mí, furiosos, y luego regresaron a Silas.
—Pueden matarnos a todos —dijo—, pero los ancestros nunca permitirán que la princesa se acerque a la Fuente si no confían en ella.
Casper se enderezó para mirarlo y señaló las puertas con su mano.
—Puedes retirarte, Baztiel.
Baztiel apretó los dientes, con el dolor flotando sobre sus ojos, y luego se volteó para abandonar el salón.
El dolor que debía estar sintiendo... Acababa de perder a su hermana. Había perdido a la mujer con la que había vivido, quizá, miles de años. Me puse de pie, sintiendo un nudo doloroso en el pecho, y arrastré mis botas hasta llegar al balcón.
Abajo, el jardín se había impregnado con el olor a óxido de la muerte de Baztia. Un grupo de personas estaba congregado en torno al cadáver de la mensajera, observándolo con confusión y temor. Otros, miraban hacia arriba, a mí, y me juzgaban con ojos acusadores que exigían explicaciones. Nadie entendía lo que estaba pasando, y yo no tenía el valor para explicarlo. Me sentía una intrusa en sus mundos, una espina venenosa que les acababa de pinchar el dedo.
Al cabo de unos minutos, Baztiel se abrió paso entre ellos, con los puños de las manos apretados y la frente manchada de sudor, y se arrodilló en el piso para levantar a su hermana. Bajo el sol, su armadura de metal y cuero parecía calurosa y pesada. Avanzó sin mirar a nadie en particular, con las lágrimas bañando sus mejillas, y espero a que un enorme dragón blanco apareciera en el césped recortado.
La criatura, más grande que una ballena adulta, era hermosa. Su piel, dura y rugosa, portaba visos de luz dorada que resplandecían como el oro. En su espalda había una especie de montura bordada con personas que portaban alas y estrellas. Baztiel depositó el cadáver de Baztia encima de ésta, y luego se subió dispuesto a marchar devuelta a su hogar.
«Pueden matarnos a todos, pero los ancestros nunca permitirán que la princesa se acerque a la Fuente si no confían en ella».
Me tragué el sabor amargo que me produjo el recuerdo de aquellas palabras y le di la espalda al balcón. No me sorprendió encontrar a Casper de pie frente a mí, con la mirada preocupada y las manos extendidas en señal de paz. No lo toqué, no miré sus manos más de un segundo, y lo esquivé para acercarme a Silas.
—Ellos no me permitirán entrar a la Fuente si no cumplo con sus requisitos —dije—. Sobre todo, ahora. Estarán esperando que los traicione.
—¿Y cuáles con sus requisitos? —me preguntó Silas.
—Ellos... —Me posicioné de lado e intercalé mi mirada entre Casper y el peliblanco—. Ellos quieren que me case con mi hermano.
—No tienes la obligación de hacerlo —objetó Silas, de inmediato.
—Sí, la tiene —replicó Casper, al contrario—. Todas las princesas han hecho lo mismo. No permitirán que Celeste, una princesa que creció como humana, haga lo contrario. No confían en ella, y la pondrán a prueba.
—Ella no tiene la obligación de hacerlo —insistió Silas.
—Sé que la quieres, pero no puedes dejar que tus sentimientos influyan en esto —dijo el pelinegro—. Esta vez tienes que pensar con objetividad.
—¿Mis sentimientos? —cuestionó Silas.
—Sí, sé que la amas y que quieres que Celeste esté contigo, pero...
Silas dio un paso al frente, interrumpiendo a Casper, y cerró su mano sobre un puñado de ropa del pelinegro. Fue tranquilizante ver en su rostro un sentimiento que no rozaba la indiferencia, pero fue alarmante saber que eso sólo indicaba peleas.
—Mi deber es protegerla, y eso es lo que haré —dijo con convicción—. Ni tú ni yo estamos dentro de su corazón de la manera en que los ancestros insinúan. Ella ama a otro, y no la veré sufrir por culpa de una tradición.
—¡¿Crees que yo quiero esto?! —exclamó Casper—. ¡No, pero lo hago por el bien de nuestro pueblo! ¿Acaso tú no quieres lo mismo?
—Celeste también es mi pueblo —respondió Silas, soltándolo con brusquedad.
—Sí, y yo ya tomé mi decisión —interferí—. No voy a casarme con Casper. No me importa lo que digan, no lo haré.
[...]
Me costó escabullirme de Silas y Casper, pero cuando lo logré, me dirigí al jardín de la mansión y me metí entre un laberinto de setos recortados y flores. Me senté en el césped húmedo, abracé mis piernas y contemplé el cielo en un profundo silencio.
No quería seguir escuchándolos discutir. Silas tenía una opinión, Casper tenía otra. Y yo, por mi parte, tenía una completamente diferente.
