Capítulo 29
Cuando abrí mis ojos, lo primero que vi fue el rostro de Betty.
Parecía un alivio, pero en realidad no lo era.
Después de haber estado tantos meses lejos de ella, ver a Nate habría sido más fácil. Me había acostumbrado a estar encerrada en las tinieblas de Abismo. No entendía lo que estaba pasando. Me sentía perdida. Lo último que recordaba era la batalla, los ojos de Reece, un intenso fuego lloviendo del cielo, las palabras de Nate apoderándose de mis oídos, la llegada de Silas...
Miré a la pequeña, con las pupilas dilatadas, y luego me senté de golpe. Betty apartó las manos de mi estómago y trató de volver a recostarme, pero me rehusé. Lo único que quería era entender por qué estaba allí y no en medio del bosque. Necesitaba saber sobre Reece, y Moe, y Kum.
—¿Dónde estoy? —pregunté con la voz ronca.
—Estás en un lugar seguro, mujer —respondió Betty—. Vuelve a acostarte, estoy sanando tu cuerpo. Estabas en una situación crítica. Pudiste haber muerto.
Investigué mi alrededor, la enorme habitación en la que me encontraba recostada, y tragué saliva. Nunca había estado en un sitio tan lujoso. El dormitorio tenía el tamaño de una casa. La cama en la que me encontraba tumbada tenía las mantas más finas que había tocado en mi vida. Todo parecía de seda y oro. Las manillas, los umbrales, las lámparas, las cortinas, las alfombras... Todo.
—¿Por qué estoy aquí? —interrogué.
—Porque te encontramos, mujer —contestó la enana—. Después de mucho tiempo, te encontramos y te trajimos a nuestro hogar.
La observé confundida.
—¿Hogar?
—Es como la mansión de los glimmer —explicó—. No viven todos, pero sí muchos de ellos. Yo ya me siento parte de la familia.
Paseé mis ojos entre las ventanas y las puertas, cualquier lugar que sirviera como salida, y los detuve en un cuadro donde dos mujeres estaban atadas. Una sonreía y la otra lloraba.
—¿Dónde están los demás?
—¿Demás? —preguntó Betty, sin entender a qué me refería.
—Reece, Moe, Kum...
—Los trajimos con nosotros —me contó—. En este momento están siendo vigilados. Los glimmer no confían en ellos. Los llaman traidores. Y, bueno, Reece sabe hacerse odiar.
Miré a Betty, sin ninguna expresión en concreto, y luego me miré las manos. Era como si entre mis dedos estuvieran las respuestas a todas las preguntas que había en mi cabeza. Necesitaba recordar la batalla. Necesitaba saber cuál habían sido las últimas palabras de Reece, de Silas, de Nate.
¿Qué había pasado realmente?
Las imágenes vinieron a mi mente como flashes. Pude ver dos espadas encontradas, una explosión de maldad, un tigre anaranjado, dos alas negras, una lluvia de fuego, dos ojos esmeraldas..., un torbellino de oscuridad.
Me pasé las manos por los muslos, temblando, y alcé la mirada hacia Betty. Estaba tan desconcertada que sentía que iba a colapsar. Realmente, no me sentía despierta. Era como estar levitando dentro de una ilusión donde todo estaba hecho de plástico.
—Casper... estaba ahí —solté con incredulidad—. ¿Cómo...?
Betty se sentó en la orilla del colchón y me sostuvo la mirada con firmeza.
—Casper está bien —confesó—. Pero eso es algo que debes hablar con él personalmente. No me corresponde a mí decirte la verdad. Lo lamento, mujer.
—¿Verdad?
—Sí, la verdad.
—¡Celeste! —La voz de un muchacho me impidió seguir preguntando—. ¡Celeste! ¡Celeste! ¡Celeste!
Busqué el origen del sonido, alarmada, y divisé a un chico pelirrojo que estaba corriendo hacia mí. ¿En qué momento había entrado? Antes de que pudiera llegar a la cama, Betty se puso de pie y le lanzó una lámpara en la cabeza. Eso fue todo. El muchacho se derrumbó inconsciente y Betty aprovechó para golpearle es estómago con su bota. Parecía contenta y satisfecha consigo misma.
—Evan siempre es así —dijo, encogiéndose de hombros—. Siempre que ve algo hermoso sufre estos «ataques». Le pasa con las flores, los paisajes, las pinturas, los animales... Hemos intentado quitarle esa manía, pero no es posible. Sus habilidades se vuelven más potentes cuando está emocionado.
Intercalé mi mirada entre Evan y Betty, e hice una mueca.
—¿Ataques? —pregunté—. ¿A qué te refieres?
Betty abrió más los ojos.
—Por favor, no me hagas decirlo con todas sus letras. Ya sabes a qué me refiero. A eso. Al chaca-chaca.
Ladeé la cabeza.
—¿Al qué?
—Evan está enfermo —explicó otra voz, una voz muy fina y dulce, imponiéndose en la habitación de forma repentina—. Lamentablemente, sus habilidades sólo funcionan cuando está excitado. Esto hace que su sistema no funcione correctamente. Cada vez que ve algo que encuentra hermoso o especial, sufre estos incidentes. Lo lamento mucho, Celeste. Trataré de mantenerlo alejado de ti. No es justo para nadie recibir este tipo de acoso.
Contemplé a la mujer, dejando de lado a Betty, y me di cuenta de que se encontraba de pie junto a una ventana. No sabía si siempre había estado ahí o recién había entrado, pero mis ojos la reconocieron de inmediato. Era la mujer que se había llevado a Betty aquel día en el bosque. Mi mente jamás podría olvidarla, ni a ella ni a Evan. Ellos habían arruinado parte de mi vida.
—Tú... —susurré—. ¿Quién eres?
—Mi nombre es Eva —respondió con una sonrisa llena de dulzura—. Soy la hermana de Evan. Es un placer tenerte aquí, Celeste. Haré todo lo posible para que tu estadía sea cómoda y agradable. ¡Puedes contar conmigo para lo que sea!
Permanecí en silencio, aturdida ante la extraña emoción de la chica. ¿Por qué parecía tan feliz? Ella no me conocía. Ninguno de ellos me conocía, no de verdad. Yo era su arma, pero hasta ahí llegaba todo. No éramos amigos.
Eva se acercó a la cama con lentitud, sonrojada, y escondió las manos detrás de su espalda.
—Siempre quise estar cerca de ti, princesa —me contó—. Desde pequeña quería estar a tu lado protegiéndote de los peligros que hay en la oscuridad. Estoy muy feliz de que estés aquí.
Negué con la cabeza.
—No soy una princesa.
La chica sonrió con ternura.
—¡Claro que sí!
Miré la habitación, los extraños lujos que no correspondían a mi personalidad, y tragué saliva. ¿Dónde me habían metido? Estaba tan acoplada a los malos tratos y la guerra, que no me sentía cómoda con esa aparente tranquilidad. Necesitaba ver a Reece, a Moe, a Kum, a mis padres. Necesitaba hablar con Silas y contarle acerca de las reglas. Necesitaba ponerme de pie y seguir luchando.
—Quiero ver a mis amigos —dije—. Necesito que los liberen. Necesito ver a Reece. Nate le borró la memoria y jugó con su mente. Tienen que ayudarlo. Él volverá a ser el mismo de antes, pero necesita su ayuda.
Eva abrió la boca y cruzó sus ojos con los de Betty. Sólo fue un segundo, pero me bastó para comprender que algo estaba mal.
—¿Reece es el humano? —me preguntó.
Asentí.
—Bueno, él no se ve muy amigable —confesó con un hilillo de voz—. ¿Estás segura de que es tu amigo? Hasta ahora, es el más rebelde. Ni siquiera ha querido probar nuestra comida. Nos lanza tierra cada vez que entramos a su prisión.