Quería imponer mis derechos como persona, tener libertad, pero no por medio del asesinato. No quería ser ese tipo de princesa. Ya había demasiadas muertes en el mundo como para sumar otras por simple capricho. Quería ser mejor. ¿Pero cómo lograrlo si el mundo constantemente me impulsaba a hacer lo contrario?
Un diminuto crujir me hizo doblar el cuello y mirar a mi costado. Sólo vi verde, una pared de pequeñas y gruesas hojas que avanzaba de forma uniforme. Sin embargo, a menos de cincuenta centímetros, los brotes comenzaron a mutar con una rapidez impresionante.
Me puse a la defensiva de inmediato. Retrocedí y me arrodillé para tener una mejor posición de ataque. Al frente, las hojas continuaron deformándose, pasando de ser vegetal a ser un delgado cuerpo humano. ¿Qué...? ¿Quién? El cuerpo cayó de rodillas frente a mí, pálido y semidesnudo, y extendió los brazos hacia mis hombros.
—Cileste...
Saqué una daga de mi cinturón y la dirigí al cuello del muchacho, a un centímetro de rebanarle la yugular.
—¿Quién eres tú? —pregunté.
El muchacho, de cabello negro y ojos celestes, ladeó la cabeza y trató de tocarme el rostro. No se lo permití. Lo agarré de las muñecas, lo empujé hacia atrás y me encaramé sobre él para inmovilizarlo contra el piso. Su cuerpo desprendía un olor a azufre, y no pude evitar arrugar la punta de la nariz. Intenté concentrarme en su rostro e ignorar todo lo demás.
—¿Quién eres? —volví a preguntar—. ¿Por qué me estabas siguiendo?
Él me enseñó sus dientes blancos, pero chuecos, y comenzó a reír. Fruncí el ceño, incapaz de comprender su actitud, y le apreté más los brazos; sus huesos crujieron bajo mis dedos.
—¿Quién eres? —insistí.
Él volvió a reír, y yo lo apreté más fuerte.
—¿Quién te envió?
Silencio.
—¿Quién...?
Alguien me agarró de la ropa y me tiró hacia atrás. Me removí con rapidez, girando sobre mí misma, y dirigí la daga al cuello de la persona que acababa de tocarme.
—¿Betty?
La enana, de pie frente a mí, alzó las manos en son de paz y esbozó una sonrisa.
—¡No me hagas daño, por favor! —exclamó—. ¡No tengo nada, sólo mi fe!
Miré su cuerpo, de pies a cabeza, y me puse de pie para guardar la daga dentro de mi cinturón.
—¿Por qué...? —comencé a preguntar, pero ella señaló al muchacho tras de mí y me interrumpió.
—Estabas dañando a mi paciente —explicó—. No es un enemigo, sólo es un glimmer un poco travieso.
Me enderecé, volviendo a guardar el arma, y observé al chico con una marea confusa bañando mi rostro.
—¿Glimmer? —cuestioné—. Él no me lo dijo, lo siento.
—Dan es así —respondió Betty—. Huye durante el horario de sus tratamientos y va a molestar a la gente. Le fascina asustar a los demás.
Miré al muchacho, Dan, tirado en el piso como si estuviera tomando una siesta, y volví a mirar a Betty.
—¿Tratamiento de qué?
—Dan tiene problemas mentales —susurró, acercándose a mi oído—. Está enfermo, pero intento sanarlo con rutinas de mi habilidad. Ya sabes, regeneración y esas cosas.
—¿Problemas mentales?
—¡Baja la voz! —chilló Betty—. No le gusta que hablen sobre eso.
—¿Por qué? —interrogué—. Quiero decir, ¿por qué enfermó?
La respuesta de Betty me dio escalofríos.
—Ellos están naciendo así. Es porque están lejos de su hogar.
—Los matamos —balbuceó Dan detrás de mi espalda—. Los matamos a todos.
Me volteé de forma brusca y miré a Dan con el ceño fruncido.
—¿Qué?
—En Ars —balbuceó, dibujando una cruz con sus dedos—. Todos los que dañaron a Celeste..., muertos.
Ars. Ars era el lugar donde Reece y Ethan, aparentemente, habían muerto. En ese lugar se había llevado la guerra contra los murk. Nunca podría olvidar ese nombre. Estaba grabado en mi mente de forma permanente. Allí había perdido mi corazón, mi esperanza, mi confianza y mi identidad.
—¿De qué estás hablando, Dan? —le pregunté.
—Ellos no volverán a dañarte —dijo—. Los hombres de fe no volverán a respirar.
¡Hola, mis muñecas!
Espero que les haya gustado el capítulo. No sé si se publicó bien, ya que estoy un poco perdida con el regreso. Cualquier error, comentarlo aquí y yo lo solucionaré. ¡Las amo y estaba muy ansiosa por hacer esto otra vez! Los próximos capítulos los iré subiendo de a poco, pero seguido.
¡Se viene el final y, con el, una gran verdad!
Besitos con baba sabor chocolate, bye bye.
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