Prisión.
La palabra me provocó nauseas en el estómago. Aunque sabía que ellos sólo buscaban defenderse, no podía estar de acuerdo con su método. Mi cuerpo no estaba en paz sabiendo que Reece se sentía tan confuso como yo me había sentido en las mazmorras de Abismo.
—Él es una buena persona —contesté con la garganta seca—. Nate experimentó con su mente, por eso no me recuerda, pero estoy segura de que Silas lo podrá ayudar.
—¿Reece perdió la memoria? —interrogó Betty.
—Sí, Nate le hizo algo —expliqué—. Tiene un laboratorio donde experimenta con las personas. Las cambia, para que luchen por él. Les borra la memoria y les hace creer cosas extrañas.
Betty frunció el ceño y volvió a mirarse con Eva. Estuvieron así por un largo rato, conmigo como espectadora, y luego desistieron para dedicarme una sonrisa. No era una sonrisa sincera, por supuesto. Era una sonrisa fingida para levantarme el ánimo. Eva meneó sus caderas y Betty acarició la empuñadura de una daga en su cinturón.
—Bueno, le comunicaremos a los demás lo que nos has dicho —dijo Eva—. Por ahora, descansa. Casper vendrá a verte en unos minutos para hablar contigo. Está muy feliz de que estés aquí. ¡No para de preguntar por ti!
Me miré las manos y, de pronto, comprendí que tenía cabello. Ahí estaba, cayendo como una cascada azabache por mi cuerpo, acumulado en mis muslos. Lo acaricié, con lentitud, y pensé en lo mucho que quería ir con Reece. No quería quedarme allí sentada mientras él sufría. Necesitaba que alguien lo ayudará.
Necesitaba que alguien me escuchara.
—Volveremos, mujer —me consoló Betty—. Y solucionaremos lo del ególatra de Reece. Te lo prometo.
—Está bien —acepté, sin embargo, mi voz no tenía convicción.
Porque no les creía, no del todo. Me había prometido no volver a creer, y eso haría.
[...]
Después de permanecer un largo rato dentro de aquella habitación, sin hacer nada, Casper por fin apareció.
Había estado inspeccionando las paredes, los rincones del techo, las rendijas de la ventilación, las ventanas cubiertas con gruesas cortinas..., todo lo que me causaba rechazo, y había terminado convenciéndome de que no había nada que temer. Sin embargo, las palabras de Nate seguían perforando mis sesos.
«Ellos van a traicionarte».
«Todos saben el destino que le espera a la princesa».
Aunque me había prometido ignorar sus mentiras, mi cabeza seguía convirtiéndolas en eco. Me sentía intranquila. Mis dedos estaban temblando y mi corazón se sentía pequeño dentro de mi pecho. No estaba bien. Aunque confiaba en Silas, más de lo que consideraba posible, no podía confiar en los demás.
Ni siquiera confiaba en Betty.
No la reconocía.
La manera en la que se había mirado con Eva, la misma glimmer que la había capturado, y la manera en que había aceptado el encierro de Reece, me habían dejado anonadada. Ya no era la guerrera de carácter vivaz que me había enorgullecido, era otra persona. Una persona dispuesta a todo por los glimmer, incluso a mentir.
¿O estaba exagerando?
¿O la que tenía algo malo era yo?
No lo sabía, pero iba a averiguarlo. Si no confiaba en esas personas, confiaría en Moe. Él me había demostrado ser confiable y sincero, más de una vez. Le diría las mentiras que me había dicho Nate, esperando que las negara, y luego por fin podría estar en paz.
Sí, eso haría.
Esperaría en ese dormitorio con exceso de luz y calor, contando los segundos de las manecillas del reloj, y luego averiguaría la verdad.
—Pequeña luciérnaga —me llamó Casper.
Alcé la barbilla, algo desconcertada, y posé mis ojos en el pelinegro. Sus ojos marrones, del color del chocolate, se entrecerraron con pesar cuando conectaron con los míos. Algo vio en ellos, tal vez las dudas que me torturaban, quizá la desconfianza, pero se acercó corriendo y me envolvió entre sus brazos.
Fue el primer contacto seguro y familiar después de mucho tiempo. Sus dedos me acariciaron el cabello, con ternura, y mis uñas se clavaron en el cuero de su chaqueta. Mi cuerpo se aferró a él como un polluelo a su mamá gallina. El anhelo era evidente en cada espacio de mi piel. Lo necesitaba. Realmente lo necesitaba.
—Casper... —sollocé—. No sabía cómo estabas. No sabía si estabas bien. La última vez que te vi saliste corriendo en busca de esas personas. ¿Cómo...?
Casper me besó los ojos y se separó para mirarme de frente.
—Te extrañé tanto, pequeña —susurró—. Tenía tanto miedo de que te hicieran daño.
Sonreí; una sonrisa con dificultad y desesperación.
—Estoy bien —dije—. Estoy muy bien, ellos no me hicieron nada. ¿Pero tú..., cómo llegaste aquí? ¿Silas te trajo con él? ¿Ya sabes que los glimmer son el bando correcto? ¿Cómo te convencieron?
Casper entrecerró los ojos y acarició mi mejilla con la palma de su mano. Estaba ardiendo, caliente, como una plancha de acero.
—Siempre supe la verdad, Celeste —confesó—. Yo también soy un glimmer.
Me quedé en silencio.
El mundo pareció detenerse a mi alrededor, como si el sol hubiera perdido toda la fuerza de sus órbitas. Dejé de oír mi respiración, dejé de sentir el sabor constante de la sangre en mi boca, dejé de oler el embriagante olor de jabón de Casper, dejé de ver su habitual rostro lleno de sonrisas..., dejé de sentir.
Sólo pensé en todos los meses que había pasado junto a él, en cada una de nuestras conversaciones, en cada uno de sus concejos, en cada una de sus promesas, en cada una de sus palabras, y me di cuenta de que todo ese tiempo me había estado mintiendo.
Casper, el agradable Casper, también me había mentido.
Era un glimmer, siempre había sido un glimmer, y había luchado a mi lado como otro humano más para destruir a su propia raza. No, me equivocaba. Había fingido luchar a mi lado para fingir destruir a su propia raza. ¿Era posible?
Parpadeé con lentitud, como si mis párpados hubieran perdido las fuerzas para moverse, y dejé caer mis brazos sobre el colchón.
—¿Me mentiste? —musité—. ¿Tú sabías la verdad, porque eras un glimmer, y me mentiste todo ese tiempo?
Casper bajó las cejas, con tristeza, y trató de tocarme.
No se lo permití.
—Quería decírtelo —explicó—. Traté de decírtelo y llevarte conmigo, pero la situación se complicó. Temía que no me creyeras. Yo... no era nadie para ti.
—¡Se llevaron a Betty! —grité—. Viste cuánto sufrí, viste cuánto me culpé, y no me dijiste nada. Arriesgamos nuestra vida buscándola, y no hiciste nada. Fuimos a una mansión repleta de murk a buscarla, ¡y no hiciste nada!
—Yo no sabía que era una mansión de murk —explicó apresurado—. Nosotros pensábamos que ese hombre seguía siendo fiel a los glimmer, pero nos equivocamos. Nos traicionó después de lo que le hicieron a su padre.
—¡No me importa! —exclamé—. ¡Me mentiste! Todo lo que le pasó a Reece fue porque fuimos hasta Ars para buscar a Betty. Tú pudiste decirme la verdad. Tú pudiste confiar en mí. ¡Yo te habría creído!
Casper tocó mis hombros, pero aparté sus manos de un manotazo.
—¡Estoy cansada de que me mientan! —bramé—. ¡Estoy cansada, Casper! Lo hacen todo el tiempo, todo el mundo, y es desesperante. Ya no sé en quién creer, ya no sé en quién confiar, ya no sé quién me está diciendo la verdad. ¡Todo el mundo me miente! ¡Todo el mundo me traiciona!
—Celeste...
—¡Suéltame!
Me llevé las manos al rostro, con ira, y todo se volvió negro detrás de mis párpados. El entorno se arremolinó con la facilidad del papel y se convirtió en un agujero negro donde todo lo malo había sido engullido. Vi fuego en mi piel, vi personas carbonizadas, vi a mi madre ser lanzada, vi un portal tragándose a Betty, vi una espada atravesando a Reece, vi mis dedos ser cortados, vi mi cabello ser arrancado, vi cadáveres putrefactos, vi niños incendiados, vi a mis padres lastimados, vi a Reece dañándome, vi oscuridad, vi cadenas, vi dolor, y olí el olor de la piel y el cabello achicharrado, y fue como si todo me pasara otra vez.
Mi corazón se partió en dos, como si estuviera hecho de cristal, y cada astilla restante se clavó en mi interior.
Y grité, porque me estaba quemando con la sangre que se deslizaba bajo mi propia carne. Estaba ardiendo, como el carbón arde bajo las salvajes llamas de una fogata, y dolía.
Era como tener espinas de acero enterradas en mis huesos.
No quería sentirlo.
No quería vivirlo.
No quería vivir.
No quería ser la princesa de los glimmer.
Me cubrí las orejas con las manos, para dejar de oír los gritos de auxilio que daban los niños que se quemaban en el estadio, pero ellos siguieron allí. Los gritos estaban dentro de mi cabeza, asfixiándome, persiguiéndome, torturándome. No se detenían. ¿Por qué nadie los ayudaba? ¿Por qué nadie hacía algo para salvarlos? ¿Por qué disfrutaban viéndolos perecer?
Tiré de mi cabello y seguí gritando hasta que sentí mi propia sangre llenarme la boca y acuchillar mi garganta. El fuego se había apoderado de mi alma y me había enviado al infierno. El sufrimiento y el dolor estaban allí, de pie sobre mí, como gruesos árboles de flores.
¿Esa era mi eternidad junto a la maldad?
Dos brazos me rodearon el cuerpo y me enviaron de vuelta al cielo.
Las llamas fueron apagadas con hielo, el dolor se convirtió en caricia, los recuerdos corrieron para ocultarse en tul, los gritos mutaron a melodías y el sufrimiento se convirtió en amor. Acurrucada bajo los brazos de un desconocido, experimenté el cambio de la oscuridad a la luz.
—Silas —sollocé, reconociendo su tacto de inmediato.
Los brazos del peliblanco me refugiaron en un nido.
—Tranquila, no permitiré que te hagan daño —aseguró.
Aplasté mi rostro contra su pecho y dejé salir todas las lágrimas que tenía acumuladas, con ellas mi angustia y dolor.
—Ayúdalos —supliqué—. Ayuda a los niños, por favor. Nadie los escucha. Nadie los ve. Nadie los salva.
—¿Qué niños? —me preguntó.
—Ellos... los que se están quemando en el estadio.
Silas me acarició la espalda y luego me soltó para recostarme en la cama. Sus manos me cubrieron con mantas y sus labios depositaron besos en mi frente.
—Tienes que descansar —me dijo.
—No..., tienes que ayudarlos.
—Lo haremos —prometió—. Juntos ayudaremos a los niños.
Miré sus ojos, plateados como la luna llena, y asentí.
Le creía.
Yo le creía.
Sus dedos me ordenaron el cabello y acomodaron mi cabeza sobre los cojines. De espalda, hundida entre la espuma y el algodón, inspeccioné la habitación. Los gritos estaban desapareciendo y los colores estaban volviendo a bañar las paredes. Contemplé el carmín del tapiz, el dorado de las lámparas y los espejos, el blanco de la puerta, y me detuve en Casper.
Estaba temblando, de pie detrás de Silas, con las manos en el cabello. Se veía incómodo, asustado, dañado. ¿Yo le había provocado ese terror?
Me tragué el sabor a humo que seguía en mi garganta y traté de serenarme.
—Casper... —susurré.
Él se desplazó hasta el otro lado de la cama y se sentó en la orilla del colchón.
—Perdóname —suplicó—. Perdóname, por favor.
Miré a Silas, el cual permanecía con sus ojos entrecerrados, y después volví a mirar a Casper.
—No me...
—¡Lo siento! —insistió—. Siento no haber sido lo que necesitabas todo este tiempo... Yo, te fallé. Tenía que ser tu súper héroe, la persona que enfrentara a los malos por ti, pero no fui nada de eso. Lo lamento, Celeste.
Permanecí en silencio, contemplando su mirada con compasión, porque parte de esas palabras también las había dicho yo alguna vez. También me había sentido así de angustiada al darme cuenta de que no podía ser lo que los demás querían. Yo también había fallado, y también había pedido perdón.
—Perdóname —insistió Casper con desesperación—. Por favor...
Extendí mi brazo para coger su mano y tragué saliva.
—No me pidas disculpas —dije—. Yo no debí gritarte así.
—Sí, debiste —sollozó—. Porque tienes razón, yo no fui sincero contigo. No pensé en lo que tú estabas pasando. No pensé en lo sola que te sentías. No pensé en lo mucho que me necesitabas.
—Casper...
Él me rodeó el cuello con sus brazos y cargó su peso sobre mí.
—Soy tu hermano, Celeste —dijo—. Yo soy tu hermano, y debí estar a tu lado.
Quedé en shock.
Helada.
Paralizada.
—¿Qué?
—Soy tu hermano, pequeña.
Las ideas volvieron a arremolinarse dentro de mi cabeza.
Casper era... ¿mi hermano?
Lo primero que hice fue dudar. Casper no podía ser mi hermano. Mis padres eran Clarissa y Christian, y sólo habían tenido una hija. El gobierno les había impedido tener más hijos después de mi nacimiento. Yo había sido un producto defectuoso, y ellos se habían asegurado de que no nacieran más errores como yo.
Lo segundo que hice fue reaccionar. Porque, después de unos segundos donde la incredulidad reinó en mi cabeza, entendí que Casper no estaba hablando de mi familia humana, estaba hablando de mi familia glimmer, y yo no sabía nada acerca de ellos.
Nunca había tenido tiempo para preguntar sobre las personas que me habían dado la vida. Quizá era porque seguía considerándome humana, quizá era porque no quería traicionar a mis padres. El punto es que no sabía nada sobre los glimmer que me habían engendrado, y la idea de tener un hermano me dejó pasmada.
¿Qué significaba para mí?
Pensé en mi infancia, en todos los años que había deseado tener un hermano o hermana que me defendiera de los chicos que me intimidaban, en todas las veces que había deseado tener a alguien que me abrazara, en todas las veces que había deseado que alguien me ayudara..., en todas las veces que necesité a alguien en quien confiar, y me estremecí.
¿Casper siempre había estado ahí... y no me había buscado?
Miré las paredes, con los ojos rojos y ardientes, y parpadeé varias veces para eliminar el agua que había en ellos.
—¿Por qué? —pregunté—. ¿Por qué no me lo dijiste?
—No podía —susurró—. No podía decirle a una niña pequeña que sus padres, en realidad, no eran sus padres. Yo era un niño también y no sabía cómo acercarme a ti sin arruinarte la vida. Quería estar contigo, quería tocarte, quería abrazarte, quería sentir tu olor..., pero no podía.
Me relamí la sal de los labios.
—¿Nunca intentaste acercarte a mí?
—Sí, lo hice —respondió con urgencia—. Pero no podía aparecer ante ti como un niño desconocido, así que lo hice en la forma de un gato... Tú me llamaste Limón.
Limón, el supuesto gato de mi vecina.
—¿Siempre estuviste ahí?
—Estuve ahí todas las veces que pude —explicó rompiendo su abrazo—. El resto del tiempo lo pasé en el gobierno. Tenía que infiltrarme en sus tropas para averiguar sus planes y tener una forma segura de acercarme a ti.
—¿Por qué esperaron tanto tiempo para buscarme? —cuestioné—. ¿Por qué no me dijeron la verdad desde un principio?
Silas fue el que rompió el silencio.
—Me llevó mucho tiempo encontrarte, princesa —explicó con seriedad—. Cuando lo hice, ya estabas familiarizada con tus nuevos padres. No quise quitarte esa infancia y felicidad, así que preferí esperar a que tus poderes se presentaran para traerte conmigo.
Observé a Silas, el gris de sus ojos, los mechones alborotados de su cabello, la rectitud en la línea de sus labios, y retorcí las puntas de mis dedos. En mi cabeza había muchas dudas floreciendo, pero no sabía cómo dejarlas salir todas a la vez.
—¿Qué pasó con mis padres biológicos? —interrogué.
Silas entornó los ojos.
—Ellos escaparon de la Fuente cuando comprendieron que eras la princesa prometida —declaró—. Tus padres no querían que sufrieras las consecuencias de una batalla eterna, así que eligieron huir. Como los glimmer nacen de a dos, sin excepción, se llevaron a Casper con ellos. Lamentablemente, los humanos los encontraron pronto y frustraron sus planes.
—¿Los asesinaron? —pregunté con un hilo de voz.
—Sí —confirmó—. Tus padres trataron de explicar la importancia de mantenerte con vida, ya que salvarías el mundo de la destrucción, pero a los humanos no les importaron sus súplicas. Dave, en ese entonces a cargo, asesinó a tus padres y se quedó contigo para apoderarse del poder que había en tu interior. Casper fue enviado con uno de sus guardianes para ser eliminado, pero aquel humano sintió compasión y le perdonó la vida.
—Si no fuera por ese hombre que me perdonó la vida, yo estaría muerto y jamás habríamos sabido qué pasó con nuestros padres —dijo Casper, cogiéndome las manos—. Siempre le estaré agradecido.
Inspiré profundo.
—¿Qué pasó con ese hombre? —pregunté.
—Murió hace un par de años —me contó Casper—. Atacaron un edificio en Chicago y él acudió como rescatista. Murió en la explosión.
Cerré los ojos, con pesar, y acaricié los dedos de Casper. Era mucha información para procesar. No sólo se trataba de mi hermano, sino también de mis padres y mi pasado. Ahora entendía a qué se había referido Nate cuando me había hablado de mis padres. Ellos habían escapado para protegerme, pero el gobierno los había atrapado.
Dieciocho años después, ahí estaba yo, haciendo justo lo que ellos habían tratado de evitar. Peleando, luchando..., sufriendo. Era una ironía.
—Me esforcé mucho para poder estar contigo, hermana —habló Casper, sacándome de mi letargo—. Es hora de que permanezcamos unidos y luchemos por la paz. Así debió ser desde un principio.
—Yo... —murmuré.
—Tienes que unirte a mí, pequeña —insistió el pelinegro.
—No la presiones —exigió Silas.
Me miré las manos, unidas a las de Casper, y me relamí los labios. Yo quería, quería luchar por la paz, pero antes necesitaba que me demostraran que podía confiar en ellos.
—Lo haré —dije—. Me uniré a ustedes y juntos vamos a luchar para que los glimmer vuelvan a su hogar, pero primero necesito que me hagan un favor.
—¿Un favor? —interrogó Casper.
Alcé la barbilla y hablé con seguridad.
—Sí, quiero que me dejen ver a mis amigos.
¡Hallou, mis vidas! ¿Qué les pareció el capítulo? Estuvo tranquilo, sin acción..., espero que no se hayan aburrido demasiado. :c Por cierto, ya va quedando poco para terminar el libro. Unos diez a quince capítulos más. c:
